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Fronteras
Velika Kladusa, allá donde la ruta bosnia se topa con la Europa fortaleza
En abril de 2020, la Comisión Europea calculaba que, desde comienzos de 2018, habían llegado casi 60.000 personas a Bosnia y Herzegovina. Los campos de refugiados oficiales son escasos y las autoridades locales ponen muchos impedimentos a la ayuda humanitaria en la ciudad fronteriza de Velika Kladusa.
Ahmed murió asfixiado entre unos barrotes a finales de mayo cuando quería entrar a un campo de refugiados a ducharse. Coincidió que fue durante los días duros de la crisis sanitaria por el Covid-19, en la que se nos repite la necesidad de lavar las manos. Pero Ahmed, que hacía un tiempo ya que había escapado de Marruecos en busca de la vida que quería, no tenía acceso a ese agua y tuvo que colarse en el campo de refugiados que la Unión Europea financia con nuestro dinero.
Comenzar así la historia de la vida en Velika Kladusa (una localidad de Bosnia y Herzegovina que se sitúa a un par de kilómetros de Croacia, país de la Unión Europea) es fuerte. Pero es el reflejo de la tremenda absurdez de las barreras que han ido creándose en las fronteras exteriores de la Unión Europea para evitar la llegada de personas refugiadas y migrantes. Vallas para eliminar derechos. Es una metáfora de la Europa del Siglo XXI que se ha ido enclaustrando entre murallas que provocan muertes.
Fotografía
Instantáneas de la ruta de los Balcanes
El fotoreportero Andrea Gabellone presenta en El Salto su trabajo sobre el campamento de Vucjak y los alrededores de la ciudad de Bihac, en la frontera de Bosnia con Croacia.
Desde finales de marzo hasta mediados de junio, miles de personas refugiadas estuvieron encerradas en campos oficiales, pagados con dinero de Bruselas, tanto en Serbia como en Bosnia y Herzegovina. Los campos de refugiados, o Centros de Recepción Temporal, como se les denomina, pasaron a ser casi cárceles. Nadie podía entrar ni salir, a pesar de que no se ha registrado hasta la fecha ningún caso de Covid-19 entre la población migrante. Y a pesar de que los ciudadanos de Bosnia tenían mucha más libertad que en otros países europeos, a la hora de realizar sus rutinas fuera de las paredes de sus hogares.
Desde finales de marzo hasta mediados de junio, miles de personas refugiadas estuvieron encerradas en campos oficiales, pagados con dinero de Bruselas, tanto en Serbia como en Bosnia y Herzegovina
Para seguir contextualizando, cabe decir que en el Cantón de Una Sana, la región donde se ubica Velika Kladusa, se prohíbe a las personas migrantes alquilarse una casa o apartamento en el que vivir. Muchos lo hacen a escondidas, pero si la policía los descubre, los echa de sus hogares. Alegan que tienen que vivir en campos oficiales, obviando totalmente que todos están llenos por encima de las posibilidades que ofrecen.
Tanto es así que ahora mismo, la organización No Name Kitchen que ofrece comida en la localidad calcula que hay una media de 1.000 personas diarias viviendo en la ribera de un río alrededor del campo o en casas abandonadas.
Más de dos años de ruta bosnia
A comienzos del año 2018 muchas personas que estaban desesperadas en Grecia sin encontrar un avance a sus peticiones de asilo, y otras que llevaban meses o incluso años en Serbia a la espera de conseguir su oportunidad de acceder a la Unión Europea y encontrar un lugar donde establecerse y comenzar una nueva vida, o en el que pedir asilo, encontraron una ruta alternativa para llegar a la UE: Bosnia y Herzegovina y de ahí a Croacia. Velika Kladusa y Bihac pasaron pronto a ser dos puntos calientes: están muy cerca de Trieste, en Italia.Las fronteras comenzaron a sellarse poco a poco y miles de personas quedaron atrapadas, sin poder avanzar. Y otras llegaban. Y, sin vías legales ni seguras para la migración a las puertas de Europa, la única alternativa para poder acceder al asilo, era y es la de cruzar bosques a escondidas hacia la Unión Europea. Eso sí, cuando las personas son descubiertas en Croacia o en Eslovenia, países más cercanos a Bosnia, corren un gran riesgo de ser devueltas de forma ilegal al punto de partida y en gran parte de los casos, con violencia y robos por parte de los agentes, como las organizaciones que son parte de la Red Border Violence Monitoring Network llevan tiempo documentando casi a diario.
Cuando las personas son descubiertas en Croacia o en Eslovenia, países más cercanos a Bosnia, corren un gran riesgo de ser devueltas de forma ilegal, y en gran parte de los casos, con violencia y robos por parte de los agentes
En abril de 2020, la Comisión Europea publicó que se calcula que, desde aquellos comienzos de 2018, habían llegado casi 60.000 personas a Bosnia y Herzegovina. Los campos de refugiados oficiales son escasos y las autoridades locales ponen muchos impedimentos a la ayuda humanitaria en esta ciudad fronteriza.
Y en medio de esta situación, aparece una pandemia global.
“ las personas tienen que poder ir a la comida”
Cuando llegó la pandemia, muchas organizaciones internacionales se quedaron sin personal en terreno. Entre ellas, No Name Kitchen (NNK).
O casi.
A finales de marzo, el equipo de coordinación decidió con los voluntarios en Velika Kladusa que las personas se irían para no quedar atrapadas en Bosnia sin opciones, mientras que, al mismo tiempo, por las restricciones, no podían llegar nuevas personas. Hacía muchísimo frío. Los campos cerraron a cal y canto, más de lo que ya estaban, mientras que cientos de personas seguían viviendo en casas abandonadas o asentamientos informales alrededor de ese campo pagado con dinero de la Unión Europea.
¿Cómo seguir ofreciendo comida y ropa limpia en este contexto? Personas locales voluntarias con las que NNK ya colaboraba, pasaron a formar parte del equipo para distribuir ropa y utensilios de primera necesidad. Pero no había manos ni piernas para hacer llegar a todo el mundo la comida: no podían llegar donaciones de fuera por el cierre fronterizo y no había gente suficiente para ir al supermercado a comprar las grandes cantidades de alimentos para dar de comer a cientos de personas a diario.
“Ahí se me ocurrió la idea de si la comida no puede ir a la gente, que la gente tenga la opción de ir a por su comida, explica Ricardo Fernández, coordinador de la actividad en Bosnia y Herzegovina de NNK. ¿Qué punto podría ser el de suministro? Cuando comenzó el confinamiento, en todos lados estaban todos los negocios parados, menos los supermercados. “Y ahí vimos que panaderías y supermercados eran la única opción para ofrecer comida. Hablamos con varias panaderías y llegamos a un acuerdo. No Name Kitchen les daba dinero y las personas podían ir a comprar con unos cupones que reciben a través de un chat de Messenger e intercambiables por pizza, pita o pan, entre los alimentos típicos de las Pekaras (pécaras) balcánicas. “Funcionaba muy bien, vimos que, además, fomenta la economía local, muy dañada, como todos los pequeños negocios del mundo, en estos tiempos de pandemia, y fomentaba las relaciones de locales y personas de otros países. Una buena forma de eliminar prejuicios. De hecho, los y las panaderas nos escribían para decirnos que estaban muy felices con el proyecto”, continúa Ricardo.
Fronteras
La doctrina del shock que Grecia aplica en sus fronteras
Según la red Border Violence Monitoring que funciona de paraguas para las organizaciones independientes que documentan la violencia en frontera en los Balcanes y Grecia, más de 350 personas habrían sido devueltas sin ningún tipo de base legal, pero podrían ser muchas más.
Buscaron más financiación, con organizaciones independientes, para poder mejorar la idea, llegar a más personas. Al poco pasaron a hacer lo mismo con varios supermercados. Un proyecto que sigue en marcha. Es mucho más caro, porque Velika Kladusa no es un lugar realmente barato (hay poca oferta y parte de la población vive de las remesas que envían sus familiares emigrados a países como Austria, Suiza o Alemania). Pero diferentes fundaciones y personas apostaron por esta idea. Para cocinar, las voluntarias locales repartieron utensilios entre las personas migrantes.
Lo mejor del proyecto es poder seguir cubriendo una necesidad básica a pesar de todos los impedimentos. Y además, la gente puede elegir qué come. “Me gusta esa parte de dignidad que aporta a las personas”, dice Ricardo Fernández. “Las distribuciones suelen estar marcadas por la estandarización (muchas veces necesaria por temas de eficiencia). Pero las personas no son solo números. Hay que pensar que ellos son los beneficiarios de una cadena de ayuda, pero en la mayoría de los casos se muestran como agentes pasivos que, además, parece que tuvieran que agradecer ser el último eslabón de esa cadena de beneficencia”.
Muchas veces ha hablado públicamente No Name Kitchen sobre cómo a las personas refugiadas se les quitan todos los derechos, incluso el derecho de cocinar. Esta organización nació poniendo unas ollas y muchos kilos de comida en una antigua estación de tren
Muchas veces ha hablado públicamente No Name Kitchen sobre cómo a las personas refugiadas se les quitan todos los derechos, incluso el derecho de cocinar. Esta organización nació poniendo unas ollas y muchos kilos de comida en una antigua estación de tren abandonada, donde vivían más de 1.000 personas escapadas de conflictos y en la que personal voluntario y migrante decidían el menú y cocinaban conjuntamente y así se mantuvo en el tiempo. Ahora no siempre es posible por las constantes restricciones a la ayuda humanitaria.
Las voluntarias que llevan el proyecto en la distancia, están “escondidas” tras un Messenger de Facebook de un personaje ficticio de nombre Pepa. No para todo el mundo es fácil verse en la posición en la que están las personas refugiadas, con todos sus ahorros gastados en el camino y teniendo que pedir ayuda. “Y si quien está al otro lado es un ser más o menos desconocido, hemos visto que quien pide ayuda se siente más cómodo”, explica Ricardo. La persona dice cuántos son en su grupo y explica dónde vive (hay supermercados en diferentes puntos de la localidad y los alrededores). “Así, cada uno puede imponer su criterio. Si a alguien le gusta más una bolsa de patatas y una coca cola que un plato de arroz, eso no nos importa en nuestra organización, la libertad de las personas es algo muy importante”.
La red de solidaridad que permite reportar la violencia
Así que los vecinos de las aldeas sacan fotos de las marcas en los cuerpos, y hablan con las personas deportadas sobre la Red, por si quieren dar su testimonio. Hubo varios casos terriblemente destacados: hombres con la cabeza pintada con spray naranja, en muchos casos, en forma de cruces, sobre el pelo; chicos con cortaduras de cuchillo y sangre por la cabeza y la cara; y la tendencia de desnudar a la gente, que vuelven a Bosnia en ropa interior.