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Insólita Península
Nubes en el frente del Ebro
Las construcciones sencillas y desnudas, con sus materiales arrancados de cuajo, son en Poble Vell el resultado de la Guerra Civil y de una posguerra lenta.
El Poble Vell de Corbera d’Ebre había quedado sumergido bajo las nubes. Eran las cinco de la tarde de un sábado del pasado otoño, 80 años después del final de la batalla del Ebro. A pesar de encontrarse en el punto más alto de Corbera, las casas derruidas del Poble Vell parecían hundidas en el punto más bajo de cualquier parte. ¿Desolación de la guerra? ¿Horror del frente? Sí, pero no solo. Las construcciones sencillas y desnudas, con sus materiales arrancados de cuajo, son en Poble Vell el resultado de la Guerra Civil y de una posguerra lenta en la que las piedras de las casas antiguas fueron utilizadas para la construcción de las nuevas, ya en la parte baja del pueblo, en torno a la carretera del llano. Así que caminar por las calles del Poble Vell, en la Terra Alta de Tarragona, es hacerlo por el frío, las manos agrietadas y la noche que acecha. No tiene sentido buscar las huellas del impacto de un obús o el recorrido de una bala perdida. Huele a impostura querer convertirse en turista de la guerra o de la memoria. La destrucción sólida de cada rincón habla de décadas de nada.
Recuerdo a un grupo numeroso escuchando a un guía que comentaba los daños causados por los anarquistas y recuerdo la escalera angosta que ascendía al campanario de la iglesia. El templo albergaba una exposición con explicaciones sobre la guerra, mapas cuajados de flechas y quincallería militar. También sobre sus baldosas se movía una lagartija solitaria de cuya presencia me alertaron para que evitara pisarla.
El tiempo ha maltratado al Poble Vell, villa destruida en distintos periodos de la historia y hoy convertida en espacio de visita, en lugar declarado de interés histórico. Un díptico conciso ofrecido al visitante resume en un párrafo lo que parece imposible de resumir: “En la Guerra Civil española, la batalla del Ebro fue uno de los episodios más importantes, tanto por la violencia y duración de los combates como por las consecuencias que se derivaron. La batalla comenzó en julio de 1938 y acabó a mediados de noviembre del mismo año. Murieron miles de combatientes de los dos bandos y determinó la caída de Cataluña y posteriormente el hundimiento del resto del frente republicano”.
Durante la batalla del Ebro, Corbera quedó en la vanguardia del frente republicano. Cuando las tropas franquistas alcanzaron Corbera en septiembre de 1938, el Poble Vell había quedado arrasado por los bombardeos.
Seguí caminando mientras anochecía. Traté de imaginar el escenario después de la batalla. Intenté que los sonidos de las pisadas me llevaran a otro tiempo, a las pisadas con botas militares, pisadas tal vez vacilantes. Pero el esfuerzo volvió a olerme a impostura, a imposible viaje en el tiempo. Incluso vaciado de heroísmo y grandilocuencia, cualquier relato de hoy sobre aquel tiempo, sobre el frente del Ebro en el otoño de 1938, no logrará acercarse a la piel de quien allí estuvo. Vuelvo a transcribir unas líneas de Rafael Chirbes que ya cité en otra parte: “Alguien me dirá que peleas con saña porque sabes que defiendes una causa justa. No es verdad. De esas cosas solo se puede hablar con quien ha estado allí, solo quien ha vivido esa experiencia sabe a lo que me refiero. (…) Solo vosotros –de uno u otro lado– sabéis de lo que estáis hablando y despreciáis la ignorancia de quienes, como no estuvieron, no pueden saber y hablan de esto y de aquello como loros, heroísmo, moral, abnegación, repiten” (En la orilla, 2013, Anagrama, páginas 355-356).
Viajé a Corbera para acercarme a quien allí estuvo, para tener presente su memoria. Para intentar mirar con los ojos de los que allí vivieron, soldados de uno y otro bando, jóvenes que en muchos casos, como mi abuelo, casi no habían salido de sus pueblos y cuyos primeros pasos por la Península fueron un deambular militar limitado por las líneas del frente. Intento acercarme a su recuerdo y solo percibo su silencio, su voluntad de no hablar. Percibo incluso su comprensión ante las preguntas de un niño. Recuerdo sus evasivas y su gesto serio con una media sonrisa.
Así que digo adiós a Corbera, ya anochecida, con la intención de decir que quizá el silencio de muchos debería formar parte del relato. Cientos de páginas de silencio. Miles de páginas ya escritas por quienes lo vivieron y no quisieron recordarlo.