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Un individuo alienado de todo sentimiento de pertenencia a una comunidad, sometido a leyes y reglas contradictorias y confusas. Indefenso ante un monstruo sin rostro y sin piedad. A veces el monstruo parece dormido, pero despierta en cualquier momento, y lanza su zarpazo ¡zas! Ella no sabe cuándo despertará, ni de dónde le vendrá el ataque. Lo único que sabe es que el ataque vendrá y que cuando venga estará sola y aislada. Solo y aislado. Así es el ser humano que describe Franz Kafka en novelas como El Castillo o El Proceso, entre otras (de ahí el archi-conocido adjetivo “kafkiano”). El Castillo es mi favorita —por decirlo de algún modo. Cuando el protagonista llega al pueblo nevado en el que el tiene que prestar sus servicios, se encuentra con que allí nadie espera a un agrimensor. Pero estamos en pleno invierno, es tarde, de noche, y está muy cansado; quizá no sea éste el pueblo al que tenía que llegar, quizá se ha perdido en la niebla, está tan cerrada. De momento, sólo quiere descansar. Mañana se aclarará todo.
La comunidad del pueblo que depende del Castillo se muestra hostil con el forastero, rechazándolo de formas diversas. Él ha dejado atrás casa, familia, todo, porque le ofrecieron trabajo. Emprende una obstinada búsqueda a ciegas, intentando conseguir una entrevista con alguien que le explique quién lo llamó, qué ocurre. Pero nadie responde, todas las puertas se le cierran. Todo es laberíntico, complicado y como de pesadilla. El Castillo que solicitó sus servicios es totalmente inaccesible. Curiosamente (o no tanto), esa falta de accesibilidad genera una servidumbre incondicional entre los habitantes del pueblo.
El protagonista se adentra en un oscuro e interminable proceso burocrático en el pueblo gobernado por las herméticas autoridades del Castillo. Intentará dar con un tal Klamm —uno de los señores o funcionarios del Castillo, se supone— pero no lo conseguirá. Además, quizá no pertenezca siquiera al Castillo, todo es dudoso; pero, acaso por precaución, los súbditos reverencian a ese Klamm, pues creen que podría estar emparentado de algún modo con el Castillo. En realidad nada es lo que parece o como dicen los lugareños. Y allá va el que sólo tiene por nombre K., buscando por las calles nevadas, sin encontrar a nadie que le explique lo que está pasando.
El inquietante retrato que pinta Kafka bien podría ser el nuestro, pues describe perfectamente la forma en que el Departamento de Educación del Gobierno Vasco trata a todo su personal
Al leer la obra, la obstinación del protagonista por encontrar alguna lógica en la confusión de reglas ininteligibles y absurdas se convierte en algo tan angustioso como la servidumbre de los nativos. La fidelidad y el sacrificio a favor del Castillo de estos últimos no han servido de nada, como refleja la historia de la familia de Barnabás. Al acabar la novela inacabada es difícil decir que te ha gustado… “Gustar” no es la palabra.
Pero podemos decir que la novela es buena, muy buena. El inquietante retrato que pinta Kafka bien podría ser el nuestro, pues describe perfectamente nuestra situación. Mirad, si no, cómo trata el Departamento de Educación del Gobierno Vasco a todo funcionario que necesite algún trámite administrativo: del mismo modo que una grosera compañía de telefonía o electricidad trata a su pobre clientela, sin ningún respeto. Podéis imaginar cómo tratará a interinas y sustitutos.
Toman decisiones que provocan la desaparición total de las garantías que deberían salvaguardar. Fruto de malas prácticas reiteradas, cometen una y otra vez errores que resultan muy dañinos para el funcionariado, vulnerando nuestros derechos y perjudicando nuestras condiciones laborales. Si intentas que alguien te explique algo, nadie contesta, no hay explicación ninguna, no se puede dar con nadie que dé razón de lo sucedido, que nos tranquilice un poco, “estamos intentando solucionar el problema ocasionado; por favor, tengan paciencia” o algo parecido. Nada.
Tampoco puedes fiarte cuando te dicen “todos tus papeles están en orden”, porque igual se equivocaron y ahora se han dado cuenta y falta un papel muy importante o un procedimiento o un código o una firma y tal vez éso suponga que, en adelante, tu puesto de trabajo estará a doscientos kilómetros de tu casa; te dieron un plazo de diez minutos y medio para hacer alegaciones ¿no te enteraste? ¿no reclamaste? Ese no es nuestro problema. Lo más sorprendente es que desde lo alto del Castillo siguen tirando pasquines con el lema Auzolana-Bien común. ¿Por qué lo harán?
Opinión
Irakaslea bere bakardadean
En lugar de poner en marcha ningún trabajo por el bien común, lo que hacen es enloquecernos y enfermarnos, literalmente. Y cuando nos decimos unas a otras, para animarnos “lo que necesitas es un sindicato, no terapia”, olvidamos que los sindicatos, en buena medida, ya han sido fagocitados, anulados y absorbidos por el monstruo. Algunos se pasan el día ofreciendo la complicada información que la administración no da, respondiendo a preguntas y quejas que no les corresponden ¡y menos mal que están ahí para aclarar nuestras dudas y calmar nuestra desazón! Pero eso implica dedicar menos tiempo y tener menos cabeza para organizar la resistencia o la lucha. Son, somos impotentes ante la pérdida de derechos que avanza sin tregua, incapaces de frenar el maltrato al que nos somete el Departamento. El Castillo es tan inexpugnable como eficaz.
Mientras tanto, los Berritzegunes, el IVEI y compañía, más que absorbidos, siguen en los mundos de Yuppi, volcándose con entusiasmo en sus propios asuntos, predicando a los cuatro vientos la buena nueva de la innovación pedagógica, con la fe inquebrantable del converso ante la que la evidencia no vale nada. Muchas veces no saben siquiera lo que dicen, porque han olvidado por completo qué y cómo son las escuelas e institutos realmente existentes —demasiado barro para sus zapatos nuevos. Igual que el Departamento de Educación está acorazado en el búnker, ellos están en su burbuja de colorines, con los auriculares puestos. Y ahí seguirán, a la sombra del Castillo, en las faldas de la colina, columpiándose tranquilamente, lanzando sin vergüenza pompas de jabón sobre nosotras, desde las torres de marfil del Castillo, en constante culto a los señoritos de arriba, obedientes y mansos. Este era el panorama al acabar el curso. A ver qué metamorfosis increíble nos depara el nuevo año lectivo.
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Me gustan los vascos, vaya por delante que esto solo me importa a mí.
Solo trato de decir que es un pueblo generoso, idealista, y orgulloso de su territorio y de sus características.
Solo sus políticos no son(igual que en las demás CCAA)lo que ese pueblo, ni ningún otro merece.
Están muy por debajo de la voluntad de su pueblo, aunque sea votados, por otros ciudadanos vascos, que siguen, como suceden también en otros lugares, votando a políticos nacionalistas, sin voluntad de gobernar de manera responsable, en beneficio del pueblo.