We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Si nos debatimos por algo es por tener tiempo. Tiempo libre, decimos. La vida digital se ha adueñado de éste y lo ha convertido en beneficio para las empresas que gobiernan Internet.
“Que nos atraiga lo que nos destruye nos aparta siempre del poder”
Virginie Despentes, Teoría King Kong.
Punctum
La pantalla es la nada. Una viva imagen de la muerte. Vacío. Desierto. El punctum, la fascinación de la imagen, la fuga y la posibilidad de la metáfora, han sido devoradas metonímicamente por el píxel. Se toma la parte, el fragmento, el instante, por el todo. Sin fuga posible, el píxel es la clausura. Esa imagen mortal está fragmentada, es incapaz de hilvanarse para crear un discurso, no se puede tramar, nos incapacita para urdir una trama, para tramar, para construir metáforas y habitarlas; si “el vídeo mató a la estrella de la radio”, el píxel acabó con la poesía, con la subversión de la poesía como “un arma cargada de futuro”.
Ese punto-ciego-de-la-intuición que se fuga hacia posibilidades abismales, la profundidad de un horizonte por descubrir, desaparece en el flujo constante de imágenes muertas intercambiables, sustituido por el vacío generado por imágenes-fantasma, las phantom-shots de las que hablaba Harocki, como una continuidad de espacios vacíos captados por las máquinas de guerra de la visión hacia un punto de no retorno, que nos incapacita para reapropiarnos de nuestra propia historia.
La insurrección a esta sumisión voluntaria pasa por apropiarnos de nuestra memoria, del tiempo denso y profundo de los afectos
Re-cuerdos
Re-cordar. En latín, volver a pasar por el corazón. Estar cuerdo es estar consciente, lúcido, crítico, alerta ante un peligro, ante el advenimiento de un peligro, leer las señales, interpretar los signos y los símbolos, intentar unir estos en una historia propia, una casa propia; la casa del lenguaje, de la acción, de los gestos y la vida autónoma y no autómata. Estas se confunden constantemente hoy, si es que aún existe el hoy.
Todo en Internet es un juego, la vida misma fuera de las pantallas —si aún es posible— ha devenido ese mismo juego, un juego despiadado
¿Cómo apropiarse de un recuerdo? En otro lugar escribí sobre esto hace años, el acontecimiento o la huelga de estos más bien, como nos recuerda Baudrillard. Re-historizar, apropiarnos de las palabras, contar la historia, nuestra historia con nuestras propias palabras, no con las del amo, parafraseando a Audre Lorde. La imposibilidad de contar, de contarnos en el imperio de la mentira, de la posverdad, como consecuencia directa de una fragmentación que rompe el hilo del relato, el sinsentido como nuevo sentido, la posibilidad de contarnos, más allá de un espejismo, de un juego de espejos que deforman nuestra imagen, desintegrando nuestras experiencias, el contexto que somos.
La insurrección a esta sumisión voluntaria pasa por apropiarnos de nuestra memoria, del tiempo denso y profundo de los afectos frente al inútil y tóxico feed constante con el que alimentamos nuestra apatía, cada vez más carentes, necesitados de la pequeña subida de dopamina que alienta ese viaje narcisista a ninguna parte.
Simulacros
Todo en Internet es un juego macabro al servicio del capital, la vida misma fuera de las pantallas —si aún es posible— ha devenido ese mismo juego, un juego despiadado y barato, regido por el diktat neoliberal: acumular y acumular, competir y competir por acumular, más likes, más emoticonos, más interacciones y más atención que nutran a la máquina de falsas e-mociones, hasta la extenuación.
La disrupción de lo digital torna nuestras experiencias y afectos, el contexto que construimos, nuestra capacidad para interpretar, en un simulacro, vaciando de potencia los acontecimientos. Las máquinas-de-la-visión son máquinas de guerra regidas por algoritmos contra nuestra propia visión.
Tecnopolítica
Deseo
En la posteridad digital no cabe la alteridad, la opacidad de los muros digitales en los que se proyectan constantemente esas imágenes deformadas por el narcisismo, la depresión y la ansiedad, nos alejan del mundo, de la experiencia del otro, de los otros, al convertirnos en objetos reflejados en un espejo deforme: la soledad de la multitud conectada y la vida entre pantallas.
Un viejo mito de muchas culturas ancestrales habla de la negación a ser fotografiado para no perder el alma. Es precisamente esto lo que los simulacros provocados por lo digital hacen con nosotros. La falsa transparencia constante de gestos simulados y mecánicos, filtrados y automatizados, para adaptarnos a la suspensión del tiempo denso y profundo que operan los algoritmos en los muros, el feed de las redes (anti)sociales y los servicios de mensajería privada de Internet nos separan, paradójicamente, del mundo. Y mirar al otro por encima de un muro, nos dice el filósofo Ailton Krenak, es el comienzo del genocidio.