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Frontera sur
Su única esperanza
Atardece en el polígono del Tarajal y sus calles se llenan de personas cabizbajas que deambulan arriba y abajo. Un grupo de jóvenes acaba de improvisar un pequeño campo de fútbol con zapatillas y latas de refresco. Se han organizado en dos equipos y juegan un partido entre ellos. La mayoría van descalzos y en algunos se pueden ver destellos de calidad propios de chavales que llevan la pelota pegada a los pies desde muy pequeños. “Los días se nos hacen muy largos. Aquí, no tenemos mucho más que hacer. Intentamos entretenernos con el fútbol y así no pensamos en nuestra situación”, dice Massoud de 16 años y vecino de Tetuán. Saltó la valla de la playa del Tarajal aquel 17 de mayo.
Al igual que Massoud, miles de personas lograron sortear la frontera aquel fatídico 17 de mayo ante la impasibilidad de las autoridades marroquíes. Un día que recuerda muy bien Karima (nombre ficticio, ya que no quiere revelar su identidad), de 23 años y nacida en Fnideq. “Vengo de una familia muy pobre. Soy el único sustento económico de mi familia y me quedé sin trabajo. Aunque me daba miedo, mis padres y yo sabíamos que era la única solución que teníamos. Entré en Ceuta unos días antes de la entrada masiva, concretamente el día 16 de mayo. Mi familia me ayudó a cruzar la frontera. Me despedí de ellos y nadé unos metros. En el momento que me pude posicionar al lado de la valla por la parte española, la Guardia Civil me ayudó a salir caminando por la playa” recuerda Karima, quién no olvidará nunca los primeros días que pasó en suelo español.
Aquel 17 de mayo, el Ejército desplegó sus tropas a lo largo de la playa ceutí, donde varios tanques y numeroso personal militar trataba, inútilmente, de contener la llegada de centeneras de personas agolpadas del lado marroquí, después de que este país elevara su protesta por la acogida del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, en España.
Control de fronteras
Control de fronteras Qué hay detrás de la última crisis migratoria con Marruecos
El 17 de mayo Mustafa Abu estaba de guardia. Parecía un día más en el puesto, pero a media tarde un aviso por radioconferencia alteró la tranquilidad reinante en ese momento: “Aquel día fui el primero en salir. Las primeras entradas empezaron por la Playa de Benzú a las 15:55 horas. A las 18:12 horas comenzó a entrar la gente en masa por el Tarajal. A partir de ese momento, algunos de nosotros estuvimos más de 72 horas trabajando sin parar. Lo que vivimos aquellos días no se puede describir con palabras”, dice Mustafa, ceutí de 35 años y monitor de Cruz Roja. Él junto a varios compañeros fueron los primeros en llegar a socorrer a los migrantes que arribaban exhaustos a la arena. “Fue una mezcla de sentimientos muy fuerte. La playa estaba llena de gente desesperada que necesitaba tu ayuda. No podías parar a pensarlo, porque si no te hundías” añade Lucía, de 22 años y compañera de Mustafa.
Medio año después, la situación ha cambiado. Marruecos ha endurecido su postura y, tras un acuerdo entre ambos Gobiernos, las fronteras se cerraron, aunque no sin antes devolver a miles de personas, entre ellas una gran cantidad de niños y niñas, algo que la legislación española prohíbe. Mustafa Laouid lleva más de diez años en España esperando a que se regularice su situación, pero parece haber perdido toda esperanza, “quiero volver a Marruecos, pero desde que han cerrado las fronteras es imposible”.
Mustafa Laouid lleva más de diez años en España esperando a que se regularice su situación, pero parece haber perdido toda esperanza, “quiero volver a Marruecos, pero desde que han cerrado las fronteras es imposible”
Laouid explica con semblante serio y cansado que entró en España hace diez años subido a una patera, que es pintor y hace trabajos de carpintería, pero después de tanto tiempo no ha podido conseguir los papeles, “necesito volver a ver a mi familia y empezar de nuevo, pero la policía me lo impide”, lamenta Mustafá. Tiene 59 años y vivía en Casablanca, hasta que decidió subirse a un cayuco y embarcarse en una complicada aventura. “Mucha gente te dice que España es la tierra de las oportunidades, pero no es así. No hay trabajo para todos. Por muchos cursos que hagas, por mucho interés que le pongas y por mucho que te esfuerces, no siempre consigues lo que necesitas”.
Búsqueda de oportunidades
Para un gran número de marroquíes, Ceuta supone el primer paso hacía la esperanza, ya que como reconoce Ayoub, de 33 años, “la juventud está totalmente desesperada” y por eso “no tienen miedo a nada”. La situación económica y laboral en el norte de Marruecos es muy grave y se demuestra por la presión constante que hay para alcanzar suelo español, asegura Ayoub, que llegó a Ceuta por la falta de oportunidades y sobre todo por un grave problema familiar, su padre se estaba muriendo y vivía sólo en la ciudad española. Natural de Fnideq, quiso pasar los últimos días junto a su progenitor y a su vez buscar una oportunidad de trabajo en territorio español. Hoy, vive en las naves del Tarajal y sigue esperando una oportunidad que parece que nunca llega.
“Mi padre era carnicero del Mercado Central de Ceuta. Le ayudaba en todo lo que podía hasta que falleció. Me quedé sin trabajo, pero no me rendí y seguí buscando una solución para mi futuro. En el primer sitio que trabajé fue en Cataluña, en la temporada de la uva, en aquel momento trabajaba bien, pero no duró mucho. Intenté aprender el idioma español perfectamente y conseguí entrar en un locutorio. Ganaba muy poco, pero conseguía cultura y formación. Quiero ganarme la vida como lo hizo mi padre, con un sueldo pequeño, pero siendo feliz. Eso, ahora, en Marruecos es imposible”, lamenta Ayoub.
Temor a ser devueltos
Para la mayoría de migrantes existe un temor fundado a que sean devueltos a Marruecos. Hay rumores entre ellos que acrecientan esos miedos, como asegura Ayoub. “Hay mucha gente viviendo en la calle porque piensan que si entran en las naves van a ser devueltos a Marruecos y eso no es así. Aquí en las naves nos tratan bien, comemos y tenemos sitio donde dormir ¿Qué más podemos pedir?”.
A pesar de los cuidados que reciben por parte de entidades como Cruz Roja y SAMU, los migrantes no lo tienen nada fácil y su día a día es un reto continuo. “Desde mayo, a Ceuta no han parado de llegar personas. No es el flujo masivo de aquel mes, pero continuamente nos avisan de la llegada de migrantes por las playas. Vienen menores, adultos y hasta núcleos familiares. Ahora mismo tenemos entre 400 y 500 personas en los albergues esperando a que se aclare su futuro”, explica Germinal Castillo, coordinador de Cruz Roja en la ciudad de Ceuta.
Personas refugiadas
Fronteras y derecho de asilo “No puedo esperar más. Estoy viviendo una vida sin esperanza”
La ciudad de Ceuta es un ir y venir de grupos de Guardias Civiles y vigilantes de seguridad que patrullan los puntos más concurridos. Los alrededores de la Plaza de España están muy tranquilos y la gente aprovecha el fin de semana para realizar sus compras y tomar café en una terraza. A tan sólo siete minutos en coche de este punto se sitúa Benzú, la última playa por la bahía norte antes de la frontera con Marruecos. Allí vive Hassan, de 48 años, que suele ayudar a tres jóvenes que cruzaron en mayo y viven en una tienda de campaña en la arena de la playa de esta localidad costera bañada por el Mediterráneo.
“La vida es muy difícil para estos jóvenes. Es imposible que aguanten mucho tiempo aquí. Si no abren las fronteras, decidirán jugarse la vida e intentar cruzar el mar por sus propios medios”, asegura el ceutí, añadiendo al respecto que “ayer mismo encontraron a un chico en medio del mar intentando cruzar el estrecho, subido en una tabla de surf y con signos de sufrir hipotermia. No tienen miedo a morir, tienen miedo de volver a Marruecos”.
Hasan explica que “ayer mismo encontraron a un chico en medio del mar intentando cruzar el estrecho, subido en una tabla de surf y con signos de sufrir hipotermia. No tienen miedo a morir, tienen miedo de volver a Marruecos”
Como cada tarde Karima se sienta en las rocas del Tarajal y mira al horizonte. Sabe que su única oportunidad está a la otra parte del estrecho, pero sin los papeles en regla le espera un camino duro y complicado. A su derecha, la valla que la separa de su país natal, donde su familia espera a que pueda empezar a trabajar para que les envíe el dinero que tanta falta les hace. Karima es su única esperanza.