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Llegamos más cansadas a esta huelga. El siglo de la información, del internet 4G, de las noticias que dejan de serlo pasadas unas horas y del algoritmo que despide personas es así de tirano: este año, la propuesta de huelga feminista de la Comisión 8M ya no es nueva y, probablemente, no despierte tanto el interés de los medios aunque las desigualdades y las violencias que denuncia la huelga no hayan desaparecido.
Por si fuera poco, la perspectiva de unas elecciones generales el 28 de abril no solo saca la huelga feminista de las prioridades informativas, sino que genera intereses entre las feministas partidarias empeñadas en introducir los mensajes de su partido en los entornos militantes, y no tanto en lograr que la segunda huelga pueda salvar los vacíos del año pasado y ser, esta vez sí, una huelga de todas.
Será además una huelga a un Gobierno interino, ya que las Cortes deberán ser disueltas antes del 5 de marzo para cumplir el calendario electoral. Además, los partidos deberán presentar sus candidaturas entre el 15 y el 23 de marzo, por lo que es de esperar que en los días previos y posteriores a la huelga se hable más de listas y coaliciones electorales que de las consecuencias de que paren las mujeres en todos los ámbitos de la vida y a nivel global.
Porque, este año, el reto de la huelga es ser internacional y a ella se suman por primera vez Chile, Bélgica, Alemania y Portugal, junto a los países que ya han pasado por la experiencias otros años como Argentina, Polonia, Italia o España, dando ejemplo de cómo las alianzas entre mujeres son imparables cuando la era digital desdibuja las distancias entre nosotras y cuando se tienen mil motivos.
Sí, estamos cansadas y sabemos que queda mucho trabajo en los días que preceden al 8M. En primer lugar, porque nos toca reescribir la huelga para que no pierda su potencial como herramienta para denunciar las violencias que viven las mujeres en todo el mundo. En segundo lugar, para no dejar que la conviertan en altavoz de los mensajes partidistas que ya están en las marquesinas y en los grupos de WhatsApp. Y, sobre todo, para poder tener este 8M tanta o más fuerza que en 2018. Tanta, tantísima, que se anteponga a las diferencias y nos mantenga juntas, también en las grietas.
Estamos cansadas, pero vamos a hacerla. Nos sigue yendo la vida en ello.
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Una huelga es una herramienta para forzar un pacto, un acuerdo,... dentro de una negociación en curso o en vistas de conseguirla. Es el último recurso con el que cuenta la clase trabajadora para mejorar sus condiciones laborales y por tanto de vida. Es un sacrificio, es una medida valiente que conlleva un coste difícil de asumir pero necesario en momentos críticos y donde la unidad es la clave para la victoria. Ahora bien:
¿Qué se está negociando o se quiere negociar?
¿Con quién?
¿Quién lo defenderá y cuando?
¿Quién va a asumir el sacrificio de la huelga si no se obtiene respuesta a las tres primeras preguntas?
¿Dónde está ahora la unidad?
¿Son conscientes los sindicatos de estar acuñando un nuevo concepto de huelga?
El 8 M es una huelga de consumo (de emociones), un simulacro, un artificio, donde lo relevante no es obtener nada factible, real, que pueda mejorar las condiciones de vida de la mitad de la población, lo relevante es sentirse representadx y emocionalmente reconocidxs... como dicen ahora: visibilizadxs. De la política espectáculo a la huelga espectáculo, sin un objetivo más que el propio consumo de la acción. Una huelga vacía de contenido pero rica en matices emotivos, sugerentes.... si hasta hay un color corporativo!!. Una huelga anuncio, para que salga en el telediario y dure lo mismo que el último sketch de Ikea. Una huelga por y para consumidores. Una huelga que sólo secundarán los yonquis emocionales que puedan pagarse la dosis. Un simulacro en el sentido más "Debordiano" del término.
Ojo, que conste que no pongo en duda ninguna de las reivindicaciones históricas o actuales del feminismo, lo que cuestiono es la herramienta utilizada para conseguirlas y el riesgo que supone la utilización emocional de esta herramienta cuando se le despoja de su contenido de clase y se vuelve, como dicen ahora..... transversal. Una transversalidad que oculta la desigual distribución de la riqueza y perpetúa los privilegios de clase. Vaya, el viejo clasismo pero con una pátina progre.
El 15 de Marzo hay convocada otra huelga, por ahora de estudiantes, contra el cambio climático. ¿Veremos a Greenpeace cerrando empresas y cortando carreteras?
Se ha abierto una brecha que puede enterrar para siempre una de las herramientas de defensa de la clase trabajadora. Supongo que como ya no existe la clase trabajadora, ¿verdad?, tampoco debería de existir la huelga tal y como la hemos conocido hasta ahora.
El postureo de la izquierda será su tumba.