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Movimientos sociales
A los que luchan, lucharon y lucharán
Ella tiene poco más de 20 años, camina chapurreando dariya con un chico también veinteañero, bajo el sol de Ceuta. Él se ha enfrentado a quienes no le quieren ahí, ha saltado la frontera, esquivado policías, le ha vencido a la indigencia y la desesperanza, camina recto entre muchos otros, la dignidad es un aire compartido, en el presente, por todas esas personas que marchan camino a Tarajal en el aniversario de la masacre. La dignidad es un latido que impulsa a todas y todos los que marcharon para recuperar el futuro que el extractivismo colonial y el de las élites locales les robó. La geopolítica, la Europa fortaleza, el ministerio de Interior y los macro contratos de Frontex se burlan cada día de sus esfuerzos y aspiraciones, pero a él nada de eso le frena.
La activista, que tiene poco más de 20 años, ha bajado conduciendo de Madrid, con otras personas más o menos como ella. Podría estar pasando un fin de semana tranquilo en su casa, escaparse de la ansiedad que la acecha, que acecha a tantos como ella, entrampados en una precariedad que no les deja ni tan siquiera iniciar un camino propio y sostenerlo. Hija de la España del nuevo milenio, ha nacido lejos de la muerte y la miseria, pero también de certezas que acompañen y horizontes que entusiasmen. Se ha desplazado a la frontera sur, como tantos otros lo hicieron antes que ella, porque siempre hubo quien aporreó el muro desde el lado del privilegio.
La dignidad es un latido que impulsa a todas y todos los que marcharon para recuperar el futuro que el extractivismo colonial y el de las élites locales les robó
Hay mucha gente como estos veinteañeros, siempre la hubo, siempre la habrá, algunos ahora son jóvenes y mañana serán experimentados artistas del volver a levantarse, el volver a engancharse a una causa sin acabar de haber llorado la anterior, quienes no necesitan cálculo, ni balance de costos y riesgos, para subirse al barco que creen lleva a donde hay que ir. Otros son ya mayores y no sabrían decirte cómo comenzó todo, en qué momento decidieron que era insoportable vivir callados y quietos ante los muros, ante todo lo que les aplastaba. A algunos les va la vida en la lucha, para otros una vida sin lucha no es vida. Él y ella, caminando juntos, chapurreando unas palabras en común que apenas alcanzan a rodear el meollo de lo que les tiene ahí, en pie bajo el aliento de la necropolítica, van marcando el único camino digno que podríamos seguir.
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Debe tener unos 70 años, el cuerpo un poco curvo, doblado por el peso del pasado y de la historia, pero también por lo limitado que hoy se muestra lo que ayer fue futuro. Están en La Carbonería, un lugar emblemático en Sevilla, quien fuera su compañero de celda durante el franquismo toca frente a un público de personas mayores viejos himnos de lucha. Están a pocos metros, el hombre se emociona, llora las lágrimas de todos, pero es un llanto hermoso, celebratorio de estar con quienes se ven aún interpelados por la misma pulsión de justicia.
Hay quienes no pueden permitirse olvidar, la memoria histórica es mucho más que los muertos en las cunetas, son esos hombres y mujeres que cuando tenían 20 años comieron represión y cárcel y miedo y exilio. A veces, cuando están solos, quizás se pregunten si valió la pena, pero cuando están con los compañeros y compañeras, como en ese febrero republicano de 2022, saben que no podían haberlo hecho de otro modo.
Lo revolucionario es insistir, en las fronteras y en las ciudades, en los pueblos y en los desahucios, generación tras generación, en no aceptar lo que se considera insoportable, en defender la dignidad hostia tras hostia
La política está en todas partes y a veces se acompaña de la ternura, de entonar “Te Recuerdo Amanda” juntos, elevada por voces veteranas que la cantaron mil veces, escuchando a Luis Pastor decir aquello de qué fue de los cantautores, en honor a quienes cantaron, cantan y cantarán contra las opresiones y las vergüenzas de entonces, ahora y después. Lo revolucionario no es ganar, invertirle toda la energía al resultado, convertir todo en una apuesta a todo o nada. Lo revolucionario es insistir, en las fronteras y en las ciudades, en los pueblos y en los desahucios, generación tras generación, en no aceptar lo que se considera insoportable, en defener la dignidad hostia tras hostia.
Este mes, en una sola semana, tuve la suerte de poder participar en estos dos momentos: la marcha de la dignidad de El Tarajal y el febrero republicano de Sevilla, sentí que me daba una paseo revolucionario por varias generaciones y sus luchas: En Ceuta un sujeto político diverso y (no solo) joven, hecho a sí mismo entre las luchas de fronteras, consciente de la herida colonial y racista por haberla padecido en primera persona, por poder observarla cara cara en esta sociedad diversa. En Sevilla: Un sujeto político más mayor, rebeldes ante el daño del régimen del 78, la desmemoria histórica y la rudeza material, curtidos en las luchas sindicales, más blancas, más cercanas, también necesarias y urgentes.
No hay ninguna oposición en todo ello, no hay ninguna lucha que reste a otra, toda pelea por derechos para todas es legítima. Los gritos contra el racismo son gritos contra el capital. Las proclamas contra el capital han de ser proclamas contra el racismo. Así que cuando te vengan dudas sobre si hay luchas añosas que habría que abandonar, cuando te hablen de aspiraciones buenistas a las que les falta realismo, cuando te hablen de viejitos fachas o jóvenes indiferentes, cuando te encuentres intoxicado de derrotismo y cinismo por una sobredosis de redes sociales, mueve tu culo hasta una manifestación, hasta una concentración, hasta un lugar donde se resista. Pues quienes luchan, quienes lucharon, quienes lucharán, son el único sentido. Y es sentido suficiente para volver a levantarse, una y otra vez.