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Sidecar
Mitologías tecnológicas ucranianas de la imaginación liberal
En un acto celebrado en Washington el pasado martes 23 de mayo, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el nuevo Ministerio de Transformación Digital de Ucrania hicieron una extraordinaria declaración ante el pueblo estadounidense. A los contribuyentes estadounidenses se les dijo que ahora eran «inversores sociales» en la democracia ucraniana.
Enfundado en el uniforme de Silicon Valley (vaqueros, camiseta y micrófono con auriculares) y pavoneándose por el escenario como si estuviera impartiendo una apasionada charla TED, el ministro de Transformación Digital ucraniano, Mykhailo Fedorov, de 31 años, explicó las numerosas características de la pionera aplicación móvil del país. Gracias a Diia, dijo, Ucrania se gestionará menos como un país y más como una empresa de tecnologías de la información y pronto se convertirá en «el Estado más cómodo del mundo». La administradora de USAID, Samantha Power, se hizo eco de esta aspiración, señalando que Ucrania, conocida desde hace tiempo como el granero del mundo, estaba ahora «haciéndose famosa por un nuevo producto […] un código abierto, un bien público digital que donará a otros países». Esto se conseguirá gracias a la asociación transatlántica entre ambas naciones. «Estados Unidos siempre ha exportado democracia», afirmó Fedorov, «ahora exporta digitalización».
Cuando Volodimir Zelensky fue elegido presidente en 2019, prometió transformar Ucrania en un «Estado contenido en un smartphone», haciendo que la mayoría de los servicios públicos estuvieran disponibles en línea. Una agenda de digitalización de este tipo prácticamente no tenía precedentes, empequeñeciendo a «e-Estonia» tanto en la velocidad de su despliegue como en la escala de su ambición. La joya de la corona del programa era Diia, aplicación lanzada en febrero de 2020 con un amplio apoyo de USAID. Al parecer, los fondos estadounidenses ascendieron a 25 millones de dólares solo para «la infraestructura que sustenta Diia». Otras subvenciones proceden del Reino Unido, Suiza, la Fundación Eurasia, Visa y Google. La aplicación la utilizan ahora unos 19 millones de ucranianos, aproximadamente el 46 por 100 de la población del país antes de la guerra.
La aplicación ofrece servicios como «el registro de empresas más rápido del mundo», donde «sólo se necesitan dos segundos para convertirse en empresario»
Diia significa «acción» en ucraniano y la palabra también funciona como acrónimo de «el Estado y yo» (Derzhava i ia). La aplicación destaca por su variedad de funciones. Permite a los ucranianos acceder a numerosos documentos digitales, como documentos de identidad, pasaportes biométricos extranjeros, permisos de conducir, matrículas de vehículos y números de seguro y de identificación fiscal. Ucrania afirma que es el primer Estado del mundo con un documento de identidad digital válido en todo el país. La aplicación también ofrece diversos servicios, como «el registro de empresas más rápido del mundo», donde «sólo se necesitan dos segundos para convertirse en empresario» y «30 minutos para fundar una sociedad de responsabilidad limitada». Diia puede utilizarse para pagar deudas o multas, recibir certificados de vacunación Covid y obtener diversos documentos y servicios relacionados con el nacimiento de un hijo, a través de eMalyatko («eBaby»). Para garantizar la adopción generalizada de la aplicación, el gobierno produjo una miniserie con conocidas estrellas del cine ucraniano, creando lo que Fedorov llama «el Netflix de la educación», sobre todo para los habitantes de zonas rurales y las personas mayores.
Diia ha puesto en marcha una serie de funciones de «inteligencia civil». Con Diia eVorog («eEnemigo»), los civiles pueden utilizar un chatbot para informar de los nombres de los colaboradores rusos
Tras la invasión rusa, se ampliaron las competencias de la aplicación. Diia empezó a permitir a los usuarios solicitar certificados de desplazado interno, así como prestaciones estatales (los desplazados internos reciben una suma mensual de 2.000 grivnas, equivalente a unos 60 euros). Cuando las fuerzas rusas destruyeron numerosas torres de televisión, Diia puso en marcha servicios de radiodifusión para garantizar un flujo ininterrumpido de información procedente de fuentes de noticias ucranianas. Los ucranianos también pueden registrar los daños materiales causados por los ataques militares rusos, que, según el gobierno, servirán para orientar la reconstrucción del país una vez concluida la guerra.
Más allá de la introducción de estos útiles servicios de guerra, Diia ha puesto en marcha una serie de funciones de «inteligencia civil». Con Diia eVorog («eEnemigo»), los civiles pueden utilizar un chatbot para informar de los nombres de los colaboradores rusos, los movimientos de las tropas rusas, la ubicación del equipo enemigo e incluso los crímenes de guerra rusos. Estos informes se procesan a través de los servicios de apoyo de Diia; si se consideran fiables, se envían al cuartel general de las fuerzas armadas ucranianas. A primera vista, la interfaz parece la de un videojuego. Los iconos son objetivos y cascos militares. Cuando los usuarios envían un informe sobre la ubicación de tropas rusas, aparece un emoji de músculos flexionados. Cuando envían documentación sobre crímenes de guerra, los usuarios hacen clic en el icono de una gota de sangre.
Diia forma parte de un ejercicio de construcción de marca nacional más amplio, que pretende posicionar a Ucrania como una potencia tecnológica forjada en la guerra. De acuerdo con la mitología nacional emergente, Ucrania ha poseído desde hace largo tiempo conocimientos y talento tecnológicos, pero su trayectoria se vio frenada por la inferioridad de la ciencia soviética y, más recientemente, por Rusia y su cultura de la corrupción.
Esta retórica no es en absoluto nueva en Europa del Este. Varias ciudades, entre ellas Vilnius y Kaunas en Lituania, Sofía en Bulgaria y Constanta e Iasi en Rumanía, se han jactado de tener la internet más rápida del mundo. Hace poco más de una década, Macedonia inauguró un ambicioso proyecto, abandonado desde entonces, que llevó el servicio de internet de banda ancha al 95 por 100 de los habitantes del país. Estonia, por su parte, como es bien sabido, adoptó las tecnologías de la información tras su independencia y puso en marcha la publicitada iniciativa e-Estonia, que colocó en línea la mayoría de los servicios públicos, así como el voto.
Más recientemente, el pequeño país de Montenegro aspira a convertirse en el «primer Estado del mundo orientado a la longevidad» mediante el fomento de la inversión en tecnología sanitaria, biotecnología de la longevidad, biología sintética y biofabricación. Encabezado por Milojko Spajić, líder del partido Europa ¡Ya!, que se hizo con la presidencia el pasado mes de abril, la implementación de una serie de programas pretenden transformar Montenegro en un «eje estratégico de las criptomonedas» (Vitalik Buterin, creador de Ethereum, acaba de obtener la ciudadanía montenegrina). Durante la presentación visual del pasado martes, caracterizada por la estética y el espíritu del lanzamiento del iPhone de Steve Jobs de finales de la década de 1980, Fedorov y Power anunciaron que para 2030 Ucrania pretende haberse convertido en el primer país capaz de prescindir totalmente del dinero en efectivo y de disponer de un sistema judicial gobernado por la inteligencia artificial.
El experto en comunicación global Stanislav Budnitsky ha escrito mucho sobre e-Estonia y el nacionalismo en la era digital. Al evaluar el valor de estos servicios en línea, subraya la importancia de separar lo tecnológico de lo mitológico. Las tecnologías como Diia tienen ventajas evidentes, sobre todo para los desplazados internos y los refugiados, pero la mitología que las acompaña requiere un examen más detenido.
Por ejemplo, Diia se ha promocionado ampliamente como antídoto contra la corrupción, notoriamente extendida en Ucrania. La aplicación promete reducir drásticamente los sobornos eliminando a los funcionarios de bajo nivel, que están bien posicionados para exigir un pago a cambio de ciertas tareas esenciales. Diia también introduce «aleatoriedad» en la asignación de casos judiciales, lo cual, en opinión de los entusiastas de la aplicación, reducirá la corrupción existente en el poder judicial. Como señaló Zelensky en una reciente cumbre de Diia, «un ordenador no tiene amigos ni padrinos y no acepta sobornos». Sin embargo, aunque Diia puede ayudar a reducir la corrupción de bajo nivel, hará poco para hacer frente a sus manifestaciones más enormes y perjudiciales, como la simbiosis de larga data existente en Ucrania entre sus oligarcas y el Estado ucraniano. A menudo, la mitología tecnológica sólo sirve para ocultar los problemas políticos más acuciante e intratables.
Diia es más que una aplicación: es en estos momentos «la primera ciudad digital virtual del mundo»: un entorno fiscal y jurídico único para las empresas tecnológicas radicadas en Ucrania». Las empresas tecnológicas «residentes» en la ciudad de Diia disfrutan de un régimen fiscal preferente. «Se trata de uno de los mejores regímenes fiscales y jurídicos del planeta», afirmó Zelensky; un lugar «donde se habla el idioma de la inversión de capital riesgo». Los residentes de Diia City también se beneficiarán de un «modelo de empleo flexible», que incluye la introducción de «contratos instantáneos» precarios, hasta ahora inexistentes en Ucrania.
Quizá lo más sorprendente de la retórica suscitada en torno a Diia es que su solucionismo tecnológico inspirado en las aplicaciones sea tan anacrónico
Ahora USAID quiere exportar Diia a otros «países socios» de todo el mundo; en palabras de Power, «para ayudar a que otras democracias también entren en el futuro». En el Foro Económico Mundial (FEM) de enero, Power anunció que se aportarían 650.000 dólares adicionales para «impulsar» la creación de infraestructuras prefabricadas que permitan implantar Diia en otros países. En la presentación del pasado martes, Power dijo que entre ellos se incluirían Colombia, Kosovo y Zambia. Este esfuerzo mundial se basa en la estrategia digital 2020-2024 de USAID, publicada durante las primeras semanas de la pandemia de la Covid-19. (No es de extrañar que los conspiracionistas tiendan a vincular a Diia con el llamado «Great Reset»: una iniciativa del FEM que pretende reconstruir la confianza en el capitalismo global, promoviendo asociaciones «multipartitas», que unan a los gobiernos, al sector privado y a la sociedad civil «en todos los ámbitos de la gobernanza global»).
Quizá lo más sorprendente de la retórica suscitada en torno a Diia es que su solucionismo tecnológico inspirado en las aplicaciones sea tan anacrónico. Un reciente vídeo, que presenta al mundo el sector informático ucraniano, parece pertenecer a una época más sencilla y optimista. «La informática es libertad», dice el narrador. «Todo lo que necesitas es un ordenador para inventar una gran variedad de cosas». Un entrevistado explica que el primer ordenador de Europa continental se construyó en Ucrania. «Había muchos especialistas con talento en Ucrania, pero las fronteras estaban cerradas y la iniciativa privada era ilegal en su mayor parte». Mientras pronuncia estas palabras, en la pantalla aparecen imágenes del puente Golden Gate, Ronald Reagan y el logotipo de Pepsi.
Se trata de la trillada retórica de 1989 unida a una ideología californiana exhausta. La idea de que Twitter iba a llevar la democracia a Oriente Próximo ya estaba rancia hace más de una década. Cuando el Departamento de Estado de Hilary Clinton introdujo la noción de «diplomacia digital», que se vio aderezada por las declaraciones de su alto asesor en innovación, quien afirmó ante la OTAN que «el Che Guevara del siglo XXI es la Red», el discurso ya sonaba a hueco. Pero en 2023, en un momento en el que los bancos se hunden en Silicon Valley, los puestos de trabajo tecnológicos se pierden por cientos de miles y San Francisco está en un declive aparentemente terminal, esta fe inquebrantable en la prosperidad impulsada por las aplicaciones suena más que ingenua. Refleja el empobrecimiento de la imaginación liberal-democrática occidental incapaz de ofrecer una visión convincente o deseable del futuro, dentro o fuera de internet. En este mundo caracterizado por el pensamiento imperial, la retórica de la libertad de la Guerra Fría ha sido sustituida por la débil promesa de la comodidad.