Opinión
La necesidad de reelaborar la memoria del fascismo italiano

El autor reclama la necesidad de organizar una ofensiva en torno a la elaboración del pasado fascista y la política del recuerdo en Italia.
Manifestación antifascista en Roma - 11
Manifestación antifascista en Roma el pasado 25 de abril. María Girón

Este año el 25 de abril, aniversario de la liberación italiana del nazi-fascismo y fiesta nacional de Italia, adquiere un significado especial, porque quiere gritar a la cara de un gobierno que en parte se remite idealmente a la experiencia de la República Social Italiana de Salò (el Estado títere de la Alemania nazi presidido por Mussolini entre septiembre de 1943 y abril de 1945 ), que Italia no es fascista. Giorgia Meloni fue elegida, recordémoslo, con el 16 por 100 de los sufragios de los electores con derecho al voto. Si entretanto se ha fortalecido, ello se ha debido a su indudable capacidad de comunicación y a opciones de gobierno que podrían ser peores dado el panorama geopolítico, pero sobre todo a la desoladora y persistente falta de un proyecto de oposición y a la ausencia de alternativa. Esto, sin embargo, no agota el discurso sobre el 25 de abril y sobre la Resistencia, cuyas manifestaciones deberían coronarse con un enorme éxito de participación popular.

Y no me refiero al vínculo que en esta edición el 25 de abril evidencia con la tragedia palestina, sino a la elaboración de la memoria de la Resistencia o, más en general, a la elaboración del pasado fascista. Se trata de un problema del cual ni Italia ni Alemania pueden liberarse y que retorna periódicamente cada vez que reaparece como un pasaje ineludible de la conciencia colectiva, cuando no de la identidad misma de la nación. Hoy es el momento de volver a ponerlo sobre el tapete con la esperanza de que pueda contribuir a abrir un camino, un proyecto político, y evitar así que este 25 de abril de 2024 sufra el destino típico de estas manifestaciones, es decir, el de ser un acontecimiento puntual, bonito, exitoso, participativo, pero del que una semana después nadie se acuerda una vez que las conciencias vuelven a estar en paz.

Cientos de miles de soldados italianos cayeron por haber atacado a pueblos que nunca habían amenazado la integridad de nuestro país

Sobre este tema de la elaboración del pasado fascista (Aufarbeitung o Bewältigung der Vergangenheit, ya abordado por Adorno en 1963) he intentado llamar la atención en mi último escrito publicado por la editorial Asterios de Trieste pocos días antes de sufrir un grave accidente que aún me obliga a una larga rehabilitación (1). Se trata de un panfleto de no más de cien páginas en el que abordo el problema del extremismo de derecha en la República Federal de Alemania y en Italia. Utilizando estudios comparativos de historiadores italianos y alemanes, me ha parecido que podía afirmar que la exaltación de la Resistencia como caracterización de la identidad nacional ha llevado a atribuir toda la responsabilidad de las atrocidades cometidas por el fascismo italiano a los militares alemanes y a los cuerpos especiales nazis, como si los italianos («buena gente») no hubieran colaborado en las redadas, deportaciones y torturas. Ello ha producido una forma de autoabsolución (2).

Mientras Alemania ha sido considerada la potencia derrotada y humillada, que cargaba con el peso del genocidio de los judíos y condenada sin apelación, Italia ha sido contemplada como una nación «cobeligerante», medio derrotada, que se liberó parcialmente por sí sola del fascismo (3). Si a esto añadimos la amnistía decretada por Togliatti en 1946 y la admisión del Movimiento Social Italiano a la participación democrática, tolerando el hecho de que estuviera presidido por un exgeneral, al que algunos historiadores consideran autor de crímenes de guerra en África, y un exministro de Defensa de la República de Salò, llegamos a la conclusión de que sería mejor para una correcta elaboración del pasado fascista italiano una persistente política de recuerdo de lo que fue realmente la guerra de Mussolini.

Y que junto al 25 de abril haríamos bien en recordar el 10 de junio de 1940, fecha de la entrada en guerra y de la agresión contra Francia, así como de la apertura de las hostilidades en Túnez; el 28 de octubre de 1940, inicio de la campaña de agresión italiana en Yugoslavia, Albania y Grecia; y el 13 de julio de 1941, inicio de la campaña de agresión contra la Unión Soviética. Sin olvidar tampoco destacar «la manera» en que Mussolini entró en esta guerra, esto es, con una total falta de preparación organizativa y militar, que colocaba a sus tropas frente a un desastre cuasi cierto, las cuales, por muy «heroicamente» que lucharan, sólo podían ser derrotadas y masacradas. Así pues, cientos de miles de soldados italianos cayeron por haber atacado a pueblos que nunca habían amenazado la integridad de nuestro país. La guerra de Mussolini concluyó con el infame epílogo de la mencionada República de Salò, que arrastró a una parte del país a ser cómplice de la Shoah y a luchar codo con codo con las fuerzas especiales nazis, alemanas, rumanas, ucranianas y ustachas croatas, todas ellas protagonistas de comportamientos infames y bárbaros durante los últimos meses de la guerra.

Estoy convencido de que las nuevas generaciones saben muy poco de estos acontecimientos, pero se trata de la historia de sus familias, no de la historia de quién sabe qué parte del mundo. Tal vez sepan más de las foibe –la masacre de italianos istrianos y dálmatas cometida por las tropas de liberación yugoslavas en 1943–, hecho que constituye un episodio marginal de la historia italiana en comparación con la inmensa tragedia de la Segunda Guerra Mundial.

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No saben que el pueblo ruso pagó con más de veinte millones de muertos la ambición de Hitler y Mussolini de abatir el comunismo, no saben que gracias a ese enorme sacrificio el nazi-fascismo fue derrotado. Se trata precisamente de confrontar la «política del recuerdo» practicada por la derecha, coronda por un cierto éxito, que propone un episodio marginal como el de las foibe, con la incapacidad de la izquierda para contrarrestarla levantando una acusación contra Mussolini y su régimen, que no tiene posibilidad alguna de apelación por la magnitud de los crímenes cometidos contra el pueblo italiano. Esto me lleva a proponer una campaña de public history persistente, que calle a los nostálgicos del Duce y de sus métodos. Aduciendo esas tres fechas (junio y octubre de 1940, julio de 1941) se rinde justicia al 25 de abril, se rinde justicia a las razones que dieron lugar a la Resistencia.

Por no hablar, entre otras cosas, de la forma en que Badoglio y el rey sumieron a cientos de miles de soldados italianos en una desorientación total, entregándolos sin sospecharlo estos a la venganza alemana tras el armisticio: de los seiscientos mil militares italianos deportados a Alemania por los nazis tras la proclamación de este el 8 de septiembre de 1943 (entre ellos el hermano de mi madre) a los episodios en los que el horror se mezcla con lo grotesco. En este contexto me veo impelido a contar una de esas historias que se te clavan en el cerebro y que te obligan a preguntarte «pero, ¿cómo ha sido esto posible?».

Acorazado Roma

Acorazado Roma, el más moderno, el buque de guerra más potente de la flota italiana, construido en Trieste, astilleros de San Marco. Mi padre diseña parte del sistema eléctrico. El buque, botado en 1940 no se termina realmente, sin embargo, hasta 1942 justo a tiempo para dirigirlo a la base naval de La Spezia. Mientras esperaba entrar en servicio, sufrió un bombardeo que le causó daños menores. Inexplicables meses de inactividad. En julio de 1943 los anglo-estadounidenses desembarcan en Sicilia. A principios de septiembre, la flota italiana estacionada en La Spezia es alertada para bloquear un desembarco aliado en la costa tirrena. Inimaginable el orgullo reinante entre los miles de marineros y fuerzas de combate, convencidos de que iban a defender el suelo patrio. El 8 de septiembre Badoglio firma el armisticio, durante la noche los comandantes de la flota reciben la orden de entregarse a los Aliados. Los barcos zarpan en convoy, se pide a los técnicos alemanes a bordo que desembarcaran, sólo los altos mandos conocían el destino. Y los miles de hombres a bordo, ¿lo ignoraban todo? La formación, con el buque insignia Roma al frente, tiene que reunirse con otros barcos partidos de Génova, siendo el destino de todos ellos La Maddalena en la isla de Cerdeña, donde se pondrán a disposición de las tropas anglo-estadounidenses. Pero pocas millas antes de su llegada, el alto mando italiano emite una contraorden: La Maddalena sigue en manos alemanas (descifrar las órdenes y contraórdenes de nuestros servicios de inteligencia al parecer lleva su tiempo).

Las crónicas escriben que la maniobra de conversión es llevada a cabo por los once buques en perfecto orden. Son las 14:45 horas del 9 de septiembre de 1943. Veinticinco minutos después los bombarderos alemanes aparecen en el cielo a 6000/7000 metros de altura. Uno de ellos deja caer una bomba teledirigida, que perfora el casco del Roma y explota en el agua, luego una segunda que provoca un incendio que se propaga al depósito de municiones. La explosión es aterradora y provoca temperaturas extremadamente altas, de los 1393 hombres que pierden la vida, muchos sufrirán horribles quemaduras. El barco se parte en dos, los restos del naufragio desaparecen en las profundidades y nunca se vuelven a encontrar.

Hasta el 28 de junio de 2012, cuando robots submarinos consiguen localizarlo. El 9 de septiembre de 2023, en el octogésimo aniversario de la tragedia, el presidente Mattarella asistió a la ceremonia en recuerdo de aquel trágico suceso, pronunciando claras palabras sobre el «engaño» del que fueron víctimas aquellos desgraciados. Guido Crosetto, el ministro de Defensa italiano, también estuvo allí. Cito su discurso, recogido en la página web del Ministerio de Defensa italiano: «Estamos hoy aquí para rendir el debido homenaje y perpetuar la memoria de los 1393 marinos italianos que encontraron su sepultura en estas aguas hace ochenta años y para reivindicar juntos el recuerdo imperecedero de lo que significó para nuestro país el viaje del Gruppo Navale della Regia Marina, atracado en La Spezia, a La Maddalena». La prensa, en su cobertura de la ceremonia, no mencionó el contexto en el que se produjo el hundimiento.

¿Por qué murieron aquellos muchachos? ¿En qué tipo de relato situamos este acontecimiento bélico? ¿Podemos hablar de heroísmo, de patriotismo, de epopeya? Cayeron en una trampa, inconscientes, como gatitos ciegos, engañados. ¿Por quién? ¿Por Mussolini o por Badoglio? ¿Cómo se puede construir la conciencia de una nación a partir de un episodio semejante, rayano en lo grotesco, pero terriblemente verídico, un episodio que describe mejor que otros la condición general en la que se encontraban nuestros soldados en la Segunda Guerra Mundial? Muchachos de veinte años, como él, como el tío Giorgio Buffon Fontegher, un chico dulce y bueno, que me había enseñado a montar en bicicleta sujetándome por el sillín, caído en El Ghennadi, Túnez. El Ministerio de Defensa había informado a la familia de que estaba «desaparecido»; su madre y sus hermanos vivieron con la angustia de pensar en aquel cuerpo sin sepultura mordido por los chacales del desierto. Luego, cuando de la familia ya solo quedaba yo, me enteré por pura casualidad de que sus restos se habían vuelto a reunir y reposaban en el Osario de los Caídos de Ultramar de Bari.

Tal vez con estos ejemplos haya conseguido explicarme, cuando hablo de la necesidad de organizar una ofensiva en torno a la elaboración del pasado fascista y la política del recuerdo. O, mejor, de la necesidad de organizar realmente una contraofensiva.

Notas a pie de página
1. Sergio Fontegher Bologna, Alcune note sulla questione dei ceti medi e dell’estremismo di destra in Italia dal dopoguerra a oggi, Trieste, 2024.

2. Filippo Triola (ed.), Destini incrociati? Italia e Germania tra Otto e Novecento, Berlín, Italienzentrum der Universität Berlin, 2020, en particular el ensayo de apertura del profesor Andrea D’Onofrio.

3. El 13 de octubre de 1943 la monarquía y el gobierno de Badoglio declararon la guerra a la Alemania nazi; la declaración de guerra fue entregada personalmente por el consejero de la embajada italiana en Madrid Pierluigi La Terza al embajador alemán destacado ante el gobierno español. Véanse las memorias de Pierluigi La Terza, 13 ottobre 1943, Milán, 1963.
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