We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Insólita Península
El aeropuerto de Albacete invita al silencio
El aeropuerto de Albacete es uno de esos edificios infrautilizados que ofrecen un simulacro de lo que podría haber sido, el ensayo sin público de un país inexistente.
Llueve y los estertores de la crisis han dejado tres estilos arquitectónicos en la península: edificios abandonados, cerrados e infrautilizados. Tienen en común haber sido financiados con dinero público y adolecer de una errónea previsión sobre su sostenibilidad. En los casos más escandalosos, incorporan firmas de prestigio, costes desorbitados y sospechas de corrupción. En los menos, son tan solo cascarones vacíos que buscan algún uso.
Cada estilo ofrece características singulares, únicas. Los primeros y más espectaculares, los edificios abandonados, vertebran el territorio y han dado lugar a una corriente literaria: artículos que deambulan por polideportivos desvencijados, centros de spa que no llegaron a inaugurarse y espacios multiusos con el cobre arrancado de cuajo.
Mientras, los edificios cerrados son objetos misteriosos. Nadie sabe qué se oculta tras las fachadas de museos sin obra, juzgados sin juicios y estudios de cine sin rodajes. Quizá estos edificios inaccesibles son un homenaje definitivo al vacío, a la ausencia. O tal vez son solo concentraciones de polvo que dan noches de insomnio al concejal que estuvo en la mesa de contratación, al técnico que firmó el informe que avalaba la pertinencia de la obra.
Y, por último, encontramos los edificios infrautilizados. Puede que nos hallemos ante un estilo menor, pues funcionan y pueden ser resucitables. En todo caso, para el visitante ocasional tienen la ventaja de que ofrecen un simulacro de lo que podría haber sido, el ensayo sin público de un país inexistente. El aeropuerto de Albacete es uno de estos edificios infrautilizados y a él me dirigí una tarde del pasado mes de mayo con el objeto de elevar el oportuno informe a los lectores de El Salto.
Primera impresión del aeropuerto de Albacete: un inmueble sin nadie que lo enseñe, una sala de espera que invita al silencio. Suelos de mármol, columnas grises y revestimiento de madera en paredes y techo. A las cinco de la tarde, la luz natural iluminaba cada rincón y se filtraba en las bolsas vacías de las papeleras. Para apreciar las proporciones del espacio, es recomendable recostarse sobre uno de los sillones grises y mullidos. Desde esa posición, contemplando en contrapicado la sala, me vi inundado por el rumor de la ventilación, rotundo y cambiante, que se alternaba con el chirrido eléctrico de las máquinas expendedoras. Ningún sonido más.
El aeropuerto, a esas horas de siesta, mantenía un retén mínimo: un vigilante de seguridad y una mujer que se despedía tras haber terminado su jornada. De modo que el mobiliario funcionaba como el atrezo de una película cuyo rodaje se hubiera suspendido de forma súbita: cuatro mesas de facturación, un puesto fronterizo, varios puntos de información a la espera de futuras compañías aéreas y una mínima sala de exposiciones con ejemplares del Quijote colocados sobre cajas de cartón.
Entre los folletos informativos que recopilé, me sorprendió el que lleva por título "Transporte de armas en aeronaves comerciales". No parece una preocupación de los viajeros habituales, pero tiene su sentido en el aeropuerto de Albacete, cuya exigua clientela se nutre de cazadores europeos atraídos por los cotos manchegos. Cazadores que han de saber que “las armas deberán ir descargadas y en su estuche. Las municiones se transportarán en un maletín rígido e independiente del empleado para transportar el arma”.
Según datos provisionales de AENA, el aeropuerto de Albacete registró 17 pasajeros en abril de 2017. Se colocó así ese mes en el último puesto en número de pasajeros entre los aeropuertos gestionados por AENA. En los cuatro primeros meses del año, acumuló 412 pasajeros; solo por delante de Son-Bonet (134) y Huesca-Pirineos (51). La esperanza del aeropuerto albaceteño se sitúa en la llegada de vuelos de carga, sobre todo ahora que las obras están mejorando la conexión con el polígono adyacente.
En el parque infantil situado junto al aparcamiento, una pareja contemplaba el horizonte y las amapolas crecían entre los hierros de un banco. Me alejé de allí escuchando el estruendo de los aviones militares que a esas horas ejecutaban maniobras de entrenamiento. Me alejé con el pensamiento dividido. Por un lado, con el deseo de que quienes allí trabajan conserven su empleo en un aeropuerto con aviones —y sentido—. Por otro, con la impresión de haber contemplado el submarino del que hablaba Miguel Gila: de color bien, pero no flota.