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Ocupación israelí
Cómo cansa ser secretario general de las Naciones Unidas
Arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.
Cuando el primer secretario general de las Naciones Unidas, Trigve Lie, dio el relevo a su sucesor, otro nórdico como él, declaró aquello tan célebre de que ese era el “trabajo más difícil del mundo”. Podía haber añadido que, también, es uno de los cargos públicos mejor pagados en el planeta, unos 200.000 dólares brutos al año, a los que se añaden dietas y alojamiento aportados por la organización.
Pero es que lidiar con los grandes problemas internacionales y hacer alarde de paciencia con determinados países y sus delegados no está nunca bien pagado. Sobre todo si quien aparece en escena creando complicaciones es ni más ni menos que Israel. Ese Estado que occidente ha decidido que puede hacer lo que le dé absolutamente la gana hasta en los momentos más terribles e insospechados.
Ocupación israelí
Ocupación israelí Gila y su teléfono van a Gaza
El pobre Lie tuvo la mala suerte de tener que lidiar con las brasas del incendio generado por la Segunda Guerra Mundial y la aparición de los dos grandes bloques, con su corolario de tensiones, añagazas geoestratégicas y conspiraciones diplomáticas, estas últimas siempre desquiciantes para cualquier mediador internacional. Pero, a buen seguro, lo peor fue tener que hacer frente a la cuestión israelí.
Aquí la culpa debe asumirla también la propia ONU, con su malhadado plan de partición en Palestina (1947) que concedía, una idea genial, el 55% del territorio a quien tan sólo constituía un tercio de la población, la comunidad judía, cuya afluencia masiva a lo largo de los treinta y cuarenta del S. XX los británicos habían permitido e incluso alentado sin tener en cuenta las protestas de los palestinos —¿alguien ha tenido en cuenta a los palestinos alguna vez? ¡Si no existen, como diría la gran líder sionista Golda Meier—.
Las decisiones que se adopten en el seno de la Asamblea General y/o el Consejo de Seguridad e incluyan referencias a “cosas que Israel debería hacer” tienen un estatus especial. Están para no cumplirse
A estos, además, se les concedían dos zonas separadas que coincidiría en parte con sus actuales “centros de internamiento” en Gaza y Cisjordania, a ambos extremos de la entidad judía, que tenía continuidad territorial y salidas tanto al sur, Egipto, como al norte, Líbano. Un plan, en definitiva, pensado para encapsular a los palestinos. Luego vino la guerra del 48, con aquellas resoluciones magistrales que consagraron una máxima ancestral en la historia de esta egregia organización: las decisiones que se adopten en el seno de la Asamblea General y/o el Consejo de Seguridad e incluyan referencias a “cosas que Israel debería hacer” tienen un estatus especial. O sea, están para no cumplirse. Las primeras, las referidas a los derechos de los refugiados palestinos o los asentamientos israelíes.
Comprendemos a Lie y a los ocho secretarios generales que, aun ganando mucho dinero y recorriendo a modo los cuatro puntos cardinales, han debido fajarse en los asuntos que conciernen a Israel. Porque el proyecto sionista israelí no ha dado tregua. Después del 47 y el 48, dieron más guerra, junto con Francia y Gran Bretaña, en la crisis del Canal de Suez del 56; después, en el 67, en el 73 (aquí no, aquí empezaron los otros), en las intifadas del 87 y el 2000; las agresiones a Gaza, 2006, 2008-2009, 2012, 2014, 2018, 2021, 2022 y esta actual de 2023, la más sangrienta y criminal de todas ellas que, al menos, no nos ha dejado todavía ninguna de esas lamentables resoluciones sobre la cuestión palestina que tanto enfurecen a los antisemitas furibundos que critican las violaciones de la legalidad internacional.
En Líbano también se han llevado su parte, invasiones de 1978 y sobre todo 1982, incluidas las matanzas repugnantes de Sabra y Shatila, la agresión de 1996, la de 2000, la campaña de 2006, los acuerdos sobre la creación y mantenimiento de las Fuerzas Interinas de Naciones Unidas en Líbano (FINUL), etc. Si se suman las relacionadas con el conjunto de las causas arabo-israelíes y podemos hacernos una idea de cuánta guerra ha dado y sigue dando el régimen de Tel Aviv a los secretarios de la ONU y parte de los cerca de 80.000 funcionarios que dependen de ella. Lo que más debería preocupar a cualquier secretario general de la ONU no es que Israel vaya a provocar durante su mandato algún desaguisado que obligue a fajarse y realizar un alarde de destreza diplomática. Lo acuciante es prever de qué tamaño va a ser el desastre. Y este, no hace falta que se lo digamos, es uno de los peores en el historial israelí y puede, mejor dicho, va a deparar consecuencias gravísimas para la estabilidad de Oriente Medio y, por ende, todo el planeta.
Podrían verlo también de otro modo: al secretario general de la ONU Israel le ha asesinado a cerca de 40 trabajadores, les han destruido el 40% de las escuelas o buena parte de los hospitales financiados por la ONU
La retórica filosionista suele decir que la ONU, en especial algunas secciones como la UNRWA (Agencia de Ayuda a los Refugiados Palestinos) o la Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), es hostil a Israel. No entendemos por qué: se pasan sus resoluciones por donde les place y siempre estará ahí Estados Unidos, o Gran Bretaña, o ahora Francia, entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad para justificar sus desaires. O numerosos estados europeos y algunos latinoamericanos, africanos y asiáticos que acceden a puestos transitorios en aquel, o están siempre en la Asamblea General. Pero las recientes palabras de Antonio Guterres resultan inadmisibles para los actuales dirigentes israelíes, los más reaccionarios y criminales, ya es decir, de la historia de un estado basado en la coacción, el latrocinio y la manipulación. Afirmar que “es importante reconocer que los ataques de Hamas no vienen de la nada” y que “el pueblo palestino se encuentra bajo 56 años de asfixiante ocupación”, como hizo el pasado martes 24 de octubre, supone para el régimen de Tel Aviv una declaración de hostilidad inasumible, una muestra más de la animadversión histórica, o eso sostiene, de la ONU hacia la noble y democrática Israel.
Podrían verlo también de otro modo: al secretario general de la ONU le han asesinado ya los bombardeos israelíes cerca de 40 trabajadores, casi todos del UNRWA; les han destruido el 40% de las escuelas; han dejado inutilizados casi todos los hospitales de la Franja que operan con financiación y asistencia técnica de la propia organización; han matado sin ningún tipo de pudor a médicos, enfermeros y conductores de ambulancias de la Cruz Roja que operan asimismo con asistencia técnica de la ONU; las hordas de Tel Aviv han acabado en casi tres semanas de bombardeos indiscriminados contra la población civil con la vida de unos 2.500 niños, muchos de ellos asistidos por la Unicef; más de 600.000 desplazados gazatíes se han tenido que refugiar en unos 150 edificios de la UNRWA, considerados, teóricamente, islas seguras —los misiles israelíes se han cebado con un buen número de ellas, con las consiguiente carnicerías—.
Netanyahu y hatajo de villanos monipodios: ¿qué queréis que diga el secretario general de la ONU ante esta brutalidad que no tiene nombre? Guterres, además, ex primer ministro de Portugal, había sido alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados entre 2005 y 2015. Sabe por tanto de lo que está hablando, como cualquier trabajador de la ONU y las ONG humanitarias que conocen lo que ocurre de verdad en Palestina. Otra cosa es que puedan decirlo; y que si lo hacen, alguien los tome en consideración.
Netanyahu y hatajo de villanos monipodios: ¿qué queréis que diga el secretario general de la ONU ante esta brutalidad que no tiene nombre?
Por la barbas de Jacob, Esaú e Isaac ¿qué tendrá este cargo que vuelve a la gente antisemita, nazi y entusiasta de los fedayines, los hamasistas y los “animales humanos” palestinos en general? En 1996, Estados Unidos emprendió una campaña de acoso y derribo contra el entonces secretario general Boutrus Ghali porque, decían, no podía o quería llevar a cabo las reformas, imperiosas, que necesitaba la ONU para convertirse en una institución moderna, dinámica y efectiva. Añadían, además, que amparaba la corrupción en su seno, o no hacía todo lo posible por neutralizarla.
Puede ser una parte de la razón. Sin embargo, había más: Washington estaba quejosa con Ghali porque se había mostrado remiso a la hora de apoyar las demandas de intervención y mano dura en los Balcanes —de hecho, la guerra de 1999 contra Serbia se hizo al margen de la ONU— y, peor aún, no había atendido sus demandas de que no publicara o retrasara al menos la publicación del informe de la ONU sobre la matanza de Qana.
En 1996, en una de sus habituales operaciones de castigo descarnado contra Líbano, proyectiles israelíes destrozaron un campo de Naciones Unidas en el sur del país, con un reguero de decenas de muertos. Aquello era un crimen de guerra, como tantos otros, perpetrado además en una instalación internacional repleta de refugiados libaneses que huían de las razzias de la aviación israelíes. Lo mismo que en Gaza, en resumidas cuentas.
Ghali, el pobre hombre también, estaba enfadado, sobre todo cuando se convenció de que la carnicería había sido cometida por las tropas israelíes y de forma premeditada —no fue un error táctico—, a pesar de la consabida e inevitable cortina de humo controlada por la armada mediática prosionista en la que la culpa es siempre de los otros o la… ONU, el ente agredido. No nos pregunten cómo llegan a estas conclusiones tan peculiares pero lo hacen, y de forma sistemática; imaginamos que si han logrado convencer a medio planeta de que los palestinos “empiezan siempre todo esto” y que sus desvaríos SÍ VIENEN DE LA NADA —¡Guterres, al orden!—, no les costará mucho convencer a la prensa estaodunidense y europea, junto con un buen número de responsables políticos, de que la culpa era de la ONU por tener un centro de asistencia allí.
Lo curioso del asunto Ghali es que en 1992, al asumir el cargo, parecía el candidato ideal de los estadounidenses: egipcio cristiano formado en occidente, de cultura francés mayormente, anticomunista convencido y, cuán importante, amigo de Israel y comprensivo con el sionismo. En cuatro años se corrompió. El virus antisemita de determinadas instancias diplomáticas internacionales, tan mal ventiladas.
Al régimen de Tel Aviv le viene sobrando la ONU desde hace décadas, sobre todo cuando sus secretarios generales se ponen tan insufriblemente paternales con los destrozos que la caterva militar israelí inflige en su personal y edificios. Prefiere que la gente no pregunte ni se dedique a investigar “sus cosas”. No obstante, a veces llegan tarde. Guterres se les ha escapado —a quién se le ocurriría renovarlo en 2022— y también los reporteros de al-Jazeera, que cubrieron el bombardeo del hospital al-Ahli (“Baptista”, porque, hay que recordarlo aunque a Israel no le interesa, que está gestionado por una entidad eclesiástica occidental) desde los dos lados de la asediada Gaza y son los únicos que disponen de un material gráfico más o menos nítido para recomponer la trayectoria del proyectil o proyectiles e intentar descubrir el origen de los mismos.
Por la barbas de Jacob, Esaú e Isaac ¿qué tendrá este cargo que vuelve a la gente antisemita, nazi y entusiasta de los fedayines, los hamasistas y los “animales humanos” palestinos en general?
Para irritación del régimen de Tel Aviv, un reciente informe del New York Times —eso ya son palabras mayores, por muy supuestamente progre que sea este periódico— concluía que la autoría era israelí, basándose en los vídeos de al-Jazeera. Ya han echado a sus delegados, porque sus reportajes “dañan la seguridad nacional”. En cualquier caso, nunca han profesado ninguna simpatía por esta cadena nazi, hamasista y anti libertad, como demuestra el asesinato de su corresponsal Shirin Abu Aqle, palestina con nacionalidad estadouidense, alcanzada por disparos de soldados israelíes en Cisjordania en 2022. Otra vez, un informe de la ONU confirmó que no habían sido milicianos palestinos, como intentó hacer creer la maquinaria goebbeliana de propaganda israelí. Pero a quién le importa. ¿Han visto ustedes que se haya procesado o cuando menos interrogado a alguien por ese crimen? Nosotros no.
Pero, ay, lo de Guterres no tiene nombre. ¿Cómo se te ocurre, Antoninho, no empezar cualquier comentario sobre las acciones de noble e irremediable reparación llevadas a cabo por las fuerzas de defensa del único estado democrático de Oriente Medio con una referencia horrorizada a las horribles matanzas cometidas por Hamás? Hay que insistir mucho en eso, a lo largo de todo el discurso; luego, si acaso, haces una alusión al sufrimiento de la población de Gaza, ocasionado, también, por las acciones de los yihadistas, que han convertido en rehenes a su propio pueblo. Y quedas tan bien, hombre. A nosotros nos lo dicen continuamente, antes de hablar de los “supuestos” bombardeos de escuelas, iglesias, mezquitas, hospitales y viviendas donde sólo hay niños y ancianos, hablad de las atrocidades de Hamás, que es lo importante, porque la cuestión palestina comenzó el 7 de octubre de 2023.
Pero, ay, lo de Guterres no tiene nombre. ¿Cómo se te ocurre, Antoninho, no empezar cualquier comentario con una referencia horrorizada a las horribles matanzas cometidas por Hamás?
Porque dominan el relato y los tiempos del discurso. De ahí que un señor bajito procedente de la periferia europea les moleste tanto. Por ahora, es improbable que consigan echarlo, porque los estadounidenses, más realistas y pragmáticos que la jauría pseudobíblica que controla Tel Aviv, concentra su táctica en neutralizar cualquier posible resolución lesiva para Israel, reencauzar los intentos de los estados árabes de armar un frente común y en permitir la entrada de ayuda humanitaria de forma que los bombardeos no se interrumpan, con la ayuda —o el estorbo— de ideas estrambóticas como la alemana de crear “ventanas humanitarias” sin una tregua.
Washington cada vez tiene más trabajo: por un lado, ha de hacer frente a críticas in crescendo entre sus aliados y dentro de sus círculos políticos más estrechos, porque lo que llega de Gaza al ciudadano occidental, a pesar de los filtros, resulta ya insoportable. Un antecesor del “luso iluso”, como lo llaman algunos ingeniosos por ahí, Kofi Anan hizo unas declaraciones, cuando le renovaron en 2001 —a este le tocó el 11-S y la guerra en Afganistán contra los Talibanes, que ahora están otra vez en el poder tras un acuerdo con EE UU; parece que lo hizo bien—, en el sentido de que el mandato de un secretario general de la ONU debería ir en el línea de “inspirar la esperanza de que podemos cambiar las cosas, de que lo imposible puede ser posible”. Puf, qué difícil si se te pone el régimen de Tel Aviv delante flanqueado por la mayor superpotencia mundial. Cuánto trabajo, pensaría el bueno de Trigve Lie.