Opinión
Radical o narcisista ante el huevo de la serpiente

Un último año de incubación, en este punto de inflexión histórico que vivimos, ha servido para la eclosión del ‘huevo de la serpiente’, la germen del fascismo.
Colas para la vacunación en el Hospital Zendal en Madrid. - 1
Colas para la vacunación en el Hospital Zendal en Madrid. Álvaro Minguito
29 abr 2021 06:00

Hace un año, el pasado abril, atravesamos el mes confinados. Fue el abril de la cuarentena general en el país —otros del alrededor europeo llevan ya alguna más, de diferente intensidad—. Una cuarentena que se decretó como consecuencia del impacto de la epidemia, ya avanzada, sobre nuestras estructuras y dinámicas sociales. Fue la reacción —tardía, sobre todo mirando a nuestra cercana Italia— del viejo continente a una pandemia causada por un nuevo virus para la especie humana, expandido en el siglo XXI, socialmente en esta fase y contexto de globalización capitalista. Y en eso estamos.

Abril contuvo los momentos más duros: éramos conscientes de que faltaba de lo necesario en el sistema sanitario de las zonas más golpeadas, como las grandes ciudades del país; fue el peor mes en pérdida de vidas humanas (13.889 personas confirmadas murieron por covid, a las que sumamos las 10.935 del impactante mes de marzo). Noviembre fue otro punto de inflexión en la trágica pérdida (9.633 personas fallecieron en aquella segunda ola), hasta el pico de la tercera a nivel nacional, este febrero (con 10.528 decesos).

Mirando las dinámicas que definen nuestro momento con los ojos fijados en aquel impacto inicial, echo mano a nuestro acerbo colectivo a través de La Peste de Camus, escrita en 1947:

“Incluso después de haber reconocido el doctor (…) que un montón de enfermos dispersos por todas partes acababan de morir inesperadamente por la peste, el peligro seguía siendo irreal para él. Simplemente, cuando se es médico, se tiene formada una idea de lo que es el dolor y la imaginación no falta. Mirando por la ventana su ciudad que no había cambiado, apenas si el doctor sentía nacer en él ese ligero descorazonamiento ante el porvenir que se llama inquietud. Procuraba reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad. Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido había causado cerca de cien millones de muertos. Pero ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra apenas sabe ya nadie lo que es un muerto. Y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando lo ha visto uno muerto: cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación. El doctor recordaba la peste de Constantinopla que, según Procopio, había hecho diez mil víctimas en un día. Diez mil muertos hacen cinco veces el público de un gran cine. Esto es lo que hay que hacer. Reunir a las gentes a la salida de cinco cines, conducirlas a una playa de la ciudad y hacerlas morir en montón para ver las cosas claras. Además habría que poner algunas caras conocidas por encima de ese amontonamiento anónimo. Pero naturalmente esto es imposible de realizar, y además ¿quién conoce diez mil caras? Por lo demás, esas gentes como Procopio no sabían contar, es cosa sabida.”

Recordemos: pasamos primero de una suerte de negación omnipotente, al miedo irracional sobre el abastecimiento dadas las condiciones y lo que se sabía ya de la enfermedad, en mitad de un encierro casero nacional, excepto para trabajar aquellos que no perdieron el curro o no corrían el riesgo de perderloamortiguado por los ERTE, ante el parón de la ruleta de acumulación, siempre necesariamente en movimiento dado su dinámica de funcionamiento post-II Guerra Mundial: el crecimiento infinito en un mundo finito.

Uno de los grandes impactos sobre las generaciones cuya construcción de sujeto ha tenido lugar bajo el cronotopo dominante en estas últimas décadas de la vida de occidente —la de un sujeto definido por el consumo fordista y posfordista— fue la consciencia súbita de un límite material —invisibilizado hasta ese momento por la ideología de mercado y Estado neoliberales—. Un impacto que negaba tal construcción identitaria del sujeto en relación con el mundo.

En esta crisis sanitaria, uno de los grandes impactos para las nuevas generaciones fue la consciencia súbita de un límite material: el hecho era que no había producción suficiente ni posibilidad de acopio de lo necesario para salvar vidas

Límite, impacto y negación vinculados, además, con lo esencial: la existencia misma. El hecho era que no había producción suficiente ni posibilidad de acopio de lo necesario para salvar vidas —no allá lejos, ni en la vecina Italia, sino aquí, para las vidas de ‘los nuestros’, en realidad, de la nuestra, si llegara el caso—. No teníamos suficientes respiradores, ni epis, ni tests, ni mascarillas. Las compras efectuadas por el Gobierno en el mercado internacional todavía no llegaban. Se necesitaban pero lo cierto es que no había —más allá del acopio por jerarquía en un contexto especulativo o del mercado negro— en otras palabras, en las condiciones existentes había límites insalvables.

Pues bien, no entender de forma estructural esa realidad en sus dimensiones, provoca la búsqueda de una salida, un por qué, ante la evidencia no negable. Automáticamente recae sobre un señalamiento, en esa frenética búsqueda, que desplace el vacío descubierto y exorcice sus consecuencias —primera, el miedo, que así dará pasó a otras—. Surge el señalamiento de un culpable —o culpables— visible y reconocible: entidades que ya estaban consideradas, definidas, en esa identidad del ‘yo en mi mundo’ —cuyos parámetros negados o rotos se encontrarán con otra negación esta vez del propio sujeto: la que frena desesperada, incluso violentamente, una reformulación de los esquemas de esa identidad que ha sido puesta en cuestión por el afuera, la realidad desvelada—.

Alguien, algunos, son identificados en ese momento —anclados unos y no otros— y señalados como culpables de la escasez del momento, como responsables ubicables y directos de nuestra pérdida: la del mundo previo al impacto, dentro del esquema reduccionista o reducido del ‘yo en el mundo en el que me constituyo’. Un ‘yo’ que en las sociedades de los Estados liberales contemporáneos se encuentra sesgado profundamente respecto a la realidad del afuera y sus capas, por el paradigma individualista.

De este mecanismo y su funcionamiento —con otros aderezos—, surgieron también las mezquinas tensiones que vimos groseramente danzar durante meses en los medios corporativos, entre el gobierno central y los autonómicos. Antes de que cristalizase definitivamente el sobresaliente madrileño, eclipsando al resto con la necropolítica disfrazada de farsa y el clímax victimista hasta forzar la aplicación del Estado de alarma en la segunda ola, el pasado otoño. Un último año de incubación, en este punto de inflexión histórico que vivimos, ha servido para la eclosión del ‘huevo de la serpiente’ (Bergman).

Alguien, algunos, son identificados en ese momento –anclados unos y no otros– y señalados como culpables de la escasez del momento, como responsables ubicables y directos de nuestra pérdida: la del mundo previo al impacto

La sensación de preocupación en las primeras semanas de pandemia, frente al impacto en los imaginarios existenciales mayoritarios, era la evidencia de que en aquellos momentos cruciales se estaban generando respuestas que marcarían tendencias sociales posteriores, en estos contextos de masas atomizadas. Tendencias nada halagüeñas si no existían los mecanismos de comprensión de las razones —estructurales y coyunturales a un tiempo, más allá de sus responsables y beneficiarios— por las cuales no había suficiente de lo necesario pese a nuestra organización estatal, que no obstante sí demostraba en primeria instancia su poder coercitivo frente a una epidemia avanzada.

La realidad es que los medios de comunicación visuales y las relaciones sociales mayoritarias son las que son: se reclama calma, chutando reiteración obsesiva, y reproduciendo formas comunicacionales que juegan con el shock y la saturación, oscilantes entre lo alarmante y lo anestésico. Las razones estructurales y coyunturales parecían estar escapando a la consciencia adulta masiva del mundo en el que vivimos y su funcionamiento —función relevante de la ideología—.

La causa de la situación que vivíamos —sin la ensoñación ideológica y la ruptura de la lógica identitaria de ‘yo en el mundo’ previa— era palmario: no había suficiente producción de material, en este modo de producción capitalista, en una situación de pandemia global en su estadio expansivo por la fortísima y creciente demanda mundial. Lo cierto es que en esas condiciones, la producción no cubría la necesidad y la adquisición por compra se complicaba. Pero esa obviedad daba en el centro de flotación de la imaginación tardocapitalista primermundista y de clase. Un imaginario dominante que quedaba tocado. Cabía preguntarse entonces cuáles serían sus mecanismos de defensa.

Escribía para exorcizar entonces:

“Está costando, ante el shock, entender por estos lares la situación. El modo de producción capitalista, este sistema y su organización global deja a millones de personas en la cuneta. También a la hora de afrontar las epidemias sin los recursos médicos, tal y como las afrontaron nuestros antepasados tantas veces a lo largo de la historia; la diferencia es que hoy la humanidad cuenta con los recursos, pero las poblaciones de otras latitudes las sufren igual que antaño. En este embiste de ‘lo real’, a la población europea se nos recordó, con las vidas de ‘nuestra gente’, el límite que nuestra relación con el centro geopolítico de la acumulación capitalista en fase neoliberal, y lo que nos sobrevive de nuestros llamados ‘estados del bienestar’ —recortados y ajustados— nos hacen olvidar —incluso con un precariado creciente y un desempleo estructural digno de la periferia de la UE, cosas de nuestra modernización del tarofranquismo al felipismo y el aznarato.”

Un año después es aplicable ante el comportamiento reiterativo de las farmacéuticas recordemos las millones de muertes por sida, esta vez con las patentes de las veloces vacunas, la prensa y buena parte de la peña.

Aquel abril, encerrada como todas, recuerdo las horas de lectura que sentía compartir en soledad: intentando agarrar la lógica de las múltiples derivas desplegadas sobre los imaginarios sociales, en alerta por su traducción política. Intentábamos aprehender el impacto sistémico, en diferentes mapas, de lo que atravesábamos. Uno de los referentes fue el artículo de prensa, profusamente movilizador —siguiendo sus propias reflexiones de años anteriores: “La gente está drogada, dormida, hay que despertarla”— de Slavoj Zizek: “Un golpe tipo 'Kill Bill' al capitalismo”.

Byung-Chul Han se centraba en la agudización, que acarrearía la pandemia, sobre los males ya endémicos de las sociedades neoliberales: cansancio, depresión, permanente escenificación del ego y narcisismo, en una comunicación sin comunidad

Después, torres de artículos, de autores conocidos y desconocidos. Vieron una oportunidad onanista en la apuesta de Zizek por una columna de analítica movilización —con un consciente y filoso límite reflexivo, contextualizada en la propuesta que arrojaba, consciente de la importancia de la inmediatez del momento de shock para comenzar la disputa y el despliegue de las coordenadas de lectura—. Afirmaban: “Zizek se equivoca”. Una de las voces más interesantes, que ya eran referencia, fue la del filósofo surcoreano afincado en Berlín, Byung-Chul Han con “La emergencia viral y el mundo del mañana”. Se centraba en la agudización, que acarrearía la pandemia, sobre los males ya endémicos de las sociedades neoliberales: cansancio, depresión, permanente escenificación del ego y narcisismo, en una comunicación sin comunidad.

Lo cierto es que Zizek coincidía con Han: “La actual propagación de la epidemia de coronavirus ha desencadenado a su vez vastas epidemias de virus ideológicos que yacían latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspiratorias paranoicas, explosiones de racismo, etc.”. Y el esloveno decidió centrarse en la brecha abierta, y la crucial disputa según las necesidades del ‘yo’ por cubrirla, motivado por la proyección del escenario de acción posterior: “Es una señal de que no podemos continuar por el camino que estábamos recorriendo hasta ahora, de que un cambio radical es necesario”. Y ahí vuelven a encontrarse con Han que por supuesto concluye, en una entrevista por su reciente libro ‘La desaparición de los rituales’, afirmando que “necesitamos una revisión radical para la reversión de esta precariedad”.

Estamos frente a una salida radical o narcisista de la pandemia, sin idealismos racionalistas, con los mimbres que tenemos:

“—Usted cree, sin embargo, que la peste tiene alguna acción benéfica, ¡que abre los ojos, que hace pensar!

—Como todas las enfermedades de este mundo. Pero lo que es verdadero de todos los males de este mundo lo es también de la peste. Esto puede engrandecer a algunos. Sin embargo, cuando se ve la miseria y el sufrimiento que acarrea, hay que ser ciego o cobarde para resignarse a la peste.”

La respuesta individualista de aparente ‘no resignación’ que ha permitido este virus —que no es la peste ni el ébola—, propiciada en algunos sectores por una sociedad que tiende a olvidar la libertad por fuera del mercado y naturaliza la obediencia normativa al poder, según el miedo y el beneficio, es otro tipo de ceguera. Una ceguera indiferente, “una especie de indiferencia criminal” —con un horizonte como máximo caritativo respecto a ‘los otros’— largamente entrenada; que ahora se encarna en una ceguera sobre un otro más cercano.

Frente a ello, exclamamos juntas:

“He llegado a comprender que todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro. Entonces he tomado el partido de hablar y obrar claramente. Así que afirmo que hay plagas y víctimas, y nada más. Si diciendo esto me convierto yo también en plaga, por lo menos será contra mi voluntad. Trato de ser un asesino inocente. (…) Por esto decido ponerme del lado de las víctimas para evitar estragos.” (…) Aquella angustia era la suya y lo que le oprimía el corazón en aquel momento era esa inmensa cólera que envuelve al hombre ante el dolor que todos los hombres comparten.” (‘La Peste’, Camus).

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#88437
29/4/2021 11:42

Siento posicionarme como "radical". "Radical" no por ir a los extremos, nada de extremista, sino por ir a la "raíz" del problema que es lo que significa "radical".

Pongo un ejemplo: una pelea en un banco público. Pues en vez de solucionarlo a base de fuerza que sería acudir a cada uno de los dos extremos, me acerco e intento mediar para ver porqué se están peleando, hasta descubrir el motivo y darme cuenta que se pelean porque todos se quieren sentar en ese banco. Después de tranquilizar a la gente, les doy una solución. Como hay más bancos, les invito a que cada uno se siente en cualquier otro banco, y, al que ha quedado más cerca de la explicación le invito a que se siente en ese banco.

Una vez resuelto el problema, les doy las gracias y me despido amablemente, en vez de llamarlos gentuza y mala gente.

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