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Gobierno de coalición
Adelante presidente: impresiones sobre el nuevo gobierno
La presencia de Unidas Podemos en el Gobierno no era lo deseable para los poderes políticos y económicos, pero tampoco el papel legitimador que está asumiendo la formación morada es una buena noticia para las posiciones de movimiento.
Los debates de investidura de este 2020 pasarán a la historia por lo agitado de sus sesiones. A un lado, los representantes del nuevo gobierno progresista, al otro los enrabietados portavoces de la derecha cavernícola. En medio del ruido, Pablo Iglesias resumió en el final de una de sus intervenciones lo que podría ser el futuro inmediato de las relaciones entre los movimientos sociales y el nuevo gobierno progresista. Tras agradecer y enaltecer su labor a los movimientos sociales, el hoy vicepresidente del gobierno se despedía con un quincemayista “sí se puede”, seguido de un gobernista “adelante presidente”.
Pocos meses despues del sainete protagonizado por el PSOE y Unidas Podemos para la primera investidura, la segunda intentona se convertía en una explosión de júbilo. Muchos de los que dudaron de un gobierno de coalición corrían ahora a reclamar ministerios y secretarías de Estado. Las nuevas directrices políticas eran la alegría y la esperanza. Al fin y al cabo la derecha no pasaba a gobernar y se ha consumado un gobierno progresista. ¿Qué podía salir mal?
Esta celebración casi por decreto ha impedido que se abran algunos debates de fondo que tendrán que ser centrales para los movimientos sociales de los próximos años
Según los artífices del pacto estamos ante un gobierno histórico, el primero de coalición en nuestra democracia. Frase demasiado precocinada pero que trata de funcionar como un guiño: por primera vez en nuestra historia reciente, el PSOE —partido central del Régimen del 78— gobernará teniendo un contrapeso a su izquierda. Por ahora ese contrapeso es un programa común de medidas a desarrollar, una vicepresidencia y tres ministerios que cuelan a Unidas Podemos en el Consejo de Ministros. La suerte está echada.
Llega el nuevo gobierno
Ayer, 13 de enero de 2020, entre juramentos monárquicos y constitucionales la palabra clave seguía siendo la esperanza. Pero, ¿qué se puede esperar de este gobierno? ¿Cómo acturar ante tan señalado momento? En estos días, desde Unidas Podemos se han lanzado numerosos parabienes, en especial para Pedro Sánchez, pero también para los movimientos sociales. Incluso alguna recomendación desde los púlpitos para que los movimientos sociales no dejen de luchar y de presionar. Efectivamente, por el momento toca mucha retórica y mucha propaganda, también muchos bailes de nombres propios. En definitiva, poco análisis de fondo y mucho besamanos.
Puede parecer que estos primeros días de esperanza y buenas palabras son inocuos, pero nada más lejos de la realidad. Esta celebración casi por decreto ha impedido que se abran algunos debates de fondo que tendrán que ser centrales para los movimientos sociales de los próximos años. De hecho, quienes han lanzado críticas contra puntos clave del acuerdo de gobierno o contra la estrategia de coalición ya han recibido críticas por precipitarse, por ser demasiado agoreros.
No deberíamos comenzar ningún debate sin recordar que la precarización laboral, las políticas de austeridad, los mecanismos de racismo institucional o las dinámicas especulativas no han sido patrimonio de los gobiernos de la derecha sino que han constituido verdaderas políticas de Estado
Sin embargo, se debería empezar por entender que muchas personas desde los movimientos no esperen nada ni de este gobierno ni de ningún otro, un principio de autonomía que debe conjurar la idea de que existe algo parecido a un “gobierno de los nuestros” y prevenirnos ante este jolgorio de lo progre.
Es cierto que a estas alturas no tenemos más que una buena declaración de intenciones y un puñado de personas muy válidas nombradas para puestos relevantes. Pero también es cierto que con este gobierno progresista ya hemos asistido —entre otras cosas— a una novedad: la rehabilitación total por parte de Unidas Podemos del nuevo PSOE como agente de cambio y, lo que es peor, la explotación hasta la saciedad del viscoso eje derecha-izquierda en torno a algunas de las políticas de Estado medulares de nuestra democracia. Y es aquí donde empiezan los problemas.
En el fragor de las celebraciones se ha vuelto a situar al PSOE como un agente cercano, dialogante, de perfil social, el encargado de llevar adelante un programa de profunda transformación de nuestro país. Con ello, se han vuelto a mandar algunas políticas vertebradoras de nuestra democracia al terreno de la derecha, expurgando de todo mal a la izquierda, asimilada ahora con una idea pura de democracia.
Por este motivo, a partir de ahora no deberíamos comenzar ningún debate sin recordar que la precarización laboral, las políticas de austeridad, los mecanismos de racismo institucional o las dinámicas especulativas en el terreno financiero e inmobiliario no han sido patrimonio de los gobiernos de la derecha sino que han constituido verdaderas políticas de Estado. Lo que hemos entendido en nuestra historia reciente como gobiernos progresistas no han sido sino una pieza más para la construcción de estas políticas. Entonces la pregunta lógica es ¿por qué este gobierno debería ser diferente?
Democracia, Estado y capitalismo español
También es importante recordar que de estas políticas han participado —cada uno desde sus posiciones—, tanto el Partido Popular y el PSOE como los grandes sindicatos oficiales UGT y Comisiones Obreras. Con ello, la caracterización manejada por Pablo Iglesias en torno a lo que sucede en nuestro país y que se resume en que “tenemos una democracia limitada por poderes económicos” se convierte en una triste caricatura cuyo único objetivo es no profundizar en la esencia de nuestros poderes ni a nivel nacional ni europeo.
Nadie duda de que Unidas Podemos sabe perfectamente que pactar con el PSOE es dar alas a un aparato más del Estado en fase de supervivencia, la misma fase por cierto en la que se encontraba Unidades Podemos entre investidura e investidura. Esta correlación de supervivencias hace que la sobreactuación y la euforia exaltando como “compañeros” al PSOE resulten excesivas y un tanto estridentes. Al fin y al cabo, la primera muestra de que Unidas Podemos asume su primer gran compromiso de Estado es lavarle la cara a uno de los pilares centrales del Régimen del 78.
Con buen criterio se dirá que toda esta representación no es más que eso, un teatro medido con el objetivo de afianzar una posición que para los poderes económicos no deja de ser incómoda. A muchos nos gustaría equivocarnos y ver salir victoriosas a las huestes de este nuevo caballo de Troya en materia territorial, de derechos sociales, feminismos y en políticas valientes de transición ecológica o de fronteras. Pero es que incluso la aceptación de esta política espectacularizada con una enorme inflación de expectativas y con amarres de poder aún tan frágiles no es otra cosa que una nueva concesión al circo parlamentario que sigue sin hincarle el diente a la verdadera economía política de nuestra democracia.
Toca empujar y luchar para conseguir todos los avances posibles, pero también evitar que la euforia del gobierno progresista o los marcos mezquinos del “no favorecer a la derecha con la crítica” traten de apaciguar o encauzar a los movimientos sociales y las luchas
El PSOE ha demostrado durante décadas que no se trata del ala rebelde o progresista de nuestro sistema, sino que siempre fue el epicentro del capitalismo español. Primero porque con un magistral proceso de radicalización hacia su izquierda en sus primeros años de Transición logró comerse —pasando por la izquierda primero y cooptando desde posiciones de poder después— a buena parte de los más de 2,5 millones de votos que tenía a su izquierda en las elecciones de 1979. Más tarde, porque supo convertirse en un partido de Estado por su papel como rompeolas de buena parte de las fuerzas democratizadoras surgidas desde el tardofranquismo. Pero también porque inauguró con los procesos de reconversión industrial y las primeras rondas de privatizaciones de grandes empresas y servicios no solo la fusión Capital-Estado, sino también la combinación de los partidos políticos con el tejido empresarial estratégico de nuestro país.
Como bien explican Pedro Ramiro y Erika González en su reciente ensayo ¿A dónde va el capitalismo español?, eso a lo que llamamos “puertas giratorias” no ha sido otra cosa que la simbiosis que se ha producido en nuestro capitalismo entre los poderes políticos y económicos. Sectores estratégicos de nuestra economía, grandes multinacionales, poderes financieros y políticos formando parte de una misma realidad.
No cabe duda de que la presencia de Unidas Podemos en el gobierno no era lo deseable para estos poderes, pero tampoco el papel legitimador que está asumiendo la formación morada es una buena noticia para las posiciones de movimiento. La vieja tradición transformadora y de radicalización democrática que sabía colocar al PSOE —por experiencia propia de las últimas décadas—, dentro del bloque oligárquico ha sido la primera damnificada a la hora de tener un juicio claro sobre lo que puede suceder. Tampoco lo desdibujado de algunos puntos centrales en el acuerdo de gobierno como el papel de la SAREB, las políticas de vivienda o las laborales, del todo imprecisas y tibias, son buenas señales. Tenemos la obligación de tener precaución.
Por este motivo —desde el espectro de las luchas y los movimientos sociales—, se empieza a dibujar una primera agenda ante el nuevo gobierno. Primero, no caer en el territorio de la euforia y las esperanzas vagas en torno al genérico gobierno progresista. Es evidente que gran parte de las partidas que se han planteado desde el pacto de gobierno acabarán perdiéndose, otras muchas acabarán en tablas, mientras muchas más ni siquiera se han planteado. Toca sin duda empujar y luchar para conseguir todos los avances posibles, pero también evitar que la euforia del gobierno progresista o los marcos mezquinos del “no favorecer a la derecha con la crítica” traten de apaciguar o encauzar a los movimientos sociales y las luchas.
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