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Andalucismo
El andalucismo, la nación y la clase en el siglo XXI
La propuesta política de Adelante Andalucía refleja así la fusión entre dos importantes tradiciones políticas: el andalucismo y el anticapitalismo. Y no es ésta la primera vez que ambas corrientes de pensamiento confluyen en una organización política en nuestra tierra. Pero sí llama la atención que, por primera vez en mucho tiempo, estamos asistiendo al desplazamiento efectivo de sectores muy significativos de entre los herederos del andalucismo histórico hacia posiciones expresamente anticapitalistas; y que, paralelamente, un número muy importante de militantes anticapitalistas están incorporando desde hace unos años y a un ritmo acelerado el andalucismo a sus prioridades políticas.
Merece la pena reflexionar sobre los motivos que explican este momento de convergencia entre las posiciones andalucistas y anticapitalistas. Los que ya tenemos una edad, hemos conocido etapas recientes de nuestra historia en que estas dos corrientes han caminado alejadas entre sí. ¿Por qué miles de andalucistas optan ahora por construir en clave anticapitalista, mientras que militantes de tradición comunista o libertaria priorizan la causa andalucista? Desde mi punto de vista, para contestar a estas preguntas no basta con argumentos de oportunidad táctica del momento. La convergencia entre el andalucismo y el anticapitalismo es el correlato de lo que está pasando en muchas otras partes del Estado español y del resto del mundo, donde se consolidan las propuestas políticas que hilvanan las luchas nacionales con las reivindicaciones de clase. Ahora bien, para entender esto es preciso tener en cuenta las transformaciones estructurales que han precipitado esta situación, y más concretamente cómo han evolucionado las relaciones entre la nación, la clase y el Estado durante las últimas décadas.
Nación y clase en el capitalismo fordista
Los nacionalismos que atravesaron la historia desde el siglo XIX y hasta finales del siglo XX han sido muchos y muy variados. Las teorías clásicas sobre el nacionalismo –las de Ernst Gellner o Anthony Smith, por ejemplo-, propusieron la dicotomía entre nacionalismo cultural y nacionalismo cívico para distinguir aquellos movimientos nacionalistas que se basaban en argumentos emocionales-identitarios de otros asentados sobre la demanda de derechos políticos más o menos “racionalizados”. Lo interesante, en todo caso, es que todos los nacionalismos de esta larga etapa asumían que el Estado-nación, en tanto institución jurídico-administrativa, era el principal depositario del poder político. Por eso las reivindicaciones de los nacionalistas interpelaban directa y exclusivamente al Estado nación, y por eso su objetivo prioritario era dotar a los miembros de la nación de un Estado propio.
Mientras tanto, las organizaciones de clase caminaban en paralelo, priorizando la lucha entre capitalistas y trabajadores a cualquier reivindicación de carácter nacional. Para la izquierda anticapitalista de esta etapa, el Estado-nación era solo un instrumento en manos de una clase social –la burguesía- cuyos intereses no tenían patria, como no debían tenerla tampoco los trabajadores. Por ese motivo, muchas organizaciones revolucionarias han tenido problemas para entender el papel de las reivindicaciones nacionales en los procesos revolucionarios. Y con demasiada frecuencia han tendido a desdeñar ese papel, despreciando el nacionalismo como una creencia errónea –una falsa conciencia- que distraería a la clase trabajadora de sus objetivos principales.
La condición periférica de Andalucía y su experiencia política dentro del Estado español, perfectamente encajable en los parámetros del colonialismo interno, ha favorecido que periódicamente las reivindicaciones andalucistas hayan convergido con las demandas de las clases populares. Sin embargo, también aquí ha existido históricamente un importante recelo entre andalucistas y anticapitalistas durante muchas décadas. ¿Es posible que ahora esto esté cambiando?
El capitalismo postfordista como amenaza a la soberanía nacional
Hasta los años 70 del siglo XX, los Estados nacionales conservaron una capacidad significativa para intervenir en la vida de la gente. El capitalismo fordista de esta etapa se basaba en la producción en masa, y necesitaba grandes cantidades de trabajadores que produjesen la mercancía. El Estado era la institución responsable de reproducir la fuerza de trabajo. Los capitalistas, por su parte, aumentaban su riqueza fundamentalmente mediante la producción de mercancías para la venta en mercados nacionales regulados por los Estados. El Estado era por tanto una herramienta poderosa, y en estas condiciones, era lógico que en naciones periféricas mucha gente priorizase por encima de todo la consecución de un Estado propio. En el andalucismo del siglo XX, como en todos los movimientos nacionalistas de esta etapa, la conquista de instituciones políticas propias equivalía a tomar el Poder –con P mayúscula-, y para muchos justificaba relegar la lucha de clases a un momento posterior.
Sin embargo, a partir de los años 80, el poder del Estado se ha visto seriamente desafiado. La mejora de los sistemas de transporte y el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación ha permitido la emergencia de grandes empresas multinacionales, así como la aparición de mercados financieros que permiten al capital crecer y acumularse mediante simples movimientos especulativos que atraviesan el mundo en fracciones de segundo. En estas nuevas condiciones de capitalismo postfordista, el poder regulador que el Estado pudo tener algún día se ve muy menguado. Los gobiernos nacionales se ven obligados a cumplir con los marcos reguladores de instancias políticas supraestatales como la UE, pero también reciben la presión permanente de agentes para-políticos, como el FMI, la OMC, el Banco Mundial, las empresas multinacionales o los grandes fondos de inversión privados. En este nuevo modelo de sociedad, las principales amenazas a la soberanía de los pueblos son poderes económicos que escapan al control de los gobiernos nacionales.
Por esta razón, muchos nacionalistas han ido asumiendo que ya no tiene sentido centrarse exclusivamente en la consecución de un Estado propio. Que el acceso a la presidencia de un gobierno estatal ya no garantiza disponer de un poder político exclusivo. Y que cualquier posibilidad de que el pueblo andaluz ejerza algún tipo de control sobre su futuro implica enfrentarse a un sistema económico que vacía de poder a sus instituciones políticas democráticas y lo convierte en mero espectador de su propia historia.
La identidad nacional como eje de resistencia
En el contexto del capitalismo fordista antes descrito –hasta los años 70 del siglo XX aproximadamente-, muchos militantes anticapitalistas, tanto en sus vertientes socialistas como en las libertarias, eran recelosos hacia la cuestión nacional. Consideraban que los trabajadores debían concentrar todo su esfuerzo en la implementación de estrategias de clase, y que las identidades nacionales representaban una distorsión –una falsa conciencia- que entorpecía la organización de la clase obrera. Sin embargo, este análisis compartía con los nacionalistas de la época el reconocimiento de la centralidad del Estado. El asalto de la clase obrera al Estado era crucial porque el Estado era la institución que monopolizaba los resortes del poder.
Sin embargo, como ya se ha dicho, el avance de la globalización capitalista ha cambiado este escenario. Los Estados han perdido buena parte de su capacidad de intervención, por el trasvase de la soberanía política efectiva hacia instituciones cada vez más alejadas de la población. Y en este contexto de vaciamiento de poder, las identidades étnicas y nacionales se politizan como bastiones de resistencia comunitaria. Así, no es casual que el desarrollo de la globalización neoliberal haya ido acompañado de la multiplicación de proyectos de resistencia basados en la identidad. Estos proyectos de resistencia son enormemente diversos, y abarcan desde las reivindicaciones zapatistas de los indígenas de Chiapas hasta las demandas de autodeterminación en Cataluña o Quebec. Pero todos comparten la activación estratégica de la identidad cultural para reivindicar el derecho a decidir que es secuestrado por quienes gobiernan el gran capital a escala global.
En este nuevo escenario, que ha sido analizado de forma brillante por el sociólogo Manuel Castells, las reivindicaciones nacionales ya no representan el capricho chovinista de las burguesías. Ahora la lucha nacional es una palanca de resistencia esencial frente a un capitalismo global que amenaza con concentrar todas las decisiones importantes en las manos de una minoría, y privar a todos los pueblos de cualquier margen de intervención sobre sus problemas. Muchos militantes anticapitalistas han entendido esto, y coherentemente asumen la necesidad de integrar la lucha nacional en su programa de combate contra el capitalismo y las injusticias que genera.
La liberación nacional y de clase, una sola lucha
En un mundo cada vez más gobernado por instituciones económicas globales, que imponen sus decisiones mediante presiones al margen de cualquier control democrático, la soberanía política es una necesidad indisociable de cualquier proyecto de transformación social. Y es esta necesidad “nueva” la que actualiza la reivindicación nacional, legitimando a cada pueblo por su historia, por su cultura y por su identidad a decidir democráticamente sobre su presente y sobre su futuro. De esta forma, los andalucistas van interiorizando definitivamente que no hay forma de defender Andalucía que no implique combatir el sistema capitalista, mientras que los anticapitalistas asumen que la lucha contra el capitalismo empieza hoy por dotar al pueblo andaluz de herramientas políticas propias y soberanas.
Dentro del espectro partidista, la gran aportación de Adelante Andalucía ha sido saber leer esta imbricación inevitable de lucha nacional y lucha de clases en la Andalucía actual. Conviene no perder de vista esta nueva realidad para evitar una falsa dicotomía entre estrategias nacionales y estrategias de clase que hoy, aquí, no tiene sentido. Andalucía tendrá futuro en la medida en que construya una alternativa al sistema económico que condena inevitablemente a la mayoría de su población. Las clases trabajadoras de este rincón del mundo tendrán futuro en la medida en que consigan dotarse de poder político propio para tomar decisiones en el país que habitan. Y Adelante Andalucía tendrá futuro en la medida en que asuma ambas luchas y las trabaje como una sola.