We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Feminismos
Chachas y putas, una alianza feminista urgente e imprescindible
En los últimos tiempos, las luchas de las trabajadoras domésticas están arrancando en el Estado español victorias larga y duramente peleadas. La ratificación del Convenio 189 en el Congreso significa reconocer algo tan básico y fundamental como que el trabajo del hogar es trabajo y, en su calidad de trabajadoras, quienes se dedican al mismo habrían de acceder a los mismos derechos que cualquier otra persona trabajadora. Es tiempo de celebrar. De reconocer y de felicitar a las trabajadoras domésticas organizadas que han hecho esto posible. De darnos cuenta, también, de la capacidad transformadora de una agenda feminista preocupada por las cosas del comer.
Nos toca lamentar un nuevo zarpazo punitivista que no solo desgarra -aún más, si cabe- las condiciones materiales de vida de otras trabajadoras, sino que las estigmatiza -aún más si cabe-
De forma simultánea a esta alegría nos toca lamentar un nuevo zarpazo punitivista que no solo desgarra -aún más, si cabe- las condiciones materiales de vida de otras trabajadoras, sino que las estigmatiza -aún más si cabe-: hablamos de las trabajadoras sexuales y de la proposición de Ley Orgánica que pretende introducir medidas abolicionistas de la prostitución en el Código Penal.
¿Cómo es que unas mismas ministras defienden -o dicen defender-, en nombre del feminismo, el reconocimiento de derechos para las trabajadoras del hogar mientras impulsan y/o apoyan, en nombre de ese mismo feminismo, leyes que criminalizan a las trabajadoras del sexo? ¿Por qué la agenda feminista de los colectivos de base recoje, en los manifiestos del 8M por ejemplo, las demandas de las trabajadoras del hogar como reivindicaciones feministas mientras el trabajo sexual sigue siendo excluido del gran consenso en el que incluso las posiciones proderechos callan -y otorgan- para no romper la pax feminista? ¿Por qué las trabajadoras sexuales no son reconocidas por el feminismo mainstream ni como trabajadoras, ni como feministas, ni como agentes de su propia lucha?
¿Por qué las trabajadoras sexuales no son reconocidas por el feminismo mainstream ni como trabajadoras, ni como feministas, ni como agentes de su propia lucha?
Estas preguntas nos parecen urgentes y esenciales de cara a seguir urdiendo alianzas feministas ganadoras en términos de subversión de la división sexual del trabajo. O dicho más sencillamente: en términos de visibilizar y valorar (social y económicamente) los trabajos históricamente desempeñados por mujeres, los curros feminizados por el patriarcado. Son interrogantes peliagudos pues remueven consensos, anuncian rupturas y suscitan miedos. Pero la política no debería autosabotearse en las poltronas de la autosatisfacción, sino engrasar continuamente su papel de acicate apasionado de la crítica y la autocrítica, de la puesta en cuestión continua, para empezar, de las propios espacios de confort. Atrevámonos pues, a hacer(nos)preguntas incómodas. Interrogantes dirigidos sobre todo a los feminismos de base, a los espacios autónomos; a los que se reclaman anticapitalistas y autoorganizados. Cuestiones que no se suscitan para provocar, escandalizar, ni enfadar, sino, muy por el contrario, para invitar a abordar tareas pendientes. Para interpelar, en especial, a las feministas que sueñan con un mundo sin relaciones sexuales retribuidas pero también sin violencias patriarcales a ponerse de parte de la lucha de las trabajadoras sexuales. Para convocar, asimismo, a quienes pelean por los derechos del trabajo doméstico y los trabajos de “cuidados” en general, desde las empleadas del hogar a las de los servicios de atención a domicilio, pasando por las asistentes personales, las camareras de piso y quienes asumen hoy por hoy, de manera no siempre diferenciada, el trabajo de limpieza y de acompañamiento a personas en situación de dependencia, a mostrar su apoyo a las trabajadoras del sexo acudiendo a la concentración convocada por la Asociación Feminista de Trabajadoras Sexuales (AFEMTRAS) en contra de la ley “abolicionista” del PSOE el martes 4 de octubre a las 17:30 frente al Congreso.
De chachas a empleadas del hogar: la dignificación de un trabajo feminizado
Lo que hoy llamamos trabajo doméstico y de cuidados es el trabajo de reproducción, curro asignado a las mujeres por el patriarcado y apropiado históricamente por el capital, desde los tiempos de la acumulación primitiva -como bien explica Silvia Federici en Calibán y la Bruja- hasta el capitalismo neoliberal y neocolonial actual.
La violencia brutal de esta apropiación siempre ha sido contestada por luchas de las propias mujeres capaces de visibilizar, de entrada, la naturaleza de las “tareas domésticas” como trabajo -remunerado o no-, así como de denunciar su explotación y función en las relaciones sociales capitalistas; de enfrentarse a la muerte pública y la asfixia vital de toda una parte de la humanidad en la jaula del conocido como “ámbito doméstico”; de pelear contra la condena al servicio doméstico de las mujeres autóctonas más pobres, de las mujeres de las colonias en el periodo colonial, de las mujeres de origen extranjero y racializadas en el momento actual.
La lista -siempre por ampliar- de las batallas y voces feministas que han analizado y peleado poniendo el foco en el “trabajo doméstico” recoge muy diferentes enfoques -de clase y raza- y propone y practica distintas estrategias de lucha: desde el desmontaje de la mística de la feminidad de Betty Friedan a los potentes movimientos por el salario del trabajo doméstico con las Black Women for Wages for Housework y las feministas marxistas (Mariarossa de la Costa, Selma James y Silvia Federici), pasando por las impugnaciones de las políticas coloniales y neocoloniales que han convertido a las mujeres de las colonias primero y a las migrantes actuales hoy en las sirvientas del mundo.
Si aterrizamos estas luchas en el Estado español, cabría decir, a lo grueso, que en el tránsito del reino de España de país de emigrantes en los años 50’s y 60’s a país de inmigrantes desde, sobre todo, los años 2000, se ha producido también una transformación de país exportador a país importador de “chachas”. En este sentido, la intersección contemporánea entre el sistema de fronteras y la “crisis de los cuidados” ha sido determinante en la sustitución de mujeres autóctonas por alóctonas en el desempeño de las tareas reproductivas, a la par que en la ampliación de ese nicho de mercado. En efecto, cuando en este país las mujeres abandonan el hogar de forma masiva al romperse el contrato sexual garantizado por el modelo familiar fordista -padre proveedor de salario, madre dedicada al sostén de la familia-, se abre una “crisis de los cuidados” desencadenda por una multiplicidad de factores que operan a la vez. Remitiéndonos aquí al análisis de los cuidados globalizados de A la deriva, por los circuitos de la precariedad feminina el cruce de los sucesivos ataques a la posibilidad de sostener la vida en el Sur global (planes de ajuste estructural, asfixia vía deuda, expolio y apropiación) por parte del Norte global, con los obstáculos a la posibilidad de sostener la vida en esta parte del mundo (incorporación masiva de las mujeres al trabajo asalariado, no socialización y mercantilización creciente de las tareas domésticas y de cuidados) tiene como resultado el significativo dato de que España sea en el 2021 “sólo por detrás de Chipre, líder europeo en cuanto al peso que el empleo doméstico tiene sobre la ocupación total”. Este desplazamiento ha permitido cerrar en falso la crisis de los cuidados mediante la transferencia de las tareas de reproducción a las “otras mujeres”, a una mano de obra migrante, extranjera, en una alta proporción sin papeles, sin derechos y, por ende, prácticamente esclavizable (¿qué es sino, el trabajo interno cuando se cruza con la ley de extranjería?).
Sirva este rápido y tosco recorrido para visualizar, por un lado, el periplo que lleva del ángel del hogar a la chacha y de la chacha a la empleada de hogar y, por otro lado, a preguntarnos por qué en este segundo movimiento, el que está conduciendo a la dignificación del trabajo doméstico, no solo se lucha por arrancar imprescindibles mejoras a las infames condiciones laborales que lo caracterizan, sino que se vuelve a mistificar, esta vez desde el feminismo, la naturaleza del trabajo en sí. Porque ¿qué hay de idealizable en las situaciones de mujeres que para sostener a sus propias familias han de cruzar el Atlántico para cuidar a las hijas de otras, a los mayores de otros, mientras los suyos enferman y mueren sin ni siquiera poder viajar a acompañarlos? ¿Por qué, como se pregunta Sara Farris en su más que iluminador En nombre de los derechos de las mujeres, consideramos que nuestra emancipación pasa por el abandono de las ingratas tareas del hogar mientras la emancipación de “las otras” (más pobres, migrantes, racializadas) pasaría por realizar dichas tareas en nuestro lugar?
¿Por qué consideramos que nuestra emancipación pasa por el abandono de las ingratas tareas del hogar mientras la emancipación de “las otras” (más pobres, migrantes, racializadas) pasaría por realizar dichas tareas en nuestro lugar?
En esta operación de purple washing hay, o esta es nuestra hipótesis, un intento de ocultación del cierre en falso de la crisis de los cuidados que interesa a las clases medias y altas (y a los partidos que las representan, es decir, todos). Por eso, y esta es nuestra apuesta, la lucha irrenunciable por las mejores condiciones laborales para el trabajo doméstico y de “cuidados” no debería ir de la mano del retorno de la mistificación de su naturaleza. Como tareas obligatorias cotidianas, remuneradas o no, limpiar culos y mocos, desinfectar tazas de váter y pilas de cocina, alimentar cada día a familias ajenas y/o propias, atender a personas enfermas, etc. no deberían ser tareas ni idealizadas, ni baratas.
De putas a trabajadoras del sexo: una asignatura pendiente
Del mismo modo que en el caso del trabajo doméstico, para defender el acceso de las personas que realizan servicios sexuales de forma retribuida a unas condiciones de vida digna no es en absoluto necesario idealizar la naturaleza del trabajo en sí.
Aunque es cierto que la industria del sexo comprende realidades muy distintas, la prostitución no es, como norma general, un chollazo de curro. Sí así fuera, la composición de clase y raza de sus trabajadoras sería distinta. Sin embargo, al igual que en el trabajo doméstico, de cuidados y de limpieza, el sector del trabajo del sexo está atravesado por las violencias cruzadas del capitalismo patriarcal y, por ende, por la división sexual, internacional y racial del trabajo. Lo cual significa sencillamente que las mujeres que limpian los culos como “empleadas del hogar” son las mismas que negocian remuneradamente con los suyos como “empleadas del sexo”. Putas y chachas son, hoy por hoy, mayoritariamente mujeres, y mujeres mayoritariamente empobrecidas. Migrantes, racializadas, madres solteras, jóvenes precarizadas, mayores con pensiones no contributivas... A nadie se le escapa que la industria del sexo es, además, la única salida para muchas mujeres trans en una sociedad -y, por lo tanto, un mercado laboral- atravesada por el patriarcado y, por ende, teñida de transfobia.
Si las mujeres mayoritariamente destinadas a convertirse en las chachas y las putas de la sociedad son las mismas, si las relaciones de poder que dibujan estas canteras de empleo también coinciden (patriarcado, régimen de fronteras, capitalismo colonial), ¿por qué el feminismo mainstream ha sido capaz de apoyar a las primeras en su lucha por devenir empleadas del hogar pero sigue siendo completamente refractario a reconocer a las segundas como trabajadoras del sexo?
Un feminismo emancipador debería reconocer la agencia de las trabajadoras del sexo, no discriminar sus voces y demandas, apoyar sus organizaciones
Contestar a esta pregunta es un asunto que despierta tantas pasiones de orden ideológico, moral, religioso y político, que ni la extensión de este artículo permite abordarla, ni la urgencia de las necesidades materiales de las putas dibujan como oportuna. En consecuencia, nuestro propósito hoy, aquí y ahora, sería mucho más humilde y pragmático, limitándose a una invitación a acordar unos mínimos consensos feministas en pos de un mundo mejor y más justo para todas, todos y todes. Desde nuestro punto de vista, un feminismo emancipador debería:
- incluir en su agenda “las necesidades materiales actuales de las trabajadoras sexuales, su necesidad de ingresos, de garantías frente al desahucio, de seguridad ante las leyes de inmigración”, como escriben Juno Mac y Molly Smith en Putas insolentes
- reconocer la agencia de las trabajadoras del sexo, no discriminar sus voces y demandas, apoyar sus organizaciones
- oponerse a cualquier forma de criminalización de las mujeres que realizan servicios sexuales remunerados y de su entorno
Es demasiado contradictorio, demasiado doloroso por las consecuencias que tiene en las vidas de muchas mujeres empobrecidas, deportadas, encerradas en las comisarias o en los CIES, desahuciadas, agredidas por policías y clientes, que la fuerza arrancada por el movimiento feminista en los últimos cinco años no sea capaz de resolver esta división histórica putas/no putas, tan funcional al patriarcado y a su división sexual del trabajo; tan instrumental para la división internacional del trabajo y su declinación en leyes de extranjería. Si, como dice Angela Davis, cada revolución debería llevar lo más lejos posible la casilla de partida de la siguiente, un paso imprescindible de este gran terremoto feminista de escala internacional que arranca en el 2016 y aún sigue teniendo prometedoras réplicas (como las últimas protestas en Irán), ¿no sería posible remar juntas ni que sea en pos de la descriminalización?