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¿Quién puede ordenarnos el fin de la fiesta?
Quizá lo deseen así los pobres de espíritu
y faltos de ideas. Aquellos mismos que, a diario,
ordenan aquí, allá y en todas partes el fin
de la vida con sus cánticos y danzas de pueblo.
Y hablamos de ese pueblo que conoce
sus derechos y exige más poemas y libertades,
no opinamos de quienes conocen cada detalle
sobre la nariz de Kylian y nada sobre fosas comunes.
Decimos palabras sobre la España que se parte,
esa que se parte de risa cuando los señoritos hablan
de la España que madruga, justo ellos, cuyas auroras
vistas son las que cierran sus trasnochadas intrigas.
Ya el denso humo de las inextricables explicaciones
impide ver el Sol y la espiga, la Luna y el ser, porque
la patria debe ser pura, a no ser que el intruso lleve
la bandera al podio olímpico y la medalla al rey.
El estruendo de sables y balas enmudece arpas
y flautas, tal como el cacareo de la vox populi(sta)
o el (im)popular jefe, olvidan la piel de Williams y Yamal,
pero cierran la blanca puerta y abren tumbas en la mar.
Españolito de piel oscura o de nombre moro no olvides
que a tus primos se los tragó la oscura fauce oceánica.
Españolitas y españolitos del mundo gritemos fuerte
para que se enteren: ¡La fiesta no ha comenzado aún!
Ramón Haniotis.