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Tecnopolítica
Deseo
Con la imposición de la mirada patriarcal que coloniza, escinde y fragmenta el cuerpo, cualquier noción holística, integral y orgánica de persona, ha resultado invadida por los procesos tecnológicos. Queda despedazada en fragmentos listos para ser consumidos y transformándonos, así, en objetos sobre los que se ejerce el poder y control a través del paradójico ejercicio de nuestra libertad.
Lengua materna
“Spinoza denuncia un complot en el universo de aquellos que tienen interés en afectarnos con pasiones tristes. [...] Inspirar pasiones tristes es necesario para el ejercicio del poder.“ ( Deleuze, En medio de Spinoza).
Somos las primeras generaciones que han aprendido más palabras de las máquinas que de sus madres, como escribiera Rose Goldsen a mediados de los setenta. Lo que significa que el cuerpo, el calor y el abrazo de la madre desaparecen y son sustituidos por la máquina.
Al hablar de porno, me refiero a porno patriarcal, machista, de extrema violencia hacia las mujeres
Las búsquedas en sitios web porno suponen más de la mitad del tráfico de datos en Internet cotidianamente. Hay más gente en este instante mirando Pornhub que Instagram, o saltando de uno a otro mientras también su atención es captada por WhatsApp, con el cebo de la (in)comunicación constante. Incluso hay gente en este instante confundiendo un medio y otro, convertidos estos en fines. Gente deviniendo el medio, parafraseando a McLuhan, para fines que no alcanzan a entender; fines que quienes programan y diseñan los medios, ya han decidido, para extraerle todo el valor posible a las vidas capturadas en la máquina: un falso deseo ajeno vendido como verdad propia, lo difícil de desear desde sí, que decía Deleuze.
Al hablar de porno, me refiero a porno patriarcal, machista, de extrema violencia hacia las mujeres, en el que estas son fragmentadas, cosificadas, objetualizadas. Violencia que se expresa a través de un culto falocéntrico heterocentrado, que se extiende como modelo desde estos medios a nuestras relaciones afectivas cotidianas, instaurando una cultura de la violencia y la violación.
La palabra más buscada en sitios web pornográficos es MILF.
Fragmentos
“Devenir avispa de la orquídea, devenir orquídea de la avispa” (Deleuze y Guattari, Rizoma).
No existe una respiración común, la belleza de nuestros cuerpos ha devenido un flujo constante de pedazos cosificados, objetualizados, fragmentos de vidrio opaco que concurren entre sí a través de un espacio homogéneo, que ni es una red ni es social, alimentando la máquina capitalista.
En un artículo publicado en The Guardian en 2018 (A broken idea of sex is flou-rishing. Blame capitalism), Rebecca Solnit señalaba como, en una especie de venganza patriarcal que recae sobre el mito de Circe, este mundo transforma a las mujeres en mercancías, en trofeos por los que los hombres compiten.
En este mundo patriarcal de capitalismo cognitivo digital, el deseo, nuestro deseo, es aniquilado por la constante actualización de estado de una abstracta seducción simulada. Se trata de la naturalización de una huida infinita de nosotros mismos, del otro, a través de la acumulación de imágenes que se diluyen a cada instante. La acumulación como antesala de la competición de cuerpos que se consumen —compulsivamente—, en un intento vano de encontrarse, de llenar el vacío generado por la disrupción digital en nuestra humanidad. Haciéndonos pedazos, literalmente.
Circe
And one kiss I had of her mouth,
as I took the apple from her hand.
But while I bit it, my brain whirled
and my foot stumbled; and I felt
my crashing fall through the tangled
boughs beneath her feet
(Dante Gabriel Rosetti, The Orchard Pit)
En el cuento de Cortázar inspirado por el canto X de la Odisea, que forma parte de Bestiario (1951), habita una tensión poderosa entre miedo y deseo, amor y muerte. Esta misma tensión es la que anima la necropolítica tecnológica que modela nuestros impulsos hoy. Llamarlos deseos e incluso decisiones, sería concederles un margen que dicha tensión imposibilita; de ahí que lo que supuestamente se expresa como potencia acumulativa y competición a través de apps y de “redes sociales”, no sea sino la expresión de una impotencia absoluta, condicionada por la precarización de nuestras vidas.
En el mito griego y el cuento de Cortázar, por ende, Circe/Delia se rebela contra las imposiciones patriarcales, la magia —la creatividad— invade lo cotidiano, como una rebelión frente a lo establecido. Una potencia que transforma en real una posibilidad, aunque finalmente acabe atrapada por esta y sea víctima de esa tensión que confunde amor y muerte, deseo y miedo, a manos de Odiseo/Mario, el logos patriarcal. Es lo que nos sucede ante la máquina —el logos patriarcal digital contemporáneo— la supuesta potencia de la rebeldía y su energía capturadas y reprogramadas para servir a la necropolítica digital patriarcal, colonial, capitalista.
Complicándolo aún más, en El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas, la socióloga marroquí Eva Illouz sostiene que el deseo es capturado por la subjetividad neoliberal, en la tiranía de falsas elecciones que son siempre la misma, determinadas por el neurocapitalismo neoliberal. Para Illouz, tratamos nuestro cuerpo como una mercancía en un volátil, desvinculado y desarraigado mercado en el que dichas mercancías compiten. Este mercado neuroliberal capitalista, patriarcal y colonial, se expresa, además, a través de la afirmación de una libertad individual que niega a los otros, destruyendo cualquier posibilidad de reciprocidad, horizontalidad y empatía. Acabando con la posibilidad de aprender del otro, de devenir otro, en palabras de Deleuze y Guattari.
No existe potencia sin cambio y no hay cambio sin deseo de cambiar
Se instaura el tóxico imperio de la desigualdad, la esquizofrenia aliada al capitalismo cognitivo, la tecnología y el consumo de todo cuanto pueda ser consumido, adictivamente. Todo puede consumirse pero no consumarse, ya que la competición por la acumulación de pedazos digitales que compongan una suerte de movimiento ilusorio en nuestra biografía “íntima” virtual —confundida plenamente hoy día con la material—, requiere una actualización de estado constante. La ruptura de cualquier temporalidad o espacialidad transforma los vínculos sociales, los afectos, en esas pasiones tristes, esa afección negativa que nos somete, despojándonos de nuestra potencia, de nuestro poder.
A la manera de Spinoza, y de uno de sus mejores lectores, Deleuze, no existe potencia sin cambio y no hay cambio sin deseo de cambiar. Hacer nuestro el deseo, reconocer al otro en nosotros mismos y a nosotros en el otro, en los otros, crear y recrear reciprocidades y horizontalidades, coresponsabilidades, entender que nuestra libertad se construye con la de los otros, que se nutren unas de otras, que nuestra libertad no puede construirse sobre la de los demás, es la única posibilidad de huir de una muerte en vida, de superar el miedo, la condición necesaria para nuestra existencia, nuestra re(e)xistencia, que diría el antropólogo brasileiro Eduardo Viveiros de Castro. Devenir orquídea y avispa, devenir otre.