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Sistémico Madrid
Vall Esquerda, yo como pienso y engordo
El mayor productor de carne del país, propiedad de la familia catalana Vall, pasa desapercibido a ojos de personas y animales en un edificio de rancio abolengo del barrio de Salamanca de Madrid.
Núñez de Balboa 35 no es un centro de despiece porcino ni un matadero donde se sacrifican 16.000 animales al día, como el de Ejea de los Caballeros. Es un edificio de oficinas con aire retro, bien iluminado y mejor ubicado. Pero si yo tuviera que liberar mi rabia por el obeso-mórbido y deshumanizado devenir (y porvenir) del sector cárnico español, plantaría mis reales en la planta cuarta de este edificio. El final de ese río de dinero que genera el negocio de la carne de cerdo en España está aquí, lo pone en un cartel de la entrada: Vall Companys SA, 4ºA, líder del sector en España. Tres plantas por encima de una tienda de accesorios de lujo para mascotas, tres plantas por debajo de la embajada de Suiza. Una mina de oro, paletilla y vísceras en el corazón del barrio de Salamanca de Madrid.
Nada me impide confundirme con los empleados que bajan, fuman, chatean y suben de nuevo. Ninguno va a las oficinas de Vall Companys, un conglomerado de empresas que mueve 2.000 millones de euros pero que nadie sabe de verdad a cuántos trabajadores ocupa. Unos son autónomos, otros temporales procedentes de ETT y otros muchos, pequeños productores que les venden su cabaña. En mayo, los sindicatos pactaron la regularización de 500 falsos autónomos que operan en el citado matadero Cinco Villas de Ejea (Zaragoza). El sector necesita asear su imagen para contrapesar la mala fama.
Para los hermanos Vall Esquerda, los dueños del emporio, el margen de mejora es total, ya que no se les conoce el rostro. En la era de las redes sociales y los drones que reconocen las facciones desde 70 metros de altura, nadie ha publicado nunca una foto suya. Solo se sabe que son tres —Óscar, Meritxell y José— y que poseen mataderos, plantas de corte y confección de carne a medida de la gran distribución, harineras, fábricas de pienso, secaderos de jamón, inmuebles en alquiler, fincas y sicav.
También se sabe que ubican sus empresas más grandes en Lleida y Zaragoza, las que heredaron tras la muerte de su padre, José Vall Palou, en octubre de 2015. Él las había recibido a su vez de su padre, José María Vall Companys, que, como en el cuento de la lechera, pasó de la agricultura extensiva a fabricar harinas, y luego piensos, y después a criar pollos, y finalmente a matar cerdos, hasta convertirse en el primer productor de carne porcina de Europa. Tres meses antes de morir, Vall Palou constituyó tres empresas en Madrid —Cava Roure SL, Noma 2015 SL y Spirit Capital SL—, las firmas que los Vall Esquerda usan para repartirse Inversions Fenec SL, un holding que consolida activos de 1.400 millones de euros, también radicado en la misma oficina desde 2018.
Porque un cerdo industrial, cuando le llega la hora fatal, pesa lo mismo que 80 pollos y consume 100 veces más agua, más fármacos y más maíz, la industria porcina es una de las más destructivas para un territorio. Y en España no deja de crecer en uso de tierras para producir comida para animales y en recursos (combustible, agua, fertilizantes, plaguicidas, antibióticos…).
Me he hecho crudivegana al quinto párrafo y me ha durado solo una frase. En abril de 2019 nació Zyrcular Foods, una sociedad que distribuye productos de proteína vegetal, entre ellos las hamburguesas de origen vegetal Beyond, que saben igual que las de carne. Aplauso para el que bautizó esta empresa para regocijo de veganos y animalistas, porque su domicilio social está en la calle Núñez de Balboa 35 y es propiedad de los Vall Esquerda.
Una vieja amiga con memoria indeleble de historiadora curtida en el gimnasio y en los mejores bares me ha recordado estos días que, cuando bajaba hacia el instituto por la calle Goya, en la esquina con Núñez de Balboa casi vivía allí apostado un falangista que vendía retratos de Franco y José Antonio, pegatinas franquistas junto a puños americanos y camisetas de Skrewdriver y Combat 64. Sus dientes marronáceos, cosidos por el sarro, asomaban cuando los viejos del barrio se paraban a hablar con él. ¿Se habrá muerto? En esa esquina hoy venden retratitos de Tintín. Desde luego…, qué falta de visión comercial.
(sede de la redacción de El Salto).