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1. Los hechos
El viernes intentábamos cerrar un comunicado por la muerte de Mame Mbaye.
Dentro de un espacio de vecinas y vecinos, la gran mayoría migrantes. Con el zumbido de las redes sociales de fondo, en nuestro grupo de wassap se debatía sobre la exactitud de los hechos. Sobre si era necesario esperar a que los datos se aclarasen. Como si las distintas versiones fueran una niebla que acabaría por disiparse, y entonces descubriríamos si había corrido antes o después, ese día u otros mil días, desde dónde. Pero la prensa dirá una cosa y la contraria.
La policía lanzará una polifonía de declaraciones hasta cerrar el relato. Pues solo la muerte es innegable, todo lo demás puede ser reescrito al gusto del consumidor. Y así, entretenidos en el debate de los hechos, en la disputa narrativa, desenfocamos el transfondo: la vida hecha miedo, la abolición del descanso y la serenidad para quienes no tienen cabida en una ciudad que acoge mimosa a especuladores, multinacionales y fondos de inversión.
Normalizaremos de nuevo a los cientos de Mames de pie, durante horas, sobre las aceras, en el metro, observando pasar a las turistas, a los ciudadanos de pleno derecho que van al trabajo o a ver a sus familias, a las personas precarias que temen no llegar a fin de mes, pero no ser detenidas y deportadas, a jóvenes despreocupados que se dirigen a las terrazas. No adquirir el derecho a la despreocupación en toda tu vida, siempre alerta, siempre en vilo. El miedo te roba tus mejores años, cercena tu felicidad, te enferma. Tener miedo por ser, por estar, por intentar sobrevivir, en una ciudad segura como Madrid, es una de las peores desigualdades posibles. Y es una vergüenza. Esos son los hechos.
2. Los daños
Hay gente muy preocupada por la ciudad. Por el daño que hacen los manteros cubriendo con sus mercancías nuestras sofisticadas calles céntricas, donde cualquier rastro de la injusticia, de la pobreza y la exclusión, manchan la disneylandia de consumo y turisteo en la que se están convirtiendo cada vez más barrios.
Se daña la imagen de Madrid, afirman con gravedad los cultivadores de la ciudad espectro, enemiga de sus habitantes, reclamo de inversores y otros buitres. Se daña a las grandes firmas internacionales de bolsos, calzado y perfumes. Las mismas que obtienen jugosas plusvalías de la combinación letal entre unas leyes de propiedad intelectual que las mima, y una desregulación laboral que las privilegia. Se daña a los comerciantes. ¿A qué comerciantes? ¿A quienes quedan tras haber expulsado a los pequeños negocios con alquileres inasumibles y horarios ininterrumpidos?
Y es que hay manifestantes que muestran su ira y consternación dañando el mobiliario urbano del barrio, añaden otros. Desprovistos de civismo, enturbian sus legítima tristeza con ese comportamiento irracional, evalúan los defensores del buen juicio. Solo que el civismo es un lujo que pueden permitirse los serenos. Los que sienten a la ciudad como propia, a las fachadas coloridas, y los adoquines ordenados, las oficinas bancarias como algo que les pertenece y acepta y no como un escenario que les expulsa. Que les recuerda que no se les quiere ahí, ensuciando de realidad esas plazas emperifolladas para que las ocupen gentes más lucrativas.
3. La venta ambulante
Como la gente tiene la mala costumbre de pujar por su supervivencia y la de los suyos la venta ambulante informal es una forma de vida que se extiende por todo el planeta. Cuando no hay mercado de trabajo que te integre, ni capital para alquilar un local, o pagar una licencia, cuando no puedes producir porque careces de medios para ello, cuando estás solo tú ante el mundo y necesitas tirar adelante en los márgenes de un sistema económico centrado en la generación de beneficios sin fin, entonces haces lo que tienes que hacer. Y muchas veces en muchos lugares eso implica comprar cosas y venderlas ligeramente más caras en las calles. Eso, intentar sobrevivir como se puede, es normal en los países que no pueden evadirse de la realidad, de la desigualdad atroz. Pero en este país, que lucha por mantener viva la ficción de que está todo bien, de que la pobreza y la explotación no existen, te puede costar la cárcel.
4. Las vecinas
Las vecinas y vecinos de Lavapiés, muchos de ellos africanos como Mame, inundan el barrio en su recuerdo. Denuncian la situación de tantos vecinos negros, desprovistos del derecho a vivir sin miedo, a ganarse la vida sin estar siempre en tensión, a habitar las calles sin que su sola existencia parezca un acto delictivo. Son las mismas vecinas y vecinos que denunciaron las redadas racistas, que formaron redes de solidaridad, que expulsaron a la policía del barrio. Gentes que se niegan a asumir un modelo de ciudad que acosa y criminaliza a los vecinos migrantes. Por eso la batalla está en los barrios, en las calles donde la gente se junta, se roza, desarrolla vínculos, se interpela, y se acompaña. Mantener vivos y solidarios los barrios es la mejor contestación posible a esa ciudad a la que cada vez le vamos sobrando más gente.
5. Los manteros
Entre los vecinos estaban sobre todo los manteros, quienes convocaron las concentraciones. Los sindicatos de manteros y lateros, movimiento organizado, no son solo importantes para quienes lo componen. Suponen un revulsivo para todas las personas ante la desorientación causada por la falta de legitimidad y reflejos de los sindicatos tradicionales, la precarización de las existencias, la atomización de las luchas, el individualismo que nos hizo replegarnos. Son los movimientos de base como el de los manteros, o el de las activistas de Territorio Doméstico, las Kellys, la PAH, de quienes se ven despojados de los derechos más básicos, quienes hablan más fuerte y más claro en este escenario de desconcierto. Ellos y ellas han entendido, que nadie va a defenderles en su lugar. Ellos tienen la agencia que mucha gente viene buscando durante años cuando despertamos del sueño de la representación. Que nadie se quede sin escucharlos.
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Es indefendible que se ponga en peligro la vida de las personas prendiendo fuego junto a las viviendas, que se destroce mobiliario urbano que es de todos, que vuelen sillas metálicas por los aires que pueden causar graves lesiones a cualquiera que pueda ser alcanzado y que se hayan atacado vehículos aparcados en las calles. Se puede entender y analizar cuáles son las causas estas actuaciones, pero eso no las justifica. Si nos se deslinda claramente la protesta legítima y cargada de razón de la violencia y el vandalismo, se pierde cualquier legitimidad.
No podemos jugar a la equidistancia para tapar la vergüenza de una sociedad criminal que asesina a un niño en el mundo cada pocos segundos y condena a algunos de los pocos que consiguen a huir de la miseria y tienen la osadía, como decía el poeta, "de mostrar que pues vivimos, anunciamos algo nuevo".
Una manifestación más de la violencia estructural del capitalismo. Lamentablemente, la reacción visceral de unos pocos ayuda a los medios a ensombrece la serena indignación de la mayoría. Muy buen artículo.
Estemos todos tranquilos bajo este sistema, serenos, llamemos a la calma y vayamos despacito.
Ante la injusticia levantarse, indignarse y organizarse me parece legítimo. Igual ellos han empezado a ser viscerales cuando su falta de apoyo y vida de huída y lucha por la supervivencia llega a la desesperación. Como ha dicho alguien más abajo, comparar la vida de una persona con un contenedor quemado no es lo más acertado.
Por otra parte, me importa poco lo que opinen la caverna mediática y sus lectores.
Lamentablemente romper el mobiliario urbano no sólo fastidia a la nobleza y a la burguesía. También a quienes habitan humildemente el barrio y sueñan con un barrio más limpio, donde por ejemplo los fumadores no puedan alegar que tiran las colillas al suelo que no hay papeleras. Entiendo que la rabia lleve a acciones violentas, pero también entiendo que esas acciones violentas no conducen a nada. ¿De qué sirvió que algunas personas fueran desalojadas de sus casas por riesgo de incendio? ¿De qué ha servido la quema de mobiliario que ahora tendremos que pagar? No hablamos de los muebles de Esperanza Aguirrer, sino del mobiliario de los vecinos de Lavapiés, mobiliario que vale miles de euros que se volverán a pagar porque alguien entiende que es efectivo para no se sabe qué hacer grandes hogueras.
La rabia de por sí no es ningún valor. Si la encauzas en algo concreto puede, pero la rabia sin más no molesta más que a quien la sufre (los vecinos), no a quién la provoca (la poli, el ministerio del interior y los votantes del partido podrido).
Las papeleras y los coches se pueden arreglar, pero la muerte no es reversible. Es mucho más sencillo ser racionales y respetuosas con la barriga llena y sin temer a la deportación cada vez que hay policía cerca.
Es mucho más fácil destruir mobiliario e incluso agredir a cuerpos del estado (después los lloramos cuando se sacrifican noblemente) que aceptar las reglas y normas de la sociedad a la que intentas integrarte
Genial artículo.. pero manteros y PAH en el mismo saco no lo veo.
Pero qué manera de justificar y pasar por encima los destrozos, que los comercios tuvieran que cerrar, los daños a comercios que no son sucursales bancarias.. Lucha si, pero con civismo por favor
Civismo? me gustaría ver cómo actuarías tú, cómo contendrías tu rabia si un amigo, compañero o familiar tuyo muere así después de años de presión, sin que nadie haga nada ni le importe. Que falta de empatía más aterradora cuando se le da más valor a un cajero automático que a una vida.
Que muera por un fallo cardíaco debido a una anomalía congénita. Pero da igual, si el relato de los hechos no coincide con lo esperado, pasamos por encima de los hechos y ya está.
Que te persigan con una moto y si te cogen te llevan a un CIE y probablemente deportado a Senegal después de tener una vida formada de 14 años en España donde todavia no has conseguido los papeles para poder trabajar y todo lo que has ahorrado de trabajar "ilegalmente", de la única forma que puedes, te lo van a cobrar de multa...a cualquier persona se le pararía el corazón solo de pensarlo. Ahora corre delante de la poli...sinceramente, se puede intentar llamar paro cardiorrespiratorio pero morirse de esa manera es gracias a que alguien le ha perseguido inhumanamente. Es un asesinato y como tal no puede quedar impune. No seamos cínicos ni defendamos lo indefendible por favor. Esto es racismo, es capitalismo y es ante todo España...
Horrible
Entonces saltémonos las reglas y normas establecidas por la ciudad, pues según tu el fin justifica los medios.
-¿Ilegal? Ya, pero tendré que vivir. ¿Dice que hay inmigrantes trabajando en semáforos y muchos otros en puestecitos vendiendo pulseras? Pero yo es que prefiero vender falsificaciones, que aunque disminuyen hasta un 50% las ventas de establecimientos cercanos de sombreros, bolsos, etc. de algo tendré que vivir
Excelente reflexión! Comparto! Añadiria: 6. Desaparición de recursos para la Convivencia y la Diversidad desde 2008!! Por parte Ayuntamiento de Madrid. GRACIAS
7. Heteropatriarcado. No podemos olvidar los efectos perniciosos del capitalismo fruto del heteropatriarcado
Nos tenemos que sentir avergozados de permitir una ley de extrangeria como la que tenemos