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Elecciones generales del 28 de abril
28-A: ¿Qué futuro nos tocará vivir?
Voces de distintos ámbitos sociales y culturales llaman a la movilización electoral frente a la involución civilizatoria del bloque reaccionario.
Las grandes alamedas se abrieron para dejar paso a quienes pretendían construir una sociedad mejor. Las plazas y las calles se llenaron de gente y se recuperó el ejercicio del apoyo mutuo y de la asamblea, cuyo significado literal es el de reunión de personas y cuyo sentido político es el de lugar donde se toman las decisiones entre todas y todos, sin que nadie sea más que nadie ni la palabra de alguno valga más que la de otros.
Desde entonces las cosas parecen haber cambiado algo. Gente honesta, a la que no se esperaba, ha comenzado a participar en la vida política de las instituciones, en su triple escala territorial: estatal, autonómica y municipal; gente comprometida continúa ocupando las calles, en defensa de sus derechos o de los derechos de los más débiles, a pesar de la continua obstaculización del ejercicio de la libre expresión; gente preocupada ha dicho de una vez por todas ¡basta! y ha cambiado su estilo de vida, antes impuesto por un determinado modelo y a partir del momento en que se toma conciencia más respetuoso con el entorno humano y natural.
El grado de la democracia se mide en virtud de la participación y compromiso de su ciudadanía en la gestión de los asuntos públicos
Ahora llega un nuevo ciclo electoral, al que se suman los diversos intentos por parte de la política corrupta y de sus mecenas por crear opciones que mantengan el estado previo al 15 de mayo de 2011. La triple derecha, encabezada por un partido que ha sido condenado como tal por lucrarse de forma ilícita en perjuicio de los intereses de la ciudadanía, anda crecida con un nuevo discurso excluyente, que criminaliza a las personas por sus ideas, propone un modelo de Estado racista y aboga por una supresión tajante de las libertades, mientras prepara el terreno económico de la especulación y la privatización de los servicios públicos. Entre sus filas se escuchan voces que reclaman desde el derecho a usar armas de fuego hasta negar la asistencia sanitaria a las personas por razón de sexo o de lugar de procedencia.
Recientemente una instancia judicial ha certificado lo que ya muchas y muchos sabíamos. El Gobierno de turno, independientemente de sus siglas, ha empleado los recursos del Estado para fabricar pruebas falsas, practicar la extorsión e incriminar de forma rastrera a un partido de la oposición. Todo ello con intención de impedir posibles resultados electorales adversos. En dicha labor han colaborado y colaboran diversos medios de comunicación de renombre nacional, en justa práctica de lo que Valle Inclán denominó “fondo de reptiles”.
Y a pesar de lo escandaloso que resulta que esta teoría de la conspiración haya pasado a ser un hecho constatado, avalado por un juez, con pruebas fehacientes, aquí parece no haber pasado nada. Ni esos medios ni los grandes partidos han denunciado un sucio affaire que cuestiona la validez real de la democracia. De este modo se cumple la máxima “de lo que no se habla no existe”, y se evita así crear en el seno de la sociedad un debate necesario para la regeneración de nuestro sistema democrático, que falta le hace.
Esta falta de debate y preocupación colectiva interesa a quienes sintieron inquietud tras el 15-M, ante el riesgo de perder sus privilegios. Llevan ya casi diez años intentando que las aguas vuelvan a su contaminado cauce, que es el del vacío moral, la perversión de los derechos humanos y la abulia de la ciudadanía frente a los tejemanejes políticos y económicos de los mercados.
El grado de la democracia se mide en virtud de la participación y compromiso de su ciudadanía en la gestión de los asuntos públicos. Vista la deriva de los acontecimientos de los últimos años y oído el discurso de esa nueva derecha de ordeno y mando que ha renacido sin tapujos ni cargos de conciencia, no podemos dejar nuestro futuro al azar, porque puede suceder que en breve seamos castigados por el simple hecho de manifestar con libertad nuestras objeciones y desacuerdos. La deriva autoritaria del Estado, animada por el aplauso de una sociedad aturdida por una derecha que atribuye la culpa de sus males a falsos enemigos creados, puede ser una realidad más pronto que tarde, tal y como ya nos ha enseñado en otras ocasiones la historia.
Necesitamos sacar nuestro voto de izquierdas a la calle y ocupar de nuevo las plazas y grandes alamedas. La década que vivimos no debe ser el recuerdo de otro intento baldío más por lograr una vida digna de ser vivida. Ahora toca defender en las urnas el proyecto político que antes defendimos en las calles. La izquierda debe ganar estas elecciones. Solo si sumamos también los votos de quienes hemos sido siempre críticas y críticos con los partidos que nos piden ese voto de izquierdas, podremos asegurar que, pase lo que pase, no dejamos nuestro futuro al azar.
Suscriben este texto: Antonio Orihuela, Carlos Martínez-Blay, Chema Álvarez, David Jiménez Urbán, Elizabeth Duval, Fernando Llorente, Francisco Espinosa Maestre, Francisco Moriche, Guadalupe Cáceres Casillas, Jaime G. Muela, Javier Acedo, Jónatham Moriche, María Maza, Natividad Vázquez, Víctor Prieto
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