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Fútbol
¿Qué se juega en el deporte?
El fútbol no es un deporte. Este es el título de un artículo que firma Fernando García Regidor para la página web de la CNT de Bilbao. En el texto, no demasiado extenso, el listado habitual de prácticas abominables que rodean al llamado deporte rey. Es un artículo que representa a la perfección la corriente de opinión que, aun defendiendo la práctica deportiva, rechaza los derroteros que ha tomado el deporte profesional, y más concretamente el fútbol, por lo que éste tiene de alienante, embrutecedor y capitalista.
Los argumentos a favor de esta corriente de opinión no son pocos. Si nos centramos, por ejemplo, en el fútbol, vemos como las grandes competiciones deportivas se han convertido en lucrativos negocios. Por otro lado, muchos de los clubes de fútbol han tolerado que sus cargos directivos hayan ido a parar a grandes empresarios que, en no pocas ocasiones, carecen de cualquier tipo de relación con los barrios y ciudades en los que se enraízan los clubes, y, lo que es peor, utilizan sus puestos de poder en la esfera deportiva para favorecer sus negocios privados. Y estos son solo un par de apuntes relacionados con la cuestión.
También encontramos una corriente de opinión que considera imprescindible recuperar el deporte como una arena política en la que intervenir
Teniendo en cuenta lo anterior, en los últimos tiempos no son pocas las voces que claman por un modelo de deporte, también en lo que afecta al fútbol, donde los intereses mercantiles queden marginados y sean los valores positivos del deporte los que tengan protagonismo. A partir de ahí, también encontramos una corriente de opinión, cada vez más importante en el seno de la militancia política y social de izquierdas, que considera imprescindible recuperar el deporte como una arena política en la que intervenir, apostando decididamente por un modelo deportivo que, por un lado, recupere su genealogía obrera y, por otro, sirva como correa de trasmisión de los valores antagónicos al capitalismo.
Al final, nos encontramos con un debate que no es nuevo. Como nos recuerda Gerard Pedret en La revolución deportiva. Anarquismo y deporte en Cataluña (1931-1939) (Piedra Papel Libros, 2022), no son pocos los artículos escritos en la prensa anarquista catalana que dan cuenta de la pugna entre aquellos sectores del movimiento libertario que consideraban el deporte una forma de entretenimiento burgués, y aquellos otros que apostaban por la creación de clubes deportivos asociados a la clase obrera para, entre otros objetivos, favorecer espacios de sociabilidad saludables entre los jóvenes y utilizar el tejido deportivo con fines proselitistas.
En realidad, el rechazo a las derivas mercantilistas del deporte y la apuesta por un modelo deportivo de carácter popular, han ido siempre de la mano. Sin embargo, hay una parte de la historia de la transformación del deporte en un espectáculo de masas que suele ser bastante ignorada y que, a día de hoy, sigue teniendo eco en las luchas emprendidas por los deportistas para mejorar su condición social. Tal y como nos cuenta Alberto Luque en Melé en las gradas. Reflexiones para la recuperación del deporte obrero (Piedra Papel Libros, 2022), fue precisamente la lucha por la profesionalización del deporte y la mejora de las condiciones laborales de los obreros que practicaban rugby o fútbol, la que permitió la socialización masiva de la práctica deportiva y su recuperación para los intereses de la clase trabajadora.
Si rastreamos la historia de buena parte de los clubes deportivos que hunden sus raíces en los albores del siglo XX, encontraremos que muchos de ellos han nacido por iniciativa de la clase trabajadora
Efectivamente, desde finales del siglo XIX hasta la finalización de la II Guerra Mundial, la explosión de clubes deportivos vinculados a las organizaciones obreras se hizo sentir especialmente en Europa y Latinoamérica. Atrás quedaron aquellos clubes deportivos fundados por las grandes empresas capitalistas con el propósito de domesticar a sus plantillas. Por el contrario, durante estos años proliferaron los equipos creados directamente por militantes socialistas y anarquistas, y aquellos otros que, a pesar de no deber su creación a organizaciones de izquierdas, nacieron en barriadas obreras, pueblos mineros, distritos fabriles, etcétera. En ese sentido, si rastreamos la historia de buena parte de los clubes deportivos que hunden sus raíces en los albores del siglo XX, encontraremos que muchos de ellos han nacido por iniciativa de la clase trabajadora.
Junto a ello, no podemos olvidar que fueron los deportistas de extracción obrera ―aquellos que después de cada partido debían volver al tajo― quienes exigieron compensaciones por lesión, días de descanso y una retribución digna por jugar que, como en el rugby, siempre fue criticada por aquellos jugadores de extracción burguesa y aristocrática que defendieron el amateurismo a ultranza. Una lucha que canalizaron a través de un amplio repertorio de herramientas de protesta y reivindicación, incluida la huelga, que les permitió ganar una posición de fuerza con la que imponer sus legítimas demandas.
Históricas fueron, por ejemplo, la huelga de los futbolistas argentinos en 1931 y, mucho más recientemente, la huelga de los futbolistas españoles de 1979. Como histórica será también la lucha emprendida por las jugadoras de fútbol en el Estado español, que no solo han exigido la dignificación de sus condiciones laborales sino que se han plantado contra el machismo inserto en la estructura deportiva futbolística. Hablamos de una movilización que, por un lado, parte de unas jugadoras que son plenamente conscientes de sus orígenes humildes, y, por otro, se apoya en la emergente estructura sindical que está favoreciendo la articulación de este colectivo.
Llegados a este punto, parece justo abordar las implicaciones políticas del deporte no solo desde la óptica crítica con su deriva mercantil. Teniendo en cuenta esto, y siendo conscientes de la enorme repercusión que en nuestras sociedades tienen las distintas prácticas deportivas, parece aventurado despreocuparse de una arena política de primer nivel que, además, se ha construido socialmente a través de un corpus de aportaciones donde la clase obrera ha jugado un papel protagonista.