Poesía
“Hemos perdido la propiedad de nuestros cuerpos y de nuestra imaginación”

Entrevistamos a la poeta y dramaturga Jessica Belda a raíz de su nuevo poemario: ‘La disección de las horas’ (ed. Ya lo dijo Casimiro Parker).
Homenaje a Billy el Niño
Un momento de la representación de la obra "Homenaje a Billy el Niño", de Jessica Belda
1 may 2024 08:15

Tras un primer poemario vertebrado alrededor de la reafirmación feminista (Santas, putas, histéricas, beatas) y varias obras de teatro (como Homenaje a Billy el Niño; Españolas, Franco ha muerto; y La sección: mujeres en el fascismo español) el nuevo poemario de Jessica Belda La disección de las horas (ed. Ya lo dijo Casimiro Parker) expone rotundamente, aunando crudeza y experimentación, los mecanismos y causas de los ritmos laborales.

— La disección de las horas tiene una estructura muy singular: está distribuido en franjas horarias, y, en cada una de ellas, se suceden una cita, un poema que recoge toda la crudeza, despersonalización, hastío y alienación de esa hora dentro del circuito laboral y, finalmente, otra pieza (o varias) que viene a presentarnos momentos de liberación, de gozo; cierta salida. ¿Cómo convive todo ello?
Está escrito con una estructura circular, como una jaula de hámster en la que todas estuviéramos dando vueltas. Una y otra vez empieza un nuevo día en producción, con sus horarios, sus dinámicas repetidas, con las rutinas aprendidas que no sabemos parar.

Lo que quería reflejar mediante ese marco de horas era la constante dominación de la razón instrumental en nuestras vidas sobre las pulsiones vitales que aparecen como destellos, como recuerdos, como fugas que nos ayudan a dar sentido a los días. En un primer momento, escribí en dos partes diferenciadas: la parte de la disección, o lo que en su momento llamé bisturí, y la parte de la fuga, que tiene que ver con aquello que nos permite justificarnos para seguir adelante. La vida dentro de lo que nos dicen que debe ser la vida, lo que ya hemos asumido y normalizado, la jaula de trabajo conveniente al servicio del poder, un mecanismo de control absoluto sobre nuestro tiempo que no hace sino convertirse en una herramienta más de control y explotación en el interior del trabajo capitalista.

— Esos textos de alivio, de hecho, vienen a ser ventanas que permiten respirar. Y en ellos la naturaleza cobra mucha relevancia. ¿Se trata realmente de una evasión, una “fuga”, como indicas o una ilusión? ¿Es posible la huida?
En realidad hemos aprendido tan bien esas dinámicas que las tenemos insertas incluso en aquello que llamamos nuestro tiempo de ocio, que muchas veces, sin darnos cuenta, sigue mediado por labores productivas. Es aterrador pensar cómo la asunción de esa forma de vida se ancla incluso en nuestros deseos y nos lleva a ser incapaces de parar, de darnos cuenta de lo maravilloso que a veces es el vacío más absoluto; el “no servir para nada”, como dice Goytisolo.

En el libro aparecen desde una mirada crítica esas formas de ocio y lo que en realidad se plantea como fuga son recuerdos, emociones, vínculos, momentos de anclaje real con un “yo” pasado; aquel que aún no era exigido, aunque estuviera aprendiendo a desear y a vivir dentro de la rueda.

La creación cultural más visibilizada siempre será aquella que justifique, descarada o veladamente, el poder que tiene el poder

— Entre la publicación de tu primer poemario y este segundo se ha intercalado la edición de varias piezas de teatro. ¿Cómo ha enriquecido esa disciplina escénica tu poesía? Me llama mucho la atención la yuxtaposición de escenas o figuras en estos poemas. Me parece que pueden recordar a las acotaciones, por un lado, y a concreciones de elementos de un escenario teatral, por otro.
Nunca me he planteado muy bien esa diferenciación. De hecho, siempre que he escrito teatro se han intercalado fragmentos en verso, que tienen que ver con una concepción rítmica de la palabra, al igual que fragmentos que se podrían definir más como prosa poética. Por otra parte, muchas veces, me ha surgido la poesía en forma dialogada o incluso, como tú dices, acotada por elementos escénicos.

Ruth Sánchez, la compañera con la que he escrito las últimas tres obras de teatro, y yo hemos estado trabajando dentro de la línea de teatro político-documento, en el que mezclamos documentos reales con escenas de ficción. En ese sentido, la información objetiva sobre la que se construye la escena te lleva a un espacio y a un tiempo acotado que determinan, a su vez, a unos personajes específicos, aunque muchas veces representen a una colectividad.

La diferencia que encuentro, en ese sentido, son los márgenes de la escritura. En teatro, la construcción escénica te lleva a una mayor concreción, mientras que la poesía, aunque también puede tratar temas muy concretos, suele llevarte a una libertad creativa mayor de asociación e introspección.

La disección de las horas

— Los seres que recorren estos poemas están totalmente sometidos. ¿Cómo se ha conseguido ese estado de docilidad?
Creo que la docilidad es el resultado de múltiples procesos convergentes. Por un lado, pienso que se aprende mediante un proceso educativo que nos ocupa toda la vida y que está basado en la disciplina y en la obediencia, en la aniquilación de cualquier atisbo de diferencia que pueda plantear nuevos caminos. Cuando los modelos de éxito que tenemos interiorizados están basados en una pretendida adaptación magistral al medio es muy fácil entender lo conveniente que es agachar asertivamente la cabeza para seguir adelante, para que no te despidan, para ascender, para darte un papel dentro de un grupo, para ser aceptado, al fin y al cabo. La adaptación, en ese sentido, se vuelve una parte fundamental del proceso de aprendizaje de la docilidad. Se acaba asumiendo lo que hay como lo único posible, y se aprende a sobrevivir. Nuestra mente está llena de mecanismos que nos ayudan a llevar mejor aquello que consideramos imposible de cambiar. Nos autoengañamos, nos generamos nuevas metas, objetivos, nos llenamos de palabras aprendidas que nos llegan desde el mundo de la empresa, de los manuales de autosuperación, autoayuda y aprendemos a gestionarnos a nosotras mismas como si fuéramos startups: nos fabricamos nuevos deseos-goals, nuevas ilusiones-objetivos, nos construimos nuevas formas de vivir que no nos vayan a generar este enfrentamiento que supone estar en un juicio constante hacia el medio en el que vivimos. Se trata de un medio que sabemos que es profundamente hostil para las clases desposeídas, pero que. a su vez, nos hace creer que con nuestro esfuerzo, nuestra valía, nuestro mérito y “porque nosotras lo valemos” vamos a conseguir vivir como aquellos que nos dominan precisamente imponiéndonos su forma de vida a través de nuestros propios deseos.

Otro factor que no conviene olvidar es la fragilidad de las estructuras sobre las que instalamos nuestras vidas. La amenaza sobre la pérdida de aquello que crees que deseas o la amenaza sobre la pérdida de cuestiones básicas como la vivienda (algo que nos están haciendo creer que es un lujo) son las que nos paralizan, las que nos punzan con el miedo en las noches de insomnio.

— Quiero destacar la aspereza del lenguaje y de las imágenes que plasmas, los cuerpos dañados, los elementos corporales nombrados fuera de las personas que los portan... ¿Cómo hablar, si no, de la experiencia laboral tan destructiva?
Nuestros cuerpos, interna y externamente, están al servicio de la producción. Hemos perdido, si es que alguna vez la tuvimos, la propiedad de nuestros cuerpos y de nuestra imaginación. Somos herramientas que alimentan la caldera famélica que nos aniquila.

Como decía Aristóteles, para llevar a cabo la administración del hogar, debemos poder contar con los instrumentos que necesitemos; inanimados o animados, como bueyes de tiro o esclavos. Pues bien, nosotros somos el producto de una nueva forma de esclavitud en la que nuestros cuerpos, nuestras vidas y nuestros deseos están conformados para servir a aquel engranaje donde se nos ha desposeído del derecho a nuestras propias vidas. De esto hace ya mucho tiempo, y tenemos plena consciencia de ello, pero actuamos cínicamente obviándolo. Y lo peor es que han conseguido que actuemos como si eso fuera lo que queremos. Nos han sometido mediante el deseo de llegar a ser alguna vez como ellos, mediante conceptos como “meritocracia” o “cultura del esfuerzo”, mediante la desapropiación incluso del concepto “libertad”.

Es increíble cómo se repite una y otra vez el concepto de “riesgo” asociado al riesgo empresarial y qué pocas veces se habla de todas las compañeras que cada año mueren en su puesto de trabajo, de todos los accidentes laborales derivados de esa minimización del riesgo económico con medidas de seguridad a veces inexistentes que ponen en riesgo a esos instrumentos de trabajo de constituyen nuestros cuerpos y que son sometidos una y otra vez a riesgos laborales extremos. ¿A qué riesgo apelan para justificar que ellos sean los que se llevan los beneficios?

— Subrayo que remarcas que, finalizada la jornada laboral reglada, la “primera jornada”, comienza en casa la segunda: la invisibilizada, la doméstica.
El tiempo de ocio que hemos interiorizado, el día de hacer la compra en el supermercado, de limpiar la casa, el tiempo de crianza, de cuidados a nuestros mayores, el día libre que usas para poner lavadoras, para cocinarte para toda la semana e ir tirando de congelados…

Evidentemente, aquí subyace una distinción de género y un recuerdo a todas aquellas mujeres a las que no se les ha contado ni una sola hora de trabajo doméstico cedida a sus compañeros, por uso y por costumbre, en el cómputo de días trabajados para su pensión. Las mujeres desposeídas no solo han sido esclavas de un sistema de trabajo capitalista al que servían como instrumentos, sino que también sus cuerpos se han puesto tradicionalmente al servicio del compañero al que se unían, al servicio de sus hijos, de sus padres o al servicio de sus hermanos varones.

Por otra parte, no hay que olvidar que el cuerpo de la mujer ha sido siempre un instrumento puesto al servicio de la reproductividad, un trabajo que nunca ha sido reconocido socialmente ni retribuido en ningún tipo de derechos económicos como las pensiones o el derecho a desempleo.

Cuando se logra escribir entre jornada y jornada en una repetición cíclica de vida, el cuerpo está cansado y no puede sino hablar de lo real, y lo real punza y lo real cuestiona.

— Desde tu experiencia laboral concreta, ¿cómo encaja la precariedad de las artes escénicas en todo el organigrama del capitalismo?
Como decía Rosa Luxemburgo, “en toda sociedad de clases, la cultura intelectual (arte y ciencia) es una creación de la clase dominante”. Tanto en las artes escénicas como en cualquier tipo de arte, creo que es necesario para el poder que la cultura siga sustentándose en la precariedad, no sea que aquellas bocas llenas de hambre tengan tiempo de empezar a articular discursos que les lleven a una identidad unitaria. No vaya a ser que la gente que sufre de verdad la precariedad pueda llegar a articular productos culturales que nos lleven a la demanda de formas de vida que cuestionen un sistema de clases.

La creación cultural más visibilizada siempre será aquella que justifique, descarada o veladamente, el poder que tiene el poder; que naturalice, justifique o comprenda cómo está constituido el tejido social, normativo, jurídico, etcétera. La cultura que se expresa por los medios del capital es, salvo excepciones, aquella que les dice a los poderosos que no son gentuza, que son buena gente, que merecen absolutamente todo lo que tienen y, por otra parte, que perpetúan la creencia entre la clase trabajadora de que “es lo que hay” y que pensar e imaginar que podría ser de otra manera es falta de realismo.

Blindar el acceso a la producción artística a las clases medias garantiza un discurso que no socava el statu quo, un discurso que puede tener apariencia crítica como lo tiene el término “meritocracia” y que se parece mucho a lo que Aristóteles justificaba cuando afirmaba que, en la guerra justa, es justo que los vencedores, que lo son por sus méritos, esclavicen a los perdedores porque son esclavos por naturaleza.

Para la clase dominante, siempre va a ser mucho mejor que sean aquellos que se pueden permitir vivir solo del arte, los que han nacido pudiendo permitírselo, los que asuman los riesgos de invertir el tiempo necesario en la actividad creativa. Son aquellos que traen puesto un colchón de cuna, los que conviene que hablen de los currantes de una manera épica, condescendiente o paternalista, los que pueden erotizar formas “bohemias” de vida, los “paseantes”, los que no dejan de traslucir cierto elitismo cultural cada vez que pronuncian la palabra “artista”. Como si ser “artista” fuera algo más que dedicarse, lo quieran o no, a un sector como cualquier otro que es el de la industria cultural (blindado, eso sí, a las clases medias y altas) y como si eso no fuera trabajar. Como si eso les diera una identidad especial.

Creo que hay que ser currante para ver lo duro que es ser currante al servicio de y no caer en la erotización, a nivel literario, de las formas de vida precarias. Trabajar como mínimo ocho horas de primera jornada, a las que se le suman las horas de la jornada doméstica, poco tiempo deja para escribir, poco tiempo para “elevarse” entre jornada y jornada. Cuando se logra escribir entre jornada y jornada en una repetición cíclica de vida, el cuerpo está cansado y no puede sino hablar de lo real, y lo real punza y lo real cuestiona. Como digo en un poema del libro: “la boca no puede pronunciarse en la incertidumbre del hambre”.

Por eso, la cultura siempre ha sido y es un producto de la clase dominante puesto convenientemente en manos de las propias clases altas o medias reales, que nos marca los rasgos identitarios y que dibuja una determinada estructura de sensibilidad para que sigamos deseando aquellas formas de existencia e identidad (basadas, por otra parte, en la aniquilación de la vida y del otro) que no nos pertenecen, ni nos pertenecerán nunca.

Nos han sometido mediante el deseo de llegar a ser alguna vez como ellos.

— En el teatro, ¿cómo conjugáis el construir obras estimulantes y críticas en tiempos de inundación audiovisual frívola y complaciente como los actuales?
No nos lo hemos planteado demasiado, la verdad… Nosotras tenemos procesos de investigación muy extensos que, por otra parte, creo que es lo que más nos gusta de cada obra: ir tirando del hilo, descubriendo cosas que desconocíamos, hablar con gente que estuvo implicada, ir conociendo datos nuevos de nuestra historia reciente hasta que componemos la obra final. Son procesos largos que duran lo que duran. En ese sentido, si el mundo quiere ir rápido, no nos importa mientras nos dejen un rinconcito para seguir tirando hilos. Que vayan como quieran. El teatro político, teatro documento con nombre y apellidos, siempre va a tener su público y es un público que es muy buena gente. Otra cosa son los prejuicios sobre todo de los medios, que etiquetan muy rápidamente aquello que creen que interesa y aquello que creen que no interesa. Lo etiquetan como tal, pero, como antes ya he dicho, los productos que ensalza la cultura dominante no van a estar en sintonía precisamente con los intereses de aquellas a quienes la clase dominante utiliza como instrumentos de producción.

— Desde tu trabajo con la danza y la expresión corporal, en esta época de superexposición, hipersexualización y retoque fotográfico, ¿qué relación de cada persona con su cuerpo crees que se está construyendo?
Sinceramente, creo que no hay nada nuevo bajo el sol. Siempre nuestro cuerpo, en especial el de las mujeres, ha estado expuesto a ser mercancía de intercambio. Sí que es cierto que hoy en día se hace mucho más evidente y grotesco el mercadeo de la carne. Mediante las redes sociales y las aplicaciones actuales, se ha esperpentizado este mercadeo; un catálogo en el que nosotros, nosotras y nosotres nos exponemos como productos deseables. Creo que no es sino un síntoma más de que hemos asumido como propios los deseos de aquellos que nos instrumentalizan. Que deseemos exhibir nuestros cuerpos de esa manera, repito, no es algo nuevo, pero la esperpentización que se está produciendo a través de estos espejos cóncavos en los que se están convirtiendo las redes, los catálogos de carne en los que nos exhibimos, están poniendo de manifiesto que nuestros cuerpos siempre han estado en venta y que, por desgracia, en esta sociedad es una mercancía que también se compra y en la que también aplican las leyes de la oferta y la demanda.

Archivado en: Literatura Poesía
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