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Orgullo
Marcha del Orgullo en Estambul: violencia policial y resistencia queer
Es sábado, 26 de junio, y centenares de personas manifestantes ya están preparadas. Como otros años, lo previsible es que la policía de Estambul, Turquía, permita leer un breve comunicado y, si la multitud no se dispersa lo suficientemente rápido, arranquen las balas de goma y el gas lacrimógeno. Conocen el programa porque es el mismo desde 2015, cuando el gobierno autoritario de Erdogan empezó a prohibir las marchas.
Durante diez años, a partir de 2003, la comunidad LGBTI+ pudo salir en paz a las calles, pero después de la revolución de Gezi, cuando las marchas de 2013 y 2014 atrajeron más de 100.000 personas, se decidió dejar de autorizarlas. La actuación policial era previsible; sin embargo, este año ha sido aún más violento.
Las marchas suelen discurrir por la Avenida de İstiklal, una calle peatonal y muy turística, parecida a la Rambla de Barcelona, y bordeada a los dos lados por barrios hechos de callecitas y callejones laberinticos. El pasado sábado todas las calles estaban cerradas por barreras policiales desde la mañana, con grupos de policías en cada esquina, dejando pasar a los turistas.
La marcha estaba programada para las cinco de la tarde, pero la gente se empezó a reunir unas horas antes en un par de bares en una calle que da a la Avenida de İstiklal, la llamada Calle Mis, históricamente famosa por sus lugares alternativos. A las dos de la tarde, dos grupos de policías entraron en esta calle, uno de ellos compuesto por fuerzas especiales antidisturbios. Cinco minutos después, cargaron contra gente que estaba tomando algo tranquilamente en los bares, empujando violentamente, arrastrando, y deteniendo a 15 personas en menos de diez minutos.
Entre ellas, un fotógrafo de AFP, Bülent Kılıç, y yo misma como fotógrafa hubiera sido parte de este grupo si no fuera por la técnica desarrollada por los manifestantes: si dos policías te agarran, seremos seis, siete, ocho, jalando más fuerte hasta que te dejen ir. Funcionó, pero la detención violenta de Kılıç y el intento de llevarme, con la clara voluntad de quitarme la cámara, recuerdan una vez más que para el gobierno turco no existen ni libertad de prensa ni derechos LGBTI+.
En efecto, a diferencia de otros países más represivos, en Turquía, ser lesbiana, gay, trans o queer no es ilegal, pero tampoco se le ofrece la mínima protección a esta comunidad, lo cual deja a sus miembros en un especie de limbo en el que “la gente no considera a las personas queer como personas reales”, como explicaban las personas participantes de la marcha.
Es este mismo limbo que provocó, después de varias persecuciones y cargas, que el Comité de Organización de la marcha leyera un comunicado de prensa. “Mujeres y personas LGBTI+ siguen luchando en la calle en contra de aquellos que abolieron la Convención de Estambul en un día, cuyo objetivo es la protección de las vidas de las mujeres y personas queer”, afirmaron desde el comité. “Lesbianas —cuya existencia fue denegada por Erdogan— siguen resistiendo en la calle. Lubunyas [el lubunya es una jerga secreta usada por la comunidad queer en Turquía, y por extensión, la palabra se usa para referir a la comunidad LGBTI+, NDLR], declarados como desviados por el gobierno, siguen resistiendo en la calle. Kurdos siguen resistiendo en la calle (...)”.
Se refirieron a que eran todos estos grupos quienes debían “mantener un frente unido en contra de los ataques del Estado”: “Nos organizaremos, gritaremos por las calles, festejaremos de nuevo, protegeremos y haremos crecer nuestros espacios seguros, juntas”. Después de esta lectura, el juego del gato y el ratón se retomó: la policía cargaba, los manifestantes huían, paraban y bailaban un rato, volvían a huir, empujados por las balas de gomas y disparos de gas. Con los más jóvenes adelante, la marcha cancelada duró hasta el toque de queda, a las diez de la noche, pasando por casi todas las calles rodeando la Avenida de İstiklal, y acabando en una fiesta callejera que demostraba que, al final de ese día, fue el ratón quien salió ganador.
Pero en el plazo más largo, el gato se pone cada día más virulento. Este lunes 28, dos días después de la marcha, la policía acudió a una calle conocida por ser un lugar de residencia de personas trans, les dio 15 minutos para salir de sus casas y selló las puertas.
Los eventos de la semana pasada, denuncian los colectivos, la salida de la Convención de Estambul y la represión violenta de las protestas de la Universidad del Bósforo (y en particular del club LGBT de dicha universidad) en enero de este año muestran que el gobierno de Erdogan no tiene ninguna intención de llevar su país a más derechos y libertades sino cada vez a menos. Pero las personas manifestantes de este sábado muestran también que están más dispuestas que nunca a seguir luchando por ellos.