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Hace unos pocos años tuve la oportunidad de ver, el día de su estreno, la magnífica Blade Runner. Y parece que en estos mediados de los años 80 en que vivimos el futuro preocupa —en concreto lo hace el año 2019— porque hoy he tenido la oportunidad de ver un nuevo estreno cinematográfico ambientado en esa fecha.
Mi primera decepción ha sido la de no ver coches voladores. De hecho, se muestra un mundo, en general, visualmente menos futurista que el retratado en la maravillosa obra dirigida por Ridley Scott. Las monumentales y reiteradas pantallas han sido sustituidas por otras de tamaño reducido que, siendo también autónomas, acompañan a la población en todos y cada uno de los momentos de sus vidas. Las imágenes han tomado un camino diferente en su propósito de inundar cada rincón de la existencia del ser humano.
En su vagabundear por las ciudades, los ojos de los y las pobladoras de este nuevo mundo futuro se muestran siempre fijos en sus pantallas mientras sus dedos las golpean y se arrastran por ellas repetitiva y compulsivamente. Cuando se reúnen en grupo, sus perpetuas miradas siguen esclavizadas por el tenue resplandor de los “móviles” —su sustancialidad se encuentra en la posibilidad de que les acompañen en todo momento— sobre sus rostros. Nadie se mira. Nadie se comunica con nadie más que para enseñarle algo de su propia pantalla. Sonríen. Se indignan. Sueltan improperios. Vuelven a dirigir sus miradas a sus pequeños artilugios, aprisionados entre las manos de unos cuerpos que conjugan desidia y tenacidad. Casi cualquier acto rutinario gira en torno a ellas, convertidas en una especie de apéndice —entre lo tecnológico y lo existencial— de sus cuerpos biológicos y de sus vidas. Al parecer, las personas se comunican a través de esas pantallas. A veces hasta se hablan —y se ven— a través de ellas. Se presiente todo un mundo de fascinante esclavitud agazapado tras sus rutilantes destellos.
No son pocos los que han sustituido lo que en los 80 consideramos real por ese otro mundo “global” y “digital” al que la población tiene acceso de manera instantánea desde cualquier lugar en el que se encuentren. “Internet” es, más bien, un no-lugar que se ha transformado en “el Lugar” de lo real.
Poco a poco, pude percatarme de que esas pantallas ocultaban un poder inimaginable en la actualidad. Unas pocas empresas controlan todo lo que allí sucede. Al parecer, los “gigantes tecnológicos” han optado por crear de cero un nuevo mundo en el que ejercer su poder, una vez que el mundo de la materia ya tenía dueños desde hacía mucho.
Pude enterarme de que todo lo que contribuye a la construcción de ese mundo y esa verdad son fundamentalmente vídeos, imágenes y textos cortos que —a pesar de que en términos actuales denominaríamos “falsos”— son compartidos por los usuarios en unas “redes sociales” que han ocupado el lugar del antiguo mundo de las relaciones sociales. Quien no forma parte de esas “redes” es tenido como alguien que ha renunciado —el participar de ellas es un hecho “natural”, el no hacerlo es producto de una decisión contranatura— a una parte importante del estar vivo; alguien cuya existencia es considerada disminuida, paralela al mundo de la verdad y de la vida. En cualquier caso, no queda claro en la película que realmente exista ese tipo de personas: no hay manera de saberlo con seguridad. Lo que ahora consideramos “real” ha pasado a ser una forma de realidad subyacente al verdadero mundo, al que llaman mundo “virtual”.
Las personalidades importantes llegan a tener millones de “seguidores” en las “redes sociales”. Hay quien se hace millonario simplemente acumulando followers en ellas. La gente de a pie puede acumular cientos de “amigos”. Lo social se ha vuelto etéreo e intangible —líquido puede que lleguen a pensar algunos— mientras la sociedad muere.
Todos y todas quieren entrar a formar parte de ese mundo de imágenes compartidas a través de sus pequeñas pantallas. Su existencia en esa nueva realidad cobra presencia a través de empresas (en realidad el plural casi estaría de más) que les permiten “colgar” sus propias imágenes en la “red” para que, literalmente, el mundo entero pueda observarles y, de este modo, dar fe de su existencia. Un reconocimiento en la mirada distraída de los demás que conjugan con el orgullo y defensa extrema de su supuesta individualidad y autonomía. “La sociedad no existe”, increpan algunos de ellos a través de la “redes sociales”.
Su ser material también se convierte en subyacente a la realidad “paralela” de sus cuerpos, meros instrumentos de su imagen “virtual”, devenida ya como Real. Si es necesario, se fotografían ante el horror si eso les permite tener más followers, si eso contribuye a abarcar un margen más amplio de la realidad compartida develada tras las pantallas. Algunos incluso fallecen tratando de encontrar esa imagen que, una vez desaparecidos materialmente, se vuelve “viral”. Valió la pena.
Conforme avanza la trama, uno se percata de que las empresas que controlan lo que sucede en ese nuevo mundo que ellas mismas han creado han obtenido su poder a través de la monitorización y recopilación tanto de todo lo que hace la población a través de los “móviles” como de sus movimientos por el mundo que ahora llamamos real. Cada instante de sus vidas es convertido por alguien en dinero mientras dotan a esas empresas de un conocimiento sobre cada individuo que no tienen ni ellos mismos. “Sabemos lo que vas a desear antes de que tú mismo lo sepas”, dice con orgullo esta nueva clase de empresarios clarividentes y todopoderosos. Resulta, encima, que todos los datos que recopilan son vendidos a empresas y gobiernos permitiéndoles controlar tanto los insaciables deseos consumistas de la población como sus ideas políticas. El liberalismo proclama, de nuevo, la libre empresa como fundamento ineludible de la libertad y la democracia.
Ese monopolio de lo “virtual” colabora —en ocasiones de manera abierta y en otras por inacción—con grupos políticos fascistas, algunos de los cuales han llegado al poder gracias a la manipulación y la mentira que ejercen impunemente a través de la “red”. Un presidente fascista con claros síntomas de desequilibrio mental ha ocupado la Casa Blanca. Otras potencias mundiales han corrido la misma suerte. Muchos otros países apenas consiguen resistir la embestida de unos energúmenos que la población ha asimilado como una opción política más; como su salvación, incluso. Los golpes de estado se suceden en América Latina.
El fascismo se ha vuelto el centro de la vida política de prácticamente el mundo entero. O lo que es lo mismo, de todo tipo de pantallas: telediarios, programas matutinos de televisión, periódicos “digitales”, “redes sociales”... Los gobiernos fascistas llegan a encerrar a niños y niñas que huyen de la pobreza en celdas fronterizas hasta que, algunos, mueren separados de sus madres y padres; en otros casos, niegan la ayuda a quienes acaban siendo encontrados inertes en las playas en donde los turistas apenas levantan la cabeza de sus “móviles” para observar los cuerpos hinchados que las mareas arrojan a unos pies que juegan y se entrelazan con la suave y cálida arena. La lista de atrocidades no tiene fin. Los fascistas inundan las pantallas para defender la libertad, la igualdad y la justicia. Aplausos.
Algunos alertan de la posibilidad del fin del mundo. O al menos del fin de la vida humana tal y como la conocemos. Las imágenes de una naturaleza devastada por la contaminación y la muerte se suceden. No son pocos los que se ven aterrorizados ante la posibilidad de la extinción y hacen uso de sus pequeñas pantallas para divulgar con frenesí el peligro en el que se encuentran. Los fascistas, sin embargo, niegan que las empresas que les subvencionan tengan alguna responsabilidad en una situación imaginaria producto de una psicosis creada por ciertos oscuros poderes no se sabe bien con qué finalidad. Algunos afirman que la tierra es plana.
Sí, como siempre, hay gente que no se conforma o que no puede aguantar más. Las imágenes de la policía y del ejército reprimiendo a la población se suceden a lo largo y ancho del planeta. Algunos piden democracia. Otros, simplemente, que se les dé la posibilidad de no morir de inanición. A todos y todas se les encarcela, se les golpea, se les tortura o se les asesina en nombre de la democracia y la libertad. Partidos “socialistas” participan de todo ello y mantienen o tratan de aprobar leyes que restrinjan aquellos derechos que a sus antecesores les costó sangre que fueran reconocidos. Los líderes —ahora también lideresas— mundiales se reúnen en lujosos hoteles y hablan de progreso y crecimiento económico. El 1% de la población acumula la mayor parte de la riqueza del planeta.
Lo único que muestra la película que da pie a cierta esperanza es el empoderamiento a nivel global de las mujeres. Los fascistas las llaman “feminazis” y “supremacistas”. No das crédito. ¿Qué ha pasado con las palabras en ese mundo? ¿Ya no significan nada? Recuerdas haber leído algo al respecto.
La película me parece mala por exagerada. Desde luego, no podrá haber una segunda parte. En cualquier caso, no creo posible que nuestro futuro siga ese camino. “Nosotros no seremos tan gilipollas”, concluyo mientras le doy al play de mis walkman para escuchar de nuevo el Just like heaven de The Cure.
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Iba leyendo cada vez más interesado hasta que ha salido el palabro "fascismo" y el autor ha empezado a deambular por el mundo de la gominola. Lo que nos dejaría ojipláticos no es ese "fascismo" del que habla; más bien nos horrorizaría contemplar cómo el buenismo progre está destruyendo la sociedad con sus dogmas absurdos, que resultarían hasta cómicos de no ver con nuestros propios ojos cómo se han convertido en la nueva religión de millones de personas que arrastran al abismo a todos los demás.
¿Cabría la posibilidad de que el miedo a los cambios que ha traido la dependencia universal de las TIC -via movil- haya creado una nostalgia de tiempos pasados -llamese neofranquismo en España- que pretenda apuntalar los privilegios falocráticos?
Tampoco es desdeñable la incorporación a esos populismos retronostálgicos de una juventud que sufre cada vez más el empleo precario, la falta de vivienda y la falta de un ecosistema que les ilusione más allá de empuñar un arma -ya sea virtual de videojuego o de caza mayor- o la pulsión de someter a la mujer emergente -ya sea incorporándose a una "manada" o despellejandose su miembro viril ante los videos porno que le sirve su movil ubicuo-.
Todo sea para conjurar el miedo atroz a enfrentarse a este nuevo mundo que ya no necesita la fuerza bruta macho.
Fantástica síntesis de la kafkiana y autoem rutecida realidad actual, camino de la cual nos aproximamos al colapso.
También creo que hubiera faltado una crítica a esa izquierda que ha consentido los desmanes fascistas de la especulación, el elitismo y el hiperproductivismo que nos han traído en buena parte hasta aquí.
Será predecible el humano, la cibernética viene imparable ha desintegrarnos
Consentir algo perjudicial pudiendo evitarlo, ciertamente no está bien, pero ¿ha tenido alguna vez alguna “izquierda” esa capacidad y apoyo? Hasta donde yo sé, ni siquiera ha habido una clase o grupo dirigente con capacidad y libertad para anteponer el bien común y el autocontrol al beneficio/culto personal. Las limitaciones son externas e internas.
Como colectivo productivo tenemos unos guardianes o pastores hiperequipados. La ingeniería social, mucho antes de la aparición de internet, se viene empleando a fondo para dirigirnos a todas. Mientras lo consintamos.
La responsabilidad de esta bazofia en la que chapoteamos es pues de todas, obviamente más de unas que de otras, pero en definitiva todos en el mismo barco, cada uno con su remo.