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Extrema derecha
Milei en Disney y Donald en Davos
Durante su discurso en Davos, el presidente argentino, Javier Milei, combinó datos que retuerce para sacar la conclusión que busca; hechos que no son, porque al igual que Donald Trump, los inventa; y una cronología histórica alterada en función del mensaje ideológico que pretende transmitir.
Aquí hacemos un repaso nada exhaustivo de sus palabras, colocando algunos de los hitos mencionados en otro hilo narrativo, más cercano a la verdad histórica, y que conduce a conclusiones ideológicas en sentido inverso a las que pretende el sociópata y ultracapitalista que gobierna en uno de los márgenes del Río de la Plata.
1. China
Milei se refirió a la capacidad del capitalismo de desarrollar fuerzas productivas y a las personas que salieron de la pobreza gracias a ese desarrollo. Nadie negará a esta altura del siglo XXI, que a partir de la Revolución Industrial en Inglaterra y hasta la actualidad, esa multiplicación existió. El problema es cómo y para qué se usan.
Desde 1990 son 1.300 millones de personas las que salieron de la pobreza, según datos del Banco Mundial. Lo que Milei no dice es que de ese total, 800 millones son chinos y otros 670 millones pertenecen a otros países asiáticos. No es un error, el numero de asiáticos que salieron de la pobreza supera al total mundial, ya que esa disminución es compensada por el aumento que se produjo en otras regiones, principalmente en África. Es razonable suponer que muchas de las personas que salieron de la pobreza en Asia pero fuera de China se deba también al dinamismo de la demanda de la República Popular.
La existencia de un modelo alternativo, un socialismo tampoco consumado e inspirado en una versión deformada por Stalin del marxismo, fue lo que obligó al capitalismo a redistribuir riquezas
Moraleja: la disminución de la pobreza en los últimos 25 años —mientras en el resto del mundo reinaba el turbocapitalismo— se concentró en un país que se adhiere al marxismo, y a la irradiación que ese modelo exitoso en términos de desarrollo, tuvo sobre su región. Es claro que en China no existe un socialismo consumado. Pero es aún más claro —aunque no falten los confundidos—, que tampoco se trata de capitalismo. El Estado chino planifica rigurosamente y el capital privado solo ingresa en los sectores que el Estado determina y con las reglas de juego que le pone. Nada más alejado de la libertad del capital para atropellar a las naciones, que propone Milei como maná. Ese modelo, colectivista, inspirado en la teoría marxista, es el que sacó de la pobreza a cientos de millones de personas en las últimas tres décadas. Mientras tanto el capitalismo y su libre mercado hundieron a casi 200 millones de nuevos pobres en África.
2. La Unión Soviética
La etapa histórica en la que el capitalismo generó mejores condiciones de vida para franjas amplias de la población —con epicentro en los países más desarrollados—, fue en lo que se conoce como el auge de posguerra, desde 1945 hasta la década del 70. ¿Por qué lo hizo y por qué pudo hacerlo? Hay dos factores claves. Uno, lo mencionamos pero no lo abordaremos: la dinámica económica generada por la destrucción de la guerra. El otro fue el temor a la existencia de la Unión Soviética y la posibilidad de que ese modelo se expandiera a nuevos países. La existencia de un modelo alternativo, un socialismo tampoco consumado e inspirado en una versión deformada por Stalin del marxismo, fue lo que obligó al capitalismo a redistribuir riquezas para evitar que una parte de los trabajadores del resto de los países se sintieran atraídos por ese modelo. Del mismo modo que hoy China se desarrolla a velocidades que superan a cualquier país capitalista en cualquier momento histórico, en aquellas décadas la Unión Soviética también se desarrolló a una velocidad mayor que la alcanzada por cualquier otro país. En ambos casos, esos países pasaron en pocas décadas de ser economías predominantemente agrarias a grandes potencias industriales.
Moraleja: los dos países que se desarrollaron más rápidamente en la historia, y los dos países que llegaron a la cumbre de superpotencia enfrentada a Estados Unidos no lo hicieron por métodos capitalistas sino a través de revoluciones anticapitalistas inspiradas en el ideario marxista. Para ver que ocurre en este tiempo histórico con los países atrasados que intentan desarrollarse por métodos capitalistas, podemos dirigir la mirada a la Argentina de Milei. Eso serían hoy China y Rusia si no fuera por sus respectivas revoluciones y hubieran intentado desarrollarse por métodos capitalistas: países destruidos y pisoteados por la potencia hegemónica.
Los dos países que llegaron a la cumbre de superpotencia enfrentada a Estados Unidos no lo hicieron por métodos capitalistas sino a través de revoluciones anticapitalistas inspiradas en el ideario marxista
Si lo que nos interese es ver la suerte que corren los países desarrollados pero vasallos de Estados Unidos —“socios”— la mirada la tenemos que poner en Alemania: para arrebatarle porciones del mercado mundial Estados Unidos voló Nord Stream. En los años que vienen, esa orientación geoeconómica estadounidense —aplastar “socios”, ya sea desarrollados o atrasados, para ganar competitividad—, se verá reforzada bajo la presión de no perder posiciones frente a China.
3. La socialdemocracia
El instrumento ideológico que propició en la décadas de auge del capitalismo la redistribución de la riqueza en los países occidentales principalmente europeos y primeramente escandinavos también fue una ideología que se constituyó en contacto y en debate con el marxismo, la socialdemocracia. Fue la existencia de partidos socialdemócratas, en menor medida de partidos comunistas, y hay que sumar un ingrediente, los sindicatos, los que constituyeron la trama organizativa sobre la cual se generaron mejores condiciones de vida para la clase trabajadora europea. Sumadas las tres instancias, traducían al terreno social y político el poder de una clase social enfrentada al capital.
Moraleja: fue el marxismo, su existencia, la fuerza de una clase trabajadora organizada en partidos y en sindicatos alrededor de esas ideas u otras con puntos en común, la que obligó al capitalismo a redistribuir riquezas. Cuando esa fuerza antagonista se debilitó, con el retroceso de los sindicatos, la adaptación creciente de la socialdemocracia al status quo, y la caída de la Unión Soviética en 1991, el capital guiado por su propia lógica que es la maximización de la ganancia, no sacó a nadie de la pobreza. Por eso desde 1990, los que dejaron de ser pobres son chinos o vecinos beneficiados por su auge. De nuevo, nada que ver con el libre mercado.
4. El neoliberalismo
En paralelo al debilitamiento organizativo e ideológico de los partidos socialdemócratas y comunistas, y al retroceso de los sindicatos —el combo que Milei llama colectivismo— avanzó una pseudo-teoría que expresaba los intereses netos del capital concentrado y mundializado, el neoliberalismo. Esas ideas ganaron fuerza a partir de los años 80 y con la caída de la URSS encontraron las condiciones para avanzar en —casi— todo el mundo. Pregonaban principios similares a los que ahora propugna Javier Milei, y la secta anarco capitalista. Estados pequeños, nada público y todo privado, todas las libertades para el capital, y pocos o ningún derecho para el resto de la comunidad. En esa nueva situación, el capital ya no tenía las limitaciones de antaño: las relaciones de fuerza entre clases sociales a escala mundial no le imponían límites a los dueños del mundo.
Si lo que nos interese es ver la suerte que corren los países desarrollados pero vasallos de Estados Unidos miremos a Alemania: para arrebatarle porciones del mercado mundial EE UU voló Nord Stream
Librado a su propia lógica, el libre mercado —que no es libre ni mercado, lo manejan un puñado de monopolios que mantienen capturados a los Estados— realizó el desastre en el que vivimos, y que Milei, invirtiendo causa y efecto, y pasando la historia por la licuadora de sus caprichos, atribuye al colectivismo. Pobreza, concentración del ingreso, mafias trasnacionales, narcotráfico, corrupción, desindustrialización en Europa y Estados Unidos, guerras, financiarización, paraísos fiscales para que los ricos no paguen impuestos, destrucción ecológica del planeta.
Para comprender por qué ocurre, hay que tener presente una de las determinaciones fundantes del sistema del capital: la maximización de la ganancia es la única prioridad admisible. Repetimos: única. Librado a su propia lógica, no hay otros objetivos, estos solo aparecen cuando relaciones de fuerzas adversas se lo imponen. Cuando ocurre esa situación, toda la fuerza sistémica, todas las personificaciones del capital, todos sus medios de comunicación y sus periodistas, todo su aparato cultural, se vuelca a romper con esas limitaciones. Desde 1991 hasta hoy esa es la historia del mundo, el capital rompiendo los limites impuestos antaño a su expansión, a su único objetivo sistémico admisible. Alcanza con ser buenos observadores, para que encontremos las pruebas de ese mecanismo en nuestra vida cotidiana: si hay que fumigar con glifosato una escuela rural, se hace. ¿¡Que lógica tan antieconómica podría conducir a otra conclusión!? Si hay que matar para poder explotar un recurso natural, se hace. Chiquita Brands lo atestigua en Colombia. Si para extraer petróleo con un costo más bajo, el “daño colateral” es contaminar ríos, lagos y mares, se hace. Shell lo atestigua y Trump lo impulsa. Si vender “alimentos” ultraprocesados, que envenenan a quién los consume, es más rentable que vender alimentos saludables, se hace. ¿Qué importancia pudiera tener la salud de varios miles de millones de personas?
Moraleja: ¿cuando no se hace? Cuando aparecen relaciones de fuerzas sociales que limitan la lógica inmanente del propio capital. Cuando los fumigados se organizan, cuando los campesinos se agrupan, cuando los ambientalistas protestan, cuando los consumidores presionan y los Estados regulan. La vida de todos mejora, cuando los “colectivistas” interfieren ante la prepotencia empresaria. Justo al revés, de lo que proponen Milei, Elon Musk y Donald Trump.
6. Réquiem
Durante más de 300.000 años, el homo sapiens pudo vivir en la tierra, interviniendo sobre el ecosistema, pero sin producir daños graves o desequilibrios peligrosos. 200 años de capitalismo y un despampanante aparato cultural y comunicativo nos ha convencido a los seres humanos de que el mundo es una tarta, que debemos comer tan rápido como sea posible. “Mi amigo Elon Musk”, Donald Trump y Javier Milei —con su discurso en Disney para golosos, desesperados por acumular yates y aviones privados— son tres variaciones descarnadas de una misma lógica. Mar-a-Lago es la postal paradisíaca de la distopía global. Son la representación plena del capital personificado, de sus aspiraciones de comer toda la tarta, como sino hubiera mañana. Y por ese camino, así será.