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Energía
Neoliberalismo energético y centrales eólicas en Euskadi
Desde hace un año, la comarca de Encartaciones se está movilizando contra los proyectos para varias centrales eólicas que distintas empresas pretenden construir en nuestros cordales montañosos. No es una lucha nueva, en esta misma comarca ya hace veinte años se lograron parar iniciativas similares. Pero el contexto actual es completamente diferente, pues asistimos a una verdadera avalancha para convertirla en una de tantas otras “zonas de sacrificio”. Si bien en poco más de un año se han hecho públicos cuatro megaproyectos que afectan a distintos municipios de la zona, el documento inicial del Plan Territorial Sectorial de Energías Renovables, publicado recientemente por el Gobierno Vasco, prevé hasta trece zonas seleccionadas para instalar estas centrales en Enkarterri, lo cual afectaría a la mayoría de las cumbres y cordales. Algunas de las zonas seleccionadas cuentan con planes de protección por la presencia de especies de avifauna protegidas y algunos Ayuntamientos, presionados por la movilización ciudadana, han firmado mociones y presentado alegaciones y recursos contra estos proyectos. Pero tenemos la sensación de estar ante una apisonadora imparable.
El despliegue de megaproyectos energéticos viene favorecido por una legislación que se está imponiendo a nivel europeo, estatal y de Euskal Herria para acelerar y facilitar la implantación de industrias presentadas como verdes. En este contexto, hace algunos días, en la inauguración del primer aerogenerador flotante del Estado, el Lehendakari afirmó que “no hay vuelta atrás” en los proyectos eólicos en el mar y en los montes. A pesar de las voces contrarias, y de que “no sea agradable”, señalaba, debe primar el “interés general” por encima del particular o local.
Las declaraciones de Urkullu se enmarcan en las transformaciones de la economía neoliberal. Las políticas de implantación de las macrorrenovables se justifican en nombre de una supuesta “transición energética"
Las declaraciones del Lehendakari se enmarcan en las transformaciones de la economía capitalista neoliberal. Las políticas que impulsan la implantación de las macrorrenovables se justifican en nombre de una supuesta “transición energética”, pero lo que hay detrás, como siempre, es el negocio de las grandes empresas. Por una parte, lo que se está gestando no es ninguna transición, sino seguir con el mismo modelo, pues el objetivo no es sustituir los combustibles fósiles, sino simplemente aumentar la producción de energía añadiendo nuevas fuentes, mientras que el consumo no para de crecer. No es de extrañar, pues el crecimiento del PIB es el único gran dogma de nuestra economía. Y para que crezca el PIB tiene que crecer el consumo de energía, aunque la riqueza que se produce cada vez se reparta menos. Así, antes que debatir sobre estas energías, habría que preguntarle al Lehendakari y a los que impulsan estas políticas qué están haciendo de verdad para reducir el consumo de energías fósiles y las emisiones de CO2. Ese es el problema de fondo, pero no lo quieren ver.
Por otra parte, las energías llamadas “renovables” realmente tienen muy poco de ecológico. Sus infraestructuras requieren de materiales no reciclables que ya escasean a nivel mundial, y su construcción, instalación y mantenimiento depende ampliamente de la energía fósil. Asimismo, las centrales “renovables” tienen un tremendo impacto sobre los ecosistemas en los que se instalan, que muchas veces, como Encartaciones, son territorios rurales y de alto valor ecológico.
Por mucho que los llamen “parques”, se trata de polígonos industriales de enormes dimensiones.
Los “parques eólicos”, como es sabido, amenazan directamente la avifauna, contribuyendo a la pérdida de biodiversidad, que es uno de los principales problemas de la crisis ambiental actual. Pero también afectan a los acuíferos, los suelos, los bosques y los paisajes. Hay que recordar que estamos hablando de macroinfraestructuras, con molinos de hasta 250 metros de altura, toneladas de cemento, pistas de acceso, líneas de evacuación y subestaciones eléctricas. Por mucho que los llamen “parques”, se trata de polígonos industriales de enormes dimensiones.
Sin que tenga ninguna coherencia desde el punto de vista de la ecología, sin embargo, el despliegue de esta industria se justifica en el discurso público en nombre de un supuesto “bien común”, como afirma el Lehendakari. Creemos que en nombre del “bien general” se está socavando directamente la democracia territorial. Por un lado, para favorecer la industria macrorrenovable se promueven leyes y decretos que quitan a las instituciones locales el poder de decidir sobre sus territorios. Por otro lado, se prevarican leyes y acuerdos existentes para la protección de las especies y de los entornos naturales. Pero hay más.
El “bien general” al que se refiere el Lehendakari es evidentemente un “bien particular”. Ha sido así a lo largo de la historia: lo que supuestamente se imponía para el bien de todos, en realidad resultó siempre ser beneficioso solo para algunas élites políticas, empresariales, militares, eclesiásticas, etc. En este caso, es difícil creer que haya un bien general cuando el primer paso es la privatización de montes públicos en beneficio de grandes empresas, cuando la energía que se produce está destinada a ser comercializada y exportada a través de una megaconexión con Francia, cuando no hay nada en todo este despliegue que promueva la soberanía energética de la población ni la protección de los recursos naturales que son de todos. Una vez más, asistimos al expolio de lo común en favor del beneficio de unos pocos, pero que es publicitado como si fuera “bien general”.
Ante estas contradicciones evidentes, se difunden discursos negacionistas que, con tal de denunciar la manipulación de la propaganda oficial, acaban negando la existencia misma del cambio climático o de la crisis del petróleo. Este negacionismo –que se construye a través de noticias falsas o informes autodenominados “científicos” que circulan por las redes sociales– desprestigia los planteamientos ecologistas que postulan algún tipo de regulación a las grandes empresas. Pero lo más grave es que, en el fondo, acaban diciendo que, como no hay ninguna crisis ambiental, no hace falta cambiar nada. Y así se cierra el círculo. Consideramos preocupante el aumento de este tipo de negacionismo fanático y desinformado. Pero aún más preocupante es que, en medio de esta maraña de mentiras, la gran mayoría de la gente quede simplemente en una condición de desconcierto y, ante la imposibilidad de tomar una postura, acaba volviéndose indiferente y pasiva.
Las palabras del Lehendakari evocan fantasmas que asustan bastante y que trascienden con creces el hecho que “no sea agradable” que te instalen unos megamolinos delante de casa. Sin embargo, también se puede destacar algo positivo en ellas. Y es que, quizás sin quererlo, reconocen públicamente la existencia de un rechazo ciudadano y popular a la implantación de esta industria. Como dice un poema del pueblo sami que se leyó en Gasteiz en la manifestación del pasado mayo en defensa de la tierra:
Ser minoría es vivir al lado de un gigante y hasta el gigante más bondadoso puede pisar accidentalmente a personas que no ve. De repente, pone una turbina de viento en un lugar que asusta a los renos. De repente empuja nuestros barcos de pesca. Pisotea nuestras escuelas, excava minas y arroja escoria a nuestros fiordos. Erige sus vallas gigantes en nuestra tierra, se lleva todo lo que tenemos hasta que el único lugar que nos queda es la tumba. Él hace todo esto en la ignorancia, por supuesto. No lo haría así si nos viera. ¿O quizás sí? De todas formas, no se le permitirá fingir que no nos ve. Y no se le permitirá hacerlo sin resistencia.
En eso estamos. Por lo menos, el gigante nos ha visto.