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Pensamiento
José María Lassalle: “Se trata de recuperar las bases humanistas del liberalismo y resignificarlas críticamente”
José María Lassalle no requiere presentación. Exdiputado del PP. Fue Secretario de Estado de Cultura y de Sociedad de la Información con el Gobierno de Mariano Rajoy. Liberal convencido. Dice siempre lo que piensa. Horrorizado por las tendencias autoritarias que pueden destruir a las democracias liberales, no tuvo ningún problema en referirse a Vox como un partido fascista que responde al fascismo posmoderno. Promueve un liberalismo alejado de los elementos reaccionarios y neoliberales. Lo que considera como el mejor antídoto para salvar a la democracia. Hablamos, sobre todo, de liberalismo y de su nuevo libro, El liberalismo herido (Arpa, 2021).
Se ha quejado de que se ha realizado “una lectura sesgada de Adam Smith”, que los librecambistas han tratado de hacer en base a un análisis que “manipulaba” al filósofo escocés. ¿Tiene que ver con ese intento del neoliberalismo de despojar de humanidad al pensamiento liberal? Tengo la impresión de que intenta volver a reivindicar un liberalismo humanista e ilustrado.
En efecto, reivindico un liberalismo humanitario. Un liberalismo que evite la radicalidad economicista y utilitaria del individualismo neoliberal que acabó contagiando al primero. Se trata de recuperar las bases humanistas del liberalismo y resignificarlas críticamente. Frente al individualismo, el humanismo. El ser humano, en sus dimensiones personales y cívicas, debe desplazar al individuo y sus dimensiones económicas y utilitarias.
Reivindico un liberalismo humanitario. Un liberalismo que evite la radicalidad economicista y utilitaria del individualismo neoliberal que acabó contagiando al primero
Uno de los autores que más relevancia tienen en su ensayo es John Dewey. En una conferencia que impartió en los años 30 advertía de un tipo de liberalismo que había “enmohecido y recortado ideas y aspiraciones generosas”. Para el filósofo estadounidense, no era liberalismo, era pseudoliberalismo. Dewey hablaba también de que el poder instrumentalizaba esas ideas para conservar sus privilegios y para impedir que los cambios sociales se produjeran. ¿Piensa que puede ser un buen motivo de por qué los medios promocionen constantemente a neoliberales que dicen ser liberales?
Lo planteo en mi libro al analizar cómo Fox TV y los media asociados al imperio Murdoch ensalzaron un anarcolibertarismo neoliberal frente a un liberalismo democrático al que acusaron, de la mano del Tea Party, de pseudosocialismo. Hibridaron un producto político y comunicativo que explica el fenómeno de polarización de las redes sociales y la desinformación que propician. Un fenómeno que, en términos neoliberales, justifica la mentira si es legitimada por la cuenta de resultados de quien la ejerce. Laissez faire, laissez passer, el mundo va por sí solo.
Dedica bastante tiempo a hablar de Ludwig von Mises, quien, en su libro Liberalismo, decía que en Inglaterra los liberales eran en realidad socialistas moderados. También se quejaba de que el mundo estaba en manos de partidos antiliberales. Una visión que parece que rechaza usted tajantemente a través de la obra de John Stuart Mill, el socialismo inglés y la Sociedad Fabiana.
Claro, porque no puede entenderse el liberalismo democrático que encarna Stuart Mill sin la influencia que ejerció sobre el movimiento fabiano y el laborismo. Es un ejemplo más de las estrechas conexiones que se dan a partir de la segunda mitad del siglo XIX entre el liberalismo y la socialdemocracia.
Si se habla de los orígenes de la socialdemocracia quizá tenga sentido recordar que ya pensadores como Thomas Paine o Nicolás de Condorcet impulsaban la idea de un Estado que luchara contra la pobreza. Sin embargo, Mises rechaza esta visión al afirmar que solo existe una alternativa al capitalismo desregulado, el socialismo. ¿No ve usted un inquietante paralelismo con la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y su “socialismo/comunismo o libertad”?
Para Tocqueville y Stuart Mill, no podía entenderse el mercado sin regulación ni ley, ni bajo situaciones de dominación que condujeran a la servidumbre de una parte de la sociedad. Tocqueville es muy crítico con la aristocracia industrial de su época. Lo mismo que su coetáneo inglés. Pero también Locke advertía que la adquisición del trabajo de otro no podía abocarlo a una situación de dependencia y sometimiento al empleador. Aquí la sombra de los levellers y del republicanismo es alargada. Eso hace que no casen con el liberalismo discursos que consideran al mercado virtuoso por sí mismo. El libertarismo y el neoliberalismo que se invocan muchas veces en Madrid no es liberalismo. Es tan evidente como diferenciar a Ayn Rand de Hannah Arendt.
Habla también de que el neoliberalismo está conectado con el autoritarismo. La experiencia nos deja la terrible relación de Augusto Pinochet y los Chicago Boys, pero es cierto que esa hibridación puede verse bastante antes en Mises y Friedrich Hayek. Sin embargo, después de leerle tengo la sensación de que hemos cometido un error en el análisis y que deberíamos volver por lo menos al siglo XIX, al darwinismo social, Nietzsche y Bastiat. ¿Es así?
Absolutamente. En el libro detecto el origen de lo que en mi opinión es una especie de gen autoritario que acompaña al neoliberalismo desde sus orígenes más remotos en el librecambismo y en la transformación que experimenta con Herbert Spencer y la influencia que ejerce sobre la Escuela austriaca. Si uno lee a Hayek o Mises en profundidad se da cuenta que tienen pocos puntos en común con Popper o Berlin.
Para las tesis neoliberales de Thatcher y Reagan, la sociedad no existía. Algo imposible de admitir para la tradición humanista del liberalismo y que está en sus raíces clásicas iusnaturalistas
Una de las soluciones que aporta para hacer frente a esta crisis es la idea de cooperación. Para ello reivindica la filosofía de Spinoza. ¿Tiene esto que ver con encontrar una solución al “no hay sociedad, solo individuos” de Margaret Thatcher?
Es la alternativa a las tesis neoliberales de Thatcher y Reagan. Para ellos, la sociedad no existía. Algo imposible de admitir para la tradición humanista del liberalismo y que está en sus raíces clásicas iusnaturalistas. Esto se pone especialmente de manifiesto con Spinoza que, a partir de un individualismo frágil y necesitado de la ayuda de los otros, invoca la conveniencia ética y utilitaria de la sociedad como un marco colaborativo que permite trascender los límites intrínsecos del individualismo. Algo que se demuestra, sobre todo, con el pensamiento y la inteligencia, donde el conocimiento avanza gracias a la colaboración cognitiva entre los seres humanos. De ahí la importancia para que opere eficazmente la cooperación en marcos de tolerancia y respeto.
Hablando de cooperación, me gustaría por un momento volver a Abraham Lincoln cuando ensalzaba el trabajo autónomo y condenaba el trabajo realizado para un amo o maestro. John Stuart Mill elevó esa idea al expresar la idea de que si la sociedad continuaba avanzando, veríamos cómo las relaciones opresivas entre jefes y trabajadores desaparecerían en nuevos centros de trabajo mucho más democráticos. En este sentido, querría hacerle una doble pregunta: ¿piensa que la humanidad ha avanzado demasiado lento tal como pensaba Mill en Principios de Economía Política? ¿Cree que es urgente democratizar las empresas privadas, una idea parecida a la de Elizabeth S. Anderson en Private Government?
Creo que uno por sí solo no puede hacer frente a los escenarios complejos de la posmodernidad acelerada y tecnologizada bajo la que vivimos. Eso exige cooperación por abajo pero también por arriba. Spinoza lo vio muy bien. El talento y la creatividad dan más fruto y son más provechosos en entornos colaborativos y transversales. La idea romántica del talento alimenta liderazgos abrasivos que, a la larga, producen monstruos.
¿Qué tiene en común el Ciberleviatán de José María Lassalle con el Capitalismo de vigilancia de Shoshana Zuboff?
Pues muchas cosas, desde luego, que casi se publicaron al mismo tiempo y que pude leerlo cuando ya estaba a punto de enviar mi libro a la imprenta. Al leerlo me reafirmé en mis tesis. También en el optimismo final con el que trato de enderezar mi reflexión. Algo que Zuboff no aborda porque es una pesimista distópica que confía poco en el futuro. Yo, en cambio, sí creo en el futuro que puede cambiar las cosas.
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Muy guay abrir miradas y entrevistar a Lassalle, que en economía hay poco nivel aquí normalmente.