Hemeroteca Diagonal
Fernández Villa: un entierro de tercera

Auge y caída del hombre que controló los designios de SOMA-UGT durante más de tres décadas.

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Es doctor en Historia por la Universidad de Oviedo.

10 nov 2014 15:00

El presidente asturiano deslizó al hacer pública la expulsión del PSOE de José Ángel Fernández Villa un argumento acerca de la especial gravedad de este caso de corrupción: se trata de una persona emblemática de una organización sindical (el SOMA-UGT) con más de un siglo de existencia, ligada a la historia del movimiento obrero en la minería asturiana y a los valores de lucha y solidaridad que ha representado. Hay bastante de cierto en esta reflexión. El SOMA ha sido siempre desde su fundación en 1910 mucho más que una mera federación sindical de una rama productiva. Y quien lo dirigió con mano de hierro a lo largo de 35 años ha sido mucho más que un dirigente sindical. Pero todo cuanto ha sido en términos de poder y de influencia política ha estado asentado sobre los mineros asturianos, sobre su militancia, disciplina, organización y movilizaciones. Y sobre el capital simbólico que atesoraban las siglas del Sindicato Minero en particular y la ejecutoria de luchas de varias generaciones de mineros en general.

Aunque sus hagiógrafos y las informaciones que aportaban las semblanzas biográficas oficiales de sus organizaciones hacían remontar su ejecutoria militante a fechas más tempranas de las verdaderas, Villa era en el momento de su readmisión en HUNOSA, gracias a la amnistía laboral conquistada por la huelga de 1976, un perfecto desconocido sin apenas bagaje sindical. Que su ascenso meteórico le convirtiera en apenas dos años y medio en el hombre fuerte de una organización tan poderosa como el SOMA y que, a partir de ahí, lograra construir en poco tiempo un entramado de control político tan vasto y tan personalizado debería motivar alguna reflexión.

El contexto de declive industrial, luchas defensivas, recursos escasos y entramados políticos endogámicos hizo de unas organizaciones poderosas y sólidamente implantadas como los sindicatos mineros una pieza clave de la sociedad de las cuencas. El progresivo deterioro de su imagen a medida que se consumaba el desmantelamiento y se extendían las redes clientelares no tuvo su equivalente en una pérdida de influencia. Más bien al contrario, los sindicatos rellenaron el vacío que dejaba la ausencia de otros agentes, ya fueran empresariales o institucionales. Y con la concentración de poder vino la hipertrofia de los vicios. Muy particularmente en el caso del SOMA.

La base de todo residía en un instrumento tan simple como eficaz, administrado con auténtica maestría: la asignación por parte de una sola persona del reparto de las horas sindicales de HUNOSA, que lo mismo servía para “liberar” a alguien para desempeñar cargos políticos como para hacer bajar al pozo de manera fulminante a cualquier “liberado” que diera muestra de independencia de criterio.

Nunca fue un secreto que esta estructura de poder construida en torno al secretario general del SOMA-UGT le otorgaba el control de las agrupaciones socialistas de las cuencas mineras y, a partir de ahí, de la Federación Socialista Asturiana, dejando en sus manos la potestad para designar candidatos, confeccionar listas electorales, controlar grupos municipales y parlamentarios, poner y quitar alcaldes y presidentes autonómicos, presidentes de la empresa pública minera y de Cajastur, ejercer el control sobre el Montepío de la Minería y ramificar su influencia sobre muy diversos ámbitos. Villa fue la figura más poderosa de la Asturias del último cuarto del siglo XX y aún siguió siéndolo en la primera década del XXI, a pesar de la drástica reducción de la minería, compensada por las inyecciones de fondos mineros que ofrecían una renovada fuente de poder.

Que ese poder era ejercido de forma autoritaria, con modos sectarios (muchas veces con actitudes de desconfianza rayana en lo patológico hacia todo lo ajeno) y redes clientelares de intercambio de lealtades y favores era una evidencia. Todo ello con una absoluta concentración personal que podía visualizarse en la guardia pretoriana de acompañantes de rudos modales que solía rodear al líder o quedaba plasmada en el libro conmemorativo de los 90 años del SOMA, plagado hasta la saturación de fotografías del omnipresente secretario general y convertido así en reflejo de un culto a la personalidad por el que ni el protagonista ni sus incondicionales parecían sonrojarse, si es que eran siquiera conscientes del exceso. 

La huelga minera de 2012 fue el canto del cisne del viejo sindicalista, capaz todavía de representar su papel con destreza

También habíamos oído afirmaciones mucho más graves: confidente de la policía y beneficiario de un enriquecimiento ilícito. Pero ambas acusaciones, sin duda las de mayor calado y las que podrían haberlo inhabilitado, aunque a veces procedieron de voces altisonantes, nunca vinieron acompañadas de pruebas fehacientes. Ni documentos que lo acreditaran ni testimonios fiables y concretos que fueran más allá de lo genérico. Aunque ninguna relación puede ser establecida entre ambos asuntos, la sospecha de que haya podido ser confidente durante la dictadura franquista a buen seguro va a encontrar ahora más eco, una vez constatada su condición de corrupto durante la democracia. Difícilmente amigos ni enemigos pudieron imaginar que la prueba irrefutable de esto habría de ser proporcionada por el propio interesado. Toda su habilidad para guardar el secreto se desvaneció en el momento que decidió acogerse a una amnistía fiscal.

La huelga minera de 2012 fue el canto del cisne del viejo sindicalista, capaz todavía de representar su papel con destreza. Al año siguiente, su retirada mostró, sin embargo, el ocaso inexorable de su estrella hasta el punto de no lograr tan siquiera una sucesión controlada al frente del sindicato. Su poder se había esfumado por completo cuando saltó la noticia de la fortuna oculta que había acumulado y cuya procedencia exacta seguimos esperando conocer, aunque cualquiera pueda especular acerca del presunto desvío de fondos mineros, la oscura gestión del Montepío, el tráfico de influencias y la venta de favores.

Expulsado de manera fulminante del partido y del sindicato, nadie parece guardar lealtad hacia el otrora todopoderoso dirigente, tan adulado como temido. Por eso convendría recordar que Villa era el vértice de una estructura que contaba con numerosos colaboradores, partidarios y beneficiarios y que, lejos de actuar en soledad, era visible y ostensiblemente el capo di tutti capi. Y que el carácter autoritario y falto de democracia interna con el que funcionaron durante largos años las organizaciones sobre las que extendía su poder omnímodo era un requisito no suficiente pero sí indispensable para la corrupción tanto tiempo embalsada y cuyas compuertas han reventado ahora.

Sin transparencia, libertad de crítica y mecanismos de control difícilmente se puede procurar la honradez de una gestión. Menos aun cuando es tan prolongada y ejerce tanta influencia. Bien harían las organizaciones que le acaban de expulsar en proceder a un examen de conciencia que fije su atención en las culpas colectivas, las complicidades de tantos y la ceguera de otros. Del mismo modo que desde el plano más general de la sociedad asturiana y sus instituciones valdría la pena reflexionar sobre las causas que permitieron que un entramado tal funcionara como una maquinaria perfectamente engrasada. Aunque, para ser sinceros, poca esperanza tenemos de que el escarmiento vaya a servirnos de lección.

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