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¡Aún no sé qué carallo hago aquí! Nunca me vi escribiendo. Más allá de las típicas cosas del insti: apuntes, trabajos… O bueno, en Telegram y demás redes sociales; ahí sí que escribo.
Fue el fin de semana pasado, cuando me lo propuso un vecino de “la parroquia”. Me lo encontré en uno de los muchos furanchos que en estas épocas llenan las calles de Bembrive (Galiza). A pesar de los vinos, el licor y demás cosas típicas de la noche, aún recuerdo muy bien la conversación:
—Oes!! Que tal che vai tudo?— preguntou.
—Mm, pois vai. Xa sabes. O instituto… A selectividade. Bon! Inda non sei que vou xantar amanha e pretenden que decida o meu futuro— respondín.
—Non lhe deas muitas voltas meu! Que xa terás tempo abondo pra roe-los miolos. E...falando do instituto. Temos-che aí un blogue, “El Sacapuntas”. É un espazo pra criticaren, dar outra visión e mais contaren as nosas impresións sobre o sistema educativo. — continuou el.
—E…— respondín encolhendo-me de ombros.
—Pois iso. Que se che cunde, tes a porta aberta pra escribiren algho— insistiu-me.
—Si, ó! Ta’ calado home…non bebas máis! Hahaha. — respondín escachando- Xa tenho moito que escribires no insti. E; a quen caralho vai-lhe interesares o que escriba? Amais, de que vou a escribiren?
—Por iso. É un espazo cativo no que faceren-se ouviren. E poides escribiren do que ghostes: criticaren coisas do insti, selectividade, outras queixas, etc. incluso de cando colghedes aulas ou dos botelhóns—insistiu.
—Vai-che boa! Deixa-me fumar diso que semelha peghar ben— contestei-lhe fechando o tema.
Y aquí estoy. Una semana después. Aprovechando que decidí no ir a clase para escribir esto, sin saber aún por qué. Imagino que algo me influiría esa conversación. Sobre todo que sea un vecino de los mayores y de confianza. Al final, son charlas con estos vecinos o con los colegas, de borrachera o sentados en los bancos del torreiro, las que más te ayudan. Ya sea a superar los estreses, depresiones y demás palos que produce el instituto, sus ritmos y las expectativas de la sociedad y familia. Incluso a quitarte pesos de encima, a desahogarte, a no desmadrarte…
Mucho mejor que esos psicólogos que ponen en los institutos. Esos “buena fe” que nunca rompieron un plato. O bueno, igual si rompieron más de uno. Pero se meten tanto en su rol, en su papel de educadores, que se olvidan de sus años de juventud. Imagino que serán cosas de la madurez, del comportamiento que esperan de uno, al crecer, para encajar en la sociedad. Así no llegan a conectar con la mayoría de nosotros. Muchas veces parece que estás hablando con el típico poli bueno que quiere ir de guay; mucha palabrita moderna pero en cuanto te des media vuelta se chivará a tus padres, al director o a sus compis.
Imagino que serán cosas de la madurez, del comportamiento que esperan de uno, al crecer, para encajar en la sociedad. Así no llegan a conectar con la mayoría de nosotros. Muchas veces parece que estás hablando con el típico poli buenoO igual estoy escribiendo esto para matar el aburrimiento. Quien sabe. Hoy venía con la idea de darle unas ostias al futbolín, desahogarme un poco y echarme unas risas. Pero el bar está casi vacío. Y es raro. Ya que este bar lleva generaciones siendo un clásico para venir a pasar el rato cuando uno decide faltar a clase. Tiene buenos precios, dejan fumar petas y sobre todo, por el futbolín a 25 céntimos. Pero no creo que sea solo el aburrimiento el que me empuja a escribir esto, sino más bien los ánimos que me dio hacer el camino hasta aquí con María. Creo que es ella la que me hace aprovechar este rato y el móvil para escribir esto. En lugar de ponerme a marujear el Instagram.
¡Joder! Ahora que me paro, ya llevo un buen cacho. ¿Quién me iba a decir que haría de escritor? Y faltando a clase, jajaja. Hablando de pellas… Si alguien me preguntara porque lo hago, creo que de primeras respondería con un simple “no sé”. Bueno, en esta ocasión si lo sé. La verdad es que no me apetecía ir a clase de historia. Y no porque esta asignatura no me guste, es una de mis favoritas o por lo menos lo era hasta que el profe se cogió una baja. El sustituto, aun por encima de dar las clases como si estuviera cantando un arrolo, te mezcla el temario con sus ideas. Ideas que están más del lado de la Voxta (mierda) que de la mayoría de los compis de clase. Pero claro, no le vayas a contestar o a ponerlo en duda. Con suerte te manda para fuera de clase y sin suerte, pues falta leve y lío en casa… Por llevarle la contraria a un gilipollas. Aquí su palabra vale el doble, como la de la pasma, en clase tiene la autoridad. Realmente la ejerce, porque está pensado así: el fuerte manda en el débil y aquí somos los “débiles”, poco importa nuestra opinión o como nos sentimos. Pero no tiene nuestro respeto; eso se gana, no depende de la posición.
Con suerte el profesor te manda para fuera de clase y sin suerte, pues falta leve y lío en casa… Por llevarle la contraria a un gilipollas. Aquí su palabra vale el doble, como la de la pasma, en clase tiene la autoridadEl otro profe si lo tenía y sin mano dura. Se lo ganó; nos daba unas clases entretenidas, nos dejaba opinar, si salía un debate pasábamos la clase debatiendo y no solo comiéndonos páginas y páginas de un libro. Pasa igual con los maderos, que por mucha autoridad que les de la fuerza me impone más mi madre con una zapatilla en mano. La respeto bastante más y eso sin porras, sin multas, sin cacheos, sin chulerías, sin el “te jodes porque lo digo yo y yo soy la ley”.
Pero bueno, volviendo al tema. En general creo que lo que buscamos es escapar un poco de la monotonía, de las clases y sus dinámicas. Encontrar nuestro espacio, poder charlar tranquilamente con los compañeros y las compañeras. Conocernos mejor, contarnos penas, batallitas, etc. Con muchos de ellos solo nos vemos en el instituto. Y a pesar de pasar más de ocho horas juntas, encerradas en clase, solo tenemos el tiempo del recreo para conocernos, conectar y charlar. Y alguna notita que nos mandemos en clase o alguna impresión que cambiemos por Telegram. Pero, al final, hablar por el móvil no es lo mismo que contarse las cosas cara a cara, que charlar y verse a los ojos.
También lo hacemos por sentirnos un poco rebeldes, claro. Pero no por quedar de malote delante del resto, sino más bien por buscarse un poco de libertad. Romper la autoridad que marca el instituto y que recuerda mucha a una iglesia. Allí los curas te mandan sentar y levantar, aquí es el timbre el que marca los ritmos y avisa de cuando salir y entrar.
Lo que buscamos es escapar un poco de la monotonía, de las clases y sus dinámicas. Encontrar nuestro espacio, charlar con los compañeros y las compañeras. A pesar de pasar más de ocho horas juntas, encerradas en clase, solo tenemos el tiempo del recreoCreo que esto es algo natural, un acto reflejo con el que buscamos, jugar libremente, esparcirnos y crecer a los ritmos que cada uno necesite. Aprender siguiendo nuestra curiosidad y no a base de temarios. Esto es más visible de niño, en parvularios. En esas edades, siendo unos mocosos, ni sabíamos lo que eran las pellas, ni éramos conscientes de lo que suponía el instituto, ni teníamos en cuenta la imagen que proyectábamos. A pesar de eso, en aquellos años, yo ya empezaba a escaquearme de clase.
Lo hacía con la pandilla de amigos con los que llevo compartiendo toda la vida, desde el colegio hasta hoy. Ya sabéis, empezábamos aprovechando que uno iba a afilar el lápiz para levantarnos también a afilar y echar un rato en la papelera, hablando. También nos escapábamos de clase. Aprovechando que uno iba al baño, el resto nos pirábamos a gatas para el patio donde nos escondíamos un ratillo. Esto lo hicimos bastantes veces, hasta que la directora nos vio desde su despacho, escondidos detrás de una piedra enorme, y nos tocó salir pitando. Adiós a nuestro momento KitKat.
Creo que era un reflejo instintivo para jugar y sentirnos libres. A esas edades es como más se aprende, cuando más se necesita brincar y no echar horas sentando en un pupitre. De hecho, aprovechábamos los recreos para excavar un agujero por donde fugarnos. Teníamos la ilusión de que al llegar a cierta altura se caerían los muros o bien daríamos echo un pasadizo que nos llevaría fuera del cole… Al final nada. Cavamos y cavamos. Pero los muros siguieron en pie y nosotras dentro. ¡Se nos vino abajo nuestro plan de fugas!
Todo esto, estudiando en un colegio público. Que siempre es más amable y abierto que uno concertado y ya no digamos que uno privado. Solo hay que ver sus muros. Más típicos de una cárcel: altos, infranqueables, que no dejan ver el mundo exterior y desde fuera no deja ver lo que ocurre dentro. Te aíslan en su burbuja.
—Mm, pues ahí va. Ya sabes. El instituto... la selectividad. ¡Bueno! Aún no sé lo que voy a comer mañana y ya pretenden que decida mi futuro—le respondí.
— ¡No le des muchas vueltas tío! Que ya tendrás suficiente tiempo para comerte la cabeza. Y... hablando del instituto, tenemos un blog, “El Sacapuntas”. Es un espacio para criticar, dar otra visión y también contar nuestras impresiones sobre el sistema educativo
—Y...— le dije encogiéndome de hombros.
—Pues eso. Que si te apetece, tienes la puerta abierta para escribir algo— siguió insistiendo.
—Sí, ¡oh! Cállate hombre... ¡no bebas más! Jajaja —le respondí partiéndome de risa- Ya tengo mucho que escribir en el instituto. Y ¿a quién cojones le va a interesar lo que escriba? Además, ¿de qué voy a escribir?
—Por eso. Es un pequeño espacio para hacernos oír. Y puedes escribir de lo que te guste: criticar cositas del insti, de la selectividad, de otras cosas, etc. incluso de cuando hagáis pellas o de los botellones.
— ¡“Vai-che boa”! Déjame fumar de eso que parece que pega bien— le contesté dando el tema por cerrado.
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Que tiempos aquellos. Lo feliz que te hacía saltar las vallas del instituto y pasar un par de horas fuera del alcance del director 😍
Bueno, eso de escapar del director… donde yo estudie tuvimos unos años un director que venía a buscarnos con su SEAT Panda al monte que teníamos detrás del instituto.