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Pensamiento
Donna Haraway, la científica contra el Antropoceno cuyo laboratorio es el lenguaje
Dado que la destrucción del planeta no se va a frenar negándola ni minimizando el impacto evidente de sus efectos, la bióloga Donna Haraway sugiere como salida una alianza multiespecies. Lo hace en Seguir con el problema, una suerte de manifiesto fundacional para una nueva civilización en el que hibrida la utopía con el hecho científico y el relato de pequeñas experiencias que apuntan en esa misma dirección.
Un aviso antes de empezar: no resulta sencillo leer a Donna Haraway ni descifrar totalmente lo que plantea en sus indagaciones. Y también una recomendación complementaria: conviene no desistir en el intento, puesto que se trata de una lectura imprescindible por la visión única que aportan sus análisis en los que entrecruza biología, economía, cultura, feminismo y ciencia ficción. Apuntadas las consideraciones preliminares, al lío sin más demora.
En su más reciente título —Seguir con el problema, publicado originalmente en 2017 y traducido ahora al español por la editorial consonni—, la doctora en biología regresa a la actualidad abordando el complejo juego de cómo vivir bien (y morir bien) en convivencia con un planeta que se va a la mierda. Ese problema, el gran problema, requiere según Haraway de múltiples simbiosis entre las distintas especies que lo habitamos, una interdependencia mutua que dibuja como camino a seguir, plagado de complicidades pero no exento de conflictos.
Para Helen Torres, traductora habitual de los trabajos de Haraway, lo novedoso en Seguir con el problema son las preguntas que hace y las respuestas que ofrece sobre el Antropoceno. “Se habla mucho de ello pero nadie lo cuestiona. Haraway lo hace no desde la teoría abstracta sino que habla de proyectos concretos, pequeños. Es un aporte fundamental a nivel político”, explica Torres a El Salto, al tiempo que avanza alguna de las líneas controvertidas que se pueden leer en sus páginas: “También dice cosas que no sé si sentarán bien a todas las feministas, como lo de controlar el nivel de población”.
A Haraway no le gusta el término con el que se nombra los tiempos que vivimos. Acuñada a principios de los años 80 por el ecólogo de la Universidad de Michigan Eugene Stormer, la noción de Antropoceno designa la evidencia de los efectos transformadores de las actividades humanas sobre la Tierra. Ganó relevancia en el año 2000 cuando el premio Nobel Paul Crutzen postuló que había llegado el momento de bautizar con ella la nueva era geológica. Haraway explicita sus objeciones y prefiere denominarlo Capitaloceno, dado que es todo el paradigma económico vigente lo que configura la amenaza a la estabilidad ecológica. Pero ella va más allá y propone un nombre “para otro lugar y otro tiempo que fue, aún es y podría llegar a ser”. Lo llama Chthuluceno, un sustantivo compuesto por dos raíces griegas que “juntas nombran un tipo de espaciotiempo para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con respons-habilidad en una tierra dañada”.
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A diferencia del Antropoceno (o Capitaloceno), el Chtuluceno que inventa Haraway estaría habitado por “historias y prácticas multiespecies en curso de devenir-con, en tiempos que permanecen en riesgo, tiempos precarios en los que el mundo no está terminado y el cielo no ha caído, todavía”.
En ese mundo, los seres humanos no son los únicos actores importantes puesto que lo que propone Haraway es una red tentacular, un sistema simpoiético, generado con otros, no construido en solitario. “Nos necesitamos recíprocamente en colaboraciones y combinaciones inesperadas, en pilas de compost caliente. Devenimos-con de manera recíproca o no devenimos en absoluto”, se lee en las páginas del libro.
Tomemos aire. Recurramos de nuevo a Torres para avanzar en la maraña de términos y conceptos generados por ella misma que Haraway emplea. La traductora reconoce la complejidad de su trabajo al pasar de un idioma a otro y destaca el juego y la metáfora como claves sobre las que la investigadora construye sus textos de manera consciente. “Eso es un giro radical que nos hace pensar desde un lugar muy distinto: con Haraway se desmorona esa separación entre la ciencia como lo objetivo y la narrativa como lo subjetivo”, valora Torres. Así, el trabajo con la metáfora y la etimología hace que los escritos de Haraway se ubiquen en un lugar diferente al de los textos científicos, pero también al de la literatura.
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La comunidad científica lleva años alertando: si destruimos la vida silvestre, el ser humano se extinguirá. La XIV Conferencia sobre Biodiversidad de las Naciones Unidas pretende ser la antesala de un gran acuerdo global para proteger la naturaleza que se firme en 2020. El informe Planeta Vivo 2018 de WWF señala que la población animal y vegetal decrece a un ritmo alarmante: el 60% de la vida silvestre ha desaparecido entre 1970 y 2014.
“Importa qué materias usamos para pensar otras materias, importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué pensamientos piensan pensamientos, importa qué conocimientos conocen conocimientos” es un leitmotiv que impregna toda esta indagación acerca de cómo seguir con el problema. Porque el problema persiste y lo que se requiere es, según Haraway, aprender a estar verdaderamente presentes, “no como un eje que se esfuma entre pasados horribles o edénicos y futuros apocalípticos o de salvación, sino como bichos mortales entrelazados en miríadas de configuraciones inacabadas de lugares, tiempos, materias, significados”. Por ello la autora es partidaria de lo que denomina generar “parentescos raros”, una opción que “problematiza asuntos importantes como ante quién se es responsable en realidad”.
Haraway también alude a las dos tentaciones, las dos respuestas que se suelen dar ante el problema. Por un lado, la confianza ciega en la curación por medio de la tecnología; por otro, dar por terminado el juego, la profecía autocumplida por la que no hay nada que hacer. Ella, confiando en el poder de la imaginación, se sitúa en una tercera vía para la que recurre a la narrativa de la ciencia ficción, “tan importante en su pensamiento como el hecho científico”, señala Torres. “Si su laboratorio es el lenguaje —precisa la traductora—, la manera de narrar es fundamental. Escoge la ciencia ficción porque es el terreno en el que podemos imaginar otras realidades”.
Ciencia ficción
Entrevista Ursula K. Le Guin, cuando la fantasía es política
Una idea que se repite a lo largo del libro es el significante de múltiples significados S.F., acrónimo de ciencia ficción, fabulación especulativa, hechos científicos, feminismo especulativo o figuras de cuerdas. Este último elemento es básico en lo que Haraway quiere contar en Seguir con el problema ya que una de sus acepciones remite a esas redes de hilo tejidas manualmente que van pasando de manera igualmente manual de unas personas a otras. De nuevo, metáforas que nos piensan.
A mediados de los años 80 Donna Haraway firmó el texto con el que se suele identificar su trabajo. El Manifiesto Cyborg, realizado como una colaboración para la revista Socialist Review, supuso una reflexión sobre la identidad de género en una era dominada por la cibernética que criticaba el esencialismo a la hora de analizar las diferencias entre hombres y mujeres. Más de tres décadas después, Torres considera que Seguir con el problema “tendría que tener una influencia a nivel político como la que tuvo el Manifiesto Cyborg”.
Lo traduje como “vivir-con”, que queda un poco raro, para marcar la idea de “con”. Acostumbrémonos a las cosas raras con Haraway [risas]. Ella lo enmarca en ideas como la simbiosis que han sido demostradas pero que los científicos no están trabajando. En su análisis del capitalismo incorpora todo: las subjetividades, la política, lo global, la economía,... Y en esta frase se ve bastante.
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Muy interesante, muchas gracias por este contenido. Quería no obstante puntualizar que lo de Chthulu es de Lovecraft: la etimología griega es más bien sugestiva de chthon, "Tierra", pero creo que no está claro. En todo caso el universo Lovecraft cuadra con la bióloga y su interés en la ciencia ficción
No es antropoceno, es capitaloceno, como ha dicho Jason W. Moore.
Culpar a la humanidad entera, de lo que ha hecho nuestra civilización en dos o tres siglos, es injusto con las sociedades sostenibles de otros tiempos, y es ideológico.
El veganismo es la mejor solución para la sostenibilidad como especie
Sin acabar con el capitalismo o por lo menos combatirlo fuertemente, no se puede hacer nada por el planeta. El veganismo es necesario, pero no es suficiente.
Puede ser un tremendo aporte para buscar y/o encontrar una manera de pensar para vivir.y morir haciendo lo que es posible cada uno con otros a una escala alcanzable y sin miedo.
La narrativa que subyace al auge del fascismo xenofobo es precisamente la conciencia de que somos una plaga y que, consecuentemente, hace falta una "limpia" cuyas víctimas serán los más débiles que no cuenten con arsenal atómico.
La alternativa, por ejemplo en el estado español, es recuperar la civilización vaciada y construirla con respeto a todas las especies.
Somos diferentes de otros animales porque tenemos cultura, pero somos genes, carne y hueso como otras especies. Las posturas catastrofistas no gustan a nadie. Todo el mundo esconde la cabeza, y si se habla de esas catástrofes la gente se va de las conferencias. Pero existe la posibilidad. Mi colega Eudald Carbonell defiende que puede haber un colapso de la especie. No una extinción, pero una reducción de la especie a unos niveles aceptables, un equilibrio. Como pasa con todos los animales que alcanzan el nivel de plaga, y nosotros somos una plaga del planeta, cuando acaban con los recursos sus poblaciones caen hasta que logran un equilibrio con el medio. No es catastrofismo, es ecología.
https://www.publico.es/ciencias/seres-humanos-plaga-planeta.html
Puesto que el colapso capitalista es inevitable, solo queda esperar si es violento en forma de cuarta guerra mundial (la tercera fué la Guerra Fria), o si, entre todas (las personas, las especies) llegamos a un acuerdo para no devorarnos.
From the book "World on Fire", by Michael Brownstein:
Because it's a mistake to think this culture will last much longer.
Walking on eggshells, out on a limb, state of denial.
Western white noise powered by psychotic episodes dressed up as healthy ambition.
Western white noise, how I long to hear the silence behind your posturing.
But, unlike me, nature's not impatient.
She waits, compassionate, all-knowing.
Time means nothing to her.
She doesn't care if a million years go by before life's balance is restored.
She laughs—you can't hear her laugh but it's everywhere, in the crowding and acceleration, in the epidemics and famines, in the ruined lives—she laughs at the desperate compulsions spewing out of Western white noise's mouth.
She laughs at the very disasters which are destroying her.
Yes, even my clairvoyant glimpses of revenge, of oil industry meltdown, she views with a trickster gleam in her eye, indifferent to any outcome.
She smiles at those working tirelessly for her benefit because she knows their egos are involved in what they say and do.
Whereas her power is beyond ego, beyond name and form, beyond individual identity, beyond striving.
The great detachment of the Goddess, breathtaking and fearful.
The terrible distance from which she churns out and ingests all life—good and bad, beautiful and ugly, vital and sickly, just and monstrous.
The indifference of the stars, the galaxies which come and go without explanation, without bias, without a sound.
The silence of the Goddess making any witness—even the bravest of all—crumple in awe, "go blind in her presence," as the ancient texts averred.
Because she doesn't care the way "you" and "I" care. No matter how bad things get, she knows her survival is beyond influence.
No matter the polar ice caps melt, no matter the half-life of nuclear stockpiles leaking into everyone's tomorrow, no matter the disappearance of her precious creatures, her trees and flowers, no matter the poisoning of her air and water, no matter the end times.
End times for us is nothing to her, literally nothing at all.
Looking us in the eye—her glance that burns our retinas—she reaches under her gown and fingers herself, making herself wet, making herself come, over and over again.
Out of her moaning mouth spill unending life-forms, forever taking the place of what disappears.
That's all she does, from here to eternity.
And we can't believe it, we refuse to accept it, the knowledge of our insignificance pulverizes us.
Magnífica... La columna, la pensadora Haraway, la redacción de 'el salto' por acercarnos otras vías de pensamiento y toda la gente inconformista que lucha, piensa y actúa cada día en cada lugar del mundo para frenar el colapso.
Gracias