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Insólita Península
Próximamente, Woody Allen
La estatua de Woody Allen camina por la calle Milicias Nacionales de Oviedo, una pendiente peatonal perpendicular a la calle Uría.
Recuerdo los carteles del cine Esperanza de Mieres, hoy cerrado y abandonado, donde todas las películas que uno quería ver incluían la palabra “próximamente”. Esas películas futuras siempre parecían más apetecibles que las películas presentes.
El porvenir del cine deparaba sorpresas, pero también incluía pequeñas certezas, como la película anual de Woody Allen. Esa certeza ha caducado en 2018. No está claro que Woody Allen vaya a estrenar una nueva película… ni este año ni ningún otro.
Viajé a Oviedo para visitar su estatua, pero, antes de detenerme ante la imagen en bronce del cineasta-paseante, fui a despedirme de la librería Ojanguren. En esa librería creo que fui feliz o, al menos, imaginé que podía serlo; en esa librería, hace no tanto tiempo, tal vez recordé la escena de Hannah y sus hermanas en la que Michael Caine le regala a Barbara Hershey un libro de poemas de E. E. Cummings. Pero ahora Michael Caine ha dicho que no volverá a trabajar con Woody Allen. Y el recuerdo de aquella escena, del encuentro buscado, del poema leído en la página 112, tiene un significado añadido, difícil de discernir.
Ojanguren ya no era Ojanguren. Los lugares son las gentes que lo habitan, y en la librería centenaria de Oviedo escondida en la plaza de Riego ya no quedaba nada del bullicio discreto de sus nueve libreros. Con muchas luces apagadas, solo resistía la solitaria presencia del encargado de liquidar los últimos ejemplares. Tuve la sensación de asistir a un naufragio o de contemplar los restos de un barco hundido. Quizá por eso quise rescatar los últimos libros de Woody Allen que aún permanecían en la primera planta: cuatro guiones editados por Tusquets. Fue apenas un gesto, una forma de decir adiós. Así que el último librero de Ojanguren limpió el polvo de la cubierta de Zelig, de Interiores y de dos ejemplares de Delitos y faltas, aplicó el descuento oportuno y me dejó ir. Adiós a 161 años de libros y estanterías, de lecturas y encuentros.
Mientras caminaba por Oviedo con la extrañeza de saber que nunca volvería a Ojanguren, imaginé que un posible texto sobre la escultura de Woody Allen debería incluir intercalados fragmentos del final de Delitos y faltas. En particular, pensé que debería incorporar la voz del profesor Louis Levy que se escucha sobre los últimos planos de la película: “A lo largo de toda nuestra vida hemos de enfrentarnos a decisiones angustiosas… elecciones morales. Algunas son a gran escala; la mayoría de esas elecciones se centran en cuestiones menores. Pero todos nosotros nos definimos a través de nuestras elecciones. Somos, de hecho, la suma total de nuestras elecciones. Pero los acontecimientos se producen de una forma tan imprevisible, tan injusta. La felicidad humana no parece estar incluida en los designios de la creación”.
Seguí dejándome llevar por las calles de Oviedo y terminé ante la escultura de Woody Allen. Volvió a sorprenderme el ensimismamiento del rostro y la forma en que el bronce refleja un modo de andar, más resignado que despreocupado. La figura de Woody Allen en la calle Milicias Nacionales camina como un transeúnte excepcional, un personaje que hoy suscita miradas distintas, comentarios en voz baja, gestos indescifrables.
Vi a jóvenes discutiendo sobre si era una buena idea fotografiarse con la estatua y vi también a una madre y a un hijo que parecía que habían viajado desde algún lugar remoto solo para fotografiarse con este Woody Allen meditabundo, algo ausente. Las reacciones que pude apreciar me recordaron a ese murmullo que sigue al saludo a un conocido, un conocido sobre el que se sabe algo que no se quiere contar en voz alta, algo que todo el mundo comenta… Ese murmullo que no dice nada, que solo duda, que tal vez insinúa. Un murmullo incómodo.
Pensé que no quería participar en ese murmullo, pero que, tal vez, cualquier aproximación a Woody Allen lleva hoy de fondo ese murmullo.
Así que lo dejé estar hasta hoy, sin tener muy claro si era una buena idea intentar este texto. Eso sí, con la única certidumbre de que debía terminar con las últimas palabras de Delitos y faltas. Voz del profesor Levy: “Solo nosotros, con nuestra capacidad de amor, podemos dar significado al universo indiferente. Con todo, muchos seres humanos poseen la facultad de buscar, y aun de hallar, la alegría en cosas simples como… la familia… el trabajo y la esperanza de que las generaciones futuras comprenderán mejor”.
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Woody Allen es un pederasta reconocido por su propia hija y contra el que se han posicionado muchas actrices y actores de Hollywood. Como tal, como pederasta, no debería contar con una estatua en Oviedo. Ofende y mucho. y este periódico, el Salto Diario, que se dice feminista, no debería ensalzar su figura, ni siquiera como director de cine.
Woody Allen es un símbolo. Símbolo del genio frente a la mediocridad, del demócrata frente la turba de linchadores. Del cerebro frente a las tripas. La última vez que fui a Oviedo la estatua todavía no existía, ahora estoy planificando un viaje allí, aunque solo sea para fotografiarme con esa estatua. Gracias, Mr Allen, por regalarnos tanto talento, gracias por todo lo que nos has dado, gracias por enfrentarte a la sinrazón y al odio. Tú quedarás en la historia, ellos solo serán polvo y basura orgánica.
Ahora solo por una acusación, desechada en dos ocasiones, fruto del rencor y la manipulación de su exmujer, se pretende destruir la imagen y la memoria de Allen. Mal vamos.