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Guerra en Ucrania
¿Por qué muchos africanos no condenan a Rusia como querrían los europeos?
“¿Tú has visto cómo tratan a los africanos en la frontera de Ucrania?”, se pregunta Khalifa Jabbi retóricamente. Él mismo, un estudiante que intenta reunir dinero para pagar su diploma, responde: “No sé cómo pretenden que apoyemos esta guerra total contra Rusia si tratan así a nuestros hermanos”. El maltrato de los estudiantes africanos en la frontera con Polonia fue una anécdota pasajera en la prensa europea, pero en muchos países africanos ha tenido mucha más importancia. En Gambia y Senegal, la invasión rusa de Ucrania empezó como un eco lejano, pero tres meses después de su inicio ya es imposible evitar la cuestión. Ucrania y Rusia representan el 30% de las exportaciones mundiales de trigo, y Rusia es también uno de los principales productores de fertilizante. La gasolina, tanto en Gambia como en Senegal, tiene un precio que roza el euro por litro. Todos los productos que entran por el puerto son más caros: el aumento de precio de la gasolina es un coste extra para todos los ciudadanos del país.
Las furgonetas que hacen de transporte público corren más que nunca en la única autopista que conecta Busumbala con la capital política —Banjul— y la capital económica —Serekunda— de Gambia. Los conductores ignoran todas las normas de tráfico convencionales: adelantan por donde pueden, salen de la carretera, circulan temporalmente en contradirección, pasan a centímetros de algunos viandantes. No es una novedad, pero estos días su urgencia es máxima: ir más rápido significa hacer más veces la ruta y ganar más dinero con el que compensar los gastos. Hacer menos rutas —o hacerlo sin clientes que suban a la furgoneta— significa perder dinero. Son días en los que, también, las redes sociales explican que cada vez hay más accidentes mortales en las carreteras de Gambia. Es, hasta cierto punto, una carrera contra el hambre.
El conflicto en Ucrania ha agravado la delicada situación de países como Gambia. El pan ya ha subido de precio en un país que, cada vez más, se explica a sí mismo a través del cinismo
El conflicto en Ucrania ha agravado la delicada situación de países como Gambia. El pan ya ha subido de precio en un país que, cada vez más, se explica a sí mismo a través del cinismo: “Este país está completamente loco. Cada día te levantas y te encuentras con una crisis nueva”, cuenta Sema, también estudiante. Pese a que muchos lamentan la guerra en Ucrania y son conscientes de los efectos negativos que esta tiene sobre su vida, no todos condenan a Rusia. Khalifa no ve a los rusos como una amenaza para su país, y señala que Estados Unidos ha atacado a países sin que hubiera el mismo nivel de indignación: este gambiano considera que, cuando los muertos son en países pobres y musulmanes, Occidente simplemente decide mirar hacia otro lado.
La condena a Rusia en la ONU
A nivel diplomático, muchos países africanos han expresado las mismas dudas que tienen sus ciudadanos. A principios de marzo, Senegal vivió una polémica muy particular: la embajada ucraniana en Dakar, la capital del país, intentó reclutar a voluntarios para ir a luchar contra los rusos. La delegación de Kiev obtuvo 36 peticiones, pero el gobierno local actuó rápidamente cerrando la puerta a la idea tras verificar que la oferta era real. Senegal, históricamente alineado con los intereses occidentales vía París, se abstuvo en la votación de condena a Rusia en la ONU. Dieciséis países más del continente hicieron lo mismo. La votación contó con un gran apoyo (141 países votaron a favor, cinco en contra y 37 se abstuvieron), pero vio cómo países que representan a más de la mitad de la población mundial (China, India y una parte importante del continente africano) no condenaron a Moscú. Las reacciones en la prensa occidental fueron inmediatas, y en muchos casos se preguntaron por qué motivo los africanos habían decidido dar la espalda a la democracia y los derechos humanos.
Lo más llamativo en esta controversia es la construcción de la narrativa. La posición de China se ha entendido y en algunos casos se ha aceptado como algo natural, quizás debido al utilitarismo que se aplica al análisis de las relaciones entre China y los otros países. Por otro lado, la gran paradoja queda reflejada en el comportamiento de la Unión Europea. Mientras los Estados miembros envían material de guerra a los ucranianos, la compra de gas y petróleo ha servido para financiar a Rusia en su esfuerzo bélico. Pese a las protestas airadas de las cancillerías europeas, desde hace días las principales empresas europeas están aceptando la petición rusa de pagar las importaciones energéticas en rublos. El balance de la guerra en el mercado de divisas es una ironía: el euro lleva semanas perdiendo valor respecto al dólar; el rublo, tras una caída inicial, ya está más fuerte que antes del inicio de la invasión. La moneda rusa se ha revalorizado, en gran parte, por la demanda de sus productos en la Unión Europea.
Llama la atención la incomprensión de la opinión pública europea cuando son los países africanos los que no se alían con la postura occidental. Parece que todo se reduce a demostrar quién tiene una mayor categoría moral
De modo que llama la atención la incomprensión de la opinión pública europea cuando son los países africanos los que no se alían con la postura occidental. Parece que todo se reduce a demostrar quién tiene una mayor categoría moral. La invasión de Ucrania es injusta como todas las otras invasiones. De hecho, es un episodio que recuerda la colonización de los otros pueblos por Occidente, y que sigue bajo otras formas de explotación con la presencia de las empresas occidentales de extracción de las materias primas. Desde esta perspectiva, todos los pueblos africanos deberían salir a la defensa de Ucrania porque nadie mejor que ellos sabe lo que significa la ocupación territorial y la explotación por fuerzas invasoras. Cada africano tiene un colonizado dentro.
Sin embargo, como dice el refrán africano, “en una pelea entre elefantes, las víctimas mortales son las hormigas”. Aplicado a las relaciones internacionales, este proverbio se convierte en un axioma. Las históricas confrontaciones provocadas por Occidente han causados los mayores desastres de la humanidad. Las dos guerras mundiales provocadas por Europa son el mayor ejemplo de ellos. Ambas tenían motivaciones que iban más allá del continente, tal y como demuestra el hecho de que Alemania perdiera su imperio colonial africano tras perder la I Guerra Mundial. Ambos conflictos estuvieron cargados de un doble discurso que ha sobrevivido: las potencias ganadoras en las dos guerras declaraban luchar por la democracia y los derechos humanos, y lo hacían a la vez que mantenían jerarquías raciales en sus sociedades y en sus colonias. Francia celebró la derrota del nazismo y, el mismo día, masacró a miles de argelinos independentistas en Sétif. Hasta cierto punto naturalizaban la clasificación de la humanidad a partir del color de la piel, tal y como sigue sucediendo en Europa a la hora de definir quién es un refugiado digno de ser acogido —como ha sucedido con los ucranianos— y quién es una amenaza para la civilización: negros, árabes. El discurso sobre los derechos humanos margina de la toma de decisiones a la mayoría de la humanidad; y luego se sorprende cuando esta, a veces, decide no comprarle el discurso.
La invasión rusa de Ucrania es el elemento que confirma que nuestro presente sigue influido por este binarismo marcado por la dominación revestida de humanitarismo
La doctrina occidental acerca de los derechos humanos admite que se puede provocar la muerte de personas en nombre de “una guerra justa” —tal y como ha sucedido en Iraq, Pakistán, Somalia o Yemen— para salvar a otras. También se pueden entregar armas a una facción rebelde y cerrar las fronteras a los civiles que huyen del conflicto y de los rebeldes a los cuales se han entregado esas armas. Según esa carga doctrinal, todo es justificable según la distancia que tiene Occidente con las víctimas. La invasión rusa de Ucrania es el elemento que confirma que nuestro presente sigue influido por este binarismo marcado por la dominación revestida de humanitarismo.
En Europa, la creación del estado de bienestar aplacó parcialmente la conciencia de clase. En el resto del mundo, el fin de la Guerra Fría reforzó una fantasía colectiva según la cual vivimos en un mundo equilibrado y pacífico. A nivel global, el progreso económico basado en la explotación de los estados más débiles ha afianzado relaciones cada vez más desiguales. Por todas partes se libran luchas donde las culturas dominantes aseguran el control de la narrativa hegemónica. Los más desaventajados han de clonar la hegemonía cultural occidental con tal de defender los derechos humanos, aunque ellos no estén incluidos en esa definición.
Más allá de Europa: el movimiento de los no alineados
Teniendo en cuenta todo este antecedente histórico, llama la atención las reacciones de los Estados africanos frente la invasión de Rusia en Ucrania. En nombre de la realpolitik, los países africanos se deberían haber conformado en su rol de seguidores acríticos de Europa en todas sus aventuras bélicas, incluso dentro del continente africano. En las últimas décadas, su presencia en el Consejo de Seguridad consistió en ser una extensión de sus antiguas metrópolis al dar el sentido a su voto. Por todo ello, la abstención de los Estados africanos marca un posible fin del mimetismo en la relación entre África y Europa. Muchos africanos ven en el desarrollo de un discurso no alineado a Occidente como una fuente de esperanza.
No es, ni siquiera, una novedad ni un invento reciente: tras las independencias africanas en los años 50 y 60, líderes de países como Ghana o Egipto asumieron posiciones de liderazgo en el llamado “Movimiento de los No-Alineados”. Este movimiento pretendía que los países del llamado Tercer Mundo tuvieran una posición neutral en el choque entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En muchos casos, la pretensión de los líderes del movimiento era jugar a ambos lados del tablero y beneficiarse de ello. Sus discursos nacionalistas, habitualmente vinculados al control de los recursos naturales de sus países, fueron vistos con antipatía desde Washington. Ignorando la complejidad propia de cada sociedad, muchos de esos líderes fueron considerados “comunistas”, y algunos de ellos fueron tumbados en golpes de Estado. ¿La justificación? Eran agentes controlados por Moscú. Si ayer eran marionetas del proselitismo soviético, hoy lo son del renacido imperialismo nacionalista ruso. En ambos casos, este tipo de narrativa busca reforzar el mimetismo de los Estados africanos con sus homólogos europeos.
En ese mimetismo, sin embargo, el agente imitador puede rebelarse contra la posición dominante cuando su supervivencia está en juego. En el caso de decenas de Estados africanos, la dependencia de las importaciones de trigo ruso representa más del 50% del trigo que compran en el mercado mundial: “De la misma manera que Occidente no quiere romper con Moscú por la cuestión energética por cómo afectaría esto a sus ciudadanos, los estados de África oriental intentarán protegerse”, explicaba en Al-Jazeera el escritor keniano Patrick Gathara.
Cualquier movimiento desde África que busque relacionarse con socios nuevos es explicado a partir de estas premisas: pactar con Europa o Estados Unidos es lógico y saludable; hacerlo con Pekín o Moscú puede dar lugar a una explotación salvaje de los recursos naturales
La narrativa hegemónica occidental ha quedado estancada. Con su incapacidad de renovarse, prefiere confinar los Estados africanos en el corazón de las tinieblas. Cualquier movimiento geopolítico desde África es considerado una mera consecuencia no intencionada de Europa. La influencia occidental en África es una realidad, pero no anula la capacidad de decisión de los africanos. En los últimos años, el eje económico del mundo se ha ido desplazando hacia Asia, con un énfasis especial en China. Muchos países europeos lo han aceptado mientras esto sirviera para mantener la rentabilidad de sus empresas; pero en cuanto este auge económico se ha traducido en influencia política en el exterior han hablado de “nuevo imperialismo chino”. Cualquier movimiento desde África que busque relacionarse con socios nuevos es explicado a partir de estas premisas: pactar con Europa o Estados Unidos es lógico y saludable; hacerlo con Pekín o Moscú puede dar lugar a una explotación salvaje de los recursos naturales.
¿Y si Moscú controlara la moneda de 14 países africanos?
La ruptura de las relaciones diplomáticas entre Mali y Francia es un ejemplo de ello, a raíz del acuerdo de defensa entre el país africano y la empresa rusa Wagner. Los medios europeos relacionaban la presencia rusa en África con la inmadurez y la corrupción de unos dirigentes que permitían el saqueo de los recursos naturales de África por Rusia. Incluso cuando estas ideas pueden ser ciertas, los mismos medios no usan el mismo tono cuando los protagonistas son Estados europeos. Así, Putin busca tener su “jardín africano” cuando expande su influencia en África, en cambio el primer ministro italiano Draghi “asegura el suministro del país” en sus acuerdos con Angola, tal y como explicaba Bloomberg. No importa si lo ocurrido en Mali es el resultado de un apoyo popular y una resistencia contra la presencia francesa. Según el Afrobarometer, la junta militar de Mali era la institución más valorada por los malienses en 2020, lo que explica que la mayoría de los malienses valorasen positivamente la presencia rusa si esta ayuda a su ejército. En muchos otros países africanos como Senegal existe un rechazo popular hacia Francia y muchos jóvenes miran a los militares malienses con cierto orgullo africano.
Todo ello es caricaturizado como un paso en falso, producto de la manipulación que los africanos sufren viendo Russia Today o leyendo noticias falsas en Facebook. Ante ello, cabe hacerse una pregunta: ¿qué diría la prensa europea si 14 países africanos usaran una moneda ligada a Moscú?, ¿qué dirían si la mayoría de los sectores estratégicos de esos países estuvieran controladas por empresas rusas?, ¿cómo explicarían que Rusia empezara a promover golpes de Estado en esos países para instalar a presidentes afines a sus intereses? Probablemente, antes de que todo eso sucediera, Europa pediría intervenciones militares para frenar al agresivo imperialismo ruso. Cabe recordar que esa situación existe, pero que el protagonista de este control no es Rusia, sino Francia. Y todo eso sucede sin grandes alegatos contra el imperialismo, ni a favor de los derechos de los países a defenderse de los intereses de las grandes potencias. Los africanos que viven las consecuencias de esta realidad no tienen una buena opinión sobre Europa. Y su posicionamiento político ya era así sin necesitar para nada a los canales de televisión rusos.
Esa mezcla de desconocimiento y exigencia de pleitesía es una constante de la historia colonial. En España se ha publicado recientemente un cómic, Diez mil elefantes (Reservoir Books, 2022), que recuerda los intentos del colonialismo español de explicar cómo funcionaba la sociedad de Guinea Ecuatorial. Intentando imitar a los grandes imperios pero con menos recursos, la epopeya acabó olvidada en los archivos. El periodista Pere Ortín y el dibujante Nze Esono Ebalé la han rescatado a través de un cómic que contiene reflexiones sobre el colonialismo europeo en tierras africanas. En una de las viñetas diagnostican otro mal todavía vigente, cóctel de ignorancia y arrogancia: “¿Cómo puedes ser dueño de algo si no lo conoces?”. Pese a todo, el mundo está cambiando y muchos africanos son conscientes de ello. Onye Nkuzi —que en igbo significa “el profesor”— es una de las cuentas políticas de Twitter más populares de Nigeria. Sus análisis mordaces del país han reunido a 280.000 seguidores. Hace pocos días definió la relación de Europa con África de una forma sintética que, en pocas palabras, resume la impotencia de Europa ante su menguante papel en el mundo: “Incluso los ‘europeos más liberales’ (los holandeses), eran amos coloniales brutales. Los europeos solo saben dirigir el mundo de una manera, y debemos dar gracias a Dios de que ya no lo hacen”.
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Fina (necesaria) reflexión y llamada de atención sobre los relatos que manejamos. Felicidades.