Filosofía
Ana Carrasco-Conde: “Estamos siempre proyectando al futuro, pero barajamos elementos que no podemos controlar”

Profesora de Filosofía Moderna y Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, Ana Carrasco Conde habla sobre este virus que nos iguala y nos inquieta a partes iguales, sobre el miedo y toda su paleta de tonos oscuros que nos tiñe irremediablemente estos días, sobre por qué deberíamos huir de la bienintencionada esperanza, sobre la necesidad de recuperar el sentido más literal posible de nuestras “salas de estar”.


Ana Carrasco-Conde
Ana Carrasco-Conde (foto cedida)
5 abr 2020 06:00

“La corteza de la civilización por la que transitamos es fina como una lámina. Un simple temblor y se verá tragado por ella”. La frase fue escrita por el ensayista británico Timothy Garton Ash tras contemplar los terribles sucesos ocurridos en Nueva Orleans tras el Huracán Katrina.

No hay mejor ocasión que una catástrofe para pararse y pensar.

Aristóteles decía que el miedo es una emoción primordial y que la virtud del filósofo está en saber situarse en el punto intermedio entre la cobardía y la temeridad. ¿En qué punto cree que nos encontramos?, ¿estamos en el punto intermedio o en los extremos?
Creo que no se puede generalizar, pero el hecho mismo de preguntarnos a cerca de esto quiere decir que no nos movemos en los extremos. Cuando Aristóteles habla de ese punto intermedio entre la temeridad y la cobardía utiliza una palabra: prudencia, que significa saber medir las cosas, tener mesura.

Él dice que lo característico del ser humano, si quiere vivir adecuadamente, es ser prudente, no ser desmesurado, no ir a los extremos. Quienes son desmesurados son los dioses. Los dioses tienen el conocimiento, pueden ser excesivos; pero el ser humano es frágil y vulnerable. Necesita parar, no dejarse arrastrar por lo que está pasando, necesita contemplar el mundo despacio para poder calcular ese término medio.

Es normal sentir miedo en estos momentos. No podemos negarlo, es una emoción básica, una forma de sobrevivir, pero eso no quiere decir que tengamos que ser desmesurados.

¿Es posible cultivar la prudencia en un contexto como el actual, en el que estamos continuamente rodeados de estímulos que nos ponen en alerta a través de medios de comunicación y redes sociales?
La prudencia implica elegir qué escuchar. Es bueno mantenerse informado para poder tomar medidas. Lo que hay que hacer es discernir, cribar. Por otra parte, también tenemos que aprender a “saber estar”.

Me llama mucho la atención cómo los medios y redes sociales transmiten continuamente el mensaje de que “saldremos de esta”. ¿Por qué nos estamos enfocando en salir de esta? Estamos siempre proyectándonos al futuro, pero en realidad barajamos elementos que no podemos controlar. No sabemos qué va a pasar la semana que viene.

No se trata de salir de esta, sino de cómo salimos. Y en ese cómo salimos, lo hacemos desde el presente. Si nos proyectamos al futuro aparece la incertidumbre y ante la incertidumbre no puedo hacer nada.

Lo que hay que hacer es construir la salida, ser activo, elegir lo que escuchas,

La propuesta que yo haría de forma totalmente contra intuitiva es que tenemos que pensar esta situación sin esperanza. La esperanza tiene que ver con la desesperación, te sume como individuo en un momento de pasividad. Lo que hay que hacer es construir la salida, ser activo, elegir lo que escuchas, no llenarte de ruido, pensar en lo que sabes con certeza, lo que está bajo tu control.

Frente a la esperanza, que lleva a la desesperación, la desesperanza nos lleva a ser activos.

Situaciones críticas como ésta despiertan en el ser humano sentimientos de hermandad, pero también de egoísmo e individualismo. ¿Qué determina que la balanza se incline hacia uno u otro?
En el comportamiento colectivo manejamos la variable del egoísmo frente a la solidaridad. Normalmente se parte de un pensamiento binario: o actuamos de una forma o de otra. Pero lo interesante es la interacción entre los dos.

Simplificarlo todo tanto nos lleva a una cierta actitud derrotista o, todo lo contrario, demasiado triunfalista. No es bueno ni un extremo ni otro.

El egoísta, pensando en sí mismo, lo que hace es restar a la comunidad, pero él también vive en ella, así que se resta a sí mismo. Por otro lado, la solidaridad no tiene que ver con el colectivismo. No significa que yo me borre y me diluya en la comunidad.

La solidaridad se trata de entender que hay una relación recíproca de los individuos entre sí, de ser consciente de todos los hilos que nos vinculan.

La pandemia del Covid-19 y el obligado confinamiento ha despertado nuestro miedo físico a enfermar, pero también un cierto miedo existencial, miedo al vacío, a las horas muertas, ¿cómo confluyen todos esos miedos?
Hay un libro muy ilustrativo del sociólogo Yuval Harari que se llama ‘Homo Deus’. Durante muchos años hemos pensado que somos una especie de dioses. Hemos perdido los pies en el suelo, hemos pensado que con la técnica podíamos hacer grandes cosas. Pero, como dijimos al principio, no somos dioses.

Ahora nos hemos dado cuenta de algo que hemos estado negando todo el tiempo: que somos seres frágiles, limitados, vulnerables. A nivel individual nos estamos enfrentando a un miedo físico a enfermar. Eso significa asumir que no tengo el control sobre mi cuerpo, que no lo puedo todo.

A ese miedo se suma otro, uno que siempre ha estado camuflándose, el miedo a la muerte y el miedo a la pérdida del otro.

Pensamos que ese vacío tiene que ver con algo que está fuera pero en realidad está dentro y tiene que ver con no aceptar nuestras limitaciones, nuestra mortalidad

Luego está el miedo existencial, que tiene que ver con la incertidumbre y con el vacío interior. Ese miedo existencial, esa sensación de nada de la que habla Heidegger. Se trata de un miedo indeterminado. No sabemos exactamente qué nos causa esa angustia. Pensamos que ese vacío tiene que ver con algo que está fuera pero en realidad está dentro y tiene que ver con no aceptar nuestras limitaciones, nuestra mortalidad. Tiene que ver con no saber enfrentarnos a nosotros mismos.

Por eso desde que estamos en casa buscamos como locos ocupaciones, no sabemos estar a solas, huimos de la soledad, nos llenamos de redes sociales. A lo mejor deberíamos hacer el esfuerzo de estar a solas y transformar esa soledad en “solitud”, como decía Hannah Arendt. Un dialogo silencioso con uno mismo para aceptar aquello que forma parte de quién eres.

Durante los últimos años da la impresión de que nos hemos acostumbrado a vivir con cierta dosis de miedo a nuestro alrededor, con todos esos discursos nacionalistas que alientan el temor al extranjero, a la pérdida de identidad. ¿Qué ha pasado con esos miedos?, ¿se han derrumbado ante la llegada de una amenaza real?
Durante este tiempo se ha usado la idea del otro como enemigo. Hemos hecho una proyección de él, pero ahora de repente el otro ha sido despojado de esas proyecciones.

Esa pantalla ideológica que no nos deja ver lo que hay delante se está resquebrajando, se están generando grietas y estamos viendo la realidad de las personas que antes ignorábamos.

Ya no podemos ver al otro del mismo modo. Ahora mismo no nos acercamos, pero sabemos que el otro no es una amenaza. Es una amenaza el coronavirus. De pronto descubrimos ese elemento biológico que nos vincula a todos como sociedad.

“Sólo la seguridad puede ser total en los Estados absolutos”, decía Hobbes. ¿Existe el riesgo de que este miedo de hoy se convierta mañana en una herramienta al servicio del autoritarismo?
El miedo genera un núcleo duro de poder en el que aceptamos el control de libertades con tal de que el Estado nos defienda. Por eso no tenemos que dejar que ese miedo sea un motivo que dé argumentos para que nos sometamos más, no podemos volver a pensar que la técnica nos salvará de nuevo.

Nos vamos a salvar entre todos utilizando la técnica con mesura, pero no siendo fagocitados por el sistema.

Cuando Hobbes dice que “el hombre es lobo para el hombre” se refiere al hombre que funda el Estado. Nosotros no somos lobos para otros, dice Hobbes, el lobo es el Estado, el que nos mete miedo y nos convierte en perros guardianes domesticados, pendientes unos de otros y con miedo a que nos pase algo.

¿Es compatible la “desesperanza” que usted defiende con el optimismo?
No creo haya que ser optimista, no hay que esperar lo peor ni lo mejor porque esos son pensamientos vinculados al futuro.

Creo que tenemos que recuperar la confianza, que no es lo mismo que la esperanza. Puedo confiar en aquello en lo que tengo certezas ahora y a partir de eso pensar una respuesta.

Cuando pensamos en el futuro nos ponemos en el límite, por ejemplo si empiezo a pensar si tendré o no trabajo cuando acabe la pandemia. Es una especie de precipicio y ante el precipicio no podemos pensar nada. O esperamos que nos salven o pensamos que nos vamos a caer.

Por eso, no se trata de pensar en el límite, sino pensar que estamos en una encrucijada. Se trata de pararte y mirar a los lados a ver si hay más caminos.

No es una manera en la que estemos habituados a pensar. Al contrario, tenemos siempre la tendencia a proyectarnos al futuro, ¿cree que seremos capaces de cambiar ese paradigma?
Creo que la realidad nos ha parado y ahora nos toca hacer el esfuerzo de detenernos. Claro que va a ser difícil. No es fácil ser prudente, ni siquiera es fácil para los filósofos. Pero hay que tener esa fuerza de intentar detenerse, no dejarse llevar por los miedos y las predicciones que no sabemos si van a materializarse. Lo que único que podemos hacer es saber estar, emplazarnos en nuestra vida y generar respuestas, posibilidades de acción. La tarea es ardua, pero tenemos que hacer el esfuerzo.

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Anda por ahí, sois los culpables de esto con toda la bazofia embotante que habéis publicado el último año. Vergüenza me daría ahora tocar temas filosóficos sabiendo mi falta de integridad. Gracias por traernos a una dictadura.

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