Racismo
Verdad injuriosa

Cuando se dice que Mame Mbaye fue víctima por ser “negro, pobre y sin papeles” se está expresando algo que es obvio.

Agentes de policía reducen a un hombre durante los disturbios en Lavapiés tras la muerte de Mame Mbaye
La policía reduce a un hombre en la plaza de Nelson Mandela durante la noche de disturbios en Lavapiés tras la muerte de Mame Mbaye en marzo de 2018. Sara Sda


4 may 2018 06:00

La verdad resulta peligrosa. Podría considerarse una máxima de cualquier tiempo histórico así que valdría para el actual. Decir según qué cosas puede costarte la cárcel, multas u otro tipo de consecuencias nada agradables, ese es el precio a pagar. Además de la persecución con querellas de determinadas opiniones, se consigue desviar la atención de lo fundamental y se coloca la libertad de expresión en el centro del debate. No es menos preocupante su amenaza, quede claro, pero también debiéramos poner sobre la mesa el contenido de esos mensajes, es decir, si encierran o no verdad en su interior. No es una cuestión menor, puesto que si esos mensajes reproducen la verdad, ¿Qué se persigue entonces tras una querella contra sus protagonistas? En realidad esta es la cuestión importante, al menos la más importante.

Cuando una persona lleva más de 10 años en España y no ha podido regularizar su situación a pesar de haberlo intentado varias veces eso es racismo institucional

En estos días Rommy Arce y Malick Gueye acudirán a declarar como investigados por un delito de injurias y calumnias relacionadas con sus opiniones, expresadas en redes sociales, a propósito de la muerte de Mame Mbaye. En los dos casos estamos ante personas de una cierta relevancia pública. La primera es concejala de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de Madrid, del sector “crítico” con Carmena, lo que hace sus opiniones más “interesantes” para los medios de comunicación, y el segundo, portavoz del Sindicato de Manteros. ¿Qué es lo que expresaron ambos en las horas siguientes a la muerte de Mame Mbaye?:

En el caso de Rommy Arce lo que escribió fue: "Lucrecia Pérez, Samba Martine... Hoy Mame Mbaye. Los 'nadie' víctimas de la xenofobia institucional y de un sistema capitalista que levanta fronteras interiores y exteriores. El pecado de Mame ser negro, pobre y sin papeles". En otro tuit decía: “Ayer Lavapiés dio una lección de democracia clamando justicia. Una concentración pacífica rindió homenaje a Mame Mbaye y exigió el fin de las políticas migratorias racistas y xenófobas que priva de derechos a las migrantes. No más persecuciones policiales en nuestros barrios". Por último, otro de los mensajes objeto de la controversia situaba en el centro de la cuestión la Ley de Extranjería que "persigue, acorrala, discrimina y estigmatiza a los manteros", aspecto que relacionaba con la muerte de Mbaye, y exigía el "fin del hostigamiento policial".

En el caso de Malick Gueye, sus declaraciones en los días posteriores a la muerte de Mbaye fueron en una línea similar denunciando el racismo institucional y la constante persecución policial, situándolas en el centro del problema con el que se enfrentan cotidianamente muchos vecinos de esta ciudad. En ambos casos se enfrentan a una acusación por injurias y calumnias impulsadas por sindicatos vinculados a la Policía Municipal de Madrid.
Se desprende en ambos casos que la jueza observa indicios de que lo expresado resulta ofensivo para determinados colectivos, en este caso la Policía Municipal de Madrid. El entusiasmo que ciertos grupos políticos han mostrado por la decisión judicial nos invita a pensar que esos grupos también se muestran convencidos de que el contenido de dichos tuits y manifestaciones resultaba injurioso y, por lo tanto, condenable. Sin embargo, cabe una pregunta, o quizás dos, para no extraer de su contexto la cuestión que en el fondo se nos plantea. ¿Puede la verdad ser injuriosa? Y si lo es, ¿Eso impide expresarla?

Los que llevamos muchos años acompañando la vida y la suerte de muchos compañeros y compañeras migrantes sabemos bien de lo que hablamos cuando decimos racismo institucional. Cuando las instituciones que representan el poder, en sus distintas formas, llevan a cabo una sistemática vinculación entre “migración/problema” resulta de la misma un tratamiento permanente de lo relacionado con las personas migrantes que las sitúa en el ámbito de lo indeseable. Claro que existe una intención de limitar la presencia de personas migrantes en este país, sobre todo si no tienen mucho que aportar, según la lógica productivista imperante. No hace falta más que observar la cínica política desarrollada en los últimos tiempos en lo relacionada al acogimiento de los flujos de refugiados provenientes de Siria, Afganistán o Libia. Cuando se dice que Mame Mbaye es víctima por ser “negro, pobre y sin papeles” se está expresando algo que es obvio. La vida de Mame fue una permanente lucha por la supervivencia en un medio hostil que representaba en primer lugar la policía, (encargada de vigilar que no pudiera sobrevivir con un mínimo de dignidad vendiendo en la manta, con la amenaza siempre acechante de la deportación), la administración de justicia (dispuesta a cerrar cualquier pequeña posibilidad de que un día pudiera regularizar Mame su situación) o unas leyes injustas como la de Extranjería que no ponen por encima de cualquier otra consideración la defensa ineludible de la vida, en especial la más vulnerable, el derecho irrenunciable a la felicidad sea cual sea el lugar del mundo al que haya que ir a buscarla, o el respeto de los derechos de todas las personas. En este país se mete a la gente en algo peor que una cárcel, los CIES lo son puesto que en ellos la regulación de los derechos de los allí recluidos es casi inexistente, solo por no estar en posesión de unos papeles para los que la misma institución que te detiene te niega la posibilidad de tenerlos. Eso mató a Samba Martine, otra verdad injuriosa. En definitiva, si Mame no hubiese sido negro, pobre y sin papeles hoy seguiría entre nosotros.

Y es que el racismo institucional es algo sistémico que no siempre es visible a simple vista. No todo es tan “grosero” como una identificación indiscriminada contra negros o magrebíes en la entrada del metro. Hay elementos más sutiles cuya existencia demuestra que existe una estrategia que persigue criminalizar la inmigración para imponer un discurso restrictivo y favorable a la aplicación de medidas que limiten la presencia de inmigrantes en nuestros barrios y nuestras calles, al menos, no más allá del número suficiente. Cuando en la ventanilla de un centro de salud se hace todo lo posible por disuadir del uso de sus derechos a un paciente extranjero y pobre, eso es racismo institucional. Cuando la Comunidad de Madrid no aborda de una vez por todas  la situación de los menores tutelados magrebíes enganchados al disolvente en nuestra ciudad estableciendo una estrategia integral educativa/sanitaria/política para atender a esos críos es racismo institucional. Cuando una persona lleva más de 10 años en España y no ha podido regularizar su situación a pesar de haberlo intentado varias veces eso es racismo institucional. Cuando en definitiva, los Estados, la Instituciones, las Administraciones no se ponen al servicio de aquellos que entre nosotros se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad, y no lo hacen porque esas personas son extranjeras y pobres, eso es racismo institucional.

Silenciar la verdad tiene un enemigo. La propia condición misma de la verdad. Es como la vía de agua en un barco viejo, que tapas una grieta y en seguida surge otra. Nuestra Democracia se parece cada día más a ese barco viejo y el agua se filtra de manera inevitable. Quizás la solución no pase por tapar grietas para salvar el barco sino por hacer construir otro basado en una nueva forma de entender las relaciones humanas y económicas, primero la vida después el beneficio. Quizás ese día podamos empezar a reconocer las innumerables víctimas de un sistema que nos deshumaniza y separa. Y si, Mame Mbaye fue una de ellas.

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