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Cuñao, como nada cambia no muevas un dedo.
Para qué si todo sigue igual o es que si gritas,
para que pongan fin al hambre y las guerras...
¿La gente comerá? ¿Los idiotas dejarán de matar?
¿Cerrará la fábrica de armas que te alimenta?
Cuñao, mira televisión o fútbol en línea y luego
películas, series de 12 capítulos por temporada
extensibles a veinticuatro, al infinito o más allá.
Cuélgate a un game on line y campeonatos
de snooker, curling, solitario, cocina y onanismo.
Cuñao, desdeña a quien critica los sistemas,
sean brutales o suaves hipócritas autoritarios,
ambos corruptores, maestros mercaderes
que comercian con ilusiones, amos de todo,
tierra, agua, aire y el fuego que nos abrasa.
Cuñao, quizá despiertes al saber que la bala
asesina de tu hijo soldado en un recóndito país
en una blitzkrieg de paz aprobada por el estado,
o en un callejón lleno de mierda, la hiciste tú
con dinero blanqueado por tu banco hipotecario.
Cuñao, si nada cambiase andaríamos de ramas
colgaos y ateridos de espanto hasta saltar a tierra
a comer frutos caídos, erguirnos, huir temerosos
de otras bestias, dominar las llamas observados
por dioses ya idos para dejar templo, cielo y altar,
a tu adorada e ilusoria propiedad individual.
No hagas nada cuñao, cuando el farmaceuta
soborna para vender sus drogas, con permiso,
a enfermos y víctimas de las guerras, que dan
pingües beneficios, como la deuda generada
al obtener tierras, perdiendo dignidad al ganar.
Cuñao, todo bien: un rey va de safari a vender
fragatas, un príncipe va en jet a violar doncellas,
un presidente compra silencios, un general ataca
guarderías pues esconderían enemigos. Tú duermes
satisfecho, ignorante del misil que vuela a matarte.
Ramón Haniotis