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Filosofía
Los "Gilets noirs" y el devenir negro del mundo
El nombre de “chalecos negros” indica una repolitización de la rabia y la indignación. Negros de cólera, denuncian la precariedad a la que son condenados a vivir, por miedo a la detención y la deportación. Salir del miedo, recobrar la dignidad, autodenominarse como sujeto y agente político: es la “revuelta de esclavos”, la pesadilla que asedia a Europa desde los inicios de la Modernidad.
L'Europe est indéfendable
Aimé Césaire
A Paul
Comenzaba el mes de julio y el letargo estival se hacía presente en los distintos países europeos. Las altas temperaturas justificaban la huida de las grandes ciudades, en busca de paraísos bañados por el mar o cobijados por montañas y bosques. En medio del sopor, la parálisis y la indiferencia que se apodera de nosotros durante estos meses, un rumor ensordecedor irrumpía de manera imprevista. El 12 de julio pasado, casi un millar de hombres y mujeres tomaba uno de los monumentos más emblemáticos de Francia. Los indocumentados, sin apenas voz ni visibilidad en nuestros medios, en un golpe de fuerza sin igual, ocupaban durante unas horas el Pantéon, en pleno corazón de París. Pocas son las noticias que hemos podido ver de este simbólico acontecimiento. Contadas notas de prensa, recogidas en algunos medios no hegemónicos, se hicieron eco de lo sucedido durante la jornada, a tan solo dos días de la celebración del día Nacional para Francia: esa histórica fecha que se ha instituido en el mito fundacional de la identidad francesa, asentada en los manidos valores de la igualdad y la fraternidad. No es, por tanto, fortuito, que la horda de sans-papiers eligiera este emplazamiento para manifestar su protesta. Tampoco es casual que la voz del subalterno tomara este gigantesco mausoleo en el que descansan los héroes de la patria. La imagen de cientos de inmigrantes, desposeídos y hambrientos, gritando consignas sobre su falta de derechos y denunciando las políticas racistas de Europa, es casi tan impactante como esos grabados que rememoran la toma de la Bastilla. Sentados en el hall, sobre la gran cripta que guarda los restos de Victor Hugo, Rousseau, Voltaire, Zola o Marie Curie entre otros, y ante la impertérrita mirada de la estatua de la Convention Nationale, los inmigrantes alzaron la voz, reapropiándose del lema de la Francia revolucionaria: “vivre libre ou mourir”. En sus declaraciones, ellos mismos recalcaron la potencia simbólica de su acción: profanar esa sacra tumba del Estado francés, para visibilizar a aquellos muertos ignorados y olvidados por la Europa-fortaleza, hombres, mujeres y niños que día tras día son engullidos por el Mediterráneo.
Son “chalecos negros” dado que todos ellos se ven obligados a trabajar en negro, a asumir y naturalizar la precariedad laboral, siendo parte de esa bioeconomía que caracteriza al tardocapitalismo, en el que la carne del pobre sirve de alimento constante a la bestia.
LA PRECARIEDAD DE UN NOMBRE
“Somos X —afirma con un altavoz uno de sus representantes—, no tenemos derechos, no tenemos derecho a trabajar, ni de comer, por lo que no tenemos derecho siquiera a existir”. Sin rostro, sin visibilidad, sin apenas ser. Una masa informe de personas carentes de lugar político mueve los engranajes de la economía europea, de manera casi imperceptible, incluso fantasmal. Condenados a la inmaterialidad de la existencia, llevando sobre sus espaldas, sin embargo, toda la materialidad que carga un cuerpo explotado: miseria, dolor, sudor, miedos e incertidumbre. Underclass espectral, imposibilitada incluso para constituirse como sujeto de clase. Desde ese no-lugar, no obstante, se autodenominan y posicionan. Se hacen llamar “les gilets noirs” (chalecos negros), retomando con ello la lucha de clases que late en ese proletariado blanco francés que también tomó las calles bajo el nombre de “chalecos amarillos”. Ahora bien, la resignificación del adjetivo “negro” tiene varias connotaciones que desbordan la cuestión ontológica de la raza, huella casi ancestral con la que estos cuerpos y sujetos han sido marcados y estigmatizados.
Chalecos negros, pues la negritud indica su procedencia. Más del 80% de las personas que forman parte del colectivo proceden de África. Más de la mitad de ellos han sufrido las consecuencias del imperialismo europeo en sus países de origen: colonización, guerras financiadas por los llamados estados del primer mundo, expolio de materias primas y de recursos naturales, esclavitud y miseria endémicas. Chalecos negros que portan en lo más íntimo de su ser, en el seno de su propia carne y de sus músculos, aquello que A. Mbembe denomina “la estructura negra del mundo”, esto es, la compartimentalización geopolítica de un sistema-mundo colonial en el que las fronteras de la civilización y de la barbarie han condenado a poblaciones enteras a una sub-existencia, marcada por el miedo, el servilismo y la idea de inferioridad.
Por otra parte, la elección del nombre señala también un reposicionamiento ante la esclavitud contemporánea. Son “chalecos negros” dado que todos ellos se ven obligados a trabajar en negro, a asumir y naturalizar la precariedad laboral, siendo parte de esa bioeconomía que caracteriza al tardocapitalismo, en el que la carne del pobre sirve de alimento constante a la bestia. Todas las acciones que han realizado han ido orientadas precisamente a denunciar esta economía sumergida que mantiene y engrosa la cuentas de las grandes empresas francesas. Así, por ejemplo, el 12 de junio de este año, tomaron el hall de Elior Group, multinacional de restauración, para exigir la regularización de muchos de sus empleados. La mayoría de las empresas de servicios, hostelería, mensajería, utilizan la amenaza a la denuncia y el miedo a la deportación para aprovecharse de un sub-proletariado invisible, condenando a sus trabajadores a una incertidumbre y vulnerabilidad constantes; garantizándose así una mano de obra obediente, sumisa y disciplinada. No hay cifras oficiales de este ejército de trabajadores en negro. Pero, tal y como afirma Diakité, portavoz del colectivo, son esos “sucios negros y árabes”, despreciados por el color de su piel, rechazados por la sociedad francesa blanca, quienes mueven y garantizan el funcionamiento de la economía francesa. “Sin nosotros —afirma— Europa no es nada”.
En tercer y último lugar, “chalecos negros” indica una repolitización de la rabia y la indignación. “Estamos negros de cólera”, afirma Diakité, “nos han inoculado el miedo al control policial, al control de identidad”, “nos han condenando a vivir una existencia en la oscuridad, escondiéndonos de día y de noche, para evitar enfrentarnos al racismo, al centro de detención, a la deportación”. La docilidad y el servilismo, la esclavitud, en definitiva, se mantienen y fomentan a base de producir una subjetividad tan precaria y atemorizada que es capaz de traicionarse a sí misma lamiendo la bota del amo. Sin papeles, sin derechos, nada puede el subalterno reclamar ni denunciar, pues su grito no solo no será escuchado, sino que será percibido y considerado una amenaza para el sistema que lo fomenta. El limbo de la vulnerabilidad y de la carencia absoluta de derechos hace, sin embargo, que la rabia se resignifique y transforme. Salir del miedo, recobrar la dignidad, autodenominarse como sujeto y agente político: es la “revuelta de esclavos”, la pesadilla que asedia a Europa desde los inicios de la Modernidad.
El negro es esa “cripta viviente del capital”. Para ello, el proceso de deshumanización se hizo necesario, creando así un sujeto despreciado, degradado, expulsado de los límites mismos de la humanidad.
CUERPOS DE EXTRACCIÓN, TERRITORIOS DE DESPOSESIÓN
Afirma Mbembe, que producir al “negro” supone establecer un lazo perpetuo político-social de sumisión pero, además, dicha producción posee un carácter radicalmente económico que implica la creación de un “cuerpo de extracción”. La precariedad ontológica, que se hace implícita en la categoría fanoniana de los “damnés de la terre”, supone asimismo una estigmatización espacial de facto, dado que la diferencia racial funciona a través de una distribución espacial concreta. De este modo, se constituyen lugares ontológicamente habitables, marcando, mediante la violencia, esos espacios de indecidibilidad e incertidumbre donde habita el bárbaro, el incivilizado. Condenados a vivir en la oscuridad, en esa región de sombras, en ese espacio de no-ser, en esa zona árida y periférica en la que, según F. Fanon, habita el negro. Hoy, miles de indocumentados limpian nuestras habitaciones de hoteles, lavan los platos de nuestros restaurantes, nos traen comida y demás mercancías que compramos a través de las distintas plataformas virtuales, cuidan de nuestros hijos y ancianos. Un verdadero ejército fantasmagórico que preferimos no ver ni escuchar, expulsados de todo espacio político, acosados por el racismo institucional y la codicia neoliberal.
Pero, además de esta “fantasmagoría” subterrada que puebla nuestras ciudades, el negro, siguiendo a Mbembe, se transformó desde los inicios de los procesos colonizadores de Europa, en un “mineral viviente”. No es posible comprender el funcionamiento intrínseco del primer capitalismo sin esta mutación de una ingente masa de seres humanos en moneda de cambio. Bienes y objetos transaccionales, cuerpos mercancía que fueron violentamente desarraigados y extraídos de sus lugares de origen para ser convertidos en la mano de obra esclava que cimentaría el progreso de una Europa imperialista. El negro es esa “cripta viviente del capital”. Para ello, el proceso de deshumanización se hizo necesario, creando así un sujeto despreciado, degradado, expulsado de los límites mismos de la humanidad. La propia colonización lleva en su seno ese proceso de humanización-deshumanización: lo humano se produce dialécticamente como la cara opuesta de lo no-humano; lo civilizado produce lo incivilizado como su negación absoluta. El sí mismo europeo, civilizado, humanizado y decente, necesita de un otro bárbaro, sub-humano y sub-desarrollado para rehacerse y afirmar su superioridad de forma continua. “Nada más consecuente, entre nosotros —afirmaba Sartre— que un humanismo racista, puesto que el europeo no ha podido hacerse hombre más que fabricando esclavos y monstruos”.
Tal y como vaticinaba Mbembe, el mundo ha terminado por devenir negro, [...]: neocolonización, apartheid, alienación capitalista, flujos migratorios, usurpación de la tierra y de los cuerpos, precariedad económica, etc.
HACIA UNA COMUNIDAD DE LA PÉRDIDA
El antropólogo M. Taussig, en sus análisis sobre los sistemas de esclavitud implantados durante la colonización en Latinoamérica, más concretamente en Colombia, concluye de los mismos que establecieron toda una “episteme de las tinieblas”, esto es, todo un sistema del terror en el que tanto los indígenas americanos como los esclavos africanos traídos al continente se venían sometidos a un proceso continuo de muerte, violencia y desposesión. La acumulación originaria del capital tuvo lugar no solo gracias al cercamiento de los bienes comunales y a la expropiación de las tierras, sino, y sobre todo, gracias a la extracción de la potencia vital de los cuerpos y a la transformación de los mismos en meras mercancías para su explotación. La servidumbre y la esclavitud fueron los ejes centrales para el desarrollo pleno de un sistema necrófago y expoliador, en el que la vida del otro deviene mero valor de cambio y materia prima para la expansión colonial y el crecimiento sin medida del capital.
Literalmente, el esclavo es un cuerpo desposeído: extraído de su lugar de origen, expropiado de su historia y de sus lazos familiares y comunitarios, despojado de todo aquello que lo torna humano. Se instaura, así, según Mbembe, el vínculo de separación, en el que la marginación, la segregación y el apartamiento de cualquier comunidad política atraviesan y dan forma al cuerpo negro. Kinlessness fue la palabra utilizada en el Nuevo Mundo para indicar una condición jurídica impuesta al esclavo negro, el cual se veía obligado a existir sin ningún vínculo genealógico-familiar. El “sin parientes”, condición heredada además, que impedía construir cualquier tipo de lazo social o de vinculación con otros semejantes, condenándolo de por vida a un no-lugar, a habitar una no-comunidad de aquellos que, por definición, carecen de comunidad protectora.
Poco ha cambiado desde entonces en las políticas migratorias y en los dispositivos neoliberales que hoy vemos reproducirse en el seno de nuestros Estados postcoloniales. La desposesión más cruda y la indefensión más extrema se han normalizado a grados obscenos: vulnerabilidad, precareidad, vidas expuestas a una violencia extrema; mares que se transforman en auténticas fosas comunes. Las zonas de inhabitabilidad se han vuelto una constante, verdaderos agujeros negros en los que se diluyen las vidas de miles de personas: complejos procesos de descivilización en los que se confina, estigmatiza y condena al ostracismo social a grandes masas de la población . Tal y como vaticinaba Mbembe, el mundo ha terminado por devenir negro, y esta parece ser una realidad materialmente innegable: neocolonización, apartheid, alienación capitalista, flujos migratorios, usurpación de la tierra y de los cuerpos, precariedad económica, etc.
Con rostro tranquilo y voz pausada, Diakité mira a la cámara en una de las pocas entrevistas que se le han realizado al colectivo de Giltes Noirs: hay que superar el miedo, afirma. Aunque nosotros, ya no tenemos miedo. Aquellos que han vivido la esclavitud en Libia, que han visto de cerca el mar desde una patera, que han sufrido la humillación y las torturas de un Estado racista, ya poco tienen que perder, ya nada tienen que temer. Decía Bataille, en sus textos sobre la tragedia, que los hombres sólo se reúnen por los negocios o por las heridas. “Y el individuo que participa de la pérdida es oscuramente consciente de que esa pérdida engendra a la comunidad que lo sustenta”.
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Este espacio de reflexión es uno de los que más mola del universo @elsalto (sobresalto, también)... Mila esker ! (Gracias)
Magnífico artículo... En términos muy similares se expresaba la Historiadora de la Universidad de Rouen, Ludivine Bantigny en 'La chapelle debout'.
Necropolítica : Expulsión por desposesión, muros, vallas, muerte, neoliberalismo caníbal... Estos son parte de 'los nadies' de Galeano.