Coronavirus
¿Cómo suenan los duelos? La voz como memoria y acompañamiento

El duelo es un cara a cara con un tiempo suspendido, un intervalo, una grieta. Estamos atravesando una situación de duelo con mayúsculas.
14 may 2021 06:00

El pasado 16 de abril fue el Día Mundial de la Voz. También hace algo más de un año que falleció mi tía Maribel por coronavirus, a quien dediqué un texto de despedida en este medio. Este día se enuncia desde lo global para concienciar a la población sobre la importancia del cuidado de la voz. Sin embargo, como suele pasar con las fechas universales de todas las causas posibles, deja a su paso muchas historias cotidianas que desbordan el calendario. El cuidado de la voz puede pensarse en un sentido amplio. No solo desde una perspectiva fisiológica de cuidar la propia voz, sino también de cómo cuidamos a otras personas a partir de la nuestra. De cómo nuestros vínculos se tejen en una trama relacional que también suena. 

Si la palabra “mundial” tiene algún significado posible en esta ecuación, es que desde hace ya más de 365 días desayunamos con un recuento de muertes como paisaje sonoro, una “peculiaridad incómoda” a la que otros territorios y sus respectivas poblaciones llevan años asistiendo sin un virus como causa. Las cifras adheridas al café de cada mañana nos informan sobre la pandemia, pero tras los visillos de esos datos hay contención entre muros y abismo entre pieles, la imposición de una productividad capitalista que nos exige aparentar estar mejor de lo que estamos.  

Duelo por nuevas distancias que se abrieron entre los cuerpos. Duelo por una pantalla como única ventana al mundo. Duelo por sostener los duelos, los propios y los ajenos, sin los rituales habituales

En una indagación colectiva sobre el lenguaje del coronavirus, me preguntaron qué palabra me hubiera gustado que se usara más al hablar de la pandemia. Respondí “duelo”. Duelo tiene una doble acepción que hace referencia, por un lado, al enfrentamiento y, por otro, al dolor. Una aflicción no necesariamente limitada a la pérdida de un ser querido, sino relacionada con la transformación de nuestras vidas. El duelo es un cara a cara con un tiempo suspendido, un intervalo, una grieta. Estamos atravesando una situación de duelo con mayúsculas. Duelo por nuevas distancias que se abrieron entre los cuerpos. Duelo por una pantalla como única ventana al mundo. Duelo por sostener los duelos, los propios y los ajenos, sin los rituales habituales. ¿Qué ha supuesto la voz, lo sonoro, en nuestros acompañamientos durante el confinamiento? ¿Es la voz una forma de sostenernos?

Una vez, una amiga compartió conmigo el dolor que le causaba empezar a olvidar la voz de su abuela ya fallecida. Su relato me trasladó la importancia de la memoria sonora, así que, en una especie de acto premonitorio, grabé un pequeño audio la última vez que vi a Maribel. Mi tía ya no podía hablar debido a su demencia semántica, pero sí podía emitir sonidos. A pesar de tener un avanzado daño cognitivo, su expresión emocional se reflejaba en la modulación de las sonoridades que podía producir. En esa grabación se escucha el rechinar de sus dientes, los jadeos intermitentes y las metamorfosis de su particular universo lingüístico. He vuelto a ella varias veces y, aunque no sea desde lo discursivo, la forma en que suena evoca su manera de habitar el mundo desde lo sonoro, llena de sonido el pretendido silencio del duelo. 

Pienso en por qué escribo esto, si es para mí, para ella, para otras personas. En si estas líneas resonarán en otros duelos

Semanas más tarde de que muriese Maribel, esta misma amiga me mandó un correo. En él me decía que le había costado mucho encontrar las palabras para decirme todo lo que le hubiera gustado decirme. Que, hermanada en mi duelo, este le recordaba al suyo por la muerte de su abuela. Que, sin ser creyente, le entraban ganas de que Maribel y Sarah se conociesen allá en no se sabe dónde o aquí, en nuestra propia amistad. Añadió también un enlace a un artículo de Yásnaya Elena A. Gil titulado “La palabra como ritual”. El texto es un acercamiento a la ritualización de la muerte en la cultura mixe, donde se menciona la importancia del sonido de las campanas o la dimensión terapéutica del relato en la ceremonia. La autora expresa la dificultad de poder llevar a cabo estas despedidas en una situación de confinamiento, pero finaliza con la certeza de que inventaremos otros formatos para que “la muerte se convierta en un hecho de vida”. Y sus palabras cobraron sonido en mi pantalla, las de mi amiga como mediadora, convirtiéndolas en un homenaje improvisado a tres voces en código binario. 

Es curioso cómo mi duelo y el de mi amiga se enredaron para siempre en lo sonoro. El paralelismo que trazamos concedió a la voz un lugar especial entre el dolor y la amistad, y los audios infinitos que nos mandamos hacen las veces de pasarela sobre el océano que nos separa. Pienso en por qué escribo esto, si es para mí, para ella, para otras personas. En si estas líneas resonarán en otros duelos. La voz mediada por la tecnología como forma de agarrarnos a los ecos de la corporalidad. La voz grabada de quien está lejos. La voz de quien acompaña el dolor al otro lado del teléfono o la pantalla. La voz a través de estos dispositivos hace las veces de sinalefa entre vocales, entre bocas, en medio de la distancia de los cuerpos. Son extensiones por las que trascienden los dolores y los duelos, donde cuerpos, tecnologías, afectos, lenguajes se anudan en el recuerdo. La voz como anclaje, como palabra de aliento, como canción de la infancia. La voz como reminiscencia de quien se fue, pero permanece desde un sonido que casi podemos tocar. 

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#90168
16/5/2021 9:27

Hola. Hay algo siniestro en el texto. Creo que puede ser la pérdida de "humanidad" en la sustitución de la voz por el estertor. También y quizá por ello, belleza, la que se asoma cuando comienzas a dejar de ser para ser tod@s en el final, quién sabe, si en el inicio; o sencillamente por el descanso de poder dejar de ser.
En mi caso cuento con la ventaja de que dejar de ser, además de la mejor opción, es la única que me han dejado quienes podían evitarlo.
La mía, como la de la mayoría, es una historia de Clase, de valor moral y derivado de éste, ontológico. Es la misma historia de siempre representada por los mismos de siempre: quienes agrupados en la idea compartida de ser mejores, odian al resto en grupo, los cobardes fascistas de siempre pero con indumentaria, en general, inopinada en ese sádico papel.
No es que la Historia no esté trufada de los crímenes cometidos por estos credencializados, es que a pesar de ello nos resistimos a ver la evidencia de su soberbia, indiferencia y en no pocas ocasiones, crueldad satisfecha.
En definitiva, hemos terminado creyendo que nuestra vida biológica depende más de ellos que de las jornaleras esclavas que nos dan de comer; seguro que porque hemos creído que ellas no han hecho méritos para disponer de nuestro agradecimiento y admiración, después de todo son pobres.
Es común a todos los grupos así constituidos, como a los individuos que los conforman, no admitir si quiera como posibilidad el error. Su sentido de grandeza moral, intelectual y ontológica, investida de una épica exclusivista y victimista les proporciona una coartada impenetrable para justificar ante sí mismos los más abyectos actos de crueldad.
Como el atributo moral más destacado de cualquier fascista es la cobardía, en este colectivo clasista arraiga en la garantía legal de impunidad.
Y así ha sucedido que mis súplicas humilladas de auxilio se han ido depositando en la sentina del "narcisismo de las pequeñas diferencias" que se reproduce en la historia de distintas formas para dar lugar a los mismos resultados. Nos convencimos de que el nazismo sucedió sin nazis de modo que no se puede repetir, pero todos sabemos que no fue así.
Aquéllos nazis están entre nosotros, hace unos 20 años como pasivos espectadores de la barbarie, hoy como protagonistas de ella subjetivamente legitimados por la misma superioridad moral de entonces pero impostada en el exhibicionismo teatral de la propaganda de teleserie: el guapo y la guapa vacía en quien hemos confiado. El nihilismo sexualizado, moralmente idiota e intelectualmente superficial, hepidérdimo y soberbio.
Lo peor, todas deberíamos saberlo, no es la muerte, ella no es sino la fiel compañera que nos rescatará cuando vivir resulte insoportable. Lo peor es la humillación, la indefensión y la soledad que las acompaña. La absoluta impunidad de las clases dominantes.
Fíjate que a pesar de sentirla como la mejor y única opción, no puedo señalarles porque sé que no quedarían satisfechos con el cobro de esta pieza sino que irían a por todo lo que hubiera podido dejar en vida y pudiera contener una dignidad de la que carecen.La
Gracias.

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#90160
15/5/2021 23:21

Voz, voces, sonidos, susurros, muecas y sonrisas de seres de carne y hueso que conocimos, que amamos y que añoramos. Duelos solitarios que anhelabamos unidos, hurtados por un duelo escurridizo que se nos vuelve eterno, que se mece en nuestros cuerpos llevándose nuestras almas. Eternidad de un duelo entre cuyos disturbios ya se divisa la tenue luz, aún lejana, de los murmullos de la vida. Ojalá sea nuestro verano salvador, adios primavera que por segunda vez nos falló. Ya amanecen nuestros chillidos de alegría, recuerdos de otros tiempos, otros seres, otros lugares. Labios, bocas, besos vuelven a sonar, escuchad ya sus voces, compás de la libertad.

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