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Diccionario de la Posverdad
Campaña y promesa electoral
Para entender por qué hemos alcanzado un estadio cultural en el que la distinción entre verdad y mentira apenas parece contar ya en la esfera pública, hay que fijarse en la competición partidista por acceder al poder. No se trata de que esta tenga lugar, pues no se ve de qué manera podríamos tener democracias funcionales sin ella; el problema está en la manera en que se desarrolla la pugna por obtener el voto de los ciudadanos en las distintas convocatorias electorales. Participan en ella los partidos políticos, pero también los medios de comunicación y, en el espacio público contemporáneo, movimientos sociales y ciudadanos activos en redes sociales.
Es fácil deducir el efecto que para el buen funcionamiento de la democracia y para el respeto a la verdad tiene la extensión indefinida de las campañas electorales
Sucede que la ausencia de reglas definidas sobre lo que los partidos pueden o no hacer para persuadir a los votantes ha terminado por convencer a esos mismos partidos de que cualquier medio es bueno para conseguir el fin del éxito electoral; de ahí el recurso habitual a la demagogia, la provocación o la exageración. Pero también el uso de mentiras y medias verdades: se diría que durante las campañas electorales vale casi todo, razón por la cual a menudo se quita importancia a lo que haya dicho tal o cual candidato pretextándose que ya se sabe lo que pasa con los mítines.
Es fácil deducir el efecto que, para el buen funcionamiento de la democracia y para el respeto a la verdad, tiene la extensión indefinida de las campañas electorales. Y por algo se habla hoy de «campaña electoral permanente» para designar una atención prioritaria sobre las encuestas de intención de voto.
Si hay que elegir, la acción propagandística prevalecerá sobre la acción gubernativa o parlamentaria
Si hay que elegir, la acción propagandística prevalecerá sobre la acción gubernativa o parlamentaria. A ello contribuye decisivamente un ecosistema mediático empeñado en producir novedades sin pausa y en atraer la atención del público; la política democrática se acelera y los propios partidos hacen uso de las redes sociales sin preocuparse por la veracidad de lo que en ellas sostienen: solo se trata de mejorar su posición de cara a las próximas elecciones.
Para colmo, nadie gana los comicios prometiendo sacrificios o dificultades; los partidos se relacionan con sus electorados por medio de la promesa electoral, complicando si cabe la enunciación de hechos incómodos y no digamos de verdades inconvenientes. Se produce así una gradual erosión de la verosimilitud del discurso público, que abona el terreno para el surgimiento de eso que hemos dado en llamar posverdad.