We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Sexualidad
Apuesta por el amor
El amor puede transformarse más allá de lo que cuentan las canciones. Porque, en realidad, más que ir nosotras detrás de ellas, ellas van detrás de nuestras nuevas formas de querernos.
Porque la vida, sin amor, no es nada”. Cantan Lolita y Lola, madre e hija, en una gala en Canal Sur, 1994. Imágenes de archivo con la mosca de YouTube para una siesta de verano, antes de que Lolita fuera la Lolita de hoy y mientras Lola era ya la Lola inmortal de siempre, pero se moría. Corte a: declaraciones de Lola, un fragmento de El coraje de vivir, memorias habladas, cantadas y documentadas con mucho material de archivo y producida por Antena3 también a mediados de los 90. Lola nos habla de cómo decidió “entregarse sexualmente” a una empresario, a cambio de dinero, en un hotel de Triana. “A pagar con mi cuerpo la deuda contraída”. Y cómo eso no era amor, por supuesto, nos puntualiza mirando a cámara, eye liner bien arriba.
El programa lo veo con mi tía en su casa, en la casa que fuera de mis abuelos. Las huellas familiares están cosidas aquí, los pasos perdidos. Mi tía mueve exactamente el abanico como lo hacía mi abuela: “Hay que ver qué inteligencia, pero encarnada, tenía esta señora”. Mi tía nombra, con sus propias palabras y sin saberlo, el saber situado de Donna Haraway. Desde la otra habitación suena el rumor del Tour, mi tío lo mira, mudo. O dormido. Termina la visita, trabajos de amor ganados. Me dieron de comer a cambio de intercambiar historias, de abrir la ventana, colocar unos potos, “que no llegamos ya, ni tu tío ni yo”, “mírame también la configuración de la tele antes de irte, hazme el favor, que no sé por qué ahora me salen los subtítulos de repente”.
Me viene a la memoria una de las frases más controvertidas de Haraway respecto al amor: “Haz vínculos y no bebés”. Haz tías y abuelas en vez de novios imbéciles podría ser otra versión de la cita
En la puerta, mi tía me regaña porque no he traído al niño. Que otro día no me venga directa desde el trabajo, que lo recoja y “se lo traiga” y “se lo deje” un rato. Mientras paso la mano por el pasamanos de la escalera, el mismo en el que se apoyaba mi abuela antes de la muerte de Lola, antes de la existencia de YouTube, me viene a la memoria una de las frases más controvertidas de Haraway respecto al amor: “Haz vínculos y no bebés”. Haz tías y abuelas en vez de novios imbéciles, podría ser otra versión de la cita, adaptada a esta zona de Usera-Villaverde (Madrid).
Vuelvo a casa caminando, cruzando la Glorieta de Cádiz, lejos, muy lejos, del Jerez natal de Lola. Desde mis auriculares, Triana, el grupo, canta desde una aplicación que selecciona intuitivamente música online: “Cada noche mi vida es para ti / Como un juego cualquiera / Y nada más / Y a mí me atormenta/ En el alma/ Tu frialdad”. Después, un anuncio muy refrescante nos recuerda que a nadie le gusta quedarse a medias. En nada.
Me pregunto si Google ha escuchado la conversación con mi tía y por eso me propone escuchar Triana. Y sigo pensando, no hay nada mejor para el pensar que el caminar, cómo nuestro amor también está monitorizado por las canciones, los libros, las películas, los memes… Todos nuestros recuerdos y vivencias de amor podrían entrelazarse para encontrar su lugar, su tonalidad, en la peor o la mejor letra o melodía de cualquier canción de amor, por ejemplo. En esas notas estamos cosidas con mandatos que nos indican cómo comportarnos en esa arena. Y lo mejor es que muchos de ellos tienen más que ver con la métrica, con el espacio dentro de una estrofa, que con la ideología. Recetas, mapas y consejos de amor encajados en las lyrics. Y no hablo del reguetón, tan demonizado. El pop, la copla, el rock progresivo y el metal, todas, fans y letristas, nos rendimos ante las instrucciones del misterio del amor. Ante el relato del patrón cultural, solo tenemos que ceñirnos a él. O buscar nuevos referentes. No pagar las deudas con el cuerpo, ni siquiera con lo simbólico.
Esa misma noche: “Into my arms, Oh, Lord”… Le canto a mi hijo imitando la voz grave de Nick Cave, “into my arms”… Se lo canto convirtiéndome en una deidad que emite gorgoteos ancestrales, conectada al canal de las nanas, que son milenarias porque responden a un requerimiento social muy básico, el de las personas vulnerables. También hay instrucciones a este respecto en las canciones populares. Así, nuestro amor tiene hoy en esta casa, junto a esta cuna, formas indescriptibles pero, a la vez, idénticas a cualquier amor entre madre e hijo.
Mientras tanto, se desata una tormenta, escucho gritos de la gente que estaba plácidamente achicharrada en la terraza de abajo. Y entra un SMS de mi madre. Su amor, a veces áspero, curtido en otros códigos, otra época y nanas diferentes a las que le despliego a mi hijo hoy. “Naciste en uno de los últimos años en que la lluvia no era noticia ni algo extraordinario”. Tendré que inventar nanas para la emergencia climática. El amor puede transformarse más allá de lo que cuentan las canciones. Porque, en realidad, más que ir nosotras detrás de ellas, ellas van detrás de nuestras nuevas formas de querernos, todas por inventar.