Muerte digna
‘Death cafés’, apps de despedida o doulas de la última etapa: celebrar la muerte para tener una mejor vida

Desde hace décadas en los países anglosajones se viene desarrollando y demandado el acompañamiento en la muerte. Apoyo espiritual, aceptación de enfermedades terminales o del suicidio, pero también ayuda para los trámites o decisiones más prácticas. Esta tendencia llega a España aunque con críticas por agrandar el ya enorme negocio de la muerte.
Cementerio de San Justo
Cementerio de San Justo, en Madrid. Álvaro Minguito

La muerte aparece en nuestras vidas en ocasiones contadas. Muchas veces la vemos en la ficción, pero pocas en la vida real. Y esto choca con una evidencia: todos morimos. Pero la muerte empezó a verse en el siglo XX como algo no deseable, como un fracaso, como algo a esconder. Debates en torno a temas como la eutanasia, los cuidados paliativos o el testamento vital aparecen de la mano de las personas que se han visto afectadas por esta situación, en lugar de ser un debate público que concierne a toda la sociedad. Por eso, cuando llega la muerte, cada vez más personas recurren a ayuda experta. Doulas de la muerte, death cafés, aplicaciones para dejar nuestra despedida por escrito, testamento social de cómo queremos el último adiós… además de la ayuda psicológica y médica. “Estamos convirtiendo la muerte algo muy complicado, cuando es algo que forma parte de nuestra existencia. Nos bloqueamos, pensamos que no sabemos acompañar y eso es porque no hablamos de ello. No compartimos los conocimientos pero sí que sabemos hacerlo. Y es que no hay que olvidar que lo que más le ayuda a una persona que muere es estar rodeada de seres queridos”.

Quien habla es la periodista Silvia Melero, creadora de la iniciativa Luto en Colores y autora de los libros La vida de Sira y Luto en Colores, repensar la muerte para celebrar la vida. Una experta en acompañar la muerte desde que tuvo que vivir el suicidio de su hermana, Esther. Decidió afrontar este trance de otra manera, sin victimizar a su hermana, respetando su decisión. Por eso, considera que todos los servicios de acompañamiento que se ofrecen son útiles, sobre todo para las personas que carecen de red social, aunque cree que su existencia o auge también está relacionada con la falta de normalización de la muerte. “Si hablásemos de todo, sabríamos qué hay que hacer —explica—. El problema es que como nadie dice nada, cuando llega el momento es la funeraria o el seguro quien toma las riendas”. ¿Qué alternativa hay a esta dinámica que se ha consolidado en las últimas décadas?

Acompañantes y últimas voluntades

Además del personal sanitario especializado y la psicología, hay un nuevo espectro de expertos que aboga por este acompañamiento integral ante la muerte. Ya sea de forma voluntaria a través de asociaciones o con servicios profesionales, estas personas abordan desde el tema espiritual de aceptar la muerte, a ayudar a dejar las cosas arregladas para la despedida hasta temas más prácticos como la burocracia, seguros y el entierro. Las doulas al final de la vida o doulas de la muerte son una de estas figuras. Al igual que las doulas en el embarazo y en el parto, estas mujeres (ya que son mayoría) acompañan, son apoyo y guía tanto a las personas que van a morir como a sus familiares. “Yo estudié también para ser doula de parto, pero no estaba tan cómoda con la bienvenida como con la despedida. No me sorprende que seamos mayoría de mujeres, por los últimos dos mil años de patriarcado, pero creo que la cosa está cambiando”. Así lo cuenta Glynis German, una de las doulas al final de la vida más reconocidas en España. Esta británica de origen jamaicano y galés, también es acompañante en ritos que celebran la vida, como puede ser un bautizo o una boda. “Todo se trata de la presencia, el apoyo y el empoderamiento. Si trabajo con una pareja para casarse que ha decidido trabajar con un celebrante, porque no son religiosos, lo que hago es empoderarles para que la ceremonia sea como ellos quieren. Igual pasa en el acompañamiento al final de la vida. Pretendo ser una presencia llena de amor, constante y presente con la persona”, explica.

Junto a estas personas que acompañan cuando el momento llega, existen otras ideas para preparar nuestra muerte. Desde el testamento y las últimas voluntades —el documento que se deja ante notario para reflejar cómo queremos que se repartan nuestros enseres— al testamento vital —para indicar qué queremos y qué no en cuanto a tratamientos médicos, donación de órganos, etc— , hasta el testamento social —donde se recoge la despedida y cómo queremos que sea nuestro funeral—. Mientras los primeros están regulados y deben ser registrados ante notario o en el registro, el último es más informal. Se trata de dejar explicado qué nos gustaría que hubiera en nuestra despedida. Para facilitarlo, hay iniciativas como la de la aplicación española ‘I leave’, que no solamente permite acordar con un confidente cómo será la ceremonia (si queremos que nos entierren o incineren, que haya o no velatorio) sino que también nos permite dejar un mensaje que llegará a los contactos que queramos el día que muramos. El confidente será el encargado de activar dicha despedida.

El negocio de la muerte 2.0

Y es que uno de los mayores problemas de no hablar de la muerte es que, cuando llega, los que nos rodean no saben cómo gestionarlo o qué nos hubiera gustado hacer. En ese sentido algunas funerarias permiten dejar cerrados los servicios, e incluso pagados. Algo que aliviará tanto el momento grave de la despedida como los altos costes que tienen los servicios funerarios en España. De hecho, el mercado funerario es uno de los sectores menos transparentes. En él intervienen compañías de seguros y empresas que evitan la competencia, que tienen acuerdos con hospitales y que muchas veces meten servicios que no son obligatorios por ley. Así lo explica la organización de consumo responsable Opcions, que destaca que en otros lugares existen alternativas como las funerarias cooperativas. Caitlin Doughty es uno de los rostros más conocidos de esta tendencia en Estados Unidos, con su libro De aquí a la eternidad convertido en best seller y su proyecto The Order of the Good Death, que ya cuenta con más de 5000 integrantes.

“Dado el interés que está suscitando, la muerte se ha convertido en un negocio lucrativo. Las organizaciones lo saben, por eso muchas se aprovechan para malvender un producto”. Así lo ve Ana Vidal Egea, periodista afincada en Estados Unidos y desde hace siete años doula del final de la vida. Ella, que lleva todos esos años trabajando voluntariamente, se ha formado, creó la web La buena muerte, ha escrito el libro Cómo acompañar a morir y, más recientemente el podcast Hablemos de la muerte. Todo ellos después de tener conciencia del memento mori (recuerda que morirás, en latín) al pasar por una enfermedad grave. “Estados Unidos —opina— es mucho más aperturista, España ha estado sumida en 36 años de dictadura, lo que deja una huella muy difícil de borrar. Se sigue temiendo lo que se desconoce”.

En ese sentido, se muestra crítica con el aluvión de cursos y formaciones que se ofrecen para convertir esta necesidad en una nueva profesión. “En España, noto una tendencia de gente que busca, a veces de forma más desesperada que vocacional, formas de subsistir, como sucedió hace unos años con el afloramiento del coaching”, opina la periodista afincada en EE UU, que no recomienda esas formaciones para quien quiera ejercer. Ella explica que estos cursos son costosos, no hay títulos oficiales y no hay dónde realizar prácticas. “Mi recomendación siempre, a quien verdaderamente quiera ayudar, es ofrecerse como voluntario en hospitales y centros de cuidados paliativos”, concluye.

De eso no se habla

Ana Vidal Egea sí que se muestra positiva ante los jóvenes y el fin de ese tabú: “Creo que el concepto ‘de eso no se habla, en eso no se piensa’ pertenece a una generación muy anterior. En mi opinión, las nuevas generaciones son mucho más libres y plantean una forma de vivir radicalmente distinta, donde las preocupaciones y la intimidad se comparten. Ni el sexo ni la muerte son tabú para ellos”. Para hablar más y más de la muerte y del cambio que supone, hay cada vez más iniciativas. En primer lugar están los death cafés. Se trata de una reunión, sin ánimo de lucro, donde varias personas hablan abiertamente, sin guión cerrado. Es una iniciativa impulsada en Londres en 2011 por Jon Underwood y Sue Barsk y que en la actualidad se celebra en más de 40 países.

“Solo se pretende hablar libremente de la muerte mientras se toma un café y un bizcocho. No es una ayuda al duelo ni un lugar de apoyo a experiencias personales. No pretende recaudar fondos. Tampoco pretende elaborar conclusiones del encuentro. Es confidencial y respetuoso”, reza en su web, que contiene un buscador para encontrar la reunión más cercana. “Es el encuentro más importante que he tenido en mi vida”, dice Glynis German, que arrancó los death café en Mallorca. “Lo que ofrecemos —explica— es un espacio con atención plena, sin normas, sin cosas correctas o equivocadas y, si la suerte acompaña, aprendemos”.

Glynis German también está detrás de la organización del festival Dando a la vida a la muerte, cuya tercera edición se celebra este otoño. Se trata de una iniciativa de la ONG del mismo nombre que nace tras la pandemia y que abre la mano a conocer, a nivel estatal, a numerosos expertos y expertas en las diferentes situaciones que acompañan la última etapa de la vida. “Este año —explica German— hablamos de la importancia de conversar sobre la muerte, de los documentos, los testamentos, explicar cómo nos gustaría que fuera nuestra muerte. Y hablar de la última fase de la vida. Soy voluntaria en cuidados paliativos y es importante que todos dispongamos de ellos en su momento. Por eso, traemos doctores de esta rama, mesas redondas con asesores en últimas voluntades, temas prácticos de antes y después de la muerte, etc”. La maestra de ceremonias concluye que cuento peor ha sido la muerte, peor puede ser este tránsito si no se tiene adelantado todo.

Malas muertes como las que se vivieron en el covid. Muchas personas murieron solas, sus familiares y amistades no pudieron acompañarles en sus últimas horas, no pudieron velar su cuerpo y tuvieron que aprender a despedirse de otra manera. “Creo —explica Ana Vidal Egea en referencia a esta situación— que ha aportado un aspecto interesante forzando al individuo a hacer un ritual interno, privado, que es mucho más complicado. Hay quien acude a los duelos o funerales —continúa—, se viste de luto, dice las palabras de pésame de turno, se despide protocolariamente del cuerpo y después continúa su vida sin haber realmente interiorizado la pérdida. Pero si no estamos frente al cuerpo, hay que establecer la comunicación de otro modo, creando por ejemplo, un diálogo interior, escribiéndole una carta a la persona que muere... Eso nos fuerza a una confrontación más compleja porque estamos solos”.

Otra situación donde los canales tradicionales no sirvieron fue en la tormenta Filomena. La propia Silvia Melero lo vivió en primera persona. Su abuela murió en casa esos días. Los médicos no podían llegar a casa a certificar la muerte, por lo que la funeraria no podía actuar. Así que vivieron esa fase del tanatorio en casa, aprendiendo ciertas cosas que hay que hacer para preservar el cuerpo, pero reunidos con la familia y “muy tranquila”, como ella reconoce. Por eso, insiste que es importante “contarnos qué pasa cuando morimos, que es esencialmente humano, no es patrimonio de cuatro expertos solos”.

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Nerea-chan
Nerea-chan
17/8/2022 17:22

Las cosas de las que no hablamos terminan por envenenarnos.

Sería fantástico que se normalizara hablar de la muerte, el suicidio, la eutanasia, etc., e incluso de las autolesiones. Son cosas que pasan y seguirán pasando y no hablar de ello creo que solo empeora las cosas. Seguirán sucediendo, y si siguen siendo tabú, las personas involucradas terminarán con un sufrimiento psicológico adicional.

Aunque sinceramente no pondría las cosas demasiado fáciles para cosas como el suicidio. Hablo de mí: he pasado épocas en las que me habría suicidado si lo hubiese tenido fácil, por ejemplo, si hubiese tenido cianuro a mano. Ahora me alegro de que no fuera así.

Más prevención, pero hablar siempre ayuda.

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