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Personas refugiadas
Arsal, el pueblo libanés donde las personas refugiadas triplican a la población nativa
Cuando comenzó la guerra en Siria en el 2011, el Líbano —un país de cuatro millones de habitantes— recibió a más de un millón y medio de personas desplazadas. Arsal es una de las ciudades del Líbano que triplicó su población. Allí, el desempleo y la precarización del mercado laboral local afecta tanto a la población libanesa como a las personas refugiadas.
Cuando Khaled Youssef El Houjeiri comenzó a trabajar en una panadería, no tenía ni idea de cómo se hacía un pan. Con 18 años, Khaled había vivido siempre bajo el amparo de sus padres y con la única preocupación de estudiar. No había pasado ni siquiera un año desde que había comenzado su formación profesional en electrónica cuando su padre, Youssef Ahmad El Houjeiri, murió a causa de la explosión de una mina antipersona y su vida dio un giro radical.
“De repente me transformé en adulto”, dice Khaled con voz entrecortada y con una aflicción constreñida que se atisba en el brillo de sus profundos ojos negros. “Tuve que dejar de estudiar y ponerme a trabajar porque era la única forma de traer ingresos a casa y además pagar los gastos médicos de mi madre”.Siria
Al Raqa: para que sus hijos puedan decir “esta es la tumba de mi papá”
El Califato proclamado en el verano de 2014 por el grupo terrorista Estado Islámico ha llegado a su fin. Durante más de cuatro años de guerra, ciudades enteras han sido destruidas y un gran número de civiles ha desaparecido. En Al Raqa, anteriormente considerada como la “capital” de la organización yihadista, los equipos de rescate siguen extrayendo cuerpos de las ruinas que se extienden hasta donde alcanza la vista.
LA RUDEZA DEL SISTEMA
Por trabajar en una panadería Khaled gana mensualmente 754,000 libras libanesas —unos 444 euros—, un monto que se ha ido devaluando de manera paulatina. Por ello se ve obligado a tener un segundo trabajo como vendedor de utensilios de cocina, labor con la que se agencia otras 300,000 libras libanesas, es decir unos 177 euros adicionales.Ambos sueldos apenas le alcanzan para pagar tanto la alimentación y otros gastos de su casa, como las enormes deudas contraídas para la recuperación de su madre. Y como muchas veces la suma de ambos ingresos no es suficiente, se ve obligado a pedir prestado lo que le genera aún más dificultades. Aun así, Khaled puede sentirse un “privilegiado” por tener un empleo. No hay cifras oficiales recientes pero se estima que en el Líbano el desempleo afecta al 20% de su población económicamente activa. En Arsal la situación es mucho más complicada ya que el paro allí alcanza al 30% y la precarización del empleo existente afecta con especial fuerza a la juventud, ya sea esta local o desplazada.Desde hace cuatro años Ahmad Hussein trabaja en una tienda de “todo por un dólar” por un salario de menos de tres euros diarios. Tiene 17 años, es sirio, y vive con su familia en el Campo de Refugiados 4 de ArsalDesde hace cuatro años Ahmad Hussein El Masri trabaja en una tienda de “todo por un dólar” por un salario de 5,000 libras libanesas diarias. Menos de tres euros. Ahmad tiene 17 años, es sirio y llegó a Arsal junto con su madre, Fátima Ahmad El Masri, y cuatro hermanas en el año 2012, cuando tenía diez años y tuvieron que salir huyendo de su natal Homs. Ahmad y su familia viven en uno de los habitáculos que conforman el Campo de Refugiados 4 de Arsal, uno de los 132 asentamientos para personas desplazadas que se han construido sobre fincas que alguna vez fueron tierras de cultivo o terrenos baldíos.“Desde que llegamos aquí he tenido que hacerme cargo de mi familia”, dice Ahmad casi en un susurro para luego pasar a enumerar los detalles de su jornada laboral que comienza a las 7 de la mañana y termina pasadas las 11 de la noche: antes de abrir la tienda, pasar a recoger mercadería de los proveedores y luego colocarla en las estanterías del local. A media mañana toca cargar una camioneta con los productos que se van a otras tiendas de los mismos dueños. Al mediodía, una pausa de media hora para comer, así que debe salir volando en una destartalada moto color rojo que compró de ocasión. Al regreso, por la tarde, el trabajo consiste en atender al público. Se queda hasta las 11 de la noche, que no es la hora de cierre sino cuando ha dejado el local ordenado para el día siguiente y cuando sus patrones hace varias horas que se han ido a casa. Llega al campo de refugiados, donde vive con su madre y una hermana; come algo y a dormir. Una jornada de 14 horas que se repite de lunes a domingo, sin días de descanso.Los empleadores de Ahmad son libaneses y cuenta de ellos que algunos días lo tratan bien y otros, la mayoría, le gritan o se enfadan. Una actitud que mantienen con él, dice Ahmad, por el simple hecho de ser de Siria ya que a los otros trabajadores, libaneses, no les dan el mismo trato.Rima Krombi es la ex vicealcaldesa de Arsal. Ella es una política laica que fue elegida en las elecciones municipales de 2016 y que ejerció el cargo hasta junio del 2019. Ha sido una de las autoridades locales que ha seguido con atención estos problemas. “Un agricultor libanés no acepta menos de 22,600 libras libanesas (13 euros) por jornada, porque con esa cantidad puede al menos solventar sus necesidades más básicas-dice.— Un sirio por ese mismo trabajo, o cualquier otro, llega a aceptar hasta 5,000 libras libanesas (2.95 euros) ya que complementa esos ingresos con la ayuda, en dinero o alimentos, que le entrega Naciones Unidas”.Un estudio reciente en cuanto a la generación de empleo, desempleo y la precarización del mismo en oriente medio, revela que las tensiones en el ámbito laboral se han incrementado marcadamente en los países que son receptores de personas desplazadas, sobre todo los que han recibido gran número de refugiados provenientes de Siria.Tal como lo explica Moussa Bourekba, investigador del CIBOB y uno de los responsables de esta investigación, hay dos factores que potencian esta situación: el contexto frágil de países como el Líbano, y que determinados actores económicos ven a estas personas como “mano de obra barata”, lo que no hace más que acrecentar los problemas.
TENSIÓN COMERCIAL
Rima Krombi advierte también de otro tipo de conflictos: la inocultable tensión en el sector comercial que enfrenta a comerciantes libaneses y sirios.Camino a la sede del ayuntamiento de Arsal, la ex vicealcaldesa detiene su camioneta en medio de la ruta. Es una esquina en la que confluyen tres comercios. Rima señala una de las tiendas y dice que pertenece a libaneses, pero los dos locales que están frente de aquel establecimiento son de negociantes de origen sirio.“En Arsal vivimos solo 37 mil libaneses y ahora hay 70 mil sirios”, dice Rima. Enciende el vehículo y se detiene pocos metros más adelante. “Aquí vemos las tiendas de verduras. Otra vez dos son de sirios y una de libaneses. Los sirios benefician a su gente y por eso solo compran en sus tiendas. Esa actitud está perjudicando los negocios de los arsalíes”.La labor de Rima en el ayuntamiento se destacó por ser referente en cuanto a la lucha por los derechos humanos y la convivencia, y por ello asegura que esta situación está perturbando seriamente a los comerciantes autóctonos. Más aún cuando todos los negocios regentados por personas sirias no cuentan con permisos municipales.“La apertura de esas tiendas han escapado a nuestro control. En teoría ellos no tienen derecho a abrir ningún tipo de negocio al ser refugiados, pero no podemos hacer nada al respecto. Cuando los problemas surgen entre sirios y arsalíes, lo que hacemos es interceder para que no haya violencia, pero nada más”, asegura Rima.
“Los sirios son personas y necesitan trabajar”, dice por su parte el alcalde de Arsal, quien asegura entender las necesidades de las personas desplazadas pero también se preocupa por los habitantes locales de su comunidad.Para las autoridades de Arsal los problemas entre los comerciantes, la precarización del empleo y la explotación laboral de la población siria no es un tema en el que puedan ocuparse directamente ya que las leyes libanesas prohíben trabajar a las personas refugiadas. Si ellos quisieran trabajar legalmente tendrían que pagar sus impuestos, alquilar un piso y dejar de recibir la ayuda humanitaria.“Pero por la parte humana si tú los miras hay niños, mujeres, que tienen necesidades. Los sirios son personas y necesitan trabajar”, dice por su parte Bassel El Hjeiri, el alcalde de Arsal, quien asegura entender las necesidades de las personas desplazadas pero también debe preocuparse por los habitantes locales de su comunidad. Además, es consciente que esta situación no solo está afectando a las personas en el tema económico, también en la salud y sin importar la nacionalidad.
APOYO PARA ARSAL
Radma Mustafa Krumbi es enfermera en una de las clínicas que existe en Arsal, la cual fue construida gracias al apoyo de la Associació Catalunya-Líban, organización que trabaja en el país desde los años noventa. Por este centro médico pasan a diario más de una docena de pacientes y si hay un común denominador entre las personas jóvenes que llegan para consulta, es que padecen en su mayoría de problemas de depresión.“La crisis generada por la llegada de los refugiados y de los terroristas hizo aumentar el paro entre la juventud. La economía del pueblo se cayó. No había trabajo. No había comercio. Todo esto afecta la salud sin importar de qué país eres. Y aquí en Arsal lo que estamos viendo son muchas personas con depresión, un estado que a veces va acompañado de enfermedades como diabetes o hipertensión”, dice la enfermera.“El problema de Arsal y de todos los pueblos como este, que están alejados de Beirut, es que han sido y son completamente ignorados y olvidados por el EstadoKhaled, por ejemplo, sufre de continuos dolores de cabeza originados, asegura, por su precaria situación laboral y familiar. En el caso de Ahmad, él suele pensar mucho en esos amigos que perdió por la guerra, lo que lo lleva a profundos estados de melancolía que se ahondan aún más por esas interminables jornadas laborales y sin casi tiempo para descansar.A pesar de este escenario ambos jóvenes creen firmemente que si pudieran volver a estudiar tendrían una verdadera alternativa para conjurar su realidad actual.“A mí me gustaría, algún día, tener una profesión”, dice Ahmad, quien dejó de estudiar el día mismo que tuvo que salir de su natal Siria, país al que quisiera volver en algún momento. Un anhelo que no es solo de las personas sirias, también lo es de la propia población y autoridades de Arsal ya que muchos piensan que esa podría ser la solución definitiva a los problemas que aquejan al pueblo.Janine Jalkh es periodista del diario libanés L'Orient Le Jour y durante los últimos años ha cubierto lo ocurrido en Arsal. Desde su punto de vista, no cree que el retorno de las personas refugiadas ayude a mejorar la situación de esta localidad.“El problema de Arsal y de todos los pueblos como este, que están alejados de Beirut, es que han sido y son completamente ignorados y olvidados por el Estado. Puede que si finalmente las personas refugiadas se van la situación mejore un poco pero no mucho”, dice Janine, para quien la efectiva solución a los problemas de la ciudad fronteriza es que se implemente una auténtica política de desarrollo por parte del gobierno central.