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Frutos amargos de la Revolución Verde

Como ha sucedido en otros países del Tercer Mundo, en la India la Revolución Verde sirvió para contener la creciente demanda de reformas agrarias de carácter socialista.
M. S. Swaminathan
M. S. Swaminathan.Foto: India Economic Summit 2010
12 dic 2023 06:48

Cuando M. S. Swaminathan falleció el pasado 28 de septiembre a la edad de 98 años, la prensa internacional concurrió en elogiarle como el arquitecto indio de la Revolución Verde. A finales de la década de 1960, Swaminathan había desempeñado un papel clave en la autosuficiencia de la agricultura india mediante la introducción de un nuevo paquete de insumos intensivos en capital: semillas de alto rendimiento, maquinaria agrícola, sistemas de riego, pesticidas y fertilizantes. The Economist lo alabó como «el hombre que alimentó a la India»; The New York Times lo reconoció como «el científico que ayudó a vencer el hambre»; y The Times of India, el diario en inglés más popular del país, dedicó una página entera a diversas viñetas hagiográficas: «Allí donde Swaminathan pisaba... la tierra se volvía verde».

La historia, sin embargo, no es exactamente así. En las dos semanas anteriores a la muerte de Swaminathan, tres pequeños agricultores del estado septentrional de Punyab se suicidaron. Los tres estaban muy endeudados. Los tres habían ingerido pesticidas. En los últimos años, miles de personas se han suicidado de forma similar en Punyab, el manantial nacional de la Revolución Verde. Se desconocen las cifras exactas, aunque el sindicato de agricultores Bhartiya Kisan Union (Unión de Agricultores Indios, [Rajewal]) calcula en torno a 90.000 suicidios cometidos entre 1990 y 2006. Pero aunque las estadísticas son dispares, no lo es el consenso sobre el principal motor de las muertes: el endeudamiento endémico, agravado cada vez más por el deterioro ecológico del campo punyabí. Las semillas de esta tragedia se sembraron bajo la supervisión de Swaminathan en el punto álgido de la Guerra Fría.

Swaminathan alcanzó la mayoría de edad durante la hambruna de Bengala de 1943, cuando el saqueo colonial británico acabó con la vida de entre dos y tres millones de personas. Inspirado por el sueño de un país libre de hambrunas, abandonó su carrera planeada en medicina para dedicarse a la investigación agrícola. Tras años de estudio del cultivo y la genética de las plantas en Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, el punto de inflexión de Swaminathan se produjo en 1962, cuando invitó a la India al agrónomo estadounidense Norman Borlaug. Durante casi dos décadas, Borlaug, a quien Swaminathan había conocido a principios de la década de 1950 durante una estancia en la Universidad de Wisconsin, había dirigido programas de mejora genética del trigo en México. Patrocinados por la Fundación Rockefeller, sus experimentos habían producido una variedad híbrida semienana, cuyos tallos cortos y gruesos eran adecuados para soportar las rápidas ganancias inducidas por los fertilizantes químicos.

Borlaug llegó a la India en marzo de 1963, habiendo dejado un reguero de sus «semillas milagrosas» por los territorios asolados por el hambre de América Latina, Egipto, Libia y Pakistán. Mientras estallaban diversos motines de subsistencia en la India, Swaminathan y Borlaug recorrieron el cinturón de trigo septentrional, que atraviesa los estados de Punyab, Uttar Pradesh y Bihar. El pronóstico de Borlaug fue optimista. Habiendo suministrado algo más de una tonelada de semillas durante este viaje, envió aún más cantidades desde México en otoño, pero con la advertencia de que las semillas en sí eran sólo un «catalizador». Para optimizar su rendimiento sería necesario introducir «un paquete completo de tecnología moderna». Borlaug sabía que era más fácil decirlo que hacerlo. Entre el paquete y su aplicación se interponían los «santuarios intocables y sagrados» del Estado nehruviano, especialmente la Comisión de Planificación.

En 1966, su sucesora, Indira Gandhi, hija de Nehru, devaluó rápidamente la rupia el 37 por 100 y abrió cuarenta y dos sectores industriales, incluidos los fertilizantes, a la inversión extranjera

Durante la siguiente cosecha, Swaminathan, que trabajaba en el Indian Agricultural Research Institute, organizó demostraciones espectaculares de los cultivos de mayor rendimiento en granjas modelo de ciento cincuenta pueblos. Los nuevos aumentos de la productividad tuvieron un efecto arrebatador en los agricultores indios, como lo habían tenido en México. Miles de personas hicieron cola para ver los resultados en las granjas de experimentación de Swaminathan. Pero las semillas aún no estaban disponibles para la venta comercial. Bajo la supervisión de Nehru, el Ministerio de Agricultura estaba sumido en un prolongado estancamiento político. Poco después de la independencia, la Comisión de Planificación había enviado sucesivas delegaciones para estudiar las incipientes granjas cooperativas de China. Inspirado por el éxito inicial de Mao, Nehru, que acababa de encarcelar y masacrar a toda una generación de comunistas, empezó a pensar en impulsar desde arriba la agricultura cooperativa. Sus ministros, sin embargo, se negaron a llevar a cabo incluso modestas reformas agrarias, dando prioridad, en cambio, a los intereses de la pequeña nobleza terrateniente. Como resultado de este punto muerto, el gobierno del Partido del Congreso se hizo cada vez más dependiente del programa estadounidense PL-480 para hacer frente al creciente déficit de cereales alimentarios de la India. En 1964 las importaciones de trigo habían alcanzado la cifra récord de 6,4 millardos de toneladas. En mayo, la prematura muerte de Nehru puso fin a la mencionada situación de estancamiento. Su sucesor, Lal Bahadur Shastri, transfirió discretamente las competencias políticas de la Comisión de Planificación a los distintos Ministerios. Luego, invirtiendo las prioridades de su predecesor –los planes de Nehru se habían centrado en la industria en detrimento de la agricultura–, Shastri puso al frente del ministerio de Alimentación y Agricultura al ministro del Acero y Minas, C. D. Subramaniam, bien conocido por su oposición a las reformas agrarias y al control de precios, quien pidió ayuda a Swaminathan.

En 1980 el número de jornaleros sin tierra, predominantemente dalits, había aumentado hasta casi el 40 por 100 del total de la mano de obra agrícola

Mientras el científico aceleraba sus ensayos, el político redactaba una ambiciosa revisión integral de la agricultura india. La propuesta de Subramaniam de industrializar la agricultura y frenar el crecimiento demográfico, consistente en un paquete de políticas de semillas y fertilizantes, créditos y anticonceptivos, fue rápidamente rechazada en el Parlamento. Pero una inesperada sucesión de sequías consecutivas en 1966 dio nueva vida a los planes de Subramaniam. Mientras el campesinado indio se tambaleaba tras otra serie de malas cosechas, el recién investido presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, decidió tomar cartas en el asunto. Amenazando con detener los envíos de ayuda alimentaria, condicionó la renovación del contrato PL-480 firmado con la India al compromiso del país con la futura liberalización. Las reformas internas de Shastri ya habían preparado la maquinaria estatal india para la plena adopción de las fuerzas del mercado. En 1966, su sucesora, Indira Gandhi, hija de Nehru, devaluó rápidamente la rupia el 37 por 100 y abrió cuarenta y dos sectores industriales, incluidos los fertilizantes, a la inversión extranjera, mientras ponía en marcha un nuevo paquete de medidas en pro de introducir una agricultura intensiva en capital.

Tan impresionados quedaron los estadounidenses con estas nuevas medidas agrarias que pronto las recomendaron al Banco Mundial como modelo para «la economía nacional de la totalidad de los países en vías desarrollo». En palabras de Harriet Friedmann y Philip McMichael, la hegemonía estadounidense era esencialmente un «régimen alimentario»; las relaciones de producción y consumo de alimentos eran fundamentales para el despegue del sistema de acumulación capitalista dirigido por Estados Unidos en el Tercer Mundo.

A los pocos meses de la aprobación de esta estrategia por la primera ministra Indira Gandhi, decenas de ingenieros agrónomos procedentes de las universidades estatales de Ohio, Carolina del Norte y Michigan llegaron a la India para formar a estudiantes e investigadores en el Punyab. Se organizaron nuevas ferias agrícolas por toda la región para difundir el uso de fertilizantes, dar a conocer los tractores y los pozos entubados y presentar las semillas de alto rendimiento. Para popularizar estos nuevos insumos, el gobierno del Partido del Congreso ofreció a los agricultores del Punyab tarifas subvencionadas, préstamos baratos y, lo más importante, la garantía de un «precio mínimo de apoyo» en los mercados controlados por el Estado.

En una década, la Revolución Verde transformó el Punyab en el granero de la India y en su provincia más rica, y el país pasó de depender de las importaciones a autoabastecerse de arroz y trigo. A pesar de ocupar menos del 2 por 100 de la superficie geográfica del país, a mediados de la década de 1970 el Punyab producía el 75 por 100 del trigo y el 45 por 100 del arroz indios. Mientras recorría la región en 1975, S. H. Whitewater, director de agricultura de Michigan State University, afirmó lo siguiente: «El mayor progreso de todos los tiempos en desarrollo agrícola no se ha producido en Estados Unidos, sino en el Punyab». Por sus servicios, Swaminathan recibió una serie de distinciones internacionales, entre ellas el cuarto y el tercer galardón civil más importante de la India (el Padma Shri y el Padma Bhushan), así como la incorporación a la Royal Society, la National Academy of Sciences de Estados Unidos y la Academia de Ciencias Agrícolas V. I. Lenin de la URSS.

En el Parlamento, el Partido del Congreso consiguió consagrar la Revolución Verde como un éxito nacionalista, pero en el campo del Punyab las ilusiones decoloniales de la soberanía alimentaria de la India eran evidentes

Pero la acumulación de riqueza en un polo del Punyab vino acompañada de la acumulación de miseria en el otro. La nueva ola de mecanización expulsó en masa a los arrendatarios y aparceros. En 1980 el número de jornaleros sin tierra, predominantemente dalits, había aumentado hasta casi el 40 por 100 del total de la mano de obra agrícola. Entretanto, para seguir siendo competitivos, los pequeños agricultores se vieron obligados a endeudarse enormemente para adquirir nuevos insumos. Entre 1971 y 1981 las pequeñas explotaciones (entre media y una hectárea) disminuyeron el 23,3 por 100, mientras que las explotaciones marginales (menos de media hectárea) se redujeron aún más drásticamente, el 61,9 por 100. En 1975 el 75 por 100 de todas las tierras agrícolas y los bienes muebles del Punyab rural pertenecían al 10 por 100 de los agricultores más ricos, la mayoría de ellos jat sikhs, aunque la creciente crisis tampoco perdonó a estas clases dominantes. En 1980, a medida que las relaciones federales entre el partido regional gobernante en Punyab, Shiromani Akali Dal (Supremo Ejército de Dios), y el régimen centralizado de Indira Gandhi conocían una elevada volatilidad, el precio mínimo de apoyo también empezó a fluctuar. En 1973-1974, los agricultores del Punyab habían vendido su trigo a 589 rupias por hectárea; en 1980, el precio se había desplomado más del 90 por 100, hasta tocar las 54 rupias. Cuando los agricultores del Punyab se negaron a llevar su trigo al mercado, Gandhi optó por importarlo de Estados Unidos a un precio considerablemente más alto. Casi el 40 por 100 de la población rural de Punyab había caído por debajo del umbral de la pobreza. La estrella de Swaminathan, mientras tanto, seguía ascendiendo. En un irónico giro de los acontecimientos, fue nombrado vicepresidente de la Comisión de Planificación.

Como ha sucedido en otros países del Tercer Mundo, en la India la Revolución Verde sirvió para contener la creciente demanda de reformas agrarias de carácter socialista. Ahora que era posible aumentar la productividad agraria sin alterar las relaciones de propiedad, los modelos tecnocráticos de Nehru para la agricultura cooperativa resultaban finalmente superfluos. Mientras tanto, los comunistas del Punyab, todavía obsesionados con la exigencia de reformas del modelo de propiedad de la tierra, no comprendieron la rápida evolución de la cuestión agraria. Cuando en 1972 se aplicó en el Punyab la ley sobre el límite máximo de tierras, que prohibía a las unidades familiares poseer más de 7 hectáreas de tierra fértil, el desmantelamiento del latifundismo, cuando tuvo éxito, sólo liberó a los pequeños propietarios para entregarlos al nuevo orden de dependencia del mercado. Los comunistas se encontraron en un dilema aún mayor cuando la Unión Soviética empezó a exportar sus propios tractores y ayuda tecnológica para contrarrestar la hegemonía estadounidense. Todavía en 1978, los cuadros del PCI y el PCI (M), por lo demás prosoviéticos, protestaban regularmente contra el uso de maquinaria soviética por parte del gobierno para desplazar a cientos de miles de aparceros y agricultores marginales, predominantemente dalits, radicados a lo largo de las orillas del río Sutlej. En el Parlamento, el Partido del Congreso consiguió consagrar la Revolución Verde como un éxito nacionalista, pero en el campo del Punyab las ilusiones decoloniales de la soberanía alimentaria de la India eran evidentes: los campos indios se habían plantado con semillas estadounidenses, multiplicadas en granjas de semillas patrocinadas por la Unión Soviética, utilizando tractores soviéticos.

Si esta secuencia histórica había comenzado con la invitación de Borlaug a la India por parte de Swaminathan, terminó exactamente dos décadas después, en 1982, cuando Swaminathan abandonó sus funciones de presidente del Comité Científico Asesor del Gabinete y se trasladó a Filipinas, donde se convirtió en director general del International Rice Research Institute (IRRI), dirigido por la Fundación Rockefeller. Su marcha pronto se convirtió en objeto de controversia internacional. Dado que los nuevos monocultivos de variedades de alto rendimiento resultaron ser susceptibles de sufrir las principales plagas tropicales, era necesario volver a cruzarlos periódicamente con cultivares autóctonos genéticamente superiores. En un sensacional artículo de portada, «The Great Gene Robbery», publicado por The Illustrated Weekly of India en marzo de 1986, el ecologista de Goa Claude Alvares alegaba que Swaminathan había «desertado» a Filipinas tras haber desempeñado un papel clave en la transferencia a Estados Unidos de un vasto banco de germoplasma de arroz indígena indio, que contenía en torno a 19.000 variedades.

Aunque el 86 por 100 de los hogares campesinos, incluidos los jats pobres, están muy endeudados, la perspectiva de unir a estos sectores empobrecidos parece cada vez más remota

La Indian Society of Genetics and Plant Breeding [Sociedad India de Genética y Mejoramiento Agrícola] no tardó en calificar el informe de conspiración malintencionada. En defensa de Swaminathan, un colectivo de ciento veintiún científicos del arroz afirmó que era práctica común transferir colecciones nacionales de germoplasma para preservarlas de posibles calamidades naturales. En 1987, mientras el campesinado filipino continuaba sus protestas masivas contra las «semillas del imperialismo» procedentes del IRRI, Swaminathan recibió el World Food Prize en su primera edición. Tres años después, estaba de vuelta en la India, reunido con Borlaug y Subramaniam en un acto público para conmemorar su heroica victoria sobre el hambre en el mundo.

En el Punyab, la Revolución Verde se estaba volviendo rápidamente marrón. En 1991 el 96 por 100 de la tierra cultivable del estado se había convertido en tierra de labranza; el 95 por 100 de su superficie total cultivada era de regadío; y la intensidad de los cultivos había alcanzado la asombrosa cifra del 176 por 100. Como resultado, la producción de cereales y los beneficios empezaban a estancarse, mientras que las tasas de endeudamiento se disparaban. Simultáneamente, el uso de fertilizantes y pesticidas químicos había degradado la calidad del suelo, contaminado y agotado las aguas subterráneas, exterminado las numerosas plantas de hoja verde que solían encontrarse en los campos y desencadenado nuevas epidemias de enfermedades genéticas y transmitidas por el agua, incluido el cáncer. Ahora estaba claro que los beneficios de la Revolución Verde se habían derivado tanto del uso de insumos intensivos en capital como del saqueo de la naturaleza. Los defensores de Swaminathan suelen culpar al uso «excesivo» de los nuevos insumos, citando sus propias previsiones sobre crisis medioambientales, si estos no se utilizaban con moderación. Pero olvidan que el propio uso intensivo de fertilizantes y pesticidas estaba determinado por el juego estructural de las fuerzas del mercado. Como ha demostrado con maestría Jason W. Moore, el ciclo de degradación medioambiental está coconstituido por el ciclo de acumulación capitalista. El sueño de una Revolución Verde sostenible siempre fue una contradicción.


A pesar de que hace tiempo que ha agotado su parábola, la Revolución Verde sigue marcando el discurso político en India, que ahora es el principal exportador de arroz del mundo (el año pasado produjo el 40 por 100 de la producción mundial) y se presenta como una «superpotencia agrícola». La actual celebración de Swaminathan como héroe nacional —no sólo por parte de líderes del Partido Popular Indio (BJP) o del Partido del Congreso, sino también de profesores comunistas y agrónomos progresistas– es un ejemplo de ello. Por supuesto, culpar únicamente a Swaminathan de las consecuencias perjudiciales de la Revolución Verde que ayudó a lanzar sería pasar por alto la naturaleza sistémica de la geopolítica y la economía política globales, así como sus propias intenciones, presumiblemente benignas, de aliviar el hambre y la inseguridad alimentaria.

No obstante, los elogios a Swaminathan son sin duda un síntoma de la hegemonía duradera de la Revolución Verde, como lo fueron las exitosas protestas masivas de 2020-2021 contra la propuesta del BJP de desmantelar los subsidios a los agricultores y fomentar una absorción corporativa de la agricultura india. Una coalición nacional de sindicatos de agricultores, el Samyukta Kisan Morcha (Frente de Agricultores Unidos, SKM), se unió contra la llamada «Segunda Revolución Verde» y durante un año organizó bloqueos de las principales cuatro autopistas de acceso a Nueva Delhi. Sin embargo, a pesar de sus tácticas militantes, las demandas de la coalición eran limitadas: principalmente, abolir las tres leyes agrícolas mercantilizadoras y privatizadoras aprobadas por el BJP y consagrar el precio mínimo de apoyo como un derecho legal.

Los sindicatos de izquierda del Punyab, sin embargo, pretendían delinear un programa más amplio. Intuían que estas reivindicaciones sólo devolverían al campesinado al viejo ciclo de la deuda y la enfermedad. En una serie de discursos memorables, los dirigentes de la Bharatiya Kisan Union (Unión de Agricultores Indios, [Ugrahan]), uno de los mayores sindicatos de izquierda, intentaron articular estas reivindicaciones como la vanguardia de una auténtica revolución en ciernes. Pero la iniciativa política naufragó rápidamente en medio de múltiples contradicciones. Aunque los sindicatos habían lanzado eslóganes eufóricos afirmando la unidad de agricultores y jornaleros en las inmediaciones de Nueva Delhi, en los campos del Punyab las rivalidades entre castas y las múltiples manifestaciones de la lucha de clases han vuelto a la normalidad.

Los dalits constituyen casi el 32 por 100 de la población del Punyab, pero poseen menos del 3 por 100 de sus tierras agrícolas. A pesar de la histórica victoria del SKM, sus demandas de mejores salarios se han topado constantemente con boicots masivos y agresiones físicas por parte de los agricultores jat predominantes. Aunque el 86 por 100 de los hogares campesinos, incluidos los jats pobres, están muy endeudados, la perspectiva de unir a estos sectores empobrecidos parece cada vez más remota. Los efectos del calentamiento global también están pasando factura: el año pasado una ola de calor primaveral redujo drásticamente las cosechas de trigo y provocó una escasez masiva de forraje de paja; este año, las inundaciones monzónicas arruinaron por completo las cosechas de arroz en todo el Punyab. Mientras tanto, los cambios parciales introducidos en la política de precios mínimos de apoyo sólo han servido para agravar la crisis ecológica. A principios de año, el gobierno del estado de Punyab empezó a ofrecer precios mínimos de apoyo a las leguminosas secas moong. Los agricultores, que ya tenían dificultades para no cosechar pérdidas, respondieron intentando obtener una tercera cosecha entre la del trigo, en abril, y la del arroz, en julio. Para acelerar la cosecha, los agricultores y jornaleros han recurrido al uso intensivo de Paraquat, un herbicida tóxico ampliamente prohibido en otras partes del mundo. Cuando aún así no pueden ganarse la vida, los desesperados lo ingieren.

Sidecar
Artículo original: Bitter Fruits, publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Véase Harriet Friedmann, «Los futuros de la agroganadería», NLR 138.

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