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Tecnopolítica
Robots
¿Para qué sirve la máquina, una vez desvelado que su funcionalidad comunicativa es apenas la excusa, el elemento superficial? Y ligado a lo anterior, ¿qué constituye a un cuerpo, a qué podemos llamar social?
Le debemos el término Robot al escritor checo Karel Kapec. Cuando niño, Kapec estaba ensimismado con los autómatas que desde el siglo XVII, tañen las campanas en el reloj astronómico de Praga. En su obra teatral de 1921 R.U.R. Robots Universales de Rossum, que podríamos traducir semánticamente como Esclavos de razón universal, el autor distingue autómata de robot (esclavo, en checo), dotando a estos de raciocinio, lo que hará que se rebelen en la fábrica en la que trabajan. Un tema recurrente en múltiples distopías en las que la máquina “replica” la condición humana, al tiempo que esta se robotiza, esclavizándose. Algo así como la conciencia-para-sí de la Inteligencia Artificial, que instauraría el dictat del proletariado digital maquínico en una república popular datificada y alimentada por un alienado hedonismo.
Ahora que los teatros y los parlamentos están vacíos, que diría Walter Benjamin, estamos a solas con la máquina. Cabría preguntarse hasta qué punto esta intimidad y su envés falo-logo-centrado digitalmente, nos constituye en estos días de exacerbada bio-psico-tecno-política sobre los cuerpos.
Leía días atrás un artículo de la periodista brasileña Eliane Brum en el que defendía que no estamos distanciados socialmente, sino físicamente, corporalmente. Pero, ¿qué es social, qué nos torna sociales hoy?
Siguiendo los mensajes en las llamadas redes sociales, muchos de ellos expresan las ganas de abrazarse cuando todo esto acabe; celebrar el contacto en definitiva: “ríete tú del verano del amor de los hippies”, decía una amiga en la mayor red social de Internet, como si algo muy importante faltase, algo que la máquina no puede suplir, aparentemente.
Digamos que el contacto físico nos constituye, que la máquina no es suficiente. Si esto es así, la máquina entonces no debe tener una función comunicativa, al menos a un nivel profundo, de aprendizaje profundo.
¿Para qué sirve entonces la máquina, una vez desvelado que su funcionalidad comunicativa es apenas la excusa, el elemento superficial? Y ligado a lo anterior, ¿qué constituye a un cuerpo, a qué podemos llamar social?
Aunque pareciera lo contrario, las acciones (performances) de los niños ante la máquina son más coherentes con la naturaleza semiótica de esta que las de los adultos
Es interesante ver cómo niños y adultos se comportan en las videollamadas. Los adultos oponemos la significación, el relato, una cierta mise-en-scène (un fondo con estanterías, una cocina, la sala...). Los niños se mueven con el dispositivo, se lo acercan a la cara, hacen gestos, gritan, ríen, saltan, hablan todos a la vez. Aunque pareciera lo contrario, las acciones (performances) de los niños ante la máquina son más coherentes con la naturaleza semiótica de esta que las de los adultos. Los niños ajustan las velocidades, las intensidades, el torrente de imágenes en el juego, la máquina es un instrumento para la performance antes que para la puesta en escena de un lenguaje organizado, para la significación.
El juego opera como una apropiación de la máquina a la que se le exprimen todas las posibilidades lúdicas. Es el juego el que subjetiva la máquina y abandona esta cuando las posibilidades lúdicas de la videollamada se agotan o los padres insisten: “deja de hacer tonterías al teléfono y cuelga ya”.
Ejerciendo una apropiación de la máquina que altera su función, los niños quieren jugar como juegan habitualmente con sus amigos, físicamente, en el patio, en el parque, explotan comunicativamente las posibilidades de la máquina, de la potencia de esta, al límite. Por contra, los adultos estamos absolutamente subjetivados por esta. La imagen del teletrabajador con chaqueta y corbata en el plano que entra a vídeo y los pantalones del pijama fuera de éste es bastante reveladora de ello. La máquina nos condiciona, sus velocidades, sus composiciones, sus intensidades nos modelan, antes incluso que el lenguaje, condicionando éste, aquello que Gilles Deleuze y Félix Guattari llamaban devenir-máquina.
La imagen del teletrabajador con chaqueta y corbata en el plano que entra a vídeo y los pantalones del pijama fuera de éste es bastante reveladora de ello. La máquina nos condiciona, sus velocidades, sus composiciones, sus intensidades nos modelan
Pero no devenimos-máquina, los fragmentos semióticos que circulan viralmente por la red, siquiera funcionan como significante de hibridez digital alguna. Como muestra, la contaminación, el ruido y la toxicidad que genera se ha llevado estos días de la pantalla a la ventana y los balcones. También la solidaridad y los reconocimientos. Todo ello está siendo una extensión de aquella para bien y para mal.
Esos fragmentos, esas miríadas de constelaciones compuestas por memes, audios, vídeos, hashtags, comentarios, enlaces..., están huérfanos por el momento de un relato que consiga amalgamarlos, aunque con el serio auge de lo nacional-popular ganando enteros en la candidatura. Los aparentes juegos binarios de suma cero que alimentan el confinamiento estos días, nos hablan del elevado coste ético para los derechos fundamentales y del impacto biopolítico de los artefactos tecnológicos, ofrecidos como respuesta totalitaria a las propias ecologías del miedo que desde ellos se implementan.
La incógnita atrás de la falaz ecuación, del trueque, entre una libertad y dignidad abstractas, jamás expresadas materialmente, y una seguridad inmunitaria concreta cristalizada en el diseño de los algoritmos de apps de control tecnobiopsicopolítico, no puede despejarse sin tener en cuenta cuestiones como la distribución material, neuronal, cognitiva y afectivamente, de recursos de toda índole, cuya carencia y ausencia atraviesan nuestros cuerpos y mentes, modelando nuestro deseo. Es sobre las nuevas cartografías que circunscriben éste sobre las que deben desplegarse las insurrecciones por venir, que coloquen el cuerpo, la vida, las interacciones e intra-acciones, el concepto es de Karen Barad, de todos los sistemas vivos, descentradamente, en el medio, frente a este capitalismo-desastre y sus consecuencias.