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Literatura
Durangoko Azoka: consejos para preservar el ecosistema
Aunque la Azoka de Durango ayuda a cuadrar las cuentas anuales de no pocas editoriales y discográficas, la cultura debiera prevalecer sobre el comercio, ya que es un modelo que, sin todos los elementos de la cadena trófica, a la larga, colapsará.
Hace años que acudo a la Durangoko euskal liburu eta disko azoka. Primero con la escuela, más tarde con mis padres, luego con la cuadrilla, y los últimos años como expositor. En uno de mis primeros viajes en autobús estuve oyendo discutir sobre ecosistemas a dos señores con barba sentados delante de mí (“que si el ecosistema necesita esto, que si necesita lo otro”). Al principio pensé que eran profesores de biología comiéndose la oreja, pero cuando llegamos al destino entendí la conversación: el ecosistema era la edición cultural vasca, esa frágil unidad compuesta por organismos desiguales e interrelacionados que comparten hábitat.
No entro a valorar si algunos de los miembros actuales son especies invasoras, o el hecho de que los grandes depredadores copen, cada vez más, el espacio. Prefiero hablar de los seres microscópicos que faltan y recordar que la homogeneización elimina matices y empobrece el patrimonio social. Cualquier biólogo especializado en cultura lo ve rápido en Durango: faltan editoriales pequeñas, grupos de música que se autodistribuyen, asociaciones y colectivos sin ánimo de lucro que aportan sus productos, artistas y fotógrafos que editan sus libros, subculturas urbanas que llevan décadas creando cultura a través de fanzines, textos, anuarios y otros formatos. Especies a las que este escaparate–encuentro anual también pretende representar y cuyas tarifas les resultan prohibitivas. Podrá argumentarse que el aforo es limitado y que los costes son caros... Sin duda, el trabajo de Gerediaga Elkartea es honesto, esforzado y merece un reconocimiento, pero no es excusa para mantener un modelo que, sin todos los elementos de la cadena trófica, a la larga, colapsará.
empuje cultural
Siendo cierto que el evento ayuda a cuadrar las cuentas anuales de no pocas editoriales y discográficas, la cultura debiera prevalecer sobre el comercio. No todas las actividades tienen por qué ser total o parcialmente rentables, y menos aún durante los primeros años. De la misma forma que Ahotsenea se ha convertido en referente en solo una década, podrían abrirse nuevos espacios anexos para construir una foto más realista del contexto, hacer de polo de atracción para nuevos perfiles de público y, además de hacer crecer al propio evento, empujar al conjunto de la escena cultural vasca.
Hace tres años se dio cabida al fenómeno de la autoedición, pero la propuesta ha resultado ridícula por sus dimensiones físicas y por su reducida promoción. El sector lo ha interpretado más como un gesto de cara a la galería que como un ejercicio de integración de una realidad editorial y musical que no es capaz de pagar los mil euros que vale el stand de marras. Alguien tendría que preguntarles qué necesitan, porque esas pequeñas criaturas también son imprescindibles para que el ecosistema sobreviva.