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Coronavirus
La gota que colma el vaso
Las clases más pudientes se encuentran totalmente empoderadas mientras que las condiciones de la clase obrera cada vez son más precarias, su fuerza como colectivo se atomiza y las expectativas de un cambio sistémico se difuminan. Es el momento de pasar a la acción.
En la última semana hemos sido espectadores de las primeras concentraciones organizadas como consecuencia del COVID-19 en nuestro país. Estas han sido dirigidas por las clases más pudientes, poco acostumbradas a las manifestaciones, en lo que ha sido popularmente denominado la «Rebelión de los Cayetanos». A la vez que diversos estudios demuestran cómo la letalidad del coronavirus ha sido mucho mayor entre las clases más humildes, en una demostración de cinismo sin precedentes, la clase privilegiada ha salido a la calle en protesta contra el Gobierno de PSOE-Unidas Podemos. Lo que ha dado lugar a imágenes caricaturescas como la queja de un vecino del barrio de Salamanca de Madrid desde su descapotable conducido por su chófer, la apropiación de lemas y simbología antifascistas por parte de grupos conservadores, actitudes que recuerdan al golpismo propio de la oposición venezolana, y propuestas de referentes culturales de la derecha como Sánchez Dragó de un «gobierno de salvación nacional presidido por Juan Roig y Amancio Ortega».
Propongo un gobierno de salvación nacional presidido por Juan Roig y Amancio Ortega. Seis meses en funciones para levantar el cautiverio y reactivar la economía. Luego, elecciones.
— Fernando Sánchez Dragó (@F_Sanchez_Drago) May 18, 2020
Sr. @PabloIglesias , usted es la gota que colma el vaso.
— Cayetano (@Cayetano_Rivera) May 16, 2020
P.D: Cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho... pic.twitter.com/t2X4ZQ8hiJ
Esta expansión de la Rebelión de los Cayetanos en distintos puntos del país choca con el rol que juega la clase obrera como sujeto revolucionario. La realidad es que desde 2011 presenciamos el descenso de la movilización por parte de la clase trabajadora frente a la precarización de sus condiciones de vida, lo que parece tener su clímax en la situación actual de crisis del coronavirus. Esto lo vemos claramente reflejado en el hecho de que hayan sido las clases más acomodadas las protagonistas de los levantamientos en un momento de crisis del capitalismo, cuando lo natural hubiera sido una oleada de protestas por parte de la clase oprimida. Tenemos que ser conscientes de que, tras los persistentes ataques neoliberales, la conciencia de clase y la combatividad que nos caracteriza han sido progresivamente desgastadas, encontrándonos, como se dice en la jerga del boxeo, groguis por el momento. El primer paso de la contraofensiva es la realización de un diagnóstico de la situación, la clase obrera se encuentra en un momento crítico y si no actúa de manera inmediata puede sufrir un golpe casi mortal de la mano de la crisis del COVID-19.
La realidad es que desde 2011 presenciamos el descenso de la movilización por parte de la clase trabajadora frente a la precarización de sus condiciones de vida, lo que parece tener su clímax en la situación actual de crisis del coronavirus.
Mientras que en anteriores crisis cíclicas del capitalismo lo normal era el surgimiento de discursos y alternativas anticapitalistas orientadas al derrocamiento del sistema, ahora no parece existir alternativa. Así, en crisis previas, con el ejemplo de la Unión Soviética sobre el tablero político, las aspiraciones de la clase trabajadora iban orientadas hacia sociedades socialistas más igualitarias. Los partidos socialistas de clase implicados en la reforma del capitalismo en épocas de calma, durante los momentos de crisis se comprometían a su derrocamiento de modo revolucionario. Con la caída de la Unión Soviética y la imposición del modelo neoliberal estos partidos de clase encuentran difícil obtener un hueco en la democracia liberal y si los hubiera sus líneas de actuación en ningún caso parecen ofrecer medidas disidentes con el sistema de mercado.
Bajo el paradigma de la posmodernidad en el que nos encontramos no parece haber una oposición sistémica ni alternativas al neoliberalismo. Todo se enmarca en nombre de discursos dentro de una misma doctrina y, como mucho, los esfuerzos de la izquierda parlamentaria van en dirección hacia una adjetivación del capitalismo: eco capitalismo o capitalismo sostenible, capitalismo ético, capitalismo consciente, capitalismo lineal, etc. Todo esto bajo la supervisión de las élites mundiales personificadas en las grandes fortunas, las cuales son blanqueadas sistemáticamente en los medios de comunicación, como es el caso de Amancio Ortega en nuestro país. Tampoco está de más recordar que la movilización en las calles se encuentra en mínimos históricos, no convocándose una huelga general en España desde 2012, sin ser esto debido a la falta de razones para ello.
Es tal la obnubilación en la que vive la clase obrera que el clásico conflicto entre asalariados y patrones inherente a las relaciones de producción parece no existir. En vez de recriminar a sus patrones la aplicación de un ERTE, es un comportamiento típico de los asalariados dirigir las críticas hacia el Gobierno, acusándole de no haberles pagado la prestación por desempleo a tiempo. Además, el sistema se ha reforzado frente a un intento de revuelta popular desde el anterior amago de ello con el 15M. Mediante un intervencionismo autoritario al servicio de los recortes se instauró la Ley mordaza y ahora directamente ya no existe derecho de manifestación —salvo para los cayetanos— por la casual circunstancia de pandemia en la que nos encontramos.
Mientras que la desigualdad se profundiza, las clases más acomodadas se sienten ofendidas cada vez que el Estado trata de intervenir en la economía mediante algún tipo de fórmula que no se adecue al dogma liberal. La hipótesis de la economía de mercado se fundamenta desde sus orígenes en la separación de la esfera de la economía y la política, por lo que todo tipo de medida política que impida el libre desarrollo del aparato productivo atenta contra los principios del liberalismo económico.
La hipótesis de la economía de mercado se fundamenta desde sus orígenes en la separación de la esfera de la economía y la política, por lo que todo tipo de medida política que impida el libre desarrollo del aparato productivo atenta contra los principios del liberalismo económico.
De la mano del desgaste de la clase obrera aparece un empoderamiento de las clases altas. Debido a la tenue amenaza que supone para los capitalistas la revuelta de los oprimidos, estos no dudan en denunciar cualquier mínimo recorte de su plusvalía, aunque sean causados por motivos de salud. La realidad es que, pese a que los medios caractericen a la clase obrera de radical y beligerante, esta, acostumbrada a una explotación estructural, no tiene la piel tan fina a las restricciones del gobierno de turno como sus opresores. Lo cual fue descrito de manera certera por Polanyi en La Gran Transformación: «Aunque las restricciones [en este caso con motivo del coronavirus] se apliquen a todos, los privilegiados tienen la tendencia a recibirlas peor, como si únicamente fuesen dirigidas contra ellos».
Consecuencia de lo anterior, burgueses y fascistas se ven con la legitimidad de salir a la calle para reclamar más libertades para ellos y menos para sus empleados ante la pasividad policial. Es bien sabido que, para el capitalismo, libertad significa libertad de mercado y como ya dijo Karl Marx: «La libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos». El debate ideológico sobre el concepto de libertad se ha decantado del lado de la derecha, a pesar de que quienes más sufren su privación sean las masas. Este fenómeno de demanda de libertad como sinónimo de privilegio no es exclusivo de España, ocurre a nivel global, y se ve claramente reflejado por los cayetanos en nuestro Estado y los grupos ultraconservadores echados a la calle, que contribuyeron a la elección de Donald Trump, en Estados Unidos.
Es bien sabido que, para el capitalismo, libertad significa libertad de mercado y como ya dijo Karl Marx: «La libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos».
En conclusión, que se estén movilizando los grupos más reaccionarios de la sociedad no es debido a que teman un recorte de sus privilegios, sino que, regidos por una metodología individualista, son conscientes de la oportunidad que se les presenta. La clase capitalista ve en la crisis del coronavirus la situación idónea para ampliar sus privilegios a costa de la miseria de la clase trabajadora. La identidad de clase parece haber sido sustituida por la de consumidores globales en el marco de un capitalismo rosa, en el cual nos sentimos afortunados de participar hasta donde se nos permite. Por lo que si no tomamos cartas en el asunto nos encaminamos hacia la erosión de toda forma de comunidad y organización colectiva, lo que se traducirá en nuevas formas de opresión. Formas de opresión más terribles que las del siglo pasado debido a que, al encontrarnos bajo una alienación total, seremos incapaces de percibirlas.
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Estáis delante de la versión española del "Procés" catalán.
La creación de un movimiento identitario por y para las clases medias. Hablan el mismo idioma: "libertad", "democracia" y "nación" mientras que defienden a muerte el neoliberalismo. Buscan la transversalidad, esa de la que tanto se llenaba la boca la CUP, y la consiguen gracias al nacionalismo, a las banderitas. Y así irán apareciendo las primeras concentraciones en ¿Carabanchel?, ¿Alcorcón?. Dirán que el Gobierno les reprime, encarcela y alguno se exiliará de vacaciones por Europa. Harán amiguetes sospechosos en Bélgica o en Italia, todos ellos muy democráticos. Dirán que la Justicia es una fake cuando les empiecen a llover las multas. Promoverán cierres patronales con la colaboración de nuevos sindicatos patrióticos y de los Comités de Defensa de ¿España?. Y a algún tarado se le ocurrirá jugar con el Quimicefa. ¿De verdad que no os suena todo esto?
Y lo que la "izquierda" entendía, defendía o valoraba en Catalunya se convierte en aberración democrática cuando ocurre en España. Y ésta es la gran derrota.
La clase obrera trabaja. Explotada y precarizada, si tiene trabajo. Además de la jornada pagada realiza las tareas que las clases pudientes delegan ( a bajo precio) y ,si acaso le queda tiempo, se relaja. A la inquietud de pagar las facturas se suma la competencia por la falta de empleo, lo que genera miedo, insolidaridad y docilidad: un planazo para el capital y terreno abonado para el fascismo. Y a ver cómo salimos del bucle si nos siguen apretando...
Increíble ver una manifa de personas en descapotables tocando la cacerola robada a sus sirvientes... La clase obrera trabajando y los pudientes desesperados por qué no les llega el gramo semanal, que gandules son estos de las SICAV