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Hemeroteca Diagonal
Grietas en el marco de una realidad
CT o la Cultura de la Transición (Debolsillo, 2012) es un artefacto despertador en sí mismo. Un manual de bolsillo con licencia para ser viralizado que ha visto en las grietas abiertas por el 15M una oportunidad para hacer llegar la herramienta teórica más allá de los márgenes. Qué es la Cultura de la Transición (CT) es la pregunta. Las respuestas buscan una ampliación del marco simbólico e insisten, desde distintas perspectivas, en la necesidad de desvelar los mecanismos que conforman una realidad –“el único marco posible de realidad”– para poder pensar otras. Guillem Martínez, periodista y coordinador de la obra, en su definición más rigurosa, lo concibe como “el paradigma cultural hegemónico en España desde hace más de tres décadas”. Abordada como “patología singular”, esta cultura enferma de consenso y afán desproblematizador, “que le ha puesto barrotes a la libertad creativa y de expresión”, tiene un recorrido y una historia.
Algunos de sus protagonistas son sospechosos habituales; otros han sabido nadar en las aguas turbulentas de “el único hábitat cultural que se nos ofrecía, el único realmente existente”, tal y como apunta Belén Gopegui en su artículo “CT: ¿Para olvidar qué olvido?”, y han logrado ‘escurrirse’ de la CT; e, incluso, ha habido casos de despertar de algunos de ellos al calor del 15M.
Este concepto, que ha ido tomando forma de manera colectiva a lo largo de estos últimos 30 años, se clarifica cuando es explicado desde su rol propagandístico –y, por ende, vertical, cohesionador y unidireccional– que revela su producción desde el Estado. Como explica Guillem Martínez, la Cultura de la Transición es aquella que dice “qué es cultura y qué no” con el objetivo de neutralizar lo problemático; con el fin de anular cualquier capacidad de cuestionamiento del sistema democrático español. Se trata de un cambio de paradigma que el crítico Ignacio Echevarría aborda en el relato de la génesis de la CT: “La Transición se caracterizó por el relego de la historia en aras de la política. A su vez, y para consolidarse, la democracia española, tanto bajo el PSOE como bajo el PP, relegó la política en aras de los mercados, como se dice ahora. Lo que puede entenderse por Cultura de la Transición no es otra cosa que la adaptación sin resistencia de la cultura española a este doble movimiento”.
Agrietando la CT
“El poder de la CT se ha ido vaciando con los años”, asegura el filósofo y editor Amador Fernández-Savater. “Por un lado, han ido disminuyendo los miedos que la CT administraba e instrumentalizaba en tanto que poder de salvación: golpe militar, terrorismo de ETA, ruptura de España, etc. Al mismo tiempo se han ido perdiendo los derechos colectivos asociados al Estado del bienestar”. La Cultura de la Transición ya no aparece como salvadora, sino como cómplice. El emperador está desnudo y las evidentes relaciones entre intelectuales, políticos y, sí, medios de comunicación, hacen todavía más patente el secuestro al que se ha tenido sometido al lenguaje. El escritor Gonzalo Torné subraya en su artículo “Un mes en el que la CT enfermó” cómo la visibilidad del 15M ha obligado a los medios de comunicación a cuestionarse a sí mismos. También internet ha tenido que ver en esta crisis de identidad de los grandes referentes. Nunca antes un periódico o una televisión habían sufrido tal “estrés de vigilancia”. Sin embargo, están los que se muestran escépticos con la red, como es el caso de Carlos Acevedo, que asegura detectar dinámicas de internet que nos dicen que la CT prosperará. “Internet da muchas opciones, pero sólo al que ha desarrollado las competencias”, precisa. No obstante, ve en la red una herramienta útil que invita a hacerse con el espacio público, que empuja a reconstruir, en las calles, en las plazas, un “lenguaje común”. Raúl Minchinela, en “La CT y la cultura digital” detecta en el salto generacional otro de los frenos de la Cultura de la Transición: “Los jóvenes miran la CT como un universo ficticio, que les atañe por repetición, pero no por vivencia: un mundo que sale por la tele y que no está en sus vidas, como los barrios de telecomedia”. Esta nueva generación, que “suma el contexto digital al contexto vital”, tiene en internet un espacio marginal –obviado, hasta el momento, por la CT– donde “las obras digitales suceden fuera del ámbito de las instituciones y, por tanto, no se consideran cultura”. El tuithumor como laboratorio, que apunta Miqui Otero, y una cita de Miguel Noguera, recogida en “CT y humor: risa atada (y bien desatada)”, que nos asegura que hay un nuevo humor construido desde los márgenes, con vocación inteligente y militante; “un producto que no necesita la legitimación de ningún agente cultural; por eso es más ágil”.
Pero, si hay un factor capaz de desestabilizar la CT y que tiene mucho que ver con el potencial de los medios sociales, ése es, sin duda, la escucha del otro –horizontal, participativa, colaborativa–. Guillermo Zapata nos recuerda en “CT como marco” que “el arte de la escucha es el arte de ponerse uno mismo en crisis y asumir que puede estar equivocado. Más aún, es asumir que existe ‘otro’ que merece ser escuchado”. Sin embargo, “para la CT, el ‘otro’ es siempre ella misma”. La lógica 15M anula este monopolio de la mirada con un cambio de marco, “una política de la amistad y una política de la desidentificación”; o, lo que es lo mismo, imaginar maneras de colocar “la materialidad de la vida en el centro”.
La excepción cultural
“Es fácil estar de acuerdo con lo establecido cuando uno es lo establecido”. La periodista Carolina León se pregunta en “Libertad sin ira qué fue de la crítica literaria” por la existencia de la misma, no sin antes detenerse en excepcionales milagros de la crítica literaria, severamente amonestados por la CT. “No exijo una guerra en cada texto –asegura– pero sí pido pequeñas batallas intelectuales en cada párrafo. La apertura a otros espacios, con la posibilidad de error y la esgrima de todo lo que se invisibiliza por no casar con la CT o no ser carne de mercado”. La experiencia lectora de Pablo Muñoz, descrita en “La CT y yo”, enfoca en los suplementos culturales CT en contraste con los anglosajones. “En Estados Unidos, un consagrado es posible que se lleve una reseña seguro; aquí un consagrado se lleva todo el despliegue. Es cuando te haces preguntas de cómo se ejecutan estas operaciones de relevancia en cada sitio y dices ups”. Jordi Costa, en su artículo “CT y cine: la inclemencia intangible” rescata de la “invisibilidad” al cineasta José Luis Izquierdo, un creador de ficcion obsesionado con la Cultura de la Transición cuya obra sólo podía darse como pie de página de la misma. Necesaria, comprometida y abocada a los márgenes. Como todos esos géneros musicales que los grandes emporios de la comunicación se dejaron fuera, o que ahora absorben, convirtiendo el antiguo underground en el nuevo mainstream, escribe Víctor Lenore en “Música en la CT: los sonidos del silencio”. Todavía hoy resisten en el imaginario artistas como Las Vulpes y su provocador hit Me gusta ser una zorra. De este mismo espíritu de insumisión están armadas Irene García Rubio y Silvia Nanclares, las cuales, perspectiva de género mediante, abordan con humor un inventario de masculinidades y feminidades nacidas al calor de un concepto puro CT: la “igualdad” como invento del Estado; una ficción donde diluir, sin crítica ni discusión, las tensiones de “una guerra de sexos contemporánea” jamás librada en democracia.
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