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Salario mínimo
Las vergüenzas que esconde el nuevo salario mínimo
Actuar contra la pobreza no es posible sin cuestionar la riqueza y la acumulación. Por ello, deberíamos fijar umbrales, por arriba y por abajo, que delimiten dónde empieza lo insuficiente y dónde lo superfluo.
Cuando el salario medio está bajando, cuando afrontamos una vergonzante brecha salarial entre hombres y mujeres, cuando en las empresas aumentan escandalosamente las diferencias salariales entre altos cargos y las plantillas (según Intermón-Oxfam, los altos directivos del Ibex 35 cobran de media 207 veces el sueldo mínimo de su empresa), cuando el trabajo a tiempo parcial (involuntario y feminizado) ya está provocando que se normalicen los salarios por debajo, incluso, del exiguo actual Salario Mínimo Interprofesional, cuando tener trabajo no garantiza necesariamente salir de la pobreza, cuando caen las cotizaciones a la Seguridad Social … llegadas estas fechas, podríamos catalogar a la medida como de auténtica “inocentada”.
Es conocido el buen humor y la socarronería de Rajoy, pero lo cierto es que sus políticas no tienen ninguna gracia, pues demasiada gente las padece y muy poca las disfruta. Valga como ejemplo el dinero invertido en el rescate de la banca (56.865 millones de euros, de los que el Banco de España da por perdido el 80%, 42.590 millones de euros), frente a los recortes en gasto social que lo contextualizaron. Así, en estos años de crisis, de la cual se empeñan en convencernos de que ya estamos saliendo, nuestra sociedad se ha empobrecido y se ha hecho más desigual.
Estamos lejos, cada vez más, de un mínimo reparto de los recursos, para el cual, además de una mejora sustancial del salario mínimo, sería necesario empezar a valorar y defender la implantación de un salario máximo. No estamos hablando de mejorar nuestro poder adquisitivo, hablamos de cubrir necesidades y de vivir con dignidad. Por ello, deberíamos fijar umbrales, por arriba y por abajo, que delimiten dónde empieza lo insuficiente y dónde lo superfluo. Actuar contra la pobreza no es posible sin cuestionar la riqueza y la acumulación.
Esto implica asumir también nuestras propias responsabilidades. Debemos ir dejando de participar en el mantenimiento y empeoramiento del actual estado de las cosas con inversiones bancarias, consumos, planes privados de salud y de pensiones… y apostar por el reparto del trabajo, la defensa de lo público, la reivindicación de una mejor y más justa fiscalidad, la pelea sindical y social, el decrecimiento…
La reivindicación colectiva hacia afuera y hacia arriba implica transformación personal hacia adentro. Es decir, poner en duda nuestra inocencia y combatir las inocentadas como ésta de Rajoy, con su subida del SMI del 4%, para mayor gloria del Ibex 35. No se trata de postergar una cosa a la otra sino de empezar a dar pasos en ambas dimensiones, la única manera de alcanzar mayores cotas de igualdad y de justicia social.