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La imagen es grotesca. Dos mujeres sosteniendo la Biblia en alto, flanqueadas por militares. Señores de facciones impertérritas junto a políticos opositores que estiran todos y cada uno de los músculos de su rostro en un alarde de impostada solemnidad. Hombres y mujeres impecablemente disfrazados blandiendo un libro exageradamente grande, algo zarrapastroso y poco cuidado, como si se quisiese destacar su sacrosanta utilidad. ¿Quién puede sostener semejante mamotreto?, me pregunto. Golpistas, vaya.
“Sí se puede”, se llega a escuchar en la procesión previa que avanza por las calles de La Paz hasta la Asamblea Legislativa Plurinacional, como si de una secta ultracatólica deseosa de evangelizar a la mayoría indígena se tratase. En realidad, algo de eso está presente.
La nueva tendencia que asola América Latina: la autoproclamación de presidentes ilegítimos, figuras dantescas cuya parafernalia y proclamas están lejos de ser inocuas
¿Sí se puede, el qué? Dar un golpe de Estado, eso se pudo. O al menos se está pudiendo, en parte por la inacción de la comunidad internacional y la connivencia de la administración estadounidense. La imagen anteriormente descrita es grotesca, sí, pero no tanto como la nueva tendencia que asola América Latina: la autoproclamación de presidentes ilegítimos, figuras dantescas cuya parafernalia y proclamas están lejos de ser inocuas. Se dan discursos rimbombantes, apelaciones grandilocuentes a significantes de pueblo o patria; retahílas de palabros sobre la libertad y la paz e irresponsables incitaciones a la violencia indiscriminada. El desorbitado tamaño de su Biblia es inversamente proporcional a la fuerza de sus razones.
El golpe de Estado en Bolivia es una evidencia incontestable, más allá de las simpatías ideológicas que cada uno profese —y más allá, por supuesto, de la tibieza mostrada por algunos académicos y medios de comunicación—. Al putsch político-cívico rápidamente se sumaron los cuerpos de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas del país.
La mayoría de análisis de emergencia han hecho hincapié en el aspecto socioeconómico y racial de la insurgencia de la derecha boliviana, pero se ha dejado de lado un tercer elemento que aborda los otros dos, y que en buena manera los explica y resume: el clivaje territorial.
Bolivia era ya un país fracturado antes de que algunos osasen en llevar la violencia —y la Biblia— al Palacio de Gobierno: por un lado, el oeste andino y pobre; por otro, un flanco oriental blanco y rico
Bolivia era ya un país fracturado antes de que algunos osasen en llevar la violencia —y la Biblia— al Palacio de Gobierno en La Paz, ya que la mayor brecha del país se adaptaba al propio territorio boliviano. Por un lado, el Oeste andino y pobre; por otro, un flanco oriental blanco y rico. A un lado, la identidad colla; al otro, la camba. La geografía tiene mucho que ver con la triste actualidad boliviana.
La parte oriental del país coincide con los departamentos ubicados en la región de los llanos: el Departamento de Tarija y los departamentos del Oriente boliviano, que incluye a Beni, Pando y Santa Cruz. A esta macrorregión se le conoce popularmente como la Media Luna y ha desempeñado un rol clave en la política interna de Bolivia, especialmente tras la llegada de Evo Morales a la presidencia en el año 2005. Esta zona, cuya relevancia económica es crucial, supone casi la mitad del PIB boliviano a pesar de tener poco más de un tercio de la población total del país. Así, el PBI per cápita es muy superior al del resto del territorio, y su índice de desarrollo humano (IDH) está por encima de la media latinoamericana.
En el otro costado del país se encuentran los departamentos de Cochabamba, Potosí, Oruro y La Paz. A pesar de contar con el peso de La Paz como centro político, cultural y financiero de Bolivia, la influencia económica de la región es considerablemente menor a la de la Media Luna. Además, la zona occidental de Bolivia cuenta con una amplia mayoría de población indígena, principalmente provenientes de las etnias quechua y aymara: mientras que en el departamento de Santa Cruz tan solo un quinto de la población en indígena, en el de Potosí roza el 70%.
Esta confrontación se puede comprobar en cómo el establishment político y económico de la Media Luna observó con pavor las transformaciones que acometió el Movimiento al Socialismo
La Media Luna tiene en Santa Cruz de la Sierra a su ciudad más grande y al centro neurálgico de sus tensiones políticas. En sus tierras también se encuentran importantes yacimientos de gas y enormes llanuras agroganaderas, y esto les ha servido a sus élites para chantajear constantemente a la nueva institucionalidad del MAS, siempre bajo la amenaza de declarar la autonomía regional y desatar los disturbios en las calles. El establishment cruceño ha intentado proyectar una imagen de sí mismo como defensor de los sectores progresistas y productivos, a diferencia de las tierras altas occidentales, continuamente bloqueadas por las movilizaciones populares y los cortes de carreteras.
Esta confrontación se puede comprobar en cómo el establishment político y económico de la Media Luna observó con pavor las transformaciones que acometió el Movimiento al Socialismo. La Constitución del año 2008, la declaración de la plurinacionalidad del Estado y la dignificación del indigenismo supusieron un enorme golpe de efecto positivo en el ánimo general del país, así como, en paralelo, un golpe muy duro para los ánimos racistas del Oriente boliviano.
El proyecto de estas élites históricas se refuerza con un aparataje ideológico que identifica la identidad camba, similar a la ladina en Guatemala, con la noción de una nación diferenciada de la idea andina que proyecta el otro flanco del país. Aunque en un principio se asociaba lo camba al mestizaje, en los últimos años esta identidad se ha transformado y adaptado para referirse a aquellos con la piel más blanca y a su proyecto de patrimonialización de Bolivia.
El nacionalismo camba, de corte reaccionario, ha abrazado la vía armada en numerosas ocasiones, además de agotar la vía de la crispación en cada disputa con La Paz en aras de su “propiedad inalienable” de los recursos naturales cruceños. Asimismo, se ha creado un antagonismo constitutivo con las poblaciones de origen aymara y quechua de la región oriental. Luis Fernando Camacho, el Bolsonaro boliviano y figura central del golpe, representa el producto perfecto de esta lógica.
Para ilustrar esta delimitación de las “dos Bolivias”, sirva la siguiente polémica protagonizada por la ganadora nacional del certamen de belleza del año 2004, al ser preguntada por los prejuicios acerca de su país:
“Desafortunadamente, la gente que no sabe mucho sobre Bolivia piensa que todos somos indios del lado oeste del país, es La Paz la que refleja esa imagen, esa gente pobre y gente baja y gente india y... Yo soy del otro lado del país, del lado este, que no es frío, es muy caliente; nosotros somos altos y somos gente blanca, y sabemos inglés así que este concepto erróneo de que Bolivia es sólo un país «andino» está equivocado. Bolivia tiene mucho que ofrecer y ése es mi trabajo como embajadora de mi país, dejar saber a la gente la diversidad que tenemos”.
En esta misma línea, el panfleto fundacional de la Nación Camba, un grupo de corte ultraderechista, destaca que se conoce a Bolivia como “una especie de Tíbet Sudamericano constituido por las etnias aymara-quechua, atrasado y miserable, donde prevalece la cultura del conflicto, comunalista, pre-republicana, iliberal, sindicalista y conservadora”. En esta retorsión racista, el panfleto va más allá y se victimiza como “colonia interna”, aludiendo a la defensa de sus excedentes económicos.
Para finalizar, los cambas emplean la lógica del desarrollo para hacer frente al centralismo burocrático de La Paz: nosotros, el progreso; ellos, la cultura del subdesarrollo. En ocasiones se ha llegado a hacer uso de comparaciones caricaturescas, tomando como ejemplo movimientos de liberación nacional como el de Timor Oriental o el Kurdistán, que contrasta con la equivalencia de la cruceñidad con los valores empresariales y la “audacia pionera”. Un relato nacional siervo del ventajismo económico.
Jeanine Áñez, la segunda vicepresidenta del Senado que ha usurpado la presidencia, dijo en el inicio de legislatura que su gran miedo era que Bolivia se convirtiera en el Kollasuyu que tuviera como enseña la whipala, la bandera indígena
Esta retórica nativista y emprendedora, una suerte de patraña intelectual que da barniz al egoísmo y miedo de la oligarquía boliviana, ha encontrado su contrapeso en el discurso del nacionalismo aymara promovido por una parte del sindicalismo indígena, que opone a los indios contra las clases altas blancas —el q’ara o los “sin pelo”— y reivindica una reconstrucción de Kollasuyu, una región del Imperio Inca. Este no es en ningún caso el sentir mayoritario de las poblaciones indígenas, pero sí refleja el problema sistémico que resulta de intentar otorgar sentido a la maltrecha identidad boliviana. Es más, Jeanine Áñez, la segunda vicepresidenta del Senado que ha usurpado la presidencia, dijo en el inicio de legislatura su gran miedo era que Bolivia se convirtiera en el Kollasuyu que tuviera como enseña la whipala, la bandera indígena. Nada más lejos de la realidad: la apuesta más respaldada por la población indígena es la de abrazar la whipala como la insignia que vertebre un proyecto plurinacional inclusivo, el boliviano, que mantenga el rojo, amarillo y verde del emblema estatal. La misma whipala multicolor que es agraviada, quemada y vejada por los golpistas.
El regionalismo cruceño y sus constantes amenazas de secesión representan la cobardía histórica de unas élites incapaces de procesar el proyecto de transformación social, política y económica emprendido por Evo Morales desde el poder. “Mi gran delito es ser indígena”, ha sentenciado desde su exilio mexicano. El golpe de Estado supone la reformulación de una ofensiva estructural contra la mayoría de la población, cruzada por intereses económicos, clivajes geográficos y retóricas racistas. Estamos inmersos en un nuevo capítulo de esa misma huida hacia delante, aunque esta vez parece que la oligarquía ha tomado la delantera por la vía de la fuerza y con la connivencia de la comunidad internacional, impasible ante un golpe de estado que devuelve a América Latina a sus tiempos más oscuros. Estamos ante la respuesta viril y torpona de aquellos que temen perder sus privilegios. Estamos ante una ofensiva oligárquica, frustrada por la imposibilidad de derrotar al MAS en las urnas. Estamos, en definitiva, ante la venganza de la Media Luna.
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El primero en realizar golpe de Estado fue Evo Morales, no respetando el 21 de Febrero cuando toda Bolivia le dijo que no se religiera. Cambió las leyes como se le antojó. Se burló del pueblo muchísimas veces. La gente aguanta pero llega un punto en que dice: basta.
como siempre se hacen los victimas, no quieren perder el poder de la logia TAU pacena que siempre gobernó este rico pais que es miserable por causa de ellos
Carolina no está defendiendoa Morales. Está diciendo dos clsas: que es un golpe y que tiene una explicación también territorial. Y chapó por el artículo
Un articulo visceral. La izquierda se victimiza y asoma la carta del racismo para tapar el tremendo fraude cometido por Morales. Cuál es la discriminación si ese señor ya llevaba 14 años gobernando?
Morales no es defendible, ha desarrollado políticas extractivistas que poco tienen que ver con la visión indígena. No obstante, es innegable que lo que se esta produciendo con la colaboración de la policía y el ejército es un golpe de estado que interesa muy y mucho a sectores supremacistas, ya sea por etnia o clase social. Sino no se estarían destruyendo banderas que simbolizan la identidad indígena.
Son los masistas quienes les dicen a los campesinos que el oriente es racista y sólo ellos pueden defenderlos
Mira si no quieres entender que Evo y el MAS hicieron fraude y que esto molestó mucho a TODA la población boliviana es tu problema. Pero los hechos están ahí
No veo los hechos por ninguna parte. Veo que se ha aprovechado la negligencia y mal hacer de un político para dar un golpe de estado. Una cosa no quita la otra.
Es muy difícil sostener la tésis de un pueblo frustrado que se levanta contra la injusticia, en este caso.
1) Recomiendo leer el informe del CEPR de Londres. Cito: "As shown in this paper, at the time that the reporting of the quick count results was suspended, the existing trend supported Morales winning the election outright with a more than 10 percentage point margin." (Long, G. et al. 2019: 11)
2) Habría que preguntarse, porqué si es el pueblo frustrado, necesitaron a la policía y los militares para que renuncie el presidente?
3) Porqué el nuevo gobierno no llamó a elecciones?
4) Porqué Evo no puede volver, aunque aún no haya un proceso judicial en su contra?
5) Porqué no asumió la presidencia interina quien debía suceder a Evo Morales: Adriana Salvatierra?
6) Porqué quemaron la Wiphala (cuando más del 30% de la población es indígena; CIA Factbook & https://www.refworld.org/)
7) Porqué la misión de observación de la OEA hizo publicas sus conclusiones antes de la fecha preestablecida de publicación del informe? Y porqué no ha aparecido aún el informe? (OAS.org)
8) Atado a ello, porqué se sugiere: "Oportunamente, la Misión dará un informe con recomendaciones de cara a una segunda vuelta." (https://www.oas.org/es/centro_noticias/comunicado_prensa.asp?sCodigo=C-085/19) Y se habla de llamar a nuevas elecciones?
9) Y aún más importante, porqué no respalda la OEA en ningún momento con datos el sesgo que ellos identifican?
Si pudiste reponder todas estas preguntas, te pido encarecidamente que me des una respuesta. Si no, sugiero proponer otra hipótesis que no sea que este es un levantamiento popular en defensa de la democracia.
Defender este tipo de hipótesis es defender dictaduras. Y defender dictaduras no es una estrategia sabia para el ciudadano de a pie: "Entre caldereros no nos vendemos calefones".