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Covid-19 y debilitamiento del mundo. A propósito de Hannah Arendt
Si hay algo que ha atravesado la obra de la filósofa judía Hannah Arendt (Hannover, 1906- Nueva York, 1975) ha sido el esfuerzo por construir un mundo que nos permita vivir como seres humanos.
Para comprender lo que vamos a exponer a continuación, es necesario empezar entendiendo qué es el mundo en Hannah Arendt, demarcando así este término con respecto a lo que han podido entender otros pensadores y pensadoras a lo largo de la historia de la filosofía o inclusive dentro de lo que se entiende por mundo dentro del conocimiento popular.
El término mundo en la obra de Hannah Arendt es un término central que posee un significado propio y personal. El mundo, tal como Arendt lo caracteriza, tiene diferentes acepciones, no tiene un único significado, por lo que estamos ante un concepto un tanto complejo dada su equivocidad.
Entre todas las acepciones de mundo que esta pensadora despliega en su obra, vamos a centrarnos en las dos más importantes: la primera define el mundo como un espacio entre los seres humanos; y la segunda, como un espacio público y político. Así entendido, por mundo la autora no hace referencia a un espacio natural dado al margen de las personas, ni tampoco a un espacio que pueda crearse de forma individual, sino que apunta a un espacio artificial que depende de los seres humanos para existir y esa existencia surge a partir de un vínculo entre las personas, vínculo que se teje por medio de la acción política y del diálogo plural. La pluralidad, es decir, la aparición en el espacio público de todas las diferencias posibles entre seres humanos es la condición necesaria de este espacio que es el mundo.
Hacemos mundo cuando entre todas las personas nos hacemos cargo de nuestra polis por medio del diálogo, de la deliberación como partes fundamentales de la acción política.
El vínculo en el diálogo y la acción entre los seres humanos ante los ojos de los demás, ante la luz pública, es lo que permite, por un lado, el desarrollo de los asuntos de la polis, es decir, de los asuntos políticos y por otro, el que nos constituyamos como seres políticos. Esto último, en la línea de Aristóteles, para Arendt es lo que nos hace propiamente humanos, lo que nos saca de la mera animalidad. Es por ello que, mundo y seres humanos mantienen una relación de total dependencia.
Ahora bien, como el mundo no es un espacio dado, ni es la naturaleza, ni estamos haciendo referencia a algo material, así entendido, como un espacio de diálogo y acción conjunta, el mundo es un espacio inmaterial, lo que implica que sea muy frágil, sin duración y sin estabilidad porque depende de que lo alimentemos y cuidemos continuamente si no queremos que deje de existir, que dejemos de existir bajo una condición humana.
Hay que señalar en este punto que no todo espacio público sería propiamente político para la autora porque no sería lo mismo salir a una discoteca que hacer a una huelga. Algunos de los ejemplos más relevantes de creación de mundo que encontramos en su obra pueden ser los comités ciudadanos de la Revolución Húngara, los de la Revolución Americana o inclusive la Comuna de París. Hacemos mundo cuando entre todas las personas nos hacemos cargo de nuestra polis por medio del diálogo, de la deliberación como partes fundamentales de la acción política. Para Arendt la violencia nunca sería herramienta política. Ciertamente, estos modelos no son usuales a lo largo de la historia, son, como señala la propia autora, pequeñas perlas que aparecen como un milagro en el devenir histórico. Sin embargo, aunque sean momentos de excepción, nos brindan un modelo, una guía para ejercer la ciudadanía democrática, participativa, republicana.
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Pandemia y republicanismo: una práctica experimental de la libertad política
Si a Arendt le importa el mundo no es solo por salvaguardar la condición humana o fomentar una participación política, sino que es además porque en su deterioro se hace posible el alzamiento de los actos humanos más atroces como es el totalitarismo. En una de sus obras cumbre, Los orígenes del totalitarismo, Arendt relaciona la aparición del totalitarismo con la desaparición del mundo. Cuando el mundo desaparece, lo que nos queda es el desierto, dice la autora, y en el desierto solo habitamos como masas. Las masas son para la pensadora colecciones de personas que, aunque viven unas al lado de otras, están asiladas, atomizadas, desvinculadas entre sí. Esa desvinculación, ese hastío político, es el caldo de cultivo perfecto para el alzamiento de totalitarismos, dictaduras o partidos políticos acorde a este tipo de formas políticas. Todas ellas implican los mayores ataques que se le pueden hacer al mundo, no solo porque eliminan la pluralidad, esencia del mismo, sino también por sus planes sistémicos de dominación y exterminio de seres humanos. Cuando el mundo desaparece todo es posible.
En la actualidad estamos viviendo una pandemia que lo que ha fomentado y ha motivado ha sido el mantenernos alejados unos de otros. Nuestra casa es el lugar más seguro, el otro es una amenaza, yo soy una amenaza para el otro. En estos dos años conviviendo con la Covid-19, se ha motivado el individualismo, el aislamiento, la soledad, el miedo al otro, es decir, las características propias de las masas y de la pérdida del mundo que definía Hannah Arendt. Si ya antes de la pandemia el interés por ese entre que es el espacio político estaba mermado, tras la Covid-19 este espacio se ha erosionado aún más, el desierto ha ido creciendo porque los vínculos humanos en el espacio público son cada vez más anecdóticos, menos comprometidos, más frágiles, menos duraderos e incluso no se dan.
A lo largo de la pandemia y en la actualidad parece que hemos puesto de relieve la importancia de ejercer la libertad individual, de recuperar los espacios públicos, pero no hemos reclamado los espacios políticos. Hemos deseado y pedido ocupar los bares, las discotecas, poder vernos con nuestros familiares, salir de nuestras provincias e ir de vacaciones, volver al trabajo presencial… y esto está muy bien, pero ¿y reclamar el espacio político que como ciudadanía hemos perdido?
Volver a manifestarnos, hacer huelgas, sentadas, dialogar públicamente sobre cuestiones públicas y políticas ocupando espacios públicos, practicar el asociacionismo, sindicarnos… Es importante reclamar la vida social, pero también lo es reclamar las acciones propiamente políticas con las que crear el mundo.
Si miramos a nuestra más inmediata actualidad vemos la inflación, las cifras del paro, el empobrecimiento general de la población española, la pérdida del poder adquisitivo, la subida en los combustibles y la energía, y ante esto, no hacemos nada. Bueno sí, igual escribimos una queja en twitter, nada más.
Si ya antes de la pandemia el interés por ese entre que es el espacio político estaba mermado, tras la Covid-19 este espacio se ha erosionado aún más, el desierto ha ido creciendo porque los vínculos humanos en el espacio público son cada vez más anecdóticos, menos comprometidos, más frágiles, menos duraderos e incluso no se dan.
Ya no salimos a las calles a manifestarnos, no nos sentamos en las plazas públicas, ni en las puertas de los ayuntamientos, ni en las avenidas, ni en las plazas de los pueblos, no debatimos en asociaciones, no creemos en los sindicatos… por contrapartida, lo que hacemos creyendo compensar estas faltas es ceñirnos al cómodo clic: a la corta palabra de twitter, al slogan fotográfico de Instagram, a dar un like, a reenviar de forma masiva un mensaje de WhatsApp, a poner una frase en Facebook... pero, ¿esto es suficiente para crear un mundo, para cambiar el rumbo político? ¿Son suficientes estas acciones para parar una situación política que nos desfavorece, que nos dificulte vivir o incluso que nos ataque directamente con medios violentos, como podría ser el caso de encontrarnos ante un movimiento totalitario, una dictadura, una guerra…? Consideramos que no, que estas acciones no son suficientes ni para ejercer la resistencia, ni para promover la formación de una ciudadanía activa y comprometida, ni tampoco para crear un espacio político.
En este ambiente de desvinculación entre las personas, cuando nos olvidamos de crear espacios políticos y de ejercer una ciudadanía participativa y activa, es donde las plagas se gestan, se expanden y, aunque creemos que volver a una dictadura, a un totalitarismo, o a gobiernos de ese corte político, no es posible por parecer demasiado estúpido, es importante recordar lo que afirmaba Albert Camus en su obra La peste:
La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, […]. Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas.
Con las plagas Albert Camus no solo se refería a la peste, la peste es la metáfora del totalitarismo, de la pérdida de la libertad, de la ciudadanía y de la democracia; la peste las va arrasando poco a poco, sin que queramos verlo, sin que nos demos cuenta. Pensamos que no es posible, pero un día estamos apestados.
Si atendemos a los datos de los partidos políticos europeos, vemos cómo en Europa se cierne y crece la sombra del neoconservadurismo poco a poco. Vemos cómo las extremas derechas son cada día más populares en Francia, Alemania, España, Italia, Hungría, Polonia, Grecia… Sus triunfos son síntoma del crecimiento del desierto, o lo que es lo mismo, de que el mundo se ha debilitado, de que está desapareciendo. Nos conformamos con todo lo que nos llega y no nos movilizamos, no rechazamos las subidas de la energía, de la luz, del transporte, de los alimentos.
Volvamos a recordar en este punto las palabras de Hannah Arendt: fortalecer el mundo es impedir el derrocamiento de las democracias, es fomentar la participación ciudadana, es luchar por habitar un lugar mejor, más justo, más vivible para toda persona.
La pandemia ha debilitado los vínculos humanos y con ello, se ha debilitado el mundo.
Desde esta perspectiva, salir de la pandemia no es solo quitarse una mascarilla, ni volver a juntarnos en bares, ni dar un abrazo a un familiar, ni acudir a un concierto. Salir de la pandemia también implica recuperar algo que hemos perdido: el vincularnos con las demás personas sin miedo, el estar de nuevo juntos y juntas creando el espacio político, proteger la democracia, salir a dialogar, unirnos para hacer una huelga, sindicarse, tomar las calles para mostrar nuestras quejas o apoyos; en general, salir de la pandemia implica también tomar parte, de forma conjunta a través del diálogo y la acción política, de los asuntos humanos, de los asuntos políticos, de nuestros asuntos o como diría Hannah Arendt: de constituir el mundo.