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Guerra en Ucrania
La guerra de Ucrania o las consecuencias de la aniquilación del espacio por el tiempo
El ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono; la invasión de Irak, Afganistán y la Guerra contra el Terrorismo; la crisis financiera de 2007-2008 y sus repercusiones en el ladrillo español; el conflicto del Yemen; la pandemia del covid-19 y la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Esto por citar solo los hechos más destacados desde comienzos de siglo, seguro que me dejo alguno por el camino. Todos, en un sentido u otro, tenemos la sensación de que la Historia se acelera, que los acontecimientos se precipitan desde hace unas pocas décadas y que a un episodio de crisis le sucede otro.
El tiempo es una construcción social. Dividimos el año en estaciones, meses, semanas, días y horas con el objetivo de dotar de sentido —lineal, circular, etcétera— el transcurrir de la vida. Aunque los calendarios más antiguos tienen varios miles de años, el modo en que entendemos el devenir temporal en la actualidad está determinado por la aplicación de la racionalidad al proceso productivo, esto es, al necesario orden del capitalismo industrial. La disposición y organización científica del tiempo destinado al trabajo y la producción son los responsables de nuestros periodos de descanso, ocio, alimentación, vacaciones e, incluso, de las variaciones horarias de primavera y otoño que se producen para aprovechar al máximo la luz solar.
Nuestro año ha pasado, de este modo, de estar organizado mediante un calendario festivo-religioso yuxtapuesto a una serie de hitos relacionados con la agricultura y la ganadería, a otro laico y racional donde, aunque todavía existen elementos religiosos, estos han pasado a un segundo plano dando relevancia y protagonismo a las necesidades del sistema productivo.
La Historia se acelera no porque no esté funcionando bien, sino, simplemente, porque marchan a pleno rendimiento los mecanismos previstos para salvar el sistema capitalista tal y como fue reinterpretado hace solo unas décadas
La estructura temporal otorgada por este sistema nos mantuvo atados a su tiempo durante décadas, generalizándose justo después de la II Guerra Mundial mediante la imposición del capitalismo fordista-keynesiano y las dinámicas de modernización global poscolonial. Aunque la aceleración del tiempo de aquellas décadas fue menos evidente, esta también existió, notándose, sobre todo, en aquellos territorios que veían introducida en sus sociedades las prácticas capitalistas. El Gran Salto Adelante en la celeridad del tiempo se produjo, principalmente, con la introducción de las prácticas neoliberales y su extensión a finales de la década de los 70 del pasado siglo.
Aunque adelantado por Marx en El Manifiesto Comunista, es tras la publicación de los Grudrisse que se populariza, para las ciencias sociales, la aseveración del filósofo alemán según la cual el capitalismo conlleva la “aniquilación del espacio a través del tiempo”. La idea, posteriormente recogida por el geógrafo David Harvey en algunas de sus obras fundamentales, The limits to Capital y La Condición de la Posmodernidad, expone que el capitalismo, como sistema social y económico con vocación totalizante, precisa de nuevos mercados y territorios para explotar.
Nuevos productos y mercados, un mundo interconectado, la importancia de los servicios frente a los bienes, del consumo, de la experiencia más que de la mercancía, de la comunicación, etcétera, son algunos de los ejemplos que caracterizan los procesos de aceleración en la circulación del capital.
La necesaria expansión del capital con el objetivo de continuar con su dinámica de acumulación hace que el planeta cada vez se haga más pequeño, de forma que usemos el tiempo, en vez del espacio, a la hora de plantear las dimensiones de nuestra realidad. Esto, además, se ve acompañado por otro elemento consustancial al capitalismo: la aceleración de la velocidad de circulación del propio capital. Cuánto antes retorne el capital a su lugar de origen antes podrá recomenzar su ciclo, de forma que generará, de nuevo, plusvalías y, por tanto, más acumulación.
Nuevos productos y mercados, un mundo interconectado, la importancia de los servicios frente a los bienes, del consumo, de la experiencia más que de la mercancía, de la comunicación, etcétera, son algunos de los ejemplos que caracterizan los procesos de aceleración en la circulación del capital. Si antes había que esperar a después del verano o a la finalización de las navidades para acceder a determinados bienes en rebajas, hoy tenemos rebajas durante todo el año. La moda es efímera y los días grandes donde comprar se reproducen. A la Navidad o el inicio de Curso ahora también hay que añadirle San Valentín, el Día del Padre, de la Madre, la Semana Blanca, el Black Friday, Halloween, los Días sin IVA o la Primavera de El Corte Inglés. Además, la tecnología nos propone, supuestamente, continuas primicias a nuestro alcance: el Iphone 11, el 12, el 13, la Play Station 4, la 5, los teléfonos con 4, 8 y 64 megapíxeles, las redes sociales, Facebook, Twitter, Square, Instagram…
La aniquilación del espacio por el tiempo nos ha traído todos los hechos históricos anteriores pero también, por primera vez desde hace años, la posibilidad de un conflicto nuclear
Las cenizas no enfriadas de la Guerra Fría provocan un ataque con aviones en territorio estadounidense; viejos dictadores caen ante el peso de las potencias de siempre; se impone una estrategia securitaria imposible como forma de mantener el orden económico mundial; el capitalismo desembridado muestra sus limitaciones; la gente pierde sus casas y se lanza a la calle; los intentos de constituir procesos democráticos en países árabes generan guerras a miles de kilómetros y mueven a cientos de miles de víctimas y refugiados; un virus de origen animal salta a los humanos en una lejana provincia China; la guerra vuelve a Europa de mano de la vieja geopolítica…
La Historia se acelera no porque no esté funcionando bien, sino, simplemente porque marchan a pleno rendimiento los mecanismos previstos para salvar el sistema capitalista tal y como fue reinterpretado hace solo unas décadas. El universo, ajeno, salvo a la excepción medioambiental, continúa girando a la misma velocidad de siempre. Somos nosotros los que vamos más rápido. La aniquilación del espacio por el tiempo nos ha traído todos los hechos históricos anteriores pero también, por primera vez desde hace años, la posibilidad de un conflicto nuclear, es decir, del inicio de nuestra propia extinción. A cada crisis le sucede otra, esperemos poner fin a esta deriva, si no, la próxima puede que sea la definitiva: no se puede correr siempre.